A existência permanece cheia de perguntas, especialmente sobre nossa origem e nossas habilidades. Pablo Rodríguez Palenzuela para The Objective:
¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? Los filósofos llevan siglos haciendo ese tipo de preguntas. En las últimas décadas, los grandes avances de la biología y otras disciplinas
nos han permitido formular algunas respuestas, necesariamente parciales
y sujetas a revisión, a estas preguntas eternas. En mi reciente libro
¿Cómo entender a los humanos? (Next Door, 2022), intento contestar a
estas preguntas.
Somos
primates, un grupo de mamíferos que comenzó a evolucionar hace unos 70
millones de años y con los que compartimos muchas cosas. Venimos de
África, donde hace unos 2,5 millones de años surgieron las primeras
especies del género Homo, tales como H. habilis, una de las primeras
criaturas a las que podríamos considerar humanas.
Sabemos
que en ese periodo se produjo un enfriamiento del clima global que hizo
que aumentara mucho la superficie de sabana arbustiva en África.
Más
importante: se produjo un aumento considerable de la variabilidad
climática. La hipótesis más plausible es que los primeros humanos nos
adaptamos a las condiciones cambiantes dando un papel preferente a la
transmisión cultural de conocimientos. Así se establecieron kits
culturales, un conjunto de conocimientos sobre los animales y plantas del entorno y una tecnología que permitía utilizarlos.
Esto
constituye la base de nuestro éxito biológico como especie, que empezó a
expandirse hace 1,8 millones de años a todos los rincones del planeta.
La
capacidad de hablar es una adaptación biológica, ya que requiere
cambios concertados en el cerebro y en el aparato fonador. La utilidad
del lenguaje, incluso si fuera rudimentario, es indudable. Lenguaje y
cultura se retroalimentan y constituyen la base de nuestro éxito como
especie.
Con
la aparición de estos dos elementos la evolución biológica no se detuvo
ni pasó a segundo plano. Todo lo contrario, se crearon nuevas e
intensas presiones selectivas. Los análisis del genoma humano indican
que en los últimos 40.000 años los cambios genéticos han sido
particularmente intensos.
La domesticación del ser humano
La
tercera pata de nuestro éxito biológico fue la domesticación: los
humanos nos domesticamos a nosotros mismos, lo que quiere decir que en
alguna etapa de nuestra evolución los individuos menos violentos se
reproducían más.
En
un contexto de pequeños grupos de humanos tratando de sobrevivir en las
duras condiciones de la sabana africana, la cohesión del grupo fue un
requisito esencial, de ahí la necesidad de baja violencia dentro del
grupo.
En
contra de la creencia corriente, los humanos tendemos a ser
ultrasociales, cooperativos y con bajos niveles de violencia impulsiva,
al menos en comparación con el chimpancé.
En
cambio, somos capaces de altos niveles de violencia instrumental, sobre
todo si está ligada a la defensa de la tribu. Las mismas fuerzas que
nos hicieron cooperativos nos hicieron tribales. Por eso se ha dicho que
los humanos somos 90 % chimpancé, 10 % abeja.
La evolución de la moral
La
ética y la moral han sido hasta ahora un territorio exclusivo de la
filosofía y, de nuevo, en las últimas décadas la biología está pidiendo
voz en este terreno.
Todas
las sociedades conocidas tienen normas morales, lo que sugiere
poderosamente una explicación biológica. Más aun, la moral se basa en
emociones innatas como la empatía y la vergüenza.
Otras especies poseen, si no moral, al menos ciertas tendencias prosociales. Por ejemplo, los elefantes lloran a sus muertos,
las ratas manifiestan empatía hacia sus compañeras y algunos monos
muestran una aversión al tratamiento desigual que se parece a un sentido
de la justicia.
Lo
más probable es que la moral surgiera en nuestra especie como un
mecanismo que permitía minimizar los egoísmos individuales haciendo al
grupo más eficiente en conjunto. Nos referimos, de nuevo, a un contexto
de alta competencia de pequeños grupos de humanos tratando de sobrevivir
en un medio hostil.
Los
científicos han descubierto que se activan determinadas partes del
cerebro cuando nos encontramos ante un dilema moral. La neurobiología de
la moral está en sus comienzos y cabe suponer que veremos grandes descubrimientos en un futuro próximo.
Es
necesario señalar que esta incipiente ciencia de la moral no compite
con la ética, ya que no pretende decir qué acciones son moralmente malas
o buenas, sino explicar los fundamentos biológicos y neurobiológicos de
la moral humana.
La importancia de las jerarquías en los humanos
Muchas
especies, incluida la nuestra, tienen tendencia a formar jerarquías.
Dado que los individuos que están arriba en la pirámide tienen grandes
ventajas para la supervivencia y reproducción, no es extraño que la
selección natural nos haya tuneado para desear siempre un mayor estatus.
Es
preciso señalar, sin embargo, que la mayoría de los cazadores
recolectores son bastante igualitarios y que solo a partir del neolítico
surgió la posibilidad de acumular riquezas. Desde entonces la
desigualdad económica ha sido la norma en la gran mayoría de las
sociedades.
El
abordaje de la biología a esta cuestión pasa por contestar diversas
preguntas: ¿cuáles son las bases neurológicas subyacentes al deseo de
estatus y poder? Sabemos que la serotonina tiene un papel destacado pero
la cuestión es muy compleja. ¿Existen alelos que nos predisponen hacia
una conducta ambiciosa? Seguramente sí y se han identificado algunos
genes candidatos, pero nos falta muchísima información.
En
definitiva, es posible construir a partir de la biología una visión
nueva y fascinante de nosotros mismos. En esta visión, la cultura tiene
un papel esencial y no se opone a la biología, sino que ambas son
indispensables para entendernos a nosotros mismos como especie y como
individuos.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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