Ao contrário do que possa parecer, o passado evolui conosco no mesmo ritmo que o presente, condicionando-o e dando-lhe uma nova forma. Esther Peñas para a revista Ethic:
«El
pasado nunca se muere. Ni siquiera es pasado». La reflexión pertenece
al norteamericano William Faulkner (1897-1962), Nobel de Literatura en
1949 y uno de los escritores determinantes del XX. La suya es una
escritura cruel, locuaz y bellísima, pero ¿qué quiso decir con esa
sentencia? Son muchos los filósofos e intelectuales que han elaborado
profundas reflexiones sobre el vínculo entre el pasado y el presente,
pero quizás nadie sintetizó buena parte de las disquisiciones como el
autor de El ruido y la furia.
El
pasado no es un región clausurada y estéril. Al contrario, este es
dinámico, va modificándose con el tiempo, adquiriendo un sentido u
obteniendo un significado diferente. Nos acompañará siempre y, por
tanto, no muere, porque nos constituye. Somos lo que fuimos y también
somos lo que fueron otros. El pasado común incide en nuestra
construcción del mundo: a veces asomándose, a veces presidiendo. A lo
irreversible de todo suceso le corresponde un lugar distinto. Por
ejemplo, una ruptura amorosa reciente puede suponer un antes y un
después en nuestra andadura vital, si bien con la distancia puede ser
entendida como algo necesario e incluso deseable.
Que
el pasado no lo sea recoge la idea de que nuestro presente está
continuamente condicionado por el pasado, actualizándolo. Además, quizás
no lo justifique pero lo explica. Walter Benjamin habla de la memoria
no como una mera transición entre el pasado y el presente, sino como un
«tiempo lleno de la presencia del ahora»: el pasado reubica el presente
con vistas al futuro. El pasado, de nuevo, como algo vivo. Desde san
Agustín a Bergson, con Husserl y Sartre de por medio, entre otros, este
postulado ha sido refutado, apuntalado y matizado innumerables veces.
Sin
el pasado conectado con el presente, este sería incomprensible. Si
contemplamos los antecedentes temporales de un proceso se descubren los
fundamentos que lo explican. De hecho, podría hacerse hincapié también
en el concepto del continuum, tan visitado por pensadores, que sugiere
que no hay territorios temporales estancos, sino que pasado, presente y
futuro se entremezclan de manera continua, poniendo en duda la idea de
que el futuro sea mera –e indefinida– posibilidad.
Por
tanto, el pasado resulta tan movedizo como el propio presente. A él no
se viaja con la memoria como quien acude a una tumba, sino que los
recuerdos, cambiantes, van articulando nuestra subjetividad casi a
tiempo real. «Nada es como es, sino como se recuerda», aseguró
Valle-Inclán.
Para
el psicoanálisis, el hecho de que el pasado se actualice continuamente
en el presente es capital. Por eso tendemos a cometer los mismos
errores, escoger como pareja un determinado perfil –la pareja es el
síntoma, dicen los psicoanalistas–
y a combatir una y otra vez miedos que hunden su raíz en la infancia.
Menos dueños del presente de lo que creemos, en terapia uno observa cómo
el pasado entra como una fuerza viva para interactuar con él.
Pero
no solo el pasado individual, sino que también la memoria histórica y
colectiva marca los tiempos compartidos del ahora. Las fiestas, las
conmemoraciones o algo tan aparentemente inocente como los nombres de
las calles, las plazas, los edificios públicos y los cánones conforman
un espacio y una cultura que, a su vez, hace de nosotros lo que somos.
El hecho de que hoy en día se consideren sátrapas a quienes, en su
momento, fueron respetados como héroes, o viceversa, también viene a
refrendar ese pasado como algo capaz de crecer, en un sentido (luminoso)
y otro (tenebroso). De nuevo Benjamín recala en este pensamiento: la
humanidad ha de ensanchar en el presente el espacio que le concede al
pasado si apuesta por el progreso. Todo lo que vemos o tocamos es
producto de avatares e intervenciones que alguna vez ocurrieron y que,
de alguna manera, siguen ocurriendo: cabe pensar en las pirámides, el
Coliseum o el paisaje de las Médulas, pero también en nuestro propio
carácter, fruto de la cosecha y siembra de las experiencias y su
asimilación. En cierto modo, somos como somos porque hemos heredado los
valores de Alejandro Magno, de Cristo, de Colón, Goya o Velázquez. La
historia de las generaciones pasadas se hace presente en nosotros.
El
filósofo francés Michel Surya asegura que el pasado ocupa todo el
espacio que se debería emplear en pensar el presente. Es decir, no solo
que el presente es deudor del pasado sino su lacayo. Por el contrario,
Todorov se pregunta si el pasado no está sobrevalorado, y asegura que la
importancia ha de colocarse en el presente y el porvenir. Algo similar
al postulado de Hawking, para quien pasado y futuro no existen.
En
cualquier caso, parece que el pasado inamovible sobre existe en los
tiempos verbales. Fuera de ellos, ni el pretérito pluscuamperfecto, ni
el perfecto simple o compuesto lo son tanto.
Postado há 1 week ago por Orlando Tambosi
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