BLOG ORLANDO TAMBOSI
Centro histórico de Sibiu, na Transilvânia. |
Da Praia de Southampton ao território gelado de Porto Williams, nos confins da América. Almoço napolitano ao ritmo da tarantela, um entardecer na agitação de Nova Delhi ou os olhos dos telhados de Sibiu. Tudo em uma jornada de letras e viagens. Winston Manrique Sabogal para o El País:
¿Quién
no ha fantaseado alguna vez con ver distintos lugares del planeta en
una misma jornada? Chasquear los dedos y viajar en el tiempo para
amanecer aquí, desayunar allá, dormir quién sabe dónde… Nueve escritores
hacen realidad ese periplo al evocar algunos de estos momentos en su
vida. De madrugada, un hombre nada en la costa de Inglaterra. En la
Patagonia chilena, los caballos galopan con los primeros rayos del sol.
La vista de los Andes acompaña el desayuno, y la mañana termina entre
los secretos de la isla griega de Egina y una comida amenizada por las
tarantelas napolitanas. Después, una tarde en el pueblo fantasma de
Granadilla o en una librería en Nueva Delhi donde se habla de
literatura. La ciudad de Sibiu es el escenario para la cena mientras la
noche discurre serpenteando por carreteras gallegas. Ventanas de un día
repartido por todo el globo.
Philip Hoare
De madrugada nadando en Southampton
Con
un mar espolvoreado de luna o de oscuridad rizada de estrellas, el
escritor Philip Hoare remueve con su nado las aguas próximas de la playa
de Southampton, al sur de Inglaterra.
Cada día, a las tres de la madrugada, va allí desde que tiene 29 años,
la edad en que aprendió a nadar y volvió a nacer. Hoy tiene 63, pero
aquel año una mujer octogenaria le enseñó a nadar en una piscina para
luego descubrir el milagro del mar. Después se convirtió en el tema
literario que le ha dado un sitio en la literatura contemporánea.
“El
mar es donde quiero estar. Es el único lugar en el que me siento
realmente cómodo. Tal vez sea porque no aprendí a nadar hasta los 30
años. Ahora, todas las mañanas me dirijo a la orilla, en Southampton: a
las tres de la madrugada, en la oscuridad, incluso en el invierno.
Conozco mi playa local tan bien que casi podría contar las piedras de la
orilla. Allí me lanzo a lo desconocido. Es ese abandono de la tierra lo
que me lleva a seguir. El mar no obedece ninguna de nuestras leyes. Por
eso al punk que hay en mí le gusta tanto. Me acerco a él en la
oscuridad envolvente y me encuentro con mi yo más joven que regresa de
un club nocturno. Y veo todos mis años detrás de mí y todo el mar por
delante. Mientras todavía tengamos el mar, tenemos esperanza, dijo
Jacques Cousteau. El mar y la costa significan muchas cosas: angustia y
esperanza, mortalidad y belleza, fugacidad y perseverancia. Después de
todo, todos llegamos a estar en un mar amniótico, en el vientre de
nuestra madre. El mar dentro de todos nosotros”.
Y todas sus leyendas de todos los tiempos por vivir y sentir como lo ha hecho Philip Hoare nadando en casi todos los mares.
Philip Hoare (Southampton, 1958) es autor de ‘Leviatán o la ballena’, ‘El mar interior’ o ‘El alma del mar’.
María José Ferrada
Amanecer en los confines del mundo
Antes de que la humanidad comprobara que la Tierra era redonda, el fin del mundo estaba en España: desde cabo Fisterra se veía el horizonte de las aguas y, tras él, el abismo con monstruos y misterios de la imaginación. Cinco siglos después, ese finis terrae
en el imaginario universal está al final del mapa de Chile, donde más
allá de Puerto Williams —la población más austral del mundo— y del mar
bravío, todo es hielo. Hasta allí nos lleva la escritora chilena María
José Ferrada.
