BLOG ORLANDO TAMBOSI
Acaba de ser publicado na Espanha 'Remedios para la vida', do poeta e humanista italiano - uma série para conduzir uma vida equilibrada e feliz. Mauricio Bach para The Objective:
¿Ya existían los libros de autoayuda en el siglo XIV? Remedios para la vida de Petrarca, que acaba de publicar Acantilado,
da una serie de consejos para llevar una vida equilibrada y feliz que
permiten encuadrarlo en este género. Lo sorprendente -o quizá no- es que
sus reflexiones no se quedan en la mera curiosidad arqueológica, sino
que son perfectamente válidas para el mundo actual.
Francesco Petrarca (1304-1374) nació en Arezzo porque a su padre lo habían expulsado por motivos políticos de Florencia.
Vivió en una Italia que todavía era una mera acumulación de
ciudades-estado, señoríos y condados. Pasó años en la corte papal de
Aviñón y tomó votos menores eclesiásticos. Trabajó para poderosas
familias como los Colonna y los Visconti en una época en la que se
sucedían las guerras y las epidemias de peste. Mantuvo amistad con otro
grande de las letras, Giovanni Boccaccio, y fue un bibliófilo
empedernido. Reunió una importante biblioteca de clásicos latinos y se
inspiró en autores como Séneca y Marco Aurelio para configurar su visión
tirando a estoica del mundo.
Su
relevancia en la historia de la cultura se puede concentrar en dos
aspectos. Como pensador prefigura el humanismo, que germinará en el
Renacimiento. Y como poeta lleva a la plenitud la forma del soneto en el
Cancionero, que influirá a autores como Shakespeare o nuestro
Garcilaso. Petrarca da un giro a la poesía amorosa y dedica sus versos
al anhelo no correspondido por Laura, acaso la idealización de una suma
de mujeres, aunque algunos estudiosos la han identificado como la dama a
la que conoció en Aviñón: Laura de Noves, casada con el marqués Hugo de
Sade, un antepasado del Sade más célebre.
Petrarca
escribió en lo que entonces se llamaba «lengua vulgar», es decir el
italiano de su época, obras como el mencionado Cancionero. Para otras,
como estos Remedios para la vida, utilizó el latín; su título original
es De remediis utriusque fortuane. El texto original se componía de 254
fragmentos de los que la edición de Acantilado, seleccionada y traducida
por José María Micó, presenta los treinta y cinco más jugosos y vivos
para el lector contemporáneo. Se dividen en dos partes o libros,
Remedios contra la buena suerte y Remedios contra la mala suerte, y
están escritos en forma de diálogo. Quienes conversan son unos
interlocutores abstractos llamados Razón, Gozo, Dolor y Esperanza. En
todos estos diálogos es la Razón la que se enfrenta a alguno de los
otros tres y, ante los entusiasmos o angustias que estos expresan,
ahuyenta falsos ideales y engañosos planteamientos, y da sabios consejos
para llevar una vida armónica y feliz.
Lo que propone Petrarca a través de la Razón tiene plena vigencia en reflexiones como estas que aquí selecciono:
Sobre
la juventud y la vejez sentencia: «Nada hay más inestable que la
juventud ni más insidioso que la vejez. Aquella nunca está firme: nos
halaga y escapa; esta, acercándose de puntillas en la oscuridad, hiere a
los desprevenidos y, cuando se finge lejana, está a la puerta de casa».
Sobre
la amistad opina: «La amistad verdadera es tan rara, que quien en toda
su larga vida halló un amigo cierto puede ser tenido por el más hábil
mercader de tan preciada mercancía».
Sobre
las riquezas apunta: «Procura que no sean ellas las que te tienen a ti.
Quiero decir que te pertenezcan y que te sirvan ellas a ti y no tú a
ellas, porque has de saber que son muchos los poseídos por las riquezas y
muy pocos los que de verdad las poseen».
Sobre cómo combatir la envidia dice: «Elimina la causa del mal y eliminarás el mal. Pon tasa al uso de las riquezas, desprecia o esconde todo lo que pueda encender las almas codiciosas. Si hay algo de lo que no quieres o no puedes prescindir, úsalo con moderación, pues la envidia se encarniza con la soberbia y se aplaca con la humildad».
Sobre
los libros explica: «Los libros han hecho sabios a unos y locos a otros
que tomaron de ellos más de lo que podían digerir. A nuestra mente,
como a nuestro estómago, le hace más daño la hartura que el hambre, y el
uso de los libros, igual que con la comida, se debe limitar a las
necesidades de nuestra complexión. (…) El hombre sabio no desea lo
excesivo, sino lo necesario, pues aquello a menudo es perjudicial y esto
es provechoso siempre».
Sobre
el conocimiento teórico y su uso opina: «El conocimiento de las letras
sólo es útil si se pone en práctica y se confirma con obras, no con
palabras».
Sobre los enamorados concluye: «No es gran cosa persuadir a quien desea que lo persuadan: todo enamorado es ciego y crédulo».
Sobre
las falsas glorias dice: «La verdadera gloria no se consigue sino con
buenas obras; mira, pues, de dónde procede tu fama y sabrás si se trata
de una gloria verdadera. Porque la fama que el azar concede, el azar la
quita».
Y
si me permiten acabar con una maldad, por lo que parece hace siete
siglos ya había un exceso de personas empeñadas en escribir y publicar
libros, a lo que Petrarca responde de este modo: «Esta es una enfermedad
corriente, contagiosa e incurable. Todos se arrogan el oficio de
escritor, que es propio de muy pocos. El efecto de este mal contagia a
muchos, porque es fácil envidiar a alguien, pero muy difícil alcanzarlo.
Por eso crece cada día el número de los enfermos y aumenta con ello la
fuerza de la infección. Cada día hay más escritores y cada día escriben
peor».
Si
he empezado este artículo con una pregunta, lo concluiré con otra: ¿Qué
es un clásico? Un libro que pervive a través del tiempo, que no queda
convertido en mera pieza arqueológica, sino que mantiene viva su llama.
Por ejemplo, esta obra de Petrarca escrita en el siglo XIV, cuyas
reflexiones todavía nos apelan porque su sabiduría sigue vigente.
Postado há 5 days ago por Orlando Tambosi
Nenhum comentário:
Postar um comentário