MEDIÇÃO DE TERRA

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segunda-feira, 19 de junho de 2023

'O Clube Psicodélico de Harvard': o tempo e a ciência deram razão aos pioneiros do LSD.

 

BLOG  ORLANDO  TAMBOSI

Don Lattin conta a história de Timothy Leary e outros três investigadores que iniciaram o estudo terapêutico das substâncias psicoativas - um campo reaberto nos últimos anos. Fernando Díaz de Quijano para El Cultural:


Sin duda hay dos siglas, cada una de tres letras, que marcaron la vida del psicólogo Timothy Leary: LSD y FBI. Leary (Springfield, Massachusetts, 1920-Los Ángeles, 1996) fue un investigador pionero de las sustancias psicodélicas y el principal impulsor de su estudio en el entorno académico —nada menos que en Harvard, la universidad más antigua y prestigiosa de Estados Unidos— en la etapa inmediatamente anterior al estallido contracultural de los años sesenta.

Experimentar con este tipo de sustancias, como el ácido lisérgico y la psilocibina —sustancia contenida en los hongos alucinógenos— abría la mente a una nueva forma de consciencia y, para muchos, ponía en peligro el sistema de valores tradicionales y capitalistas de la sociedad estadounidense. Por ello, Leary fue perseguido por el FBI (que en aquella época llevaba a cabo sus propias investigaciones con estas sustancias para usarlas como armas químicas, al igual que la CIA) y Richard Nixon llegó a llamarlo “el hombre más peligroso de Estados Unidos”.

En Harvard coincidieron con Leary otras tres mentes brillantes que colaboraron con él en la investigación y promoción de las sustancias psicoactivas: Richard Alpert, Andrew Weil y Huston Smith.

Alpert, también profesor de psicología, fue durante toda su vida un peregrino espiritual que años más tarde volvería de la India convertido en otra persona, Ram Dass. Smith era profesor de Filosofía en el MIT y experto en religiones comparadas, que promovió una actitud más tolerante en el estudio de otras creencias distintas al cristianismo, en una época en la que en Estados Unidos casi nadie sabía nada sobre el hinduismo, el budismo o el islam. Por último, Andrew Weil, el único de los cuatro que no era profesor, era un licenciado en Medicina que acabaría convirtiéndose en el más famoso defensor de la medicina holística y natural.

“Sus caminos se cruzaron en un momento y un lugar extraordinarios de la historia de Estados Unidos”, escribe Don Lattin en El Club Psicodélico de Harvard, el libro en el que este profesor de Berkeley y periodista especializado en psicología, religión y espiritualidad recrea sus vidas, explica las claves de su trabajo y traza las relaciones entre los cuatro.

Aquel momento y lugar decisivos fueron el invierno de 1960 a 1961 y la Universidad de Harvard. “Su experiencia en un proyecto de investigación con sustancias psicodélicas cambió no solo sus vidas sino también el curso de la cultura contemporánea de las décadas de 1960 y 1970”, afirma Lattin en la introducción de su libro. Casi nada.

Escrito hace más de una década y recién publicado en español por la editorial Errata Naturae con traducción de Inés Clavero, El club psicodélico de Harvard es un ensayo con el pulso narrativo de una novela, en el que el autor incluso recrea diálogos, supervisados en la mayoría de los casos por alguno de los participantes en las conversaciones reales.

Los capítulos del libro se subdividen en apartados dedicados a cada uno de los cuatro protagonistas, a los que Lattin apoda “El Mago” (Leary), “El Profesor” (Smith), “El Buscador” (Alpert) y “El Sanador” (Weil). El autor bucea en sus infancias y sus historias familiares para que el lector entienda de dónde surgen sus obsesiones, sus traumas y su interés por los estados alterados de conciencia.

Casi todos comparten en su adolescencia cierta rebeldía hacia los estrictos códigos familiares y académicos con los que crecieron, que les llevaron a no encajar e incluso ser malos estudiantes. Pero su brillantez les hizo, contra todo pronóstico, ascender en el mundo académico hasta acabar todos ellos en una institución tan prestigiosa como Harvard, en el Centro de Estudios de la Personalidad.

Aunque el grueso de esta historia transcurre en Harvard y el MIT (ambas en Cambridge, Massachusetts, en la costa este), California, y más concretamente la bahía de San Francisco, en la costa oeste, fue el gran epicentro de la contracultura. La otra universidad importante de esta historia es la Universidad de California en Berkeley (donde el propio Lattin se graduó en Sociología y ha sido profesor de su Escuela de Periodismo), y de hecho el libro está salpicado por las idas y venidas entre los dos extremos del país.

Todo comenzó en el verano de 1960 en Cuernavaca, México, el día que Leary probó por primera vez los hongos alucinógenos. Una experiencia que Lattin narra con detalle tomando como fuente la autobiografía de Leary, Flashbacks (1983). “Fue la experiencia religiosa más profunda de mi vida”, recordaba el investigador. Aquel viaje alucinatorio “resquebrajó los cimientos de su filosofía vital”, afirma Lattin.

¿Héroe o villano?

Allen Ginsberg, el célebre poeta beat que en aquella década de 1960 era “el perejil de todas las salsas”, como señala Lattin en su libro, calificó a Leary como “un héroe de la consciencia americana”. John Lennon compuso “Tomorrow Never Knows”, acerca de un viaje lisérgico guiado por Leary, y “Come Together” fue concebida como la canción de la campaña electoral de Leary contra Reagan por el Gobierno de California. Grateful Dead, Jefferson Airplane y los Moody Blues también le dedicaron canciones.


Grabando el disco 'Give Peace a Chance' en 1969. Timothy Leary al frente, al fondo John Lennon y Yoko Ono. 

