Dardo Gasparré relembra, em artigo publicado pelo Instituto Independiente,
a importância do grande liberal Juan Bautista Alberdi, que foi um
crítico apaixonado do estatismo e do protecionismo incrustados no DNA
argentino desde a primeira hoje:
En el día de hoy se festeja en nuestro país el Día del Abogado, con
motivo de la celebración del nacimiento de Juan Bautista Alberdi
Si los políticos de su época hubieran sido superficiales como los
hoy, de pensamiento en 280 caracteres, escasa formación intelectual y
sentido futbolero del debate, seguramente habría sido calificado como
liberalote opositor. Porque como todo líder de opinión, portador de un
mensaje de cambio revolucionario, Juan Bautista Alberdi fue un
revulsivo, un crítico apasionado del estatismo y el proteccionismo
encadenados en el ADN nacional desde el monopolio español de primera
hora, españolismo que combatió en todos sus formatos, y que le valió
tantos enemigos y tanto exilio. Un defensor de la libertad del ser
humano y de todas las libertades. Un enemigo de la guerra y la
violencia. Un liberal.
Todo aquel que predica los principos de la libertad del individuo
debe armarse de valentía, paciencia, capacidad didáctica y
perseverancia. En el siglo XIX u hoy, el sistema político se siente
molesto si no puede manipular la vida del ciudadano, espiarlo,
ordenarle, gravarlo (y grabarlo), someterlo a exacciones impositivas y
de todo tipo, disponer de sus bienes y entrometerse en su intimidad.
El pensador tucumano creía, además, que esa libertad era la base del
bienestar, de la grandeza de las naciones y del progreso. Y esa fue su
prédica. A diferencia de Bartolomé Mitre, que quiso imponer similares
ideas por la fuerza, él lo hizo desde la persuasión, la razón y la
solidez de sus fundamentos. Por eso Mitre, historiador de la posverdad,
fue su enemigo, lo acusó de traidor, lo persiguió toda su vida y se
opuso hasta a la publicación de sus obras. Alberdi le respondió con su
monumental obra El crimen de la guerra, alegato contra la absurda
contienda con Paraguay, que Mitre desencadena con un discurso
galtieriano y con resultados, pese a la victoria pírrica, igualmente
devastadores.
Se oponía enérgicamente al estatismo y a su génesis, el concepto de
patria griega o romana, que ponía al hombre subordinado al supuesto bien
común, que había permitido los abusos monárquicos y tantos absolutismos
despóticos. Su conferencia, que no puede leer, al aceptar el doctorado
honoris causa de la Facultad de Derecho de Buenos Aires, resume en su
título la esencia del liberalismo que había abrevado en Montesquieu: "La
omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual".
Diría luego: "Las sociedades que esperan su felicidad de la mano de
sus Gobiernos esperan algo que es contrario a la naturaleza". "En los
pueblos latinos los individuos que necesitan un trabajo de mejoramiento
general alzan los ojos al Gobierno, suplican, lo esperan todo de su
intervención y se quedan sin agua, sin luz, sin comercio, sin puentes,
sin muelles, si el Gobierno no se los da todo hecho", en coincidencia
con Tocqueville.
Este pensamiento, en un país naciente forjado en el absolutismo
español y el caudillismo provincial, y su principismo inalterable, le
valió el exilio durante Rosas, su enemistad con Lavalle y Mitre, hasta
sus disputas con Sarmiento, con quien compartían las ideas liberales,
Las Ciento y una y las Cartas quillotanas, donde se nota la diferencia
abismal entre esos prohombres y los políticos de hoy.
Sus Bases… fueron la guía para la Constitución de 1853, que incorporó
todos los criterios sociopolíticos y económicos que llevaron a la
grandeza a Gran Bretaña y Estados Unidos. Y, como una retribución a la
generosidad uruguaya durante su largo exilio, también inspiran la
Constitución del país hermano. Nada más revulsivo que ese trabajo, una
propuesta refundacional, una apuesta al esfuerzo y la creatividad
personal, que en los pueblos excolonias provocaban temor e inseguridad.
Tuvo además la valentía de segregar la inmigración y fomentar
solamente la europea, convencido de que ya el país tenía suficiente
cuota de indios y gauchos, cosa que expresamente dice. Hoy recibiría
ataques de masas ululantes y pintarrajeadas, que siguen consignas
lejanas al interés nacional, sometidas a la corrección política
gramscista. Ese concepto de fomentar la imigración europea sigue en pie
en la manoseada Constitución de hoy, aunque, como a tantos otros de sus
principios, se ha desvirtuado y deliberadamente olvidado.
La Constitución original fue también desvirtuada casi de inmediato,
entre otros por el propio Mitre. Los gobernadores-caudillos provinciales
no soportaban la idea de la libertad económica, además de las que
cualquier otro tipo. Finalmente, eran como reyes en su fundo. Por eso el
sistema rentístico, que escribe el gran jurista, no es un complemento
de la Carta Magna, sino un alegato para defender el modelo económico
contenido, de nuevo, revulsivo para los tiranos.
También lo fue la propia Confederación Argentina, por lo que Urquiza
lo comisiona para obtener el reconocimiento europeo a la nueva nación,
ante la segregación mitrista. Lo que logra ganándose más odios e
inquinas. Tanto Figarillo, su nom de plume, como Sarmiento, creían que
era imposible construir un país sobre la base de indios y gauchos, por
entonces vagabundos personajes de las pampas, sin vocación de trabajar
ni cumplir la ley. Pero en una de sus cartas quillotanas define
brillantemente sus diferencias con Sarmiento: "El día que creáis lícito
destruir, suprimir al gaucho, porque no piensa como vos, escribís
vuestra propia sentencia de exterminio y renováis el sistema de Rosas.
La igualdad en nosotros es más antigua que el 25 de Mayo. Si tenemos
derecho para suprimir al "caudillo" y sus secuaces porque no piensan
como nosotros, ellos lo invocarán mañana para suprimirnos a nosotros
porque no pensamos como ellos".
Los pocos años en que se siguieron sus principios políticos, sociales
y económicos, el país se transformó en una potencia relevante en el
mundo. Pese a ello, son notorios los continuados esfuerzos, de todos los
gobiernos y de todas las mayorías de los últimos 90 años, para borrar
su impronta en el pensamiento nacional.
Alberdi suele ser considerado el padre intelectual de la patria. Sin
embargo, la patria se parece deliberadamente cada vez menos a su sueño y
su prédica. Y, tristemente, la sociedad se parece cada vez más a la que
el prohombre quiso mejorar.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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