“Decimos
que es la última ciudad del mundo; después, solo hay agua y hielo. Así
que, imaginando que camino por el mapa de Chile, que tantas veces dibujé
en el colegio, al día siguiente de mi llegada —en una avioneta para 14
personas que sale desde Punta Arenas— voy a la orilla del mar que,
siguiendo la lógica de mi dibujo, debería ser también la última orilla.
Son
cerca de las siete de la mañana cuando comienzo la caminata desde mi
hotel hasta Villa Ukika, donde viven los últimos descendientes del
pueblo yagán. Entre ellos una anciana, última hablante de su lengua. La
veré al día siguiente en el taller que organiza una universidad: ella
contará su infancia y los niños, mientras la escuchan, harán dibujos.
En
el camino —árboles y calles, rodeados de montañas que por millones de
años han estado nevadas— me topo con seis o siete caballos, animales que
son los dueños del amanecer en Puerto Williams. Me pregunto dónde irán
por las tardes y si cuando sea mi lengua la que desaparezca seguirán
galopando por aquí. Me siento en una banca a mirar el océano y un niño,
que no sé de dónde vino, se sienta a mi lado.
—¿Tiene frío usted? —pregunta.
—Sí —le respondo.
—Yo no —dice orgulloso.
La
historia de que los yaganes se metían a este mismo mar a mariscar, con
varios grados bajo cero, la escucharé al día siguiente de boca de la
anciana. Los niños la dibujarán en hojas blancas. Para hacer una montaña
nevada solo se necesita un lápiz negro. Para el mar, en cambio, todos
los lápices azules”.
Saldrá el sol, y sus destellos bailarán sobre las montañas heladas y el mar de todos los azules al movimiento de la mirada.
María José Ferrada (Santiago de Chile, 1977) es autora de novelas como ‘El hombre del cartel’ y ‘Kramp’.
Katya Adaui
Desayuno frente a los Andes
Elegir
un desayuno en un lugar del mundo para contar y compartir no es algo
fácil. ¿El que se disfruta en la propia casa? ¿El de Lima, la ciudad
donde Katya Adaui nació e impulsó hacia el futuro? ¿O uno de aquellos
recuerdos que se arremolinan en la memoria? Al final, la elección es el
más reciente, por más fresco y vívido. Uno desde donde se ve cómo el sol
dora los Andes. Es la hora del desayuno en Mendoza (Argentina), y este es un recuerdo de cuento de la escritora peruana que el lector debe completar y terminar.
“Desayunar
por primera vez en Mendoza, con la vista hacia los Andes. Pan con palta
[aguacate] y jugo de naranja. Entre amigos, hay un niño de casi dos
años que nos mira curioso desde una columna y dice de sí mismo: ‘Tímido
el bebé’. Luego de celebrar la comida simple en el paisaje tremendo,
coincidimos en que nos cuesta comenzar el día hablando. E inmediatamente
después, casi al unísono: ‘¡Hay que saber soportar esta felicidad!’.
Eran las nueve de la mañana bajo un sol calcinante, pero en una
semisombra”.
Enfrente,
la cordillera imponente que recorre el lado oeste de Sudamérica, casi
como si se pudiera tocar al estirar el brazo desde una ventana
cualquiera.
Katya
Adaui (Lima, 1977) es autora de los volúmenes de cuentos ‘Aquí hay
icebergs’, ‘Algo se nos ha escapado’ y ‘Geografía de la oscuridad’, y de
la novela ‘Nunca sabré lo que entiendo’.
Ana Blandiana
Camino al mediodía en la isla de Egina
En
las islas del Egeo se cruzan los sueños de millones de personas de
todos los tiempos. Visitas imaginadas gracias a la historia, la
literatura y las leyendas. A Egina, una de esas islas del Peloponeso,
nos lleva la poeta rumana Ana Blandiana.
“La isla de Egina es una de esas maravillas griegas
que se componen de un templo, la montaña y el mar. Llegué en barco y
después subí la montaña cubierta de un bosque de pinos hacia el templo.
