Em artigo publicado pelo Instituto Cato, Cathy Young afirma que os esforços para substituir o liberalismo iluminista por algo melhor geraram males que empalicedem frente às queixas contra a secularização, o individualismo e os mercados livres:
En
julio de 2021, Tablet, una revista en línea de centro-derecha que cubre
la vida de los judíos pero también la cultura y las ideas en general,
publicó un ensayo por el periodista y escritor Liel Leibovitz titulado
“Es el liberalismo, estúpido”. Su punto era cuestionar la visión común
de que los excesos del progresismo estadounidense moderno, incluyendo la
política identitaria y la supresión de la expresión, están enraizados
en un rechazo al liberalismo. El verdadero villano, argumenta Leibovitz,
es el liberalismo mismo —y no solo el liberalismo como se lo entiende
en el discurso político estadounidense (esto es, el respaldo a un papel
doméstico importante para el estado) pero en el sentido más amplio que
incluye al conservadurismo de gobierno limitado; esto es, el liberalismo
que vino acompañado de la Ilustración. Leibovitz concede que esta idea
parece ser absurda para la mayoría de personas considerando “las muchas
bondades” de la Era de la Ilustración, “desde las democracias estables
hasta la ciencia que salva vidas”, pero esta visión color de rosa,
insiste, ignora los vicios del orden liberal.
Una
vez restringida a los extremistas marginados, este rechazo de la raíz y
ramas del liberalismo de la Ilustración está ganando terreno en ambos
lados del espectro político. Esta es una tendencia preocupante para
cualquiera que se preocupa acerca de la libertad, y está enraizada en
una mala historia y un razonamiento todavía peor.
Según
la narrativa de Leibovitz, la Ilustración reemplazó la visión otrora
dominante de que los humanos son capaces tanto de mucho bien como de
mucho mal y por lo tanto requieren de una instrucción y tradición
morales que los mantengan en línea con la noción de que los humanos
nacen buenos y que el mal proviene solamente de las instituciones
opresivas y corruptas; en lugar de tradición y fe, la sociedad debería
ser mantenida unida mediante el contrato social. Nos fue bien siempre y
cuando el liberalismo fue moderado por las todavía potentes fuerzas de
la tradición —principalmente la familia y la religión— pero esas fuerzas
empezaron a perder terreno en la era moderna, permitiendo que el
individualismo radical triunfe. El resultado: tasas de natalidad en
caída, hogares rotos, y “personas distantes y sin raíces” que se sienten
solas, son beligerantes y paranoicas. “Llámelo la cultura woke si
desea, pero no es nada más que la apoteosis de la Ilustración”, concluye
Leibowitz.
La
crítica tan llena de sarcasmo que hace Leibowitz del liberalismo de la
Ilustración es de tan mala calidad que uno podría preguntarse si merece
una respuesta (entre otras cosas, Leibovitz dudosamente le atribuye a
Benjamin Franklin la creencia en el bien innato del buen salvaje y
confunde el concepto hobbesiano de un contrato social en el que las
personas de manera irrevocable “renuncian mediante una firma a una serie
de sus derechos innatos” cediéndoselos al estado con el principio
lockeano —expresado en la Declaración de la Independencia— de que el
gobierno legítimo requiere del continuo consentimiento de los
gobernados). Aún así este ensayo, que apareció en una revista
intelectual de la corriente dominante, es parte de una tendencia más
amplia de retórica explícitamente anti-liberal, anti-Ilustración en los
sectores conservadores.
