A física e a engenharia imitam cada vez mais os seres vivos para avançar na tecnologia. Javier Sampedro para El País:
Imagina algo parecido a ChatGPT y elévalo al cubo. Luego añádele otros mecanismos que no se basen en engullir millones de textos e imágenes etiquetadas a lo bestia, sino
en las reglas de la lógica sistematizadas desde Aristóteles hasta Kurt
Gödel pasando por Bertrand Russell. Súmale la forma de pensar de un
genio matemático como Emmy Noether y dos biólogas visionarias como
Barbara McClintock y Lynn Margulis, y de todos los demás premios Nobel
que quieras. Con mucha suerte, habrás obtenido una inteligencia
artificial capaz de razonar, planear y resolver problemas. Ponle
emociones y la capacidad de sufrir y disfrutar de la vida y tendrás el
robot que dibujó este miércoles El Roto, que decía azorado: “Para obtener el carnet de robot me exigen un curso de humanidades”. Bienvenida al mundo, máquina.
¿Qué
más podemos ponerle a nuestro gólem de altísima tecnología? Oh sí,
vendría bien que se autoorganizara a partir de un minúsculo plano que se
pueda empaquetar en una milésima de milímetro. Sin ingenieros ni
técnicos que dirigieran el proceso. Sin ningún control central. Habrá
que esperar décadas y siglos para que logremos ese prodigio tecnológico,
¿no es cierto? Pero espera, no, no, eso ya existe desde hace mucho. Lo
llamamos cerebro humano.
Generaciones
de físicos e ingenieros han caído víctimas de un mito persistente que
podríamos remontar a Ernest Rutherford y su famosa ocurrencia: “Toda
ciencia es física o coleccionismo de sellos”. Con una sorna no exenta de
gracia, quiere decir que los principios generales, las verdaderas leyes
de la naturaleza, pertenecen a la escala de los átomos y más abajo,
donde el mundo se deja reducir a unas pocas ecuaciones simples y de gran
poder predictivo. Cuando uno salta de ahí a los seres vivos, la cosa se
enturbia de forma miserable y los científicos, o aspirantes a serlo,
tienen que limitarse a elaborar catálogos —colecciones de sellos— que no
se avienen a la lógica ni al pensamiento abarcador. Son meras listas de
cosas, como una guía de teléfonos, y tan inútiles como ella para
entender el mundo.
Hay
otro tipo de físicos e ingenieros que, por fortuna, no se han tomado en
serio la boutade de Rutherford, han percibido con toda claridad que los
seres vivos están repletos de buenas ideas y excelentes soluciones a
los problemas que nos plantea la dura realidad de ahí fuera —la realidad
física— y se han propuesto entenderlas a fondo para copiarlas en
nuestra tecnología. Esta ingeniería inspirada en la biología, llamada a
veces biomimesis o biomimetismo, ha producido ya notables aplicaciones.
Los desarrolladores de fármacos utilizan células vivas o enzimas
(catalizadores biológicos) para diseñar y manufacturar vacunas y
medicamentos que salvan millones de vidas. Los biólogos sintéticos
modifican los genes de las células para luchar contra el cáncer o
mejorar la alimentación humana. El mismísimo proceso de la evolución que
nos ha creado se puede domesticar para ponerlo al servicio de la salud y
de la industria. El Instituto Wyss
de la Universidad de Harvard se dedica exclusivamente a generar
innovaciones rompedoras inspiradas en la naturaleza. Por escandaloso que
parezca, se puede sostener que el futuro de la tecnología es la
biología. No está mal para una ciencia que empezó como coleccionismo de
sellos.
Postado há 3 weeks ago por Orlando Tambosi
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