BLOG ORLANDO TAMBOSI
Jürgen Habermas defende a atitude vacilante do chanceler alemão em relação à Ucrânia. Mas seus erros históricos minimizam a responsabilidade da Alemanha na situação atual. Timothy Snyder para Letras Libres:
Jürgen
Habermas, considerado el mayor filósofo político de Europa, ha escrito
un texto sobre la principal crisis contemporánea en el continente, la
guerra de Ucrania. Su tesis es que la historia recomienda la
Besonnenheit alemana, que en la práctica ha significado poca acción pero
mucha palabrería por parte de los alemanes durante los cuatro primeros
meses del conflicto más importante en Europa desde 1945.
Aunque
Habermas defiende su tesis basándose en argumentos históricos, llama la
atención que no tenga nada que decir sobre la Segunda Guerra Mundial.
Este es el punto de partida convencional de los debates sobre la
responsabilidad alemana, y es más que aplicable a Ucrania. Hitler
presentó a los ucranianos como un pueblo colonial y trató de
desplazarlos, matarlos de hambre y esclavizarlos. Pretendía utilizar los
suministros de alimentos ucranianos para hacer de Alemania un imperio
mundial autárquico. Vladímir Putin ha planteado argumentos hitlerianos
como justificación de su guerra de destrucción: los ucranianos no tienen
conciencia histórica, ni nacionalidad propia, ni élite. Como Hitler, y
para el caso como Stalin, pretende utilizar los alimentos ucranianos
como arma. Pero a un lector de Habermas no se le pide que considere
estas semejanzas, ni que se pregunte si como alemanes podrían tener
alguna responsabilidad hacia Ucrania: un país donde los alemanes mataron
a millones de personas, no hace tanto tiempo.
Según
Habermas, la guía de la civilización es la racionalidad, pero en su
texto no hace ningún esfuerzo por identificar la racionalidad ucraniana.
Mi sugerencia es que la omisión de una referencia a la Segunda Guerra
Mundial hace más difícil identificar la racionalidad ucraniana, porque
es una racionalidad basada en la supervivencia. No nos enteramos de que
Putin niega la existencia de un Estado y una nación ucranianos, ni de
que el servicio de prensa oficial ruso habla de la resolución de la
cuestión ucraniana, ni de que la televisión rusa difunde regularmente un
lenguaje genocida, ni de que los soldados rusos utilizan un discurso de
odio genocida en sus justificaciones de asesinatos y violaciones,
etcétera. Los ucranianos han llegado a la conclusión, con razón, de que
luchan por la supervivencia nacional. Habermas alude a la difícil
situación ucraniana en sus comentarios sobre las generaciones heroicas y
posheroicas, pero esta forma alemana de plantear el problema aleja al
lector de la experiencia ucraniana y quizá de las cuestiones más
importantes. Pienso en Roman Ratushnyi, que murió en combate poco antes
de cumplir veinticinco años. Roman era un activista cívico de dieciséis
años en 2013, cuando protestó a favor de una asociación más estrecha
entre Ucrania y la Unión Europea. Entonces se dio a conocer en Kiev como
activista ecológico, defendiendo los espacios verdes de dudosos planes
de desarrollo. Su vida y su actividad estaban orientadas hacia el
futuro.
Estoy
seguro de que Habermas tiene razón en que las anteriores generaciones
alemanas y los jóvenes deberían hacer un mayor esfuerzo por entenderse,
pero no es aquí donde encontramos los problemas más acuciantes. La
guerra ruso-ucraniana es un conflicto entre generaciones de una forma
mucho más directa, en el sentido de que los hombres que importan en la
política rusa son una generación entera mayor que los hombres y mujeres
que dirigen Ucrania. Putin libra su guerra en nombre de un pasado
mítico: se refiere al siglo X (un bautismo por un vikingo) o al siglo
XVIII (Pedro el Grande) como justificaciones para una guerra de agresión
en el siglo XXI. La generación ucraniana ahora en el poder es la
primera formada después de 1991, y su valor reside en la defensa de lo
construido desde entonces, y en la defensa de un futuro europeo normal.