La cuesta era empinada, y fui subiendo a lo largo del día, que a su vez
ascendía hacia el mediodía, de pino en pino, como escalones hacia el
Parnaso, pero escalones vivos, solidarios conmigo, como si, pasando
desde mi propio reino a través del reino vegetal, alcanzara más
fácilmente el mineral y el metafísico. Hasta que me di cuenta con
asombro de que en el tronco de cada pino estaba fijada una polea sobre
la que había un platillo sabiamente colocado, de modo que las lágrimas
de resina del árbol mellado a pocos centímetros más arriba se acumulaban
en sus profundidades.
Había
creído que estaba atravesando un bosque, pero avanzaba por una fábrica
especializada en extraer beneficios de las lágrimas de los pinos. Y, de
repente, me sentí culpable por mis semejantes y no pude evitar
preguntarme si nosotros, por nuestra parte, no lloramos para que, en
otro reino, otros seres se enriquezcan con nuestras lágrimas”.
La brisa no falta y mece la pregunta inquieta de la poeta, juega con ella y responde entre las ramas y hojas del pinar.
Ana
Blandiana (Timisoara, 1942) es autora de los poemarios ‘Octubre,
noviembre, diciembre’, ‘Primera persona del plural / El talón
vulnerable’ y ‘Variaciones sobre un tema dado’.
Guadalupe Nettel
Comida napolitana a ritmo de tarantela
Cualquiera de las Italias que se escoja para comer es una buena elección de sabor y ritmo. Esta es Nápoles a ritmo de tarantela y el rumor tranquilo de la playa del Tirreno. Allí se concentra el país a los ojos de Guadalupe Nettel.
“Antes
de llegar el campo está poblado de olivos casi sin sombras porque el
sol está en lo más alto. Vamos a comer y es importante hacerlo con
amigos con los que se puede conversar y reír. Pronto llegamos a la
orilla de las aguas del Tirreno en una terraza cerca del Palazzo
Donn’Anna. En nuestra mesa de manteles blancos, antiguos y bordados
todos miramos que en una punta hay una ensalada caprese con buenos
tomates, mientras en la otra punta, ensalada de lechugas del huerto; en
el centro, crujientes fritti napolitanos; a otro lado: ¡sartù di riso!
para repetir y repetir con su ragú, champiñones, higaditos de pollo,
fior di latte provola… Entre bocados y palabras, buen vino, ¡obviamente!
De postre sfogliatelle y, claro, café y una copita de Strega. Todo
amenizado por un grupo de tarantela que anima el mediodía y que con su
música pronto nos levanta para bailar y llenarnos de Italia”.
Hasta
aquí llega el sonido de la tarantela, las risas y las conversaciones,
los gestos de amistad y la euforia del mediodía que regala Nápoles.
Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973) es autora de novelas como ‘La hija única’ o ‘El cuerpo en que nací’.
Gonzalo Hidalgo Bayal
Tarde en la fantasmal Granadilla
Las aguas del progreso de los pantanos de los sesenta amenazaron con inundar Granadilla
(Cáceres). Tierras de una luz prodigiosa de donde sus pobladores
debieron irse. No se inundó, y el tiempo trabajó en silencio con la
naturaleza. Por una de esas tardes novelescas nos lleva el español
Gonzalo Hidalgo Bayal.