Este
ataque conservador es igualado por una variante cada vez más visible
del discurso progresista que es estridentemente hostil a la Ilustración y
a la tradición liberal. Este discurso va desde las críticas serias
hasta las polémicas confusas. Por lo tanto, cuando Kyle Rittenhouse fue
absuelto por dispararle a tres personas durante los disturbios de 2020
en Kenosha, Wisconsin, sobre la base de que se estaba defendiendo, un
artículo escrito por el periodista Barrett Holmes Pitner publicado en el
principal diario de centro-izquierda, The Daily Beast, aprovechó la
ocasión para atacar a la filosofía de la Ilustración de John Locke y su
papel en la fundación de EE.UU. La fórmula de Locke de la vida, la
libertad y la propiedad como derechos fundamentales, escribió Pitner, no
solamente excusan el uso de fuerza letal para proteger la propiedad
sino que también sirvieron originalmente para justificar la esclavitud
como una forma de propiedad privada. En el proceso, Pitner erróneamente
argumenta que Locke intentó justificar la institución de la esclavitud
en su principal obra, el Segundo tratado de gobierno.
En
una era de abundantes preocupaciones acerca de que la democracia
liberal está cada vez más bajo ataque alrededor del mundo, los ataques
gemelos al liberalismo de la Ilustración tanto desde la derecha como
desde la izquierda —y no solo desde el margen— constituyen una tendencia
preocupante.
Extrañando al Antiguo Régimen
Mientras
que el discurso anti-liberal en la derecha no es nuevo, este ganó un
nuevo protagonismo con el éxito del libro de 2018 Why Liberalism Failed
(Por qué fracasó el liberalismo) de politólogo de la Universidad de
Notre Dame Patrick Deneen. El veredicto de Deneen del liberalismo es
mucho más sofisticado y civil que la diatriba de Leibovitz, pero esgrime
básicamente el mismo argumento: que el liberalismo de la Ilustración,
con su énfasis en la autonomía personal, conduce a la disolución de los
lazos comunales y familiares, a la atomización, al nihilismo moral, a la
alienación política, y al vaciamiento de la cultura y la educación. “El
liberalismo fracasó —no porque se quedó corto, sino porque fue genuino
consigo mismo. Ha fracasado porque ha tenido éxito”, escribió Deneen en
la introducción del libro. De manera provocadora, él fue frontal acerca
del hecho de que estaba culpando a los Padres Fundadores de los efectos
perniciosos del liberalismo en EE.UU.
El
siguiente año, la revista religiosa y conservadora First Things publicó
varios ensayos amplios en contra del liberalismo de la Ilustración y
del conservadurismo estadounidense a la antigua, demasiado adherido a la
libertad, a la autonomía individual, a la tolerancia y al pluralismo.
Tal vez el más notable entre estos fue el ensayo “Conservative
Democracy” (“Democracia conservadora”) del politólogo israelita nacido
en EE.UU., Yoram Hazony, autor del controversial libro de 2018 The
Virtue of Nationalism (La virtud del nacionalismo) y líder intelectual
del movimiento del conservadurismo nacionalista. Como Deneen, Hazony
proclama el fracaso del liberalismo. Pero donde Deneen ofrece solo
alternativas vagas y localizadas, Hazony propone una versión alternativa
de gobierno democrático que repudie de manera explícita la tradición
liberal de la Ilustración basada en la razón, “el individuo libre e
igual”, y las “obligaciones derivadas de la libertad para elegir”. En
cambio, los valores centrales de la democracia conservadora incluyen una
religión mayoritaria patrocinada por el estado y una política
migratoria restrictiva, mientras que las libertades individuales son
apoyadas solo si están enraizadas en la tradición y costumbres
nacionales. De manera interesante, Hazony desea recuperar el
conservadurismo fundacional estadounidense, en gran medida poniendo del
lado del bando conservador a algunos de los Padres Fundadores. Él hace
esto reduciendo las raíces lockeanas de la Revolución Americana a
algunas meras “frases racionalistas de la Ilustración en la Declaración
de la Independencia”.
Hazony
y Deneen, debemos destacar, están entre los críticos más moderados de
la Ilustración en la derecha. Una variante más radical del
anti-liberalismo se puede encontrar en los integristas Católicos, como
el profesor de Derecho de la Universidad de Harvard Adrian Vermeule.