Los hombres y mujeres que luchan en la guerra, algunos jóvenes y otros
no tanto, relacionan la supervivencia nacional, de forma comprensible,
con una vida normal y un futuro en la Unión Europea. Arriesgan y pierden
la vida por ello. Eso puede considerarse ciertamente heroico, pero
quizá de una manera que podemos entender. Poco tiene que ver con los
debates en lengua alemana sobre el heroísmo, que en un contexto alemán
está contaminado por el lenguaje nazi. Pero ¿es realmente el contexto
lingüístico alemán el que debe guiar los juicios alemanes sobre otros
pueblos? Cuando Habermas se detiene solo en los problemas que esto
plantea entre su generación y las más jóvenes, elude cualquier
confrontación con la racionalidad de la resistencia ucraniana.
“NOSOTROS TAMBIÉN TENEMOS MIEDO”
A
principios de la guerra, Katja Petrowskaja publicó un breve texto
titulado “Amuleto para la resistencia ucraniana” que incluía la
sorprendente observación de que eran los amigos de Kiev quienes la
consolaban en Berlín. Es algo que hemos experimentado quienes hemos
permanecido en contacto con colegas ucranianos durante la guerra: que su
nivel de discurso ha sido menos emocional y más racional que el que
prevalece en nuestros propios países. Leyendo a Habermas, pensé en
algunas de las discusiones excesivamente racionales que he mantenido con
ucranianos desde que empezó la guerra. Por regla general, los temas
dominantes son: la soberanía del Estado, su futuro en Europa y la
necesidad de proteger a las generaciones venideras.
Cuando
pregunté al alcalde de Bucha qué debía decir a los europeos, se lo
pensó unos minutos y me respondió que les dijera que “nosotros también
tenemos miedo”. Intentaba tender la mano a los occidentales, mostrar que
comprendía que los alemanes y otros podían estar asustados por la
guerra. Fue un gesto generoso, ya que los temores de la gente de su
propia ciudad (y de su propio país) están justificados por la
experiencia del caos y el asesinato, mientras que los de los alemanes
son especulativos y pueden ser autocomplacientes. La siguiente frase del
alcalde fue: “Luchamos porque tenemos que hacerlo.” Bucha e Irpin, que
ahora conocemos como lugares de atrocidad, eran antes de la guerra
suburbios normales de una capital, desde los que la gente se desplazaba a
trabajar todos los días. La guerra ha privado a los habitantes de esos
lugares de sus vidas y sus bienes, también de algo que parece menos
dramático pero que supone una gran pérdida humana: la sensación de
normalidad cotidiana, de prosperidad alcanzable, de un futuro que podría
ser mejor que el pasado. En Ucrania, esto es especialmente desgarrador,
ya que las catástrofes del terror y la guerra han hecho que estos
últimos treinta años hayan sido la primera oportunidad real de crear
generaciones orientadas hacia el futuro.
HABERMAS NO DA NOMBRE NI VOZ A NINGÚN UCRANIANO
El
presidente ucraniano, que no aparece nombrado en el ensayo de Habermas,
solo figura como alguien “que entiende el poder de las imágenes”. A
partir de tal descripción, el lector nunca adivinaría que Zelensky ha
formulado durante esta guerra algunos argumentos filosóficos bastante
reveladores sobre la relación entre el autoengaño y la guerra. Es una
descripción curiosamente limitada del talento de Volodímir Zelensky, que
se queda corta en medio de una realidad que es mucho más horrible que
las imágenes que llegan a los alemanes. Habermas admite que detrás de lo
que él llama complacientemente “escenografía familiar” hay un daño
humano real. Sin embargo, nos encontramos con un filósofo alemán que
describe a un presidente judío que está en el centro de la historia
mundial como una especie de productor de Hollywood. Este es un lugar
incómodo para terminar el debate sobre Zelensky, pero ahí termina.
Nada
en el discurso alemán preparó a los alemanes para la realidad de un
ataque ruso y la realidad de la resistencia ucraniana. Ante ese doble
fracaso, parece razonable preguntarse si hay algo fundamental en el
discurso alemán susceptible de repararse, quizá atendiendo a discursos y
racionalidades más allá de Alemania. La primera regla del discurso
poscolonial es que hay que dejar hablar a los colonizados. Sin embargo,
Habermas no da nombre a ningún ucraniano, y mucho menos voz. El único
europeo oriental que tiene nombre y voz en el ensayo de Habermas es
Vladímir Putin. A Habermas no parece ocurrírsele que durante décadas el
“poder de las imágenes”, en forma de ficción, ha funcionado para Rusia
en Alemania. De hecho, en su irritación por el hecho de que Zelensky
haya llamado la atención en Alemania, Habermas parece olvidar que
Alemania ha estado inundada de propaganda rusa durante treinta años.
