BLOG ORLANDO TAMBOSI
Os filhos do compositor acusam de fraude o "ex-manager" do artista, que administra a herança e o arquivo desde sua morte, em 2016. Uma exposição em Toronto mostra uma parte desse tesouro em disputa. Iker Seisdedos para El País:
Leonard Cohen
lo guardaba todo: un garabato en una servilleta, las cartas a su madre,
la lista de vinos del mítico Max’s Kansas City de Nueva York en la que
una noche escribió un poema a una tal Joan... Hasta la evaluación del
campamento de verano de 1948, tal vez porque fue elogiosa: “Es muy
activo, un líder maravilloso, buen deportista y, por lo general, un
campista capaz”, dice del muchacho la letra escrita a máquina. Todos
esos recuerdos, junto a fotografías, acuarelas, bocetos, manuscritos,
primeras ediciones propias y ajenas y dibujos digitales esperan en las
salas de la Galería de Arte de Ontario, en Toronto, en la primera exposición que muestra el archivo del poeta y cantautor canadiense.
El material proviene de dos fuentes: la Biblioteca de Libros Raros Thomas Fisher de la Universidad de Toronto, que recibió sus depósitos en cuatro tiempos,
el primero, tan pronto como en 1964, y el Fideicomiso Familiar Leonard
Cohen, constituido para gestionar un archivo con, entre otros objetos,
243 cuadernos y 8.000 fotografías, reunidos concienzudamente a lo largo
de toda una vida.
Una anotación de Leonard Cohen en el menú del Max's Kansas City, 1967.
Bajo
la apariencia reluciente de la muestra, titulada Everybody Knows, como
la sombría canción coescrita en 1988 con Sharon Robinson, se esconde una
pelea judicial sin cuartel por el legado del compositor. Enfrenta, siete años después de su muerte en 2016,
a sus hijos, Adam, de 50 años, y Lorca, de 48, con el fideicomisario,
Robert Kory, de 72, que fue su manager en la última década y ayudó a
Cohen a volver al negocio. El músico, nacido en Montreal en 1934,
contrató a Kory tras el escandaloso despido de su anterior representante,
bajo cuya dirección se esfumaron cinco millones de dólares de sus
ahorros “para la jubilación” mientras el cantante vivía retirado en un
monasterio budista en California.
La
pelea por su descanso eterno se libra ahora en un juzgado de Los
Ángeles, donde el músico murió y donde viven los hijos, beneficiarios
últimos del fideicomiso. Estos presentaron en marzo del año pasado una demanda,
uno de los documentos judiciales a los que ha tenido acceso EL PAÍS, en
la que se tasa el conjunto en 48 millones de dólares (algo más de 45
millones de euros).
En
ella, explican que su “preocupación por el control sin restricciones”
que Kory estaba ejerciendo sobre el legado de Cohen, además de su “falta
de transparencia”, dieron lugar a “meses de negociaciones” para revisar
los términos del acuerdo. Según los demandantes, Kory se comprometió a
mantenerlos mejor informados de sus manejos y a pedir su opinión antes
de tomar decisiones, pero “solo tardó semanas” en romper ese pacto con
la firma del contrato para organizar la exposición en el museo de
Toronto y para la publicación de una “novela inéditasin terminar”.
Autorretrato', Leonard Cohen, circa 1975. © Leonard Cohen Family Trust
Esa novela, la breve y temprana El ballet de los leprosos,
estaba en el archivo de la Universidad de Toronto y es una ácida
historia de violencia física y emocional que se publicó el otoño pasado
con buenas críticas en inglés, junto a 15 relatos cortos y un guion de
radio, todos escritos entre 1956 y 1960. Entonces, Cohen era un poeta en
la veintena y su salto a la canción no llegó hasta 1967, a los 35 años,
con su magistral debut para el sello Columbia. La editorial Lumen tiene
previsto publicar El ballet de los leprosos en español a finales de
este mes, con la traducción de Miguel Temprano García.