Estos promueven que los conservadores Católicos en EE.UU. trabajen hacia
un orden político en el que el estado está espiritualmente subordinado a
la Iglesia Católica y está basado en sus creencias y valores. Uno
podría argumentar que esto es un proyecto puramente utópico en el EE.UU.
actual, donde solo un quinto de la población es Católica. Pero una
versión menos sectaria del autoritarismo religioso —uno de “una plaza
pública re-organizada hacia el bien común y el último Bien Superior”, en
las palabras del Católico conservador Sohrab Ahmari— tiene un atractivo
conservador mucho mayor. El hecho de que los integristas hayan estado
gozando de una especie de resurgimiento en los espacios conservadores de
la corriente dominante (como el profesor de la Universidad Ave María
James M. Patterson lo documentó en el sitio Web Law and Liberty el año
pasado) es sorprendente por sí solo.
Retrocediendo el tiempo
Una
paradoja de las críticas del ala derecha a la Ilustración es la
frecuente afirmación de que el progresismo moderno es una extensión del
individualismo radical de la Ilustración. En un artículo de 2019
(publicado también en First Things) denunciando al conservador
pro-libertad David French por su adherencia al pluralismo y a la
libertad individual, Ahmari escribió: “El movimiento al que nos
enfrentamos aprecia la autonomía por sobre todo, también; de hecho, su
objetivo final es asegurar para la voluntad individual el rango más
amplio posible para definir lo que es cierto y bueno y bello, en contra
de la autoridad de la tradición”. El final lógico de esta búsqueda,
según Ahmari, es requerir la aceptación total y universal de las
decisiones de cada individuo: por lo tanto, las personas con creencias
religiosas tradicionales deben colaborar en las bodas de personas del
mismo sexo como pasteleros o floristas y permitir que los homosexuales
sexualmente activos ocupen posiciones dentro de grupos religiosos en las
universidades. Los conservadores que le dan prioridad a la libertad
individual, argumenta Ahmari, no tienen defensa en contra de ese
razonamiento. En realidad, por supuesto, hay un argumento sólido para
refutar esto, aquel que sostiene que la autonomía individual protege
también la libertad religiosa y, de hecho, French la ha defendido de
manera consistente.
El
progresismo de izquierda actual aprecia la autonomía individual y la
auto-determinación solo en algunas circunstancias, como el derecho de
vivir según la orientación sexual de uno o la identidad de género. Su
actitud general hacia estos valores suele ser un tanto negativa. De
hecho, clasificar a las personas según sus identidades racial, étnica y
sexual está en el centro de la visión progresista actual, que rechaza la
universalidad como una imposición de los valores de los europeos
blancos (y patriarcales) al resto de las personas que no son hombres
blancos heterosexuales. Además, la visión de que el individualismo, la
racionalidad, la objetividad y otros valores de la Ilustración son
atributos de la “blancura” o de la “cultura supremacista blanca” es
relativamente común en los círculos de la justicia social y ha sido
incluida en los talleres de entrenamiento “anti-racista”. La ironía de
cómo esta visión se superpone con los argumentos desde hace mucho
esgrimidos por los verdaderos supremacistas blancos se les escapa.
Los
ataques directos a la Ilustración han proliferado en la izquierda,
enfocándose principalmente en la idea de que la filosofía y la ciencia
basada en la Ilustración han sido cómplices del racismo y están
fatalmente manchadas por esto. En Intellectual History Review, el
historiador holandés Devin Vartija describe una crítica posmoderna o
poscolonial de la Ilustración como una afirmación de que “la Ilustración
está fundamentalmente comprometida por su asociación con el
colonialismo europeo, que la universalidad es una farsa debido a que
‘los derechos del hombre’ realmente son ‘los derechos de los hombres
blancos’”.