Durante décadas, los tropos rusos han sido mucho más importantes en
Alemania que la realidad ucraniana.
UNA DERROTA DE RUSIA NO CONDUCIRÁ A UNA GUERRA NUCLEAR
Un
estudioso del discurso podría plantearse ese problema. En cambio,
Habermas repite y respalda la propaganda rusa sobre el riesgo de una
guerra nuclear, al tiempo que ignora la estructura básica del discurso
político ruso. Parece creer en un escenario en el que Putin se viera
acorralado de algún modo por su propia guerra, y se viera obligado a
intensificar la violencia. Sabemos que una derrota humillante para Rusia
no conducirá a una guerra nuclear. Rusia fue derrotada y, de hecho,
humillada en la batalla de Kiev, pero no utilizó armas nucleares ni
intensificó la violencia. Sucedió lo contrario, mientras los
propagandistas rusos reformulaban la historia de la guerra en la
televisión rusa. Las tropas rusas no pueden ser acorraladas, ya que
pueden retirarse a Rusia. Putin no puede ser acorralado, ya que gobierna
sobre la base de una realidad virtual creada por unos medios de
comunicación que él mismo controla. Sabemos que puede fracasar en la
consecución de sus propios objetivos anunciados en una guerra (como hizo
en Ucrania en 2015) y simplemente cambiar de tema. Puede hacer que todo
su aparato de propaganda insista en que una nueva invasión de Ucrania
es imposible (como hizo en 2021) y luego ordenar una invasión de
Ucrania. Si cree que está perdiendo en Ucrania, hará que sus canales de
televisión anuncien una victoria y cambiará de tema. Así es como
funciona el discurso ruso, y solo dentro de él puede entenderse la
racionalidad de Putin.
En
lugar de considerar estas racionalidades ucranianas o rusas del siglo
XXI, Habermas plantea su caso dentro del cómodo nido de la Alemania
Occidental durante la Guerra Fría, un periodo en el que los alemanes
eran menos responsables del destino de Europa, y no se esperaba que
ningún intelectual alemán pensara en Ucrania. Se trata de un escenario
etnográficamente muy específico, que Habermas parece confundir con la
razón universal. Las generaciones más jóvenes no entienden, quiere
hacernos saber Habermas, las lecciones fundamentales de las décadas de
1950, 1960 y 1970. Desgraciadamente, lo que dice sobre ese periodo es,
de hecho, casi siempre equivocado. Habermas basa toda su argumentación
en la afirmación histórica de que la Guerra Fría demostró que ninguna
potencia nuclear podía perder una guerra. Esto es incorrecto. Tanto la
Unión Soviética como Estados Unidos perdieron guerras importantes
durante la Guerra Fría (y tanto Estados Unidos como Rusia han perdido
guerras desde entonces). Estados Unidos fue derrotado por Vietnam del
Norte, la URSS por Afganistán, y así sucesivamente.
HABERMAS HA HECHO MÁS PROBABLE LA DERROTA DE UCRANIA
Habermas
trata su experiencia subjetiva de Alemania Occidental durante la Guerra
Fría como una verdad histórica, y extrae de ella la lección de que
Ucrania no puede derrotar hoy a Rusia. Defiende una política exterior
alemana basada en un razonamiento falso. Al contribuir a que una parte
de la opinión pública alemana se incline por la tesis de que Ucrania no
puede ganar la guerra, y al contribuir con ello a retrasar la entrega de
las armas necesarias, Habermas hace más probable la derrota de Ucrania.
Y de ese modo, hace más probable el colapso de Europa. El daño no
termina ahí. En sí mismo, el argumento (incorrecto) de Habermas sobre el
poder de las armas nucleares en los asuntos internacionales es muy
peligroso. Si se cree en él, hará más probable una guerra nuclear real.
