As universidades são um
verdadeiro criadouro de feminazis - predominantemente nas ciências ditas
humanas, claro -, divulgadoras da ideologia de gênero, embebidas de
marxismo de segunda mão, negadoras da diferença biológica entre homens e
mulheres e por aí vai. A vocês, uma carta aberta do argentino Agustín
Laje, colaborador da Prensa Republicana:
Querida Feminazi:
Ante todo, sé que te
molestarás por el calificativo que uso para describirte. A ningún
totalitario le gusta que le digan que lo es. Y como el feminismo ha
sufrido tan amplias modificaciones y deformaciones, decirte “feminista” a
secas sería algo así como no decir nada.
Pero sé, al mismo
tiempo, que sabes muy bien que me estoy dirigiendo a ti. Tú, que pones a
la mujer como excusa para destilar tu odio de género; tú, que dices
estar “oprimida” por el “patriarcado”, cuando en verdad lo único que te
oprime es la mediocridad de culpar cínicamente al hombre de tus propias
frustraciones1que otras mujeres, con más agallas que tú, han sabido
utilizar para superarse a sí mismas; tú, que paradójicamente atacas al
mismo sistema económico, político y cultural que acabó con las
desigualdades entre los sexos en el Occidente libre.
¿Te molesta lo que
digo? Pues lo seguiré diciendo. Y es que si algo te aterra, es la
imposibilidad de “apropiar” políticamente la etiqueta “feminazi”. Debo
admitirlo: la izquierda es muy buena apropiando significantes
peyorativos. “Queer”, por ejemplo, que nació en la lengua inglesa como
una conjunción insultante de “wird” (raro) y “gay”, hoy ingresa incluso
al campo académico como “teoría queer”, en un hábil proceso de
modificación valórica del vocablo. Pero “feminazi”, eso sí que no lo
puedes apropiar. Por eso te desespera. Por eso pataleas cada vez que te
lo dicen. Y es que expone todas tus miserias. Revela el motor de tu
causa: el odio. Devela tu vocación: totalitaria. Pone de manifiesto tu
representatividad: minúscula.
Te he visto, en
efecto, arrogarte la representación de la mujer, mientras
paradójicamente encuentras maravilloso aquello de “la mujer no existe”
que Monique Wittig, siguiendo a Lacan, anotara en sus libros que tanto
gustas consumir. Te convences en tus violentas convocatorias, con otras
feminazis como tú, ser la síntesis de los intereses de la mujer. Pero
allá afuera, en el mundo real, millones de mujeres continúan amando a
los hombres, continúan esforzándose para superarse día a día, continúan
trabajando y estudiando, amando a sus hijos y a sus familias, y no
necesitan mostrar los senos en la calle, pintar propiedad ajena, lanzar
bombas molotov, destruir iglesias o arrojar su propio excremento contra
feligreses para sentirse mujeres. Ellas prefieren ser femeninas antes
que ser feministas, conceptos que, por feminazis como tú, cada vez
resultan más antitéticos.
Entiendo que, quizás
tanto como conmigo, te enojas mucho al ver a esta inmensa mayoría
silenciosa de mujeres que eligen no emularte y que, en muchos casos,
hasta les causas desagrado. Odias verlas felices. Odias verlas
fortalecidas. Y dirás sobre ellas que, si no te siguen, es porque “el
patriarcado no las deja pensar”, subestimando su capacidad (puedes ser
muy misógina cuando quieres), como si toda aquella que no pensara como
tú fuera una débil mental. Pero tu estratagema está ya muy trillada: no
haces mucho más que aplicar el clasismo marxista al terreno del género.
La conciencia de clases de ayer es la “conciencia de género” que
esgrimes hoy. Así, toda aquella que no tome la conciencia que tú quieres
que tome, no será mucho más que una “alienada” respecto de los
intereses que tú decretas que debe profesar.
Tu problema
fundamental, querida feminazi, es ontológico. El principio constitutivo
de la realidad que propones es el género. Tú no ves individuos; ves
géneros. Eres tan colectivista como cualquier totalitario (por más que
muchos liberales despistados y presos de la corrección política te
compren el cuento). Y aún más: los visualizas en constante disputa,
impulsando siempre el conflicto, incluso allí donde no existe. Así,
frente a cualquier problemática social, reduces sus determinantes al
género.1 Para ti, por ejemplo, no hay violencia social: simplemente hay
“violencia de género”.
Y es que jamás te has
preocupado por analizar cómo evolucionan los homicidios respecto de lo
que llamas “femicidios”, pues hubieras descubierto que, dado que el
comportamiento es prácticamente idéntico en términos de su crecimiento o
decrecimiento relativo, no median motivos de odio de género en estos
últimos. Menos te has preocupado de aquellas mujeres asesinadas que no
han sido víctimas de hombres, sino de otras mujeres: dado que no puedes
alegar cuestiones de género, para tu ontología estos casos no forman
parte de la realidad. ¿Y para qué decir sobre los casos en los que la
víctima no es una mujer sino un hombre? La invisibilización es tu
estrategia: sabemos bien que comulgas con esos vocingleros partidos de
izquierda que, cuando la ciudadanía marcha contra la inseguridad y la
violencia en términos generales, acusan a los manifestantes de
“fascistas” por pedir que el Estado les garantice una vida más segura
frente a la delincuencia.
Pero tu juego está
empezando a terminar. La rebelión de lo políticamente incorrecto que ha
despertado en todas partes del mundo está rompiendo la espiral del
silencio en la que el progresismo, al cual tú tan bien sirves, nos
sumergió. Cada vez somos más los que no te tememos ni a ti, ni a tu
doble discurso. Cada vez somos más los que no te creemos esa forzada
postura hipócrita que, mientras pide “Ni una menos”, despliega actos de
vandalismo urbano y grita, a través de las paredes públicas y privadas
que estropean con pintura, consignas como “muerte al macho”, “matá a tu
novio”, “La Virgen María era tortillera” o “abortar nos hace felices”.
¿Odias a los hombres?
Pues no estés con ninguno de ellos: no creo que nos perdamos de mucho.
¿Odias a la Iglesia? Pues no concurras: ningún sacerdote te obliga.
¿Odias al capitalismo? Pues no produzcas, no ahorres ni inviertas: el
mercado no te obliga. ¿Odias depilarte? Pues no te depiles: ningún
“patriarcado” te obliga a hacerlo. ¿Odias los “estereotipos de belleza”?
Pues nada te somete a ajustarte a ellos: puedes continuar esforzándote
por verte fea que a nadie le importará. ¿Odias a Occidente? Pues tienes
otros lugares “hermosos” para vivir siendo mujer, como Medio Oriente,
donde el casamiento de niñas sigue siendo una realidad, o varios puntos
de África donde la ablación (mutilación del clítoris) se continúa
practicando: lugares, por cierto, en donde tu falaz lucha jamás mira.
No pretendo recibir
mucho más que insultos y amenazas de tu parte. El feminazismo es
violencia, y tú eres su agente. Pero, sencillamente, no quería dejar de
poner este espejo enfrente de ti. Cuando las ideologías extremistas
nublan el juicio, mirarse al espejo puede ser doloroso.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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