El
artículo en The Daily Beast que culpa de las injusticias raciales de
EE.UU. a Locke es un ejemplo burdo de este tipo de crítica, pero no ha
habido escasez de versiones mucho más sofisticadas —incluyendo el
trabajo del recientemente difunto filósofo jamaiquino-estadounidense
Charles W. Mills y el artículo de 2018 publicado en la revista Slate por
el periodista Jamelle Bouie afirmando que las consideraciones de la
Ilustración como una bastión de la libertad, el progreso, y el humanismo
deben reconocer su lado oscuro. Para estos críticos, la Ilustración y
sus pensadores son culpables no solo de justificar la esclavitud y la
opresión colonial sino de crear el racismo científico y la clasificación
racial. “La raza como la entendemos —una taxonomía biológica que
convierte la diferencia física en relaciones de dominación— es un
producto de la Ilustración”, escribe Bouie, argumentando que el racismo
surgió en respuesta a la contradicción fundamental de la era: los
pensadores que propugnaban la libertad pero que también justificaban la
esclavitud y tuvieron que encontrar una manera de clasificar a las
personas esclavizadas como infra-humanas.
El lado oscuro de la Ilustración
No
hay duda de que, como todo lo demás en la historia humana, la
Ilustración y su legado tienen un lado oscuro. Desde el principio, el
liberalismo de la Ilustración muchas veces tuvo el problema de lidiar
con personas que no encajaban en su paradigma del individuo autónomo y
poseedor de derechos, ya sea porque habían excluidos (mujeres, negros, y
otras minorías) o porque se negaban a unirse (los tradicionalistas por
motivos religiosos o culturales). Algunas figuras de la Ilustración,
como Immanuel Kant y Thomas Jefferson, justificaron el trato de las
personas no-blancas como seres inferiores. Otros, como los jacobinos de
la Revolución Francesa —los niños espirituales y mal concebidos de la
Ilustración— deshumanizaron a los aristócratas y a los campesinos
“fanáticos” que se adherían firmemente a su fe católica. A la república
estadounidense le fue mucho peor que a la república francesa cuando se
trató de las relaciones raciales —pero le fue mejor cuando se trató del
pluralismo religioso y político.
Aún
así vale la pena notar que la Ilustración no era ni remotamente tan
monolítica como las críticas muchas veces lo implican. Las narrativas
pro-Ilustración, como aquella del lingüista y psicólogo Steven Pinker en
su libro de 2018 En defensa de la Ilustración: Por la razón, la
ciencia, el humanismo y el progreso (Ediciones Paidós) algunas veces
cometen el mismo error. Incluso en un país —Francia— sus exponentes
incluían deístas, teístas, creyentes en la “religión natural”, y una
manada de ateos. La Era de la Razón también fue la era del sentimiento
así como también la era de un intenso interés en el estudio de la
naturaleza humana y las pasiones. De algunas maneras, como el
historiador cultural Peter Gay argumentó en su influyente estudio de
1966-1969 The Enlightenment: An Interpretation (La Ilustración: una
interpretación), la Ilustración fue “una revuelta en contra del
racionalismo” así como también un rechazo del anti-racionalismo
religioso. Mientras que el pensamiento de la Ilustración generalmente
afirmaba la autonomía personal y espiritual del individuo, también
ensalzaba la familia, la felicidad doméstica, y las virtudes cívicas, no
el individualismo radical.
Las
actitudes de la Ilustración hacia la raza y la esclavitud fueron por lo
menos complejas. Las justificaciones pseudo-científicas a favor de la
subyugación y explotación racial co-existieron con críticas estridentes
de esas prácticas, las cuales datan desde tiempos muy anteriores y que
tradicionalmente habían sido justificadas sobre la base de la sanción
religiosa, normas legales o el interés económico. Denis Diderot, el
enciclopedista francés, era uno de los muchos filósofos de la
Ilustración que eran ferozmente anti-colonialistas y anti-esclavitud.