Tratar las armas nucleares como una especie de objeto sagrado que hace
invencible a su propietario equivale a hacer propaganda a favor de la
proliferación nuclear.
Habermas
describe la Guerra Fría como una época de “paz”. Es un ejemplo de lo
que los pensadores no europeos podrían llamar “eurocentrismo”, o lo que
los izquierdistas de Europa del Este llaman westsplaining. En opinión de
Habermas, que resulta familiar a cualquiera que haya estado sometido a
la propaganda de la UE durante décadas, los europeos en general y los
alemanes en particular aprendieron de la Segunda Guerra Mundial que los
conflictos deben resolverse por medios pacíficos. Pero los pueblos
europeos no aprendieron esa lección de la Segunda Guerra Mundial.
Durante esa contienda, Alemania luchó por las colonias hasta quedar
exhausta y derrotada. Incluso en su celda de la prisión de Polonia,
Jürgen Stroop reflexionaba sobre Ucrania como tierra de leche y miel.
Tras la Segunda Guerra Mundial, otros Estados europeos lucharon en
guerras coloniales por todo el mundo hasta que fueron derrotados o ya no
pudieron permitírselo. Al igual que la integración europea ha permitido
a los alemanes olvidar el aspecto colonial de su guerra, también ha
permitido a los europeos occidentales olvidar sus guerras coloniales de
los años cincuenta, sesenta y setenta. Cuando se perdieron las guerras
coloniales, los líderes europeos empezaron a hablar de Europa.
RUSIA ESTÁ LUCHANDO UNA GUERRA COLONIAL CONTRA UCRANIA
El
relato de los Estados nación que aprendieron la lección de 1945 resulta
gratificante para los europeos porque les permite ignorar la atrocidad
colonial. Pero el olvido de la guerra colonial permite olvidar sus
lecciones. Rusia está librando hoy una guerra colonial contra Ucrania,
con una retórica y unas tácticas que deberían resultar conocidas después
de quinientos años de historia europea (y en particular después de la
retórica colonial nazi en el Este). Como los europeos en general (y los
alemanes en particular) no han procesado su propia historia colonial, a
veces se les escapa una lección obvia de la guerra ruso-ucraniana: el
imperio tiene que perder una guerra colonial si quiere dejar de ser un
imperio.
Habermas
parece nostálgico de una época en la que todo el mundo entendía las
cosas que él considera evidentes. Pero no debería esperar que a la gente
le resulten evidentes cosas que no han experimentado, o cuando su
interpretación de ellas es errónea. Su Alemania es impotente en asuntos
internacionales, y su política interior consiste en hablar. Pero lo que
realmente importa es dónde empieza la conversación y cómo se orienta. Si
se pretende que discurra en círculos, no es en absoluto neutral, ni
desde luego inocente. Tratar la conversación como un fin en sí mismo
puede conducir a que se pierda el tiempo necesario para la acción.
Hablar de armas pero no entregarlas, por ejemplo, crea la impresión de
que se ha hecho algo, lo que puede tranquilizar las conciencias y
deformar las discusiones sobre el curso de una guerra. Como siempre ha
sostenido el propio Habermas, la forma que adopta el discurso es muy
importante. Una vez que comprendemos el poder del discurso,
comprenderemos el poder de aquellos –por ejemplo, autoridades morales
respetadas– que vigilan sus límites, manipulan la memoria histórica y
excluyen las voces de los vulnerables.
LA DECISIÓN DE CONSTRUIR NORDSTEAM 2 FUE ESCANDALOSA
Los
errores históricos de Habermas minimizan la responsabilidad de Alemania
en el actual estado de cosas, o más bien, y de forma bastante extraña
para un filósofo, la responsabilidad de un político en concreto. Al
escribir desde la perspectiva de una Alemania Occidental
sentimentalizada en la década de 1970, Habermas no presenta a Alemania
como una gran democracia con poder y responsabilidad, sino como al
Kremlin le gustaría que la vieran los alemanes de hoy: como un peón en
un juego mayor, sin más opción que someterse a realidades mayores. Esta
postura de sumisión es quizás cómoda, ya que permite a Habermas ignorar
las decisiones soberanas que incluso la Alemania Occidental de los años
setenta era capaz de tomar, como la decisión de comprometerse con la
Unión Soviética. Esa tradición de Ostpolitik se transformó, con
demasiada poca reflexión, en la nueva Ostpolitik de comprar
hidrocarburos rusos a una oligarquía que avanza constantemente hacia el
imperialismo y hacia la extrema derecha. Dado que los miembros más
razonables del SPD de la tradición de la Ostpolitik han reflexionado
sobre su propio pasado, parece que merece la pena preguntarse si el
compromiso irreflexivo de Alemania con Rusia hizo más probable esta
guerra. Pero Habermas no medita sobre este punto.
