A agressividade de Putin e de Hitler se escuda num fato histórico que, a juízo de ambos, humilhou suas identidades nacionais - e requer, por isso, uma resposta militar. Antonio Elorza para The Objective:
Fue Hillary Clinton la primera que percibió que entre la estrategia agresiva de Vladimir Putin y
la de Adolf Hitler existía un estrecho enlace, y no solo porque ambos
pertenecieran a la categoría de criminales políticos. En los dos se daba
un tipo de acción imperialista, en la cual convergían el ataque militar
y el chantaje, con la particularidad de que ni existía un límite de
respeto de los derechos humanos para sus actuaciones, ni estas se
orientaban hacia un punto de llegada concebible en términos de
mantenimiento de un orden internacional mínimamente equilibrado, aunque
fuese consagrando su hegemonía. En este sentido, la voluntad de
destrucción carece asimismo de otros límites que no sean los de
naturaleza técnica. Este fue el punto débil de Hitler en su carrera
hacia los misiles de largo alcance y la energía nuclear. Putin tiene la
suerte y el mundo la desgracia de que esa debilidad no existe y puede
amenazar con su arsenal nuclear la propia supervivencia del planeta.
En
fin, sabemos que son criminales y son monstruos, pero esto no nos sirve
para explicar cómo los tiranos alemán y ruso han alcanzado tal
condición, y no solo desde el punto de vista de la disponibilidad de
recursos, sino desde un proyecto de notable cohesión interna y con un
más que notable respaldo social.
El
tradicionalismo es un simple disfraz de la historia, puesto al
servicio de ideologías e intereses habitualmente reaccionarios. Las
tradiciones, sin embargo, existen como usos colectivos, mitos y
aspiraciones propias de una sociedad, forjadas a lo largo del tiempo y
que muchas veces sobreviven a cambios en apariencia definitivos de
fachada. Nadie pudo pensar que el imperialismo de Stalin se inspirase
bajo la superficie, pero de forma esencial, en el pasado del Imperio
zarista, ni que el dualismo del dolor y la grandeza de Rusia, en
Dostoyevski o Mussorgski, acabasen siendo utilizados, y con rasgos aun
más retrógrados, para anunciar el necesario dominio de Putin sobre
Eurasia, por el momento la recuperación del antiguo dominio soviético.
Leánse los discursos de Putin y las lucubraciones de Alexander Dugin,
su pensador de servicio. En el caso de Hitler, el vínculo fue todavía
más directo, entre el fenecido Imperio romano-germánico y el Tercer
Reich, como símbolo legitimador y como plataforma para la pretensión
universalista. No importa que existiesen grandes distancias entre el
antecedente y las metas del nacionalsocialismo. En la construcción de un
mito como el mencionado, su funcionalidad permite cualquier
simplificación.
Por
vías muy diferentes, la convergencia tiene lugar en cuanto a la
tradición extremadamente represiva del poder político, plenamente
disociado de los intereses de los administrados. A fines del siglo
XVIII, en su Viaje desde San Petersburgo a Moscú, el ilustrado Radishev
definió ya la imagen de una burocracia cerrada sobre sí misma,
preocupada únicamente por la satisfacción del superior y dispuesta a
aplastar a los súbditos ante cualquier discrepancia. La claridad del
esquema, precedente de la reivindicación de la glasnost (transparencia) y
perestroika de Gorbachov, disgustó a la también ilustrada Catalina la
Grande, que estuvo a punto de enviarle encadenado a la frontera china
para que lo decapitasen. Encima de la opacidad del aparato
administrativo se encontraba una concepción del poder supremo,
completamente diferente de la occidental, como gosudarvesnost, poder
absoluto, no sometido a reglas, significativamente comparable a la
dominación (Herrschaft) característica del sistema señorial alemán. En
cualquier caso, sin alternativa alguna para que el súbdito reivindicase
una autonomía, para decidir y aún para recurrir las decisiones… Eso sí,
con diferentes legitimaciones religiosas. Para Alemania, el luteranismo,
en Rusia la concepción ortodoxa del zar como manifestación de Dios que
rige al «pueblo ruso, pueblo ortodoxo», siendo un autócrata en su
plenitud. Stalin, primero, Putin ahora, responden de la pervivencia de
semejante tradición.
Otra
convergencia evidente es el militarismo, más antiguo en el caso ruso,
desde el siglo XVIII, relativamente moderno en Alemania a partir de la
unificación en el siglo XIX. Tanto la grandeza del zar como la del
Kaiser dependían fundamentalmente de su fuerza militar, que emplearon
recurrentemente, y que culminó en la vertiginosa construcción de la
guerra imperialista alemana en los años 1930 y que hoy, por encima del
fracaso económico y cultural, es la única baza de Putin.
La
exaltación del propio ejército requiere la satanización del enemigo. La
Rusia soviética, en primer plano, y como adversarios colaterales, las
democracias para Hitler. Occidente bajo Estados Unidos y la UE, con el
puente de la OTAN para Putin. Una segunda vertiente concierne a la
voluntad de eliminación de aquellos países más débiles que suponen
obstáculos para el desarrollo imperialista. Polonia y Checoslovaquia
para Hitler, ambas sometidas parcialmente al dominio alemán hasta 1918;
las repúblicas de la antigua URSS, Georgia y Ucrania en primer plano
para Putin. Aquellos que defienden su independencia frente al renacido
dominio ruso, son descritos bajo el patrón utilizado en Alemania contra
el chivo expiatorio del judaísmo.
Por
fin, el detonador en ambos casos es la frustración. Tanto la brutal
agresividad de Putin como la de Hitler se escudan en un hecho histórico
que a sus respectivos juicios humilló las identidades nacionales, en
gran medida las destruye, y requiere en consecuencia una respuesta
militar, a modo de restauración del pasado glorioso y herido. El Tratado
de Versalles y la disolución de la URSS, cargada además en su remate
final sobre la cuenta de Estados Unidos y de la OTAN, sirven de grandes
coartadas para emprender el camino de una guerra sin fin. Una lógica que
pudo ser superada entre 1939 y 1945 a un coste enorme para la humanidad
y que ahora gravita como posibilidad siniestra para todos nosotros.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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