Daniel Ortega, que foi
um dos líderes dos sandinistas que tomaram a Nicarágua, foi mais tarde
eleito mais de uma vez com apoio do bolivarianismo chavista. Por trás
daquele bigodinho de Cantinflas há um homem extremamente violento (com
acusações de estupro até dentro da família), um tirano violador da
Constituição. Enfrenta agora intensa oposição e massacra manifestantes
que pedem sua saída do poder. Que mais este maldito desapareça da
América Latina. A propósito, segue artigo de Álvaro Vargas Llosa,
publicado pelo Instituto Independiente:
A lo largo de los
últimos años, mientras en Venezuela y otros regímenes populistas de
corte más o menos autoritario se multiplicaban las manifestaciones de
descontento y rebeldía, en Nicaragua reinaba una paz mentirosa.
El caudillo Daniel
Ortega, que ha masacrado la Constitución bajo la cual asumió el mando en
2007 y se ha vuelto un autócrata vitalicio que manipula las
instituciones a su antojo y destruye a cuanto opositor osa desafiarlo,
gozaba de una aparente unanimidad, al menos vista desde el exterior.
Ahora, con las protestas masivas en todo el país y la respuesta
sanguinaria del régimen (hay ya varias decenas de muertos), ha quedado
en evidencia que Nicaragua no es una excepción. Es decir, que allí
también hay un nervio libertario que resiste las pretensiones de
perpetuidad y los métodos opresivos del populismo autoritario.
Siempre, en
circunstancias de esta naturaleza, hay una chispa que incendia la
pradera. En el caso de Nicaragua ha sido el intento de equilibrar un
poco las cuentas del Seguro Social rebajando las pensiones y aumentando
las cuotas que pagan las empresas y los trabajadores para sostener el
(insostenible) sistema previsional de reparto. Pero hubiera podido ser
cualquier otra cosa. ¿Cómo lo sabemos? Por la sencilla razón de que muy
pronto las protestas desembocaron en un reclamo democrático y la
exigencia de que el régimen autoritario dé paso a un Estado de Derecho.
Esas protestas se han mantenido aún después de que Ortega diera marcha
atrás en las medidas originales que habían gatillado la reacción
ciudadana.
Daniel Ortega ganó
las elecciones en 2006 tras un pacto con el corrupto ex Presidente
Arnoldo Alemán por el cual el Parlamento modificó las reglas para que se
pudiese triunfar en primera vuelta con 35 por ciento del voto. Como la
Constitución prohibía la reelección inmediata, Ortega hizo que el máximo
tribunal anulara esa prohibición y le permitiera optar a la reelección
en 2011, cuando ya controlaba las instituciones y el Estado, y había
obtenido, mediante persecuciones y amenazas, la sumisión de los
empresarios (antes, mediante un volteretazo ideológico, había logrado
pactar con la Iglesia y convertir a su otrora archienemigo, el cardenal
Obando Bravo, en su íntimo aliado). Una vez que obtuvo su ilegal
reelección, hizo modificar la Constitución porque, naturalmente,
pretendía legitimar de una vez por todas la verdadera pretensión: la
eternidad presidencial. En las siguientes elecciones, las de 2016, fue
más lejos y, con un descaro propio de las dictaduras folclóricas del
siglo XIX, declaró ilegales a los partidos de la coalición opositora y
la candidatura de su único rival peligroso, Eduardo Montealegre.
Mientras tanto,
gracias a que los empresarios invertían de dinero por el pacto de no
agresión con Ortega y a que el control social del aparato orteguista
era, o parecía, total, la economía crecía. Asimismo, con los
petrodólares del chavismo consolidó una clientela que les permitió, a él
y a su esposa, Rosario Murillo, que es también su Vicepresidenta,
reinar como monarcas absolutos.
Hasta que sucedió lo
que tenía que suceder, es decir el despertar de la sociedad civil y su
reclamo democrático. La virulenta respuesta de Ortega, que ha utilizado
turbas violentas contra los opositores además de la represión
tradicional, da una idea del miedo que se ha instalado en el autócrata
de Managua. Pero también del descontento que estaba latente y ha salido a
la superficie. No sabemos si esa movilización que abarca varias
ciudades de Nicaragua podrá forzar una salida democrática o será,
finalmente, sofocada por la represión. Pero sí sabemos que los nicas no
son diferentes de los otros pueblos latinoamericanos hartos del
populismo autoritario.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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