En
su respuesta a la querella, los abogados de Kory alegan que “el quid de
la disputa está en el afán de Adam y Lorca Cohen de obtener el control
sobre el patrimonio y la herencia del padre (...), pese a los claros
deseos de este en vida de mantener ese control lejos de las manos de sus
hijos”. “De hecho”, continúa el escrito judicial, “Leonard no solo
quería impedir que eso sucediera, sino que incluso durante un tiempo
planeó desheredarlos por completo, hasta que Kory le convenció de lo
contrario”. En otro punto, se dice que el padre creía que Adam y Lorca
“no tenían una relación lo suficientemente cómoda como para trabajar
juntos en las complejidades del patrimonio del artista”.
En
los papeles, estos hacen constar que su padre llegó a la conclusión al
final de sus días de “que había cometido un grave error al permitir que
Kory se inmiscuyera en los asuntos de Leonard y tomara el control de
prácticamente todos los aspectos de las finanzas y el legado”.
Un documento falso
En
una entrevista telefónica con EL PAÍS, Adam Streisand, famoso abogado
de Los Ángeles que representa a Adam y Lorca y es primo de Barbra
Streisand, explicó este viernes que a esa primera querella siguió otra,
interpuesta en agosto del año pasado. “Trabajando en el caso,
descubrimos que el documento que supuestamente designó a Kory como
fideicomisario era una falsificación. Cuando le tomamos declaración a
Reeve Chudd, que fue abogado del cantante y que ahora representa a Kory,
no tuvo más remedio que confesar”, recordó Streisand. En su testimonio,
Chuud admitió la eliminación de una página del documento y su
sustitución por otra que daba al mánager más poderes. A la luz de ese
hallazgo, los demandantes solicitaron al tribunal su destitución
inmediata y la orden de entregar los bienes de la herencia y devolver el
dinero ganado con su trabajo.
'One of Those Days', dibujo en acuarela en un cuaderno de Leonard Cohen, 1980-1985.
Eso no es todo, advierte Streisand, que ha litigado en el pasado en otros casos sobre herencias de famosos, de Michael Jackson a Muhammad Ali:
“En julio de 2016, meses antes de la muerte de Leonard, Kory hizo que
su cliente firmara un contrato que le daba el derecho a una comisión del
15% por la venta del catálogo y/o del archivo. De eso deriva un
conflicto de intereses, porque, como fideicomisario, su trabajo es pagar
los impuestos y distribuir los activos entre los beneficiarios, que son
los hijos, pero, paradójicamente, lo que mejor le viene económicamente
es vender esos activos, para poder así obtener la comisión”.
Y
ahí llega otra fuente de conflicto. En febrero del año pasado,
Hipgnosis, compañía especializada en la adquisición de repertorios de
grandes leyendas de la música, compró los derechos de las 278 canciones de Leonard Cohen.
Y eso incluye inmortales composiciones como Suzanne, I’m Your Man, So
Long, Marianne o Hallelujah, que ha sido versionada más de 300 veces,
pese a que el disco que la contenía, Various Positions, nunca fue
editado en Estados Unidos, porque su discográfica no tenía fe en él.
De
aquella venta del catálogo, valorada en 58 millones de dólares (54,5
millones de euros) en los documentos judiciales, Kory se llevó el 15%.
La demanda también alega que Cohen firmó ese acuerdo cuando estaba
“muriendo y fuertemente medicado” para hacer frente al cáncer que acabó
con su vida a los 82 años.
En
el catálogo de la muestra de Toronto, Kory escribe que su “deber final
ha sido organizar y digitalizar el archivo (en total, 550 terabytes),
con la intención de que esté disponible para los académicos, para la
exhibición y para las futuras generaciones”.
Una
fuente cercana a la familia, que habló con EL PAÍS con la condición de
mantenerla en el anonimato, explicó que “pese a que tenían la capacidad”
nunca estuvo en el ánimo de Adam y Lorca “suspender la exposición o
prohibir la venta de su catálogo”; “lo contrario sería hacer más daño
aún al legado de Leonard Cohen”. “Claramente, el museo no sabía nada de
todo esto. Los engañaron”,explicó la citada fuente.
'Angry at 11 pm' ('Enfadado a las 11 pm'), autorretrato de Leonard Cohen. Polaroid en color.