“Siempre
que volvemos recuerdo cuando acudimos por primera vez, en una tarde
tibiamente otoñal de hace muchos años. El pueblo estaba cerrado y solo
se abría en Todos los Santos para que los vecinos honraran a sus
muertos. Fue el día que aprovechamos para comprobar la magnitud de su
leyenda: rodeado el pueblo por las aguas del pantano e inundadas las
tierras de alrededor, los vecinos no tuvieron otra opción que
abandonarlo. Era un pueblo fantasma. Lo recorrimos con el
sobrecogimiento que producen las ruinas y la desolación. En algunos
tramos de la muralla se habían abierto brechas furtivas. La maleza
inundaba las calles. A través de las ventanas podían verse mesas,
sillas, camas, cacharros. La iglesia parecía un campo de batalla: un
capitel, una pilastra, la pila bautismal. Y fue allí donde alguien
recurrió a una frase difícil de olvidar: ‘Vine a Comala porque me
dijeron que acá vivía mi padre’. Granadilla no está ahora como entonces:
han desbrozado la maleza, restaurado las viviendas, la iglesia está
clausurada, la muralla en pie y numerosos curiosos la visitan. También
nosotros somos hoy viajeros reincidentes, empeñados en recrear la
atmósfera de esa tarde en la que la sombra del ciprés cobijó a Pedro
Páramo”.
Parafraseando la novela de Juan Rulfo:
vine a Granadilla porque me dijeron que acá vivieron… Como tantas
poblaciones abandonadas que terminan convertidas en cuadros vivos que
alojan los muertos y los recuerdos.
Gonzalo Hidalgo Bayal (Higuera de Albalat, 1950) es autor de ‘Campo de amapolas blancas’ o ‘Hervaciana’.
Santiago Gamboa
Atardecer en una librería de Nueva Delhi
Atardecer en una Sonidos, olores y colores del mundo se agolpan en Nueva Delhi.
Cruce de caminos de quienes quieren adentrarse en la India. Un día allí
no se olvida nunca, y una temporada hace que se vuelva a ella en los
recuerdos una y otra vez, como hace Santiago Gamboa.
“En
Delhi, en la ciudad que conocí y viví, no había muchos bares estilo
europeo para tomar aperitivos al final de la tarde, sino cafés de
bebidas no alcohólicas. Por eso mi lugar predilecto al atardecer era un
café-librería de tres pisos al sur de la ciudad, el Café Turtle,
en lo alto del mercado de Khan Market [cafeturtle.com]. Mi contertulio
solía ser Aparajit Chattopadhyay, profesor de Literatura, un brahmán de
Calcuta especialista en Neruda que fue guerrillero maoísta. El primer
piso es una librería bien surtida. A partir de ahí, subiendo por una
empinada escalera, están el salón y la terraza. El café o el té son
extraordinarios, lo mismo que el lassi, esa bebida a base de yogur que
puede estar batida con plátano, mango o papaya. Sobre los árboles,
contra el último cielo aún amarillo, se ven volar águilas, córvidos y,
en ciertas épocas, loros y pericos. Porque los pájaros son los
verdaderos dueños de esta ciudad. El tema privilegiado con Chatto era la
literatura. Octavio Paz en Nueva Delhi, sus poemas de Ladera este, su
gran libro de viajes Vislumbres de la India. Le hablo de mi deseo de
escribir sobre el país y me dice: ‘¡No narres una boda!’. Tal vez lo
único posible sea escribir en India. O desde India. Saco un cuaderno de
notas, para no olvidarlo. Desde este café, al atardecer. Luego bajo la
escalera y salgo otra vez a las calles ruidosas y enloquecidas”.
Retazos de Nueva Delhi, una ciudad donde hay que ir para romper tópicos.
Santiago Gamboa (Bogotá, 1965) es autor de ‘Perder es cuestión de método’, ‘Los impostores’ o ‘Colombian Psycho’.
Luna Miguel
Cenas llenas de historia en Sibiu
De todos los lugares del planeta para empezar la noche, uno en medio de montañas antiguas donde las historias legendarias de Transilvania
dieron paso a las historias reales del nazismo y el comunismo
desplazadas hoy por la poesía. Esta es la propuesta de la autora
española Luna Miguel.
