Marcos Aguinis afirma, em artigo publicado pelo Instituto Independiente, que há um "amor secreto" dos povos em relação aos tiranos:
Abordé
este asunto en el programa Hora Clave y recibí tantos pedidos para que
lo escribiera, que cedo al reclamo. No dije nada original, porque ya lo
había desarrollado en uno de mis libros. En él me baso de nuevo ahora.
Sostuve
que existe un "romance secreto" con los tiranos, a quienes se llama,
según las épocas, caudillos, dictadores, "mano dura", personalidad
carismática o jefe autoritario. Por ejemplo, los caudillos, dueños de
vidas y haciendas, eran adorados por su valentía, su crueldad, su
viveza, su obstinación y hasta su generosidad caprichosa. Gobernaban
como un rey, pero no como cualquier rey, sino como un tirano, según el
clásico modelo que nos viene de la antigua Grecia.
Ricardo
Moscone, mientras realizaba una prolija investigación para componer su
exhaustiva biografía sobre Sócrates, revisó las frecuentes condenas a la
tiranía que realizaban los autores de aquel tiempo. Advirtió que
Sófocles quizás haya intitulado su tragedia inmortal con el nombre Edipo
, a secas. Dijo que tal vez haya preferido Edipo tirano . No Edipo rey ,
porque la palabra "rey" sólo es pronunciada una vez, hacia el final. La
palabra "tirano" es repetida siete veces.
Freud
se inspiró en esa tragedia para identificar el conflicto nuclear de la
neurosis, debido al incesto que Edipo comete con su madre y por haber
asesinado a su padre. En la Europa victoriana, cuando el psicoanálisis
realizaba sus primeros avances, era decisivo poner el acento en estos
puntos. Pero quedaban en la sombra otros, de gran riqueza. El complejo
de Edipo, centrado en esos dos aspectos, adquirió un enorme desarrollo
teórico; no así, en cambio, otro elemento básico: la tiranía, que esa
obra expone de un modo magistral.
El
desarrollo del argumento se adelanta a la técnica de las novelas
policiales, porque desde el comienzo presenta un enigma por resolver: la
causa de la peste que asolaba a Tebas. La peste no eran ratas o piojos o
culebras venenosas. La peste innominada, en realidad, eran la tiranía y
sus manejos. Edipo es un tirano que reúne en su personalidad y conducta
todas las lacras. Desconoce la jerarquía y dignidad del prójimo debido a
su narcisismo. Tiene tanto odio que enajena antiguos vínculos y hasta
lazos de sangre. No ama ni le alcanza lo mucho que ya tiene. Lo asaltan
accesos de furia. Grita fuerte e insulta, grosero. Su cabeza está
nublada por una incesante paranoia, que no le da reposo. Es incapaz de
escuchar los buenos consejos cuando se oponen a sus deseos o puntos de
vista y considera enemigos detestables a quienes los formulan.
No
soporta ninguna derrota. No admite errores. Su superyó es destructivo,
por lo cual es impotente para comprender al otro que, si no se doblega,
lo acusa de enemigo. Le hierve el anhelo de venganza contra quienes
considera un obstáculo para sus ambiciones, aunque antes lo hayan
servido como súbditos obedientes.
La
obra también revela que una tiranía puede instalarse por decisión
popular. Edipo es elegido por los ciudadanos de Tebas. En este aspecto,
no podemos sino redoblar nuestra admiración por Sófocles, que hace 2500
años nos advertía que los tiranos pueden acceder al poder con aplausos y
felicidad comunitaria. Hitler fue elegido. Chávez fue elegido. Eso no
garantiza que una vez en el trono, mantengan la ley y merezcan ser
alabados como demócratas. No alcanza la elección: es determinante cómo
se procede después. Si después corrompen las instituciones, persiguen a
los que piensan diferente, generan confrontaciones para justificar los
desquites y realizan una apropiación indebida del patrimonio ajeno, la
presunta democracia pasa a ser una tiranía.
El
retumbante coro de la tragedia Edipo tirano exige conservar las leyes.
Porque son las leyes lo primero que profana el tirano, esa singular
peste de la sociedad. Después el coro señala que la intemperancia
engendra a los tiranos y que, si llegan muy arriba, se despeñan, con
dolorosas consecuencias para todos.
En
Grecia, el vocablo tyrannos se aplicaba a dioses y hombres. Se refería
al poder absoluto y arbitrario que no respetaba la ley, cuyas normas
debían flotar por encima de ellos mismos. Es un tyrannos quien adopta
medidas despóticas que incluyen la fuerza: castiga, destituye,
descalifica, persigue, destierra y hasta mata.
El
tyrannos es violento. Es rencoroso. Prefiere permanecer ensimismado,
encerrado, sólo accesible a los aduladores, para sostener su mundo
ilusorio, autista. Ignora la piedad y el perdón, que considera signos de
peligrosa debilidad o derrota. Jamás se pone en el lugar del prójimo,
al que, en general, desprecia cuando no le sirve. Considera que merece
que todo le pertenezca. Por eso se dedica a confiscar los bienes ajenos.
