BLOG ORLANDO TAMBOSI
Editorial Debate publica na Espanha 'Liderança', o último livro do político norte-americano, que analisa as diferenças que distinguem um bom líder de uma má liderança. Ramón González Férris para El Confidencial:
Una
de las apreciaciones más habituales acerca de la política actual es que
ya no existen liderazgos como los de antes. ¿Por qué hoy son
irrepetibles figuras como Churchill, Reagan o González?
¿Por qué los primeros ministros y presidentes gobiernan siguiendo las
encuestas en lugar de tratar de persuadir a sus ciudadanos acerca de lo
mejor para el bien general? ¿Es porque nuestras sociedades son peores?
Hay
unas cuantas respuestas a estas preguntas: quizá las democracias
actuales se han vuelto demasiado plurales, quizá los partidos políticos
se han convertido en estructuras ineficientes. Pero la explicación
canónica la dio Maquiavelo
en el siglo XVI. Los liderazgos mediocres, dijo, se deben a que las
sociedades se vuelven blandas cuando viven con un exceso de
tranquilidad. Cuando se dan largos periodos de paz y hay prosperidad,
los humanos se corrompen poco a poco y el pueblo prefiere los líderes
que hacen favores y dan buenas noticias, en lugar de los que exigen
sacrificios. Solo cuando vienen malos tiempos, nos acordamos de los
dirigentes que, pese a ser antipáticos, austeros o autoritarios, tienen
la capacidad de liderazgo necesaria para sacarnos de las crisis.
Estadistas y profetas
Henry Kissinger, que tuvo un papel fundamental en la política exterior estadounidense durante una década crucial de la Guerra Fría, siempre ha sentido una fascinación declarada por los grandes líderes. Y en su nuevo libro, Liderazgo .
Seis estudios sobre estrategia mundial —un largo volumen recién
publicado por la editorial Debate (y en cuya traducción yo colaboré)—,
explica de manera detallada qué considera que es un buen liderazgo, qué
diferencia a los gobernantes normales de los verdaderos líderes y cómo
estos son capaces de identificar los objetivos a largo plazo para sus
sociedades.
Lo hace retratando a seis líderes del siglo XX a los que conoció bien porque tuvo tratos diplomáticos y personales con ellos y cuya obra política describe con una impresionante clarividencia y unos sesgos muy evidentes. De los seis líderes retratados, cuatro fueron conservadores democráticos: Konrad Adenauer, Charles De Gaulle, Margaret Thatcher y Richard Nixon. Y dos fueron semidictadores: Lee Kuan Yew, el fundador del Singapur moderno, y Anwar Sadat, el líder de Egipto que luchó contra el colonialismo e intentó imponer el laicismo y la modernidad en su país.
Se
trata de líderes muy distintos, pero todos ellos comparten un rasgo
interesante. Para Kissinger, existen dos clases de gobernantes. Unos son
estadistas, gestores de los conflictos cotidianos, gente realista y
pragmática que siente que su principal deber es conservar las
instituciones y alentar el progreso cauteloso de sus países. Los otros
son profetas, políticos que tienen una visión del futuro y que tiran de
sus pueblos hacia ella, con frecuencia con actitudes mesiánicas, y que
no se conforman con nada que no sean logros transformadores. Para
Kissinger, estos seis líderes estudiados, y todos los buenos líderes en general, son una mezcla de las dos cosas: individuos que tienen una imagen ideal del futuro, pero que se guían por el realismo.
Sangre fría y testarudez
Kissinger
es un retratista certero. Los perfiles de estos líderes resumen muy
bien sus trayectorias, sus decisiones cruciales, los momentos en que
triunfaron y los que les llevaron a la defenestración. Kissinger no solo
vincula la capacidad de liderazgo
a cuestiones estratégicas, sino al carácter de las personas que toman
las decisiones. Por eso, se sirve de anécdotas personales para explicar
las peculiaridades que hicieron de estos estadistas verdaderos líderes.
En una ocasión, fue a ver a Adenauer, que antes de recibirle a él
despidió de su despacho con cordialidad a un rival político que le había
atacado en los medios de comunicación. Kissinger mostró su sorpresa.
Adenauer le dijo: "En política, es importante tomar represalias a sangre
fría".
De
Thatcher recuerda que, cuando era una joven recién licenciada en
química, una empresa rechazó su solicitud de trabajo porque los
entrevistadores la consideraron "testaruda, obstinada y peligrosamente
terca", pero que fueron precisamente esas cualidades las que la
convirtieron en una líder capaz de transformar por completo la economía
británica. El retrato de Nixon
es el más personal y afectuoso: era un hombre acomplejado e indeciso,
pero que supo tratar con una mezcla de comprensión y dureza a los
líderes comunistas (Kissinger apenas menciona el apoyo de sus gobiernos a
sangrientas dictaduras en Latinoamérica).
Cuando Yew, el líder de Singapur, hoy muy imitado por los mandatarios
asiáticos y admirado por otros en Occidente, se reunió, a finales de los
años sesenta, con académicos estadounidenses que despotricaban contra
la guerra en Vietnam, tuvo la sangre fría de decirles que sus opiniones
le daban asco. Les explicó con calma y frialdad por qué la lucha contra
el comunismo era necesaria para un país como el suyo. No fue simpático,
no intentó entablar amistad con nadie. Fue sincero y autoritario: dos
condiciones importantes para liderar, según Kissinger.
El liderazgo del pasado y el del futuro
Para
Kissinger, estos líderes triunfaron porque, siguiendo la idea de
Maquiavelo, emergieron en tiempos de dificultades y supieron
aprovecharlos en su favor y el de sus naciones. Adenauer y De Gaulle levantaron sus países tras una guerra devastadora; Yew y Sadat reinventaron sociedades que habían estado sometidas a décadas de colonialismo, Nixon y Thatcher
entendieron las nuevas realidades de un mundo al borde de una nueva
guerra mundial y lastrado por viejas ideas económicas. Nuestros tiempos
no enfrentan retos menores —de la inteligencia artificial a las
pandemias, de la inflación al auge de Asia frente al dominio
occidental—, pero hay algo que hace que Kissinger, pese a no mostrarse
pesimista, desconfíe sobre la posibilidad de que en el futuro próximo
podamos contar con líderes comparables a estos seis. Quizás ha
terminado, por razones que no alcanzamos a entender, el tiempo de los
grandes líderes.
Kissinger encarna las contradicciones del siglo XX. Representó lo peor del expansionismo estadounidense
y, al mismo tiempo, ha escrito algunos de los mejores libros sobre
política de las últimas décadas. A sus 99 años, es un creyente en la
democracia y el libre mercado,
pero queda claro lo mucho que admira a personajes duros, muchas veces
narcisistas, casi siempre tendentes a imponer su criterio y a desdeñar a
los tibios. Pero precisamente por ello, su lección sobre el liderazgo
es útil: quizá su elección de los líderes más ejemplares sea discutible,
pero los describe tan bien que suscita dos preguntas especialmente
interesantes. No solo si en el futuro tendremos líderes comparables a
los del pasado. Sino también si, en nuestro tiempo y con nuestras
sociedades, el pluralismo, la tolerancia y la misma democracia son
compatibles con esta clase de liderazgos.
Postado há 6 days ago por Orlando Tambosi
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