BLOG ORLANDO TAMBOSI
Do feminismo da igualdade se passou ao feminismo da identidade: a mulher é igual às demais mulheres, mas não aos homens. Francesc de Carreras para The Objective:
En qué se parecen, hoy en día, feminismo
y nacionalismo? A primera vista podría decirse que en nada, que se
trata de ideologías y de movimientos sociales muy distintos. Sin
embargo, si lo pensamos con más detenimiento, podemos encontrar ciertas
coincidencias.
Una
primera, el carácter crecientemente dogmático y fundamentalista de
ambos movimientos al convertirse en ideologías y creencias cerradas que
no admiten discusión. El nacionalismo, por ejemplo el catalán, que he
vivido de cerca, se fraguó sigilosamente en los ya lejanos tiempos de
Jordi Pujol con una intolerancia que hoy se hace visible, pero que viene
de lejos: ya entonces no admitía discrepancia alguna. Es decir, si se
osaba criticar la política lingüística, aun en aspectos no esenciales,
inmediatamente eras tachado públicamente de anticatalán y de
nacionalista español. No se analizaban tus argumentos, que por supuesto
eran discutibles, sino se te descalificaba personalmente por atreverte a
disentir. Así creaban una espiral de silencio: nadie debía opinar sobre
esta cuestión.
Ahora
tengo la sensación que pasa lo mismo con el feminismo. La reacción ante
el caso La Manada me lo ha recordado. Es discutible el fallo de la
sentencia y también el voto particular. Pero hay que argumentar el
disentimiento con razones, no puede desacreditarse la resolución
judicial sin haberla leído, entendido y meditado. Sin embargo, en el
momento de pronunciar la sentencia, de 300 páginas por cierto, ya
estaban montadas las manifestaciones para protestar contra la misma. Sin
estudiar detenidamente las pruebas, los manifestantes ya habían dictado
el veredicto. ¿Por qué? Porque se presuponía de antemano que era un
ataque al feminismo, entendido como una creencia fundamentalista y
dogmática.
¿Cuál
es el hilo que conecta feminismo y nacionalismo? La creencia en una
identidad colectiva, sea el género mujer, sea la nación. En la tradición
ilustrada y democrática, el feminismo era otra cosa, defendida
trasversalmente, aunque falte un buen trecho para que la igualdad entre
hombres y mujeres sea real. Pero los avances son mayores que en la
igualdad entre clases sociales.
Ahora
bien, del feminismo de la igualdad se ha pasado al feminismo de la
identidad: la mujer es igual a las demás mujeres, pero no a los hombres.
Incluso, se dice, la identidad (colectiva) de la mujer se fundamenta en
aquello que la diferencia del hombre y, en muchos casos, se afirma
precisamente contra el hombre. Esta deriva, pasar de la igualdad de
derechos a la identidad colectiva, es lo que asemeja el feminismo con el
nacionalismo. De la Ilustración hemos pasado al romanticismo, de las
ideas a las creencias.
La
igualdad de derechos entre hombres y mujeres tardó en triunfar pero al
fin lo consiguió. De los ideales sostenidos por la generación del 68
probablemente el feminismo es el más logrado.
Queridos
lectores: todo lo escrito hasta aquí es la reproducción íntegra de una
columna que publiqué el 9 de mayo de 2018 en el diario El País bajo el
título Feminismo y nacionalismo. Al repasarlo, sólo he efectuado mínimas
modificaciones de estilo que no afectan para nada ni al sentido ni al
fondo del artículo. Me dirán ¿por qué he reproducido un texto, breve y
hoy banal, publicado hace casi cinco años? Les explico.
Como
habrán leído, mi columna mantiene como idea principal que el feminismo
de última ola (no el liberal y democrático basado en la igualdad) y el
nacionalismo (ponemos como ejemplo el catalán) coinciden en que ambos
son fundamentalistas e identitarios: no admiten discrepancia alguna y
están basados en una identidad colectiva que limita las libertades
individuales y son por tanto contrarios a la democracia liberal. No se
trata pues de una crítica al feminismo sino a una de sus tendencias, en
concreto la que está de moda en los últimos años, especialmente en EEUU,
la tendencia queer, entonces imagino que ni siquiera sabía que se
llamaba así.
Pues
bien, esta posición crítica fue detectada inmediatamente en la
redacción de El País. Envié por email mi original hacia las 19 horas,
como era habitual, para que se publicara al día siguiente, lo cual
suponía que estuviera compaginada a las 12 horas de la noche. No había
tiempo que perder: la periodista que los recibía avisó a otras
compañeras e, inmediatamente, seis o siete de ellas comparecieron ante
el subdirector de opinión para conminarle: «Este artículo de Francesc no
va a salir mañana».
Extrañado,
pidió que le dejaran leer la pieza. Tras examinarla con detenimiento,
les dijo: «Podéis estar en desacuerdo, podéis escribir un artículo que
defienda posiciones diferentes, pero es una columna correcta en las
formas y razonada en el fondo, no veo ningún motivo para que no se
publique siendo además Carreras un colaborador habitual al que
reservamos un espacio ese día todas las semanas». Ahí no acabó la cosa,
desde luego: el comité de feministas estuvieron casi una hora
presionando al jefe que tuvo que defenderse como pudo. Se publicó y yo
me enteré de todo este lío al cabo de unos días.
Esta
anécdota es ilustrativa en dos aspectos. Por un lado, es indudable que
este feminismo queer es intolerante, no quiere ser sometido a críticas,
en palabras de hoy considera que los partidarios del feminismo clásico,
el de la igualdad, deben ser «cancelados». En el caso de mi columna, el
grupo de periodistas no pedían al subdirector de Opinión publicar un
artículo exponiendo sus propias posiciones sino que las mías simplemente
no se publicaran.
Por
otro lado, el fondo de la cuestión es la identidad colectiva, como en
el nacionalismo pero cambiando nación (identitaria) por género (no por
sexo). Una visión esencialista de la mujer como una persona que se
distingue del hombre no por su sexo (un dato biológico) sino por lo que
se llama, también en otros ámbitos, un «constructo cultural», una idea
indefinida debida a los filósofos postmodernistas franceses de los años
sesenta (Foucault, Lacan, Derrida, entre otros), influidos por
corrientes contrarias al racionalismo (Nietzsche, Freud, Heidegger) que
se trasplantó a las universidades norteamericanas en las décadas
siguientes y de ahí su gran influencia. De ahí leyes tan ideologizadas
como la llamada ley trans, en que cualquiera, sin más explicaciones,
pueda pedir en una ventanilla de la Administración el cambio de género:
uno es, en ese ámbito, lo que quiere ser, hombre o mujer, sin estar
determinado por el sexo.
Todas estas modas, puestas en manos de políticos tan poco experimentados y prudentes como los de Podemos, han generado la conflictiva situación actual en el Gobierno y en la mayoría parlamentaria. Es posible que Pedro Sánchez
en su próxima y forzosa remodelación del Gabinete cese a los cargos
ministeriales que más se han distinguido en complicar este asunto. Es
muy probable que al PSOE le favorezca electoralmente un final de
legislatura sensato y pacífico después de tanto ajetreo atolondrado,
tantas vueltas y revueltas sin dejar clara la dirección en la que se
quiere ir excepto en seguir en el poder.
Postado há 3 days ago por Orlando Tambosi
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