Y no lo frena el pudor al mentir, en especial cuando asegura que ayuda a
los pobres y débiles. Pero los pobres siguen siendo pobres, para
constituir su ejército ciego, ignorante, que lo apoya para continuar
atornillado en el poder. Dice que gobierna para todos, pero es mentira,
porque margina sin clemencia a quienes no bajan la cabeza ante él ni
doblan la rodilla. Le fallan las percepciones debido a la omnipotencia
de su mente inmadura. Su soberbia requiere una reiterada convalidación
por parte de los aduladores, que deben servirle halagos como si fuesen
el pan de cada día. Es un negador tenaz de la realidad, a la que le
impide que llegue a su retina. Por eso, Edipo termina arrancándose los
ojos: ojos que se negaron a ver.
Es
notable que, cuando ya había perdido su cetro y, pese a semejante
debacle quería seguir mandando, su sucesor, el tirano Creonte, le
reprochó: "No quieras mandar en todo, Edipo, cuando incluso aquello en
que triunfaste no te ha dado provecho en la vida".
Según
Plutarco, uno de los famosos sabios de Grecia, llamado Bías de Priene,
cuando fue interrogado sobre los animales salvajes, contestó de esta
forma: "De los animales salvajes, el más feroz es el tirano, y de los
animales domésticos, el más peligroso es el adulador". Podemos agregar
que ambos se complementan y nutren bebiéndose la misma sangre.
En
la Argentina hemos disfrutado puestas escénicas inolvidables de la
tragedia de Sófocles. El psicoanálisis ha cepillado hasta la raíz, ida y
vuelta, el complejo de Edipo. No obstante, el tirano que los griegos
clásicos nos aconsejaban mantener lejos, como un mal endémico, sigue
vigente en el querer secreto de la sociedad.
Por
eso los elegimos, por eso no les ponemos límites o incluso negamos que
tengan rasgos ominosos. No denunciamos con fuerza sus defectos, sus
vicios y abusos, sino que tendemos a racionalizarlos, a menudo por miedo
o intereses egoístas. Franjas importantes -por motivos espurios, a
veces; por obnubilación emotiva, otras- tienden a seguir confiando en
que cumplirán sus promesas de brindarnos un país mejor y superarán el
retroceso que padecemos en casi todos los órdenes. Dicen que son ellos
quienes combatirán el dragón que nos chupa la riqueza, nos hace trampas,
nos devasta. Sus promesas son altisonantes y aseguran reivindicaciones,
ecuanimidad, progreso; aseguran ser lo mejor de la historia. Pero el
progreso se reduce a engordar sus propios bolsillos y los del círculo de
amigos incondicionales (que tienen la etiqueta de ese animal doméstico y
dañino llamado adulador).
Los
tiranos, una vez encaramados, sobre el paño verde de la ruleta
nacional, barren como un crupier todas las fichas al alcance de su
rastrillo. Se ocupan, desde el alba de su gestión, en destruir los
controles y los frenos que puedan bloquear sus propósitos. Algunos son
más prudentes y disimulados; otros se envalentonan hasta la náusea. No
consideran que la corrupción sea inmoral si lleva agua a su molino.
La
corrupción, en sus manos, es una herramienta adicional para mantener
puesta una soga en el cuello de los cómplices: así no hablan ni se
sublevan. El tirano puede ser todo lo maligno que se quiera, pero no es
tonto.
Sus
efectos deletéreos no se limitan a la gestión, sino a la degenerada
ejemplaridad que inyectan en sus familiares, seguidores y el resto de
los habitantes. Eduardo Fidanza me recordó un pasaje del libro Masa y
poder , de Elías Canetti, donde titila este caso impresionante: "Cuando
en la corte de Uganda reía el rey, reían todos; cuando estornudaba,
estornudaban todos; cuando tenía un enfriamiento, todos aseguraban
tenerlo; si se cortaba el pelo, todos se hacían cortar el pelo". Pero
esa ejemplaridad producía consecuencias graves, porque implicaba
coacción: "Que él estornude significa: ¡estornudad! Que se caiga del
caballo: ¡caed!" Todo apuntaba a reforzar su dominio. Sus gestos y
expresiones debían ser celebrados con aplausos y también se debía
alentar su repetición. "Pocos logran sustraerse de la obligación que
emana de mil manos aplaudiendo", enfatiza Canetti.
El
premio Nobel va más lejos aún, cuando indica que el ámbito donde sucede
lo que ha descrito se llama corte. Por eso "hacer la corte" y "adular"
son sinónimos. La corte está infectada de subordinación y servilismo.
"Cortesano" es una persona obsequiosa con su superior, un vasallo. ¡Cómo
abundan!
Y
aquí cierro el artículo. Cualquier semejanza con nuestra realidad
nacional no es pura coincidencia, sino que queda a criterio del lector.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
Nenhum comentário:
Postar um comentário