MEDIÇÃO DE TERRA

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MEDIÇÃO DE TERRAS

domingo, 12 de março de 2023

O feminismo como identidade coletiva

 

BLOG  ORLANDO  TAMBOSI

Do feminismo da igualdade se passou ao feminismo da identidade: a mulher é igual às demais mulheres, mas não aos homens. Francesc de Carreras para The Objective:


En qué se parecen, hoy en día, feminismo y nacionalismo? A primera vista podría decirse que en nada, que se trata de ideologías y de movimientos sociales muy distintos. Sin embargo, si lo pensamos con más detenimiento, podemos encontrar ciertas coincidencias.

Una primera, el carácter crecientemente dogmático y fundamentalista de ambos movimientos al convertirse en ideologías y creencias cerradas que no admiten discusión. El nacionalismo, por ejemplo el catalán, que he vivido de cerca, se fraguó sigilosamente en los ya lejanos tiempos de Jordi Pujol con una intolerancia que hoy se hace visible, pero que viene de lejos: ya entonces no admitía discrepancia alguna. Es decir, si se osaba criticar la política lingüística, aun en aspectos no esenciales, inmediatamente eras tachado públicamente de anticatalán y de nacionalista español. No se analizaban tus argumentos, que por supuesto eran discutibles, sino se te descalificaba personalmente por atreverte a disentir. Así creaban una espiral de silencio: nadie debía opinar sobre esta cuestión.

Ahora tengo la sensación que pasa lo mismo con el feminismo. La reacción ante el caso La Manada me lo ha recordado. Es discutible el fallo de la sentencia y también el voto particular. Pero hay que argumentar el disentimiento con razones, no puede desacreditarse la resolución judicial sin haberla leído, entendido y meditado. Sin embargo, en el momento de pronunciar la sentencia, de 300 páginas por cierto, ya estaban montadas las manifestaciones para protestar contra la misma. Sin estudiar detenidamente las pruebas, los manifestantes ya habían dictado el veredicto. ¿Por qué? Porque se presuponía de antemano que era un ataque al feminismo, entendido como una creencia fundamentalista y dogmática.

¿Cuál es el hilo que conecta feminismo y nacionalismo? La creencia en una identidad colectiva, sea el género mujer, sea la nación. En la tradición ilustrada y democrática, el feminismo era otra cosa, defendida trasversalmente, aunque falte un buen trecho para que la igualdad entre hombres y mujeres sea real. Pero los avances son mayores que en la igualdad entre clases sociales.

Ahora bien, del feminismo de la igualdad se ha pasado al feminismo de la identidad: la mujer es igual a las demás mujeres, pero no a los hombres. Incluso, se dice, la identidad (colectiva) de la mujer se fundamenta en aquello que la diferencia del hombre y, en muchos casos, se afirma precisamente contra el hombre. Esta deriva, pasar de la igualdad de derechos a la identidad colectiva, es lo que asemeja el feminismo con el nacionalismo. De la Ilustración hemos pasado al romanticismo, de las ideas a las creencias.

La igualdad de derechos entre hombres y mujeres tardó en triunfar pero al fin lo consiguió. De los ideales sostenidos por la generación del 68 probablemente el feminismo es el más logrado.

Queridos lectores: todo lo escrito hasta aquí es la reproducción íntegra de una columna que publiqué el 9 de mayo de 2018 en el diario El País bajo el título Feminismo y nacionalismo. Al repasarlo, sólo he efectuado mínimas modificaciones de estilo que no afectan para nada ni al sentido ni al fondo del artículo. Me dirán ¿por qué he reproducido un texto, breve y hoy banal, publicado hace casi cinco años? Les explico.

Como habrán leído, mi columna mantiene como idea principal que el feminismo de última ola (no el liberal y democrático basado en la igualdad) y el nacionalismo (ponemos como ejemplo el catalán) coinciden en que ambos son fundamentalistas e identitarios: no admiten discrepancia alguna y están basados en una identidad colectiva que limita las libertades individuales y son por tanto contrarios a la democracia liberal. No se trata pues de una crítica al feminismo sino a una de sus tendencias, en concreto la que está de moda en los últimos años, especialmente en EEUU, la tendencia queer, entonces imagino que ni siquiera sabía que se llamaba así.

Pues bien, esta posición crítica fue detectada inmediatamente en la redacción de El País. Envié por email mi original hacia las 19 horas, como era habitual, para que se publicara al día siguiente, lo cual suponía que estuviera compaginada a las 12 horas de la noche. No había tiempo que perder: la periodista que los recibía avisó a otras compañeras e, inmediatamente, seis o siete de ellas comparecieron ante el subdirector de opinión para conminarle: «Este artículo de Francesc no va a salir mañana».

Extrañado, pidió que le dejaran leer la pieza. Tras examinarla con detenimiento, les dijo: «Podéis estar en desacuerdo, podéis escribir un artículo que defienda posiciones diferentes, pero es una columna correcta en las formas y razonada en el fondo, no veo ningún motivo para que no se publique siendo además Carreras un colaborador habitual al que reservamos un espacio ese día todas las semanas». Ahí no acabó la cosa, desde luego: el comité de feministas estuvieron casi una hora presionando al jefe que tuvo que defenderse como pudo. Se publicó y yo me enteré de todo este lío al cabo de unos días.

Esta anécdota es ilustrativa en dos aspectos. Por un lado, es indudable que este feminismo queer es intolerante, no quiere ser sometido a críticas, en palabras de hoy considera que los partidarios del feminismo clásico, el de la igualdad, deben ser «cancelados». En el caso de mi columna, el grupo de periodistas no pedían al subdirector de Opinión publicar un artículo exponiendo sus propias posiciones sino que las mías simplemente no se publicaran.

Por otro lado, el fondo de la cuestión es la identidad colectiva, como en el nacionalismo pero cambiando nación (identitaria) por género (no por sexo). Una visión esencialista de la mujer como una persona que se distingue del hombre no por su sexo (un dato biológico) sino por lo que se llama, también en otros ámbitos, un «constructo cultural», una idea indefinida debida a los filósofos postmodernistas franceses de los años sesenta (Foucault, Lacan, Derrida, entre otros), influidos por corrientes contrarias al racionalismo (Nietzsche, Freud, Heidegger) que se trasplantó a las universidades norteamericanas en las décadas siguientes y de ahí su gran influencia. De ahí leyes tan ideologizadas como la llamada ley trans, en que cualquiera, sin más explicaciones, pueda pedir en una ventanilla de la Administración el cambio de género: uno es, en ese ámbito, lo que quiere ser, hombre o mujer, sin estar determinado por el sexo.

Todas estas modas, puestas en manos de políticos tan poco experimentados y prudentes como los de Podemos, han generado la conflictiva situación actual en el Gobierno y en la mayoría parlamentaria. Es posible que Pedro Sánchez en su próxima y forzosa remodelación del Gabinete cese a los cargos ministeriales que más se han distinguido en complicar este asunto. Es muy probable que al PSOE le favorezca electoralmente un final de legislatura sensato y pacífico después de tanto ajetreo atolondrado, tantas vueltas y revueltas sin dejar clara la dirección en la que se quiere ir excepto en seguir en el poder.
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