Estaba entre los autores de Historia de las dos indias, la obra
bestseller (y en algún momento prohibida) editada por el Abate Guillaume
Raynal, que condenó mordazmente la conducta de los europeos en las
Américas, la costa de África y Asia. De hecho, Vartija argumenta que
lejos de usar la raza para reconciliar los derechos humanos y la
esclavitud, la promoción que estos pensadores hicieron de los derechos
humanos estaba en parte inspirada por una repulsión frente a la
inhumanidad del comercio de esclavos y el colonialismo. De igual manera,
la historiadora de la Universidad de Maryland Holly Brewer afirma en la
revista Aeon que “los orígenes de la esclavitud se encuentran en el
absolutismo, no en el liberalismo” y que “el liberalismo surgió como una
reacción a la esclavitud”. El ataque de la Ilustración a la idea de que
el lugar de una persona en la sociedad estaba divinamente designado al
momento de nacer, dice Brewer, últimamente proveyó el ímpetu detrás de
la abolición de la esclavitud.
Es
cierto que el espíritu de exploración científica también condujo a
intentos de clasificación racial, que jugaron un papel en el auge del
racismo científico en el siglo 19. Pero Vartija construye un caso sólido
en torno a que dicha clasificación por parte de las figuras de la
Ilustración, incluyendo a Comte Georges-Louis Leclerc deBuffon, el
naturalista y precursor de la teoría de la evolución, no dependían en el
concepto de las razas como categorías fijas, no asumían necesariamente
la superioridad racial de los blancos, y no buscaban justificar la
opresión racial.
Algunas
veces, la propaganda anti-Ilustración tanto de la izquierda como de la
derecha son poco más que ataques ad hominem, y además son imprecisos.
Locke había sido acusado de hipocresía y de colusión en la esclavitud
porque brevemente fue accionista en la Royal African Company que
comercializaba esclavos (acciones que le fueron otorgadas como pago) y
porque supuestamente había escrito las Constituciones Fundamentales de
Carolina, que enmarcaban y fortalecieron la esclavitud. Aún así el papel
de Locke en la redacción de las constituciones en su capacidad como
secretario ante los Señores Propietarios de Carolina es algo muy
cuestionado.
Revisando
la evidencia en el American Historical Review en 2017, Brewer nota que
Locke no solo rechazó y condenó la esclavitud en su obra maestra, Dos
tratados sobre el gobierno civil, pero justificó la Revolución Gloriosa
de 1688 parcialmente sobre la base de que el rey que fue destronado,
James II, era un partidario de la esclavitud.
Mientras
tanto, desde la derecha, Hazony ha ridiculizado a Locke, junto con
Spinoza, Kant, y Descartes, como solteros sin hijos, casados con la
visión de un individuo libre y atómico debido a su perspectiva miope.
Pero no solo Locke consideró a la familia como una institución esencial
para la sociedad civil y para el desarrollo del individuo, sino que
también era un pediatra en ejercicio que muchas veces le aconsejaba a
sus amigos acerca de cómo criar a sus hijos. Hazony está atacando una
versión caricaturesca de la Ilustración.
El ciclo iliberal de la izquierda y la derecha
Las
actuales guerras de la Ilustración resulta que no son totalmente
nuevas. Un artículo de 2000 escrito por el politólogo de Boston
University James Schmidt en la publicación Political Theory, “What
Enlightenment Project?” (“¿Qué proyecto de Ilustración?”), examina
críticas familiares: desde la derecha, que la Ilustración está demasiado
preocupada con el individuo autónomo a costa de la familia y la
comunidad; desde la izquierda, que los conceptos de libertad y de
derechos humanos de la Ilustración son eurocéntricos y excluyentes según
la raza. Pero los argumentos se han vuelto mucho más mordaces, extremos
y destacados.
Durante
el siglo 20, tanto los fascistas como los comunistas muchas veces
enmarcaban sus argumentos como un rechazo o como algo que superaba al
liberalismo de la Ilustración. Antes de eso, tanto los reformadores de
la Era Progresista en EE.UU. como los secesionistas pro-esclavitud de la
Confederación muchas veces enmarcaban sus agendas como un repudio al
liberalismo de la Ilustración. El liberalismo fue ridiculizado como algo
anticuado o equivocado, que no comprendía la naturaleza humana, o como
algo que era diseñado para servir como una herramienta de opresión.