Otro personaje importante en el libro es el famoso escritor Aldous Huxley, autor de Un mundo feliz, que había sido una gran inspiración para Leary y Weil. Huxley escribió Las puertas de la percepción, el primer ensayo sobre la experiencia de tomar sustancias psicodélicas escrito por un escritor anglosajón de renombre. En el centenario del MIT, Smith lo invitó para dar una serie de conferencias por las que le pagaron miles de dólares y que fueron un absoluto éxito, con un auditorio abarrotado de investigadores y cientos de alumnos que, como no cabían en el patio de butacas, fueron invitados por el propio Huxley a ocupar el escenario, y hasta la policía tuvo que acudir a dirigir el tráfico en las inmediaciones.

Pero toda aquella aventura de la investigación de los efectos psicológicos de estas sustancias acabó mal, con Leary y su principal acólito, Alpert, expulsados de la universidad por sus experimentos y metodologías poco ortodoxas y, en algún caso, poco éticas, ya que se presionó a los alumnos para que tomaran alucinógenos y participaran en los experimentos. Oficialmente, el motivo de expulsión de Leary fue que había faltado a algunas clases y conferencias que tenía programadas.

Las sustancias psicodélicas acabaron siendo prohibidas en Estados Unidos y en la mayoría de países. Entre los motivos que llevaron al Gobierno de Estados Unidos a prohibir las investigaciones con LSD, muchos consideran clave también una entrevista para Playboy, en 1966, en la que Leary afirmó que aquella sustancia incitaba a hacer el amor durante horas con Dios, con uno mismo y con una mujer; que no incitaba a la homosexualidad, como sugería el periodista, sino que la curaba; que provocaba “centenares” de orgasmos en las mujeres, y que había permitido a sus propios hijos que consumieran sustancias alucinógenas (que él llamaba “sacramentales”) “de acuerdo con su crecimiento espiritual y su bienestar”.

La biografía de Leary (novelada recientemente, por cierto, en Una libertad luminosa, de T. C. Boyle) es, sin duda, la más accidentada, rebelde, espectacular y canalla de los cuatro protagonistas de El Club Psicodélico de Harvard. Toda su familia había sufrido problemas de alcoholismo. Su primera mujer, Marianne, que no consiguió sobrellevar su “relación abierta”, se suicidó en 1955 con el humo del tubo de escape del coche, después de una temporada atiborrándose de alcohol y tranquilizantes. Poco después, Leary se marchó a Europa con sus dos hijos, alquiló una casa en la Costa del Sol con el objetivo de escribir una novela, pero contrajo una extraña enfermedad que le hinchó la cara. Cuando consiguió reponerse, se marcharon a Florencia, y allí coincidió con un profesor que le ofreció un puesto en Harvard.

Después de ser expulsado de la universidad y que las sustancias psicodélicas fueran consideradas oficialmente drogas, Leary siguió promoviendo su uso y se convirtió en un icono de la contracultura. Fue detenido hasta 36 veces en las décadas de los sesenta y los setenta, y fue condenado varias veces por posesión de drogas, llegando a pasar varios años en la cárcel. Una de las veces en las que estuvo preso se fugó, después de haber conseguido que lo destinaran a un ala de baja seguridad porque él mismo había diseñado los tests para determinar la conducta de los presos y los respondió de tal manera que hizo ver que era una persona conformista y dócil.

En 1973, estando en busca y captura, viajó a Kabul porque Afganistán no tenía acuerdo de extradición con Estados Unidos, pero lograron detenerlo antes de que bajara del avión, donde regía la jurisdicción estadounidense. Después de pasar varios años en la conocida prisión de Folsom, donde coincidió con el asesino Charles Manson, un juez ordenó su excarcelación, y continuó escribiendo libros, muchos de ellos orientados a cuestiones esotéricas futuristas y relacionadas con el espacio exterior.

En 1990, su hija Susan se suicidó en la cárcel, donde se encontraba por el intento de asesinato de su novio. Aquel fue el último episodio trágico de la turbulenta biografía de Leary, que murió en 1996 tras haber recibido en su casa la visita de un montón de amigos y admiradores de los que se despidió con una gran fiesta.

El legado del "club psicodélico de Harvard"

“En las décadas de 1960 y 1970, millones de personas tomamos LSD y otras sustancias psicoactivas y muchos seguimos aún tratando de encontrarles el sentido a aquellas experiencias”, reconoce el autor del libro. Para Lattin, aquellos cuatro hombres “nos ayudaron a encontrar el sentido a este alucinante viaje colectivo. ¿Fue una locura? ¿Fue un gran experimento místico? ¿Qué significó todo aquello? ¿Y qué tiene que ver con cómo vivimos ahora nuestras vidas?”, se pregunta todavía el escritor y periodista.

Sea como fuere, en los últimos tiempos parece que está cambiando la actitud hacia algunas sustancias psicoactivas perseguidas por la ley durante décadas. Es el caso del camino hacia la legalización que ha recorrido la marihuana en muchos estados de Estados Unidos, el país que emprendió la “cruzada contra las drogas” en la era Nixon y continuadad por Reagan. Y en los últimos años, la ciencia ha vuelto de nuevo su mirada hacia sustancias como el LSD y el MDMA (éxtasis), y se están realizando ensayos clínicos que aseguran que, en microdosis (un testimonio interesante en este sentido es el de Ayelet Waldman en su libro Qué día más bueno, editado por Reservoir Books), pueden combatir la depresión, el estrés postraumático, la adicción al alcohol o la angustia ante la muerte en enfermos terminales. El propio Lattin se ha ocupado de este renacimiento terapéutico en otro de sus libros, La nueva medicina psicodélica. Todo parece indicar que estamos ante el inicio de una nueva era en el estudio de estas sustancias y el fin del estigma que pesa sobre ellas.
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