Habermas
no reconoce 1989, 1990 ni 1991 como puntos de inflexión importantes. En
su opinión, Alemania no ha hecho gran cosa en los últimos treinta años.
Menciona de pasada el “fracaso de los gobiernos alemanes” a la hora de
evitar la dependencia del petróleo y el gas rusos. Pero esa fue una
elección alemana, cuando había muchas otras disponibles. La decisión de
abandonar la energía nuclear fue desconcertante; la decisión de
construir NordSteam 2 después de que Rusia invadiera Ucrania en 2014 fue
escandalosa. Estas decisiones de Alemania tuvieron consecuencias
desastrosas. La elección de depender de las exportaciones rusas de
energía también comprometió el debate político alemán. A pesar de toda
la atención que pone en el discurso, Habermas parece no haberse dado
cuenta de esto. Las elecciones políticas de Alemania en el siglo XXI han
servido para financiar la guerra destructiva de Rusia. Mientras eso sea
así, los alemanes no pueden pretender no estar implicados en la
contienda. Han participado, sobre todo en el bando equivocado.
Hablar
es importante. Hablar puede ser muy importante en política. En este
sentido, Habermas siempre ha tenido razón. Pero siempre se ha equivocado
(tanto en la Historikerstreit de los años ochenta como ahora) al trazar
una frontera nacional alemana en torno a las discusiones. En la
discusión sobre el Holocausto de entonces, como en la discusión sobre
Ucrania de ahora, Habermas se equivoca al pensar que es posible confiar
en el sentido común alemán y que las voces emocionales del este solo
perturban a una élite alemana racional. Ningún discurso nacional sensato
puede tener lugar dentro de un contenedor exclusivamente nacional. En
particular, todo país con una historia colonial debe atender a las voces
de los pueblos que han sido colonizados. Como antigua potencia colonial
en Ucrania, y como socio económico de la actual potencia colonial en
Ucrania, los alemanes estaban doblemente obligados a escuchar a los
ucranianos, idealmente antes de la guerra, y como muy tarde en los días y
semanas posteriores al estallido de la misma. Esto sencillamente no
ocurrió.
Para
Habermas, uno de los principales problemas de la vida política alemana
es que los críticos de la política alemana son demasiado estridentes.
Pero esos críticos tenían razón. Alemania estuvo a punto de cometer un
error y sus vecinos nunca lo olvidarán. Habermas se equivoca
profundamente en su valoración del deber del intelectual en tiempos de
guerra. En sus esfuerzos por arbitrar el debate alemán, malinterpreta la
historia contemporánea, deja de lado los fracasos alemanes recientes en
la política hacia Rusia, excluye perspectivas desconocidas y categoriza
el argumento ético como imagen o emoción. El discurso es importante,
como siempre ha defendido Habermas, porque puede generar los conceptos y
valores que amplían el sentido de la solidaridad y la responsabilidad.
Pero esto solo es posible cuando el pasado está presente y se escucha al
otro. Lo que Habermas ha hecho es dirigir el discurso alemán lejos de
las realidades del pasado y las posibilidades del presente, y hacia la
autoestima nacional. De este modo, ha retrasado el ajuste de cuentas de
los alemanes con el pasado, ha hecho perder el tiempo cuando hay que
tomar decisiones importantes y ha contribuido a llevar a Alemania al
umbral de otro colapso moral. ~
Publicado originalmente en Frankfurter Allgemeine Zeitung.
Timothy Snyder (1969)
es historiador estadounidense, profesor en la Universidad de Yale,
especializado en la historia de Europa Central y del Este y en el
Holocausto.
Postado há 4 days ago por Orlando Tambosi
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