Estos argumentos anti-liberales produjeron algunos de los peores
horrores de la era moderna.
Porque
las democracias liberales se definen por su legado de la Ilustración,
los intentos de encontrar buenas alternativas al liberalismo clásico han
solido fracasar. Desde la derecha, la obra Why Liberalism Failed de
Deneen, que enfatiza que las ganancias positivas del liberalismo deben
ser conservadas, no propone programas o soluciones alternativas más allá
de fortalecer enclaves culturales fuera del consenso liberal (cita a
los Amish como un ejemplo). Irónicamente, la habilidad de hacer eso
depende del pluralismo liberal. Desde la izquierda, la crítica que hace
Charles Mills al “contrato racial” de la Ilustración urge usar las
propias herramientas de la Ilustración para limpiar al liberalismo del
racismo.
Estos
críticos de la Ilustración por lo tanto revelan cuán profundamente
sumergidos estamos todos en las ideas de la Ilustración acerca de la
moralidad: es difícil para ellos explicar sus críticas sin recurrir a
principios liberales. Hacerlo de otra manera implica una visión tan
repulsiva del mundo que es casi indefensible, y muchos de sus propios
partidarios se apartan de esta visión.
Pero
en los últimos años, las soluciones abiertamente autoritarias han
ganado más aceptación en ambos bandos. En la derecha, están los llamados
de Hazony de avanzar hacia una democracia conservadora y los mandatos
religiosos, la insistencia de Ahmari de que aceptar el liderazgo
populista de Trump debería ser una credencial de los conservadores, y el
amorío de la derecha nacionalista con los personajes iliberales en el
extranjero como Viktor Orbán de Hungría. Desde la izquierda, hay una
presión por eliminar al “pensamiento equivocado” de las instituciones
académicas, culturales y corporativas, así como también crecientes
llamados al uso del poder estatal para limitar la expresión de lo que la
izquierda considera que son malas ideas. Esto incluye desde el respaldo
renovado a las prohibiciones del discurso de odio hasta las propuestas
de una “enmienda constitucional anti-racista” y un “departamento de
anti-racismo” a nivel federal que la haga respetar. Esto también puede
ser visto como un coqueteo revivido con el comunismo y como una apología
del imperio Soviético.
Uno
podría argumentar acerca de lo que “ambos lados hacen” y participar en
un debate sin fin acerca de cuál marca de autoritarismo constituye un
peligro superior. Mientras tanto, los dos se fortalecen mutuamente en un
círculo vicioso, conforme cada lado señala los excesos autoritarios del
otro lado para justificar su propio abandono de la tolerancia liberal
en la batalla en contra del enemigo perverso.
Cualesquiera
que sean los defectos del liberalismo de la Ilustración, no deberíamos
olvidar contra lo que se reveló no fue solo la tradición inmersa en los
cálidos lazos humanos sino de un orden opresivo basado en la tiranía
política, religiosa y social —y que los intentos de reemplazarlo con
algo mejor repetidas veces han derivado en nuevas formas de tiranía.
Cuando superamos las caricaturas, la Ilustración es lo suficientemente
compleja para contener multitudes. Antes de que la declaremos como un
experimento fracasado o como un instrumento de opresión, deberíamos
entender su legado y cuán inseparable es de los grandes avances en el
progreso moral.
Los
esfuerzos de erosionar esas bases han producido males que palidecen en
comparación a las quejas acerca de la secularización, el individualismo,
y los mercados libres. Los intentos de producir una filosofía nueva y
mejorada que sea anti-Ilustración hasta ahora han fracasado en demostrar
que están simplemente repitiendo los mismos errores —con el mismo
potencial de consecuencias catastróficas.
Este artículo fue publicado originalmente en Cato Policy Report (EE.UU.), edición Enero/Febrero 2022.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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