El
comisario de la muestra, Julian Cox, que además es vicedirector y
conservador jefe de la Galería de Arte de Ontario, aclaró en una
entrevista telefónica que el músico “tuvo una relación muy complicada
con sus hijos” y que “fue un padre ausente durante la mayor parte de su
crianza”. “A medida que envejecía, esa relación mejoró en muchos
sentidos”. Adam y Lorca, añadió, “no se involucraron con el proceso de
montar la muestra de Toronto”. “Tampoco lo hicieron con la de Montreal
de 2018 [Leonard Cohen: A Crack in Everything, que mezclaba su legado con la obra de artistas contemporáneos]”.
A
diferencia de aquella, que viajó después a Nueva York, no está previsto
que la actual recale en otros lugares. “Creo que la idea del
fideicomiso es vender el archivo, preferiblemente a una universidad
canadiense”, dijo Cox. (Tras una primera entrevista con el comisario, EL
PAÍS trató sin éxito de ponerse en contacto de nuevo con el museo para
contrastar algunos de los datos recogidos en los documentos judiciales).
Streisand
confirma el interés de los hijos en la venta del archivo y también que
sus representados están de acuerdo con la idea siempre y cuando retengan
el.control sobre la operación.
Cohen en Hydra
Lo
único seguro a estas alturas es que el destino de ese tesoro no será la
Universidad de Toronto. “Ya no compramos legados de escritores, aunque
aceptamos donaciones, por las que los autores canadienses reciben
exenciones fiscales”, contó esta semana en un correo electrónico Natalya
Ratan, archivista de la Biblioteca de Libros Raros Thomas Fisher,
que aclaró que la aportación a la exposición de la Galería de Arte de
Ontario de la institución en la que trabaja se limita al préstamo de “11
objetos”.
La biblioteca adquirió de un treintañero Cohen en 1964 y 1966,
“por un precio que no se hizo público”, 12 cajas de papeles, en las
que, confirmó Ratan, aún hay más material inédito. Ese dinero sirvió al
joven artista para comprar tiempo para dedicarse a viajar y a crecer
como escritor. La institución recibió más material, esta vez como
regalo, en 1999 y 2003, pero esos depósitos, a diferencia de los
anteriores, no están disponibles para la consulta in situ.
La
venta de los archivos de los años sesenta habla de la fama que, ya
siendo muy joven, alcanzó nuestro hombre en Canadá como poeta. También
indica que siempre fue consciente de estar destinado a la grandeza y que
si lo guardaba todo es porque presentía que algún día el mundo querría
echar un vistazo a sus cosas.
Venerado como una leyenda
Una
visita a Everybody Knows, en el museo de Toronto, confirma que ese
presentimiento fue acertado. Más allá de la bronca entre herederos, la
exposición es un fascinante recorrido por la vida de Cohen, que perdió a
su padre a los nueve años, pero heredó una biblioteca de poesía
encuadernada en cuero. El viaje parte de su infancia como miembro de una
acomodada familia de rabinos, estudiantes del Talmud y empresarios, y
llega hasta los vídeos que despiden al visitante con grabaciones de las
exitosas giras mundiales en las que el viejo bardo, siempre tocado con
un sombrero, era venerado como una leyenda.
Entre
medias, van apareciendo en decenas de fotografías y autorretratos, otra
obsesión, el joven poeta de la dicción extraordinaria, los años en
Grecia, el salto a la carrera musical, la vida en la carretera (las
cuatro botellas de vino diarias y “la ceremonia de los apetitos”), los
días de Nashville y la afición a las armas. Todo ello deja paso a la
madurez tranquila en una preciosa casa de aire espartano en el barrio de
Little Portugal, en Montreal, que no da pistas sobre dónde podía
guardar tanto papel, la mudanza a Los Ángeles, el retiro en el
monasterio budista, los premios (también el Príncipe de Asturias) y la vuelta a la carretera ya pasados los setenta.
.
Cohen en Mt. Baldy, California, 1995. Fotógrafo desconocido. Instant print (Fuji FP-100C).
La
muestra, que sirve de repaso a los grandes temas de su obra (el amor,
la religión, el sexo, el deseo sagrado y profano, la muerte o la
búsqueda de trascendencia y libertad) no pierde el tiempo con su
intimidad, aunque hay briznas aquí y allá sobre las mujeres de su vida,
amantes y amigas, como la cantautora Joni Mitchell, otra canadiense, que
en un telegrama a Grecia desde Los Ángeles le dice: “Hola, Leonard,
¿puedes aún pensar en mí?”.
