As loucuras sociais que padecemos não vêm das conspirações de plutocratas perversos, mas dos impulsos altruístas de benévolos amalucados. Fernando Savater para The Objective:
Uno
de esos dichos populares cuya profundo acierto y sorprendente
actualidad ya no percibimos por haberlos oído repetir demasiadas veces
asegura que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones.
Podría ser realmente el lema de nuestra época: en la puerta del
infierno posmoderno, el que nos toca, en lugar de «Abandonad toda
esperanza» debe poner «Aquí conducen las buenas intenciones». Porque la
mayoría de las locuras sociales que padecemos no provienen de
conspiraciones de plutócratas perversos ni de la zapa de ideólogos
totalitarios sino de los impulsos altruistas de benévolos chalados que
han decidido seguir con ahínco el camino mas peligroso: hacer el bien
sin mirar a quién, tiemblen ustedes y lo que es peor, sin reparar en
cómo. Así en Sri Lanka sustituir radicalmente por productos «orgánicos»
los fertilizantes químicos ha llevado a cosechas desastrosas que
motivaron una revolución en el país, mientras en España las celosas
medidas de burócratas ecologistas que han prohibido toda intervención
tradicional en los bosques los ha dejado listos para ser pasto de las llamas
y los orgullosos defensores de toda diversidad sexual patrocinan una
autodeterminación de género que acaba de una misma tacada con la
biología, el feminismo y el sentido común. Y muchos mas ejemplos que
ustedes conocen todos los días por los medios pero no se atreven a
criticar para no ser «cancelados» por los gestores oficiales de las
buenas intenciones…
Si
uno ha decidido tener un perro como mascota (es decir, no para cazar,
ni para cuidar un rebaño, ayudar a un ciego o vigilar una finca), si uno
quiere tener un perro como compañía, como una especie de amigo
canino…bueno, entonces debe tratarlo humanamente. Pero tratarlo
humanamente no quiere decir ni mucho menos tratarlo como si fuera
humano. Al contrario, tratarlo como si fuera humano es literalmente
maltratarlo, comportarse con él a nuestro gusto y no al suyo. El
emperador Calígula, que no fue precisamente un dechado de humanismo ni
un ejemplo de humanitarismo, nombró senador a su caballo Incitatus.
Puede que fuese una ironía de déspota, pero en cualquier caso no se
puede considerar que ese sea el trato debido a un equino ((aunque
tengamos a los demás senadores en poca estima). Pero hoy se cancelaría a
Calígula no por su inhumanidad ni por otros rasgos de locura, sino por
querer hacer trabajar al pobre Incitatus. ¿Con que derecho forzaba al
animalito a asistir a las sesiones del Senado? Hoy los perros mascotas
gozan de restaurantes pet-friendly dónde se les sirven menús especiales
para sus gustos, y después de saborearlos se les ofrecen sesiones de
cine adecuados para ellos (no, no son las series de Netflix que usted
suele ver) y hasta funciones de teatro perruno, que incluso pueden ser
representadas a domicilio para los chuchos mas hogareños. Para asistir a
esos espectáculos hay que estar elegantes y eso se consigue en las
tiendas de moda canina donde los animalitos (no sé si aún se los debe
llamar así) pueden encontrar desde un sombrerito hasta un par de botas y
por supuesto los últimos modelos de moda canina diseñados por firmas
importantes. No olvidemos las peluquerías para seres ladradores con
tratamientos especiales para cada tipo de pelo, etc… Por supuesto el
negocio de los veterinarios va viento en popa y en España hay ya mas
hogares con perros que con niños. Nada más lógico, en vista de que el
aborto es un derecho humano y pegarle una patada a un chucho un serio
delito. No podía faltar la presencia de estos privilegiados en las redes
sociales: ya existen petfluencers, chuchos con programa propio en
internet (de momento gestionados por sus avispados dueños, pero todo se
andará) y alguno como Jiffpom, un elocuente pomerania, tienen unos diez
millones de seguidores y su propio merchandising. Para que luego digan
que no hay interés por la cultura en el mundo audiovisual…
Este
asunto ha llegado a preocupar a algunos etólogos, que advierten de que
este exceso de «humanización» perruna puede producir trastornos de
conducta -agresividad, ansiedad…problemas humanos, demasiado humanos- en
los inocentes chuchos. Yo creo que por mal que estén, los más
trastornados son sus dueños. O sus variantes en otras especies, como esa
concejala parisina que cree injusto que a las ratas las llamen «ratas»
porque es un término despectivo (también los roedores tienen su
autoestima) o los empeñados en afirmar que a los toros de lidia se les
tortura… En fin, ¡petfluencers del mundo, uníos!
BLOG ORLANDO TAMBOSI

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