“La primera vez que pisé Sibiu,
esa pequeña y fascinante ciudad cultural de Transilvania (Rumania),
tenía 23 años. Mi cuerpo pasearía por aquellas calles empedradas un par
de veces más, en los años sucesivos, pero mi mente, casi una década
después, ha mezclado todos los recuerdos de cada viaje, en parte, porque
siempre asistí como invitada a festivales de poesía organizados por una
comunidad de poetas jóvenes y fascinantes —Radu Vancu, Catalina
Stanislav, Vlad Pojoga—, pero también porque en cada una de mis visitas
disfruté, me reí y aprendí como nunca. Lo más impresionante de aquellos
eventos, a mi juicio, eran sus noches. Fuese con el frío del otoño o con
la brisa del verano, la oscuridad caía rápido sobre los ventanales como
los ojos de las casitas del centro, y las terrazas se llenaban de gente
bebiendo enormes vasos de cerveza que a mí se me antojaba baratísima.
Siendo yo vegetariana, me decanté por platos de polenta y de hongos
aderezados con salsas que picaban en la punta de la lengua. Todo el
mundo a mi alrededor comía carne. Carne vacuna de las montañas de
alrededor: por la mañana encontraríamos vacas en nuestras visitas a los
bosques y a los pueblillos donde nacían filósofos de esos que antaño
huían a París. Lo mejor de la cena no era la carne, ni la polenta, ni la
cerveza dura, ni tampoco los susurros de los maniquíes con forma de
vampiro que adornaban algunos establecimientos. Lo mejor de aquellas
cenas era aprender sobre la literatura visceral que muchos de ellos
practicaban. Sobre la precocidad de sus poetas: Vlad y Catalina fundaron
un festival, una revista y todo un movimiento literario con apenas 17
años. Y sobre su valentía a la hora de traducirse a sí mismos, de
reivindicarse como contemporáneos de todos nosotros, los que veníamos de
países más prósperos, pero altivamente rácanos; y al final, la suya,
una hospitalidad inigualable. ¿Cómo no querer brindar?”.
¡Chinchín! Por esas cenas susurradas de historias reales.
Luna
Miguel (Alcalá de Henares, 1990) es autora de poemarios como ‘El
arrecife de las sirenas’ y ‘Poesía masculina’ y de la novela ‘El funeral
de Lolita’.
Agustín Fernández Mallo
Noche oscura en la oscuridad gallega
Los
recuerdos de lo vivido en las noches suelen ser muy nítidos. Quizás
porque habitan el espacio soñado entre el deseo y la realidad. En la
noche empiezan y terminan el presente y el futuro, como la de Agustín
Fernández Mallo.
“La
noche en que supe que había terminado la carrera universitaria sentí la
necesidad de pasarla solo, retener la emoción. Pedí un coche prestado y
salí de Santiago de Compostela pasada la medianoche, en dirección Sur,
sin rumbo fijo, donde me guiaran los faros del coche. Pienso ahora que
los mejores viajes tienen algo de faro de coche, alumbran un lugar y
cuando llegas no te detienes porque ya están señalando otro más allá.
Recuerdo haberme sentido perdido, y reconfortado al atravesar pueblos
que conocía, Vilagarcía de Arousa, O Grove, Baiona. Amanecía cuando dejé
atrás la imponente catedral de Santa María de Tui. Seguí el cauce del
río Miño hasta A Guarda, con sus casas de colores amontonadas en el
puerto, junto al monte de Santa Tecla, del que había oído que desde su
cumbre hay una espectacular vista de la desembocadura del Miño y de
Portugal. En tanto ascendía, con las primeras luces del día, pasé por
los restos del castro de Santa Tecla,
poblado de cabañas de planta ovalada lo más parecido a naves de otro
mundo. Llegué al mirador de la cima. En efecto, el Miño se funde con el
océano en una lengua de agua y bruma, como a partir de entonces la vida,
pensé mientras observaba los barcos regresar de su pesca nocturna”.
Y así transcurre un día por diferentes lugares del mundo rodeados de agua. El día empieza dentro del mar y termina en su orilla.
Agustín Fernández Mallo (A Coruña, 1967) es autor de la trilogía de novelas ‘Nocilla’, ‘Limbo’ y ‘Trilogía de la guerra’.
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