También asoman de pasada historias tangentes como la de Axel Jensen, hijo de una de sus parejas más estables, Marianne Ilhen, al que se ve en una fotografía en blanco
y negro tomada en 1964 por el propio Cohen en la isla griega de Hidra,
su Arcadia particular en los sesenta. Jensen protagonizó recientemente
un crudo documental en el que contaba desde un psiquiátrico de Oslo lo
que pasó después de los años de la revolución de las costumbres de la
generación de sus padres.
El
comisario justificó a EL PAÍS su decisión de no hurgar más allá de esos
chispazos en el universo privado del genio alegando que su trabajo “no
es el de un biógrafo”. “A mí me tienen que guiar los objetos que
exponemos”. Cox explicó que otra de sus aspiraciones era “arrojar luz”
sobre un aspecto poco conocido de la obra de Cohen: su arte, desde los
pasteles y acuarelas sobre papel de los años ochenta a los dibujos
digitales de los últimos tiempos. “Fue un temprano converso a la
tecnología de Apple”, añadió Cox.
Los
cuadernos son la parte más interesante del recorrido, que divide un
vídeo multicanal hecho a partir de entrevistas en el que todo lo
anterior lo relata su voz conscientemente seductora. Cohen, se nos
cuenta, siempre salía de casa con un bloc de notas o un taco de papeles
para registrar sus variados intereses creativos.
El cuaderno 'Hallelujah' de Leonard Cohen. 1983-1984.
“Nunca
lo acompañé al baño, pero estoy seguro que ahí debía de tener también
unos cuantos cuadernos”, contó este sábado desde San Francisco la
periodista musical británica Sylvie Simmons, autora de Soy tu hombre. La vida de Leonard Cohen,
biografía de referencia sobre el compositor. “Es una obsesión que tenía
desde pequeño. Un amigo suyo de la infancia me dijo una vez que cuando
contaba 9 o 10 años ya llevaba un cuaderno siempre a cuestas. Y los
perdía constantemente. Mucho tiempo después, en 2012, [el cantautor] me
habló de la importancia de tomar nota, y de lo que eso le había ayudado a
mantenerse cerca de la cordura. No fue una sorpresa; ya en una de sus
primeras canciones, Famous Blue Raincoat, hay un verso que dice: ‘Espero
que estés llevando algún tipo de registro”.
Simmons
recordó que, pese a su obsesión por guardarlo todo, “de lo sublime a lo
ridículo”, sus casas en Hidra, Los Ángeles y Montreal eran espartanas,
como las de un monje. “Nunca había nada colgado de las paredes, y mucho
menos, un disco de oro. El archivo estaba en el garaje”.
Esas
cajas, continuó la biógrafa, podían contener, sin orden, recortes de
revistas, el registro del préstamo de una biblioteca o fotografías de
distintas épocas de su vida. También servían como la hoja de ruta de su
creatividad. Por ejemplo, a la hora de escribir las letras de sus
canciones, a las que podía dar vueltas durante años. Tenía la costumbre
de producir muchas más estrofas de las que luego acababa empleando, como
se puede comprobar en un interesante documental del año pasado sobre
esa práctica llevada al paroxismo: Hallelujah. Leonard Cohen, un viaje,
una canción (Netflix).
El
músico aprovechó su retiro budista para ordenar e indexar el contenido
de sus cuadernos. La tarea lo ayudaba a concentrarse, decía. Su
dedicación también da una idea de la importancia que, sin contárselo a
casi nadie, dio durante su vida al archivo como estrategia creativa. En
una entrevista de 1996 con uno de sus primeros biógrafos, Cohen dejó al
menos una pista al declarar: “El archivo es la montaña y la obra
publicada el volcán”.
Lo
que no podía saber entonces es que, siete años después de su muerte, el
objeto de sus desvelos está a punto de entrar en erupción entre sus
herederos en un juzgado de Los Ángeles.
Postado há 5 days ago por Orlando Tambosi
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