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Don Lattin conta a história de Timothy Leary e outros três investigadores que iniciaram o estudo terapêutico das substâncias psicoativas - um campo reaberto nos últimos anos. Fernando Díaz de Quijano para El Cultural:
Sin
duda hay dos siglas, cada una de tres letras, que marcaron la vida del
psicólogo Timothy Leary: LSD y FBI. Leary (Springfield, Massachusetts,
1920-Los Ángeles, 1996) fue un investigador pionero de las sustancias
psicodélicas y el principal impulsor de su estudio en el entorno
académico —nada menos que en Harvard, la universidad más antigua y
prestigiosa de Estados Unidos— en la etapa inmediatamente anterior al
estallido contracultural de los años sesenta.
Experimentar
con este tipo de sustancias, como el ácido lisérgico y la psilocibina
—sustancia contenida en los hongos alucinógenos— abría la mente a una
nueva forma de consciencia y, para muchos, ponía en peligro el sistema
de valores tradicionales y capitalistas de la sociedad estadounidense.
Por ello, Leary fue perseguido por el FBI (que en aquella época llevaba a
cabo sus propias investigaciones con estas sustancias para usarlas como
armas químicas, al igual que la CIA) y Richard Nixon llegó a llamarlo
“el hombre más peligroso de Estados Unidos”.
En
Harvard coincidieron con Leary otras tres mentes brillantes que
colaboraron con él en la investigación y promoción de las sustancias
psicoactivas: Richard Alpert, Andrew Weil y Huston Smith.
Alpert,
también profesor de psicología, fue durante toda su vida un peregrino
espiritual que años más tarde volvería de la India convertido en otra
persona, Ram Dass. Smith era profesor de Filosofía en el MIT y experto
en religiones comparadas, que promovió una actitud más tolerante en el
estudio de otras creencias distintas al cristianismo, en una época en la
que en Estados Unidos casi nadie sabía nada sobre el hinduismo, el
budismo o el islam. Por último, Andrew Weil, el único de los cuatro que
no era profesor, era un licenciado en Medicina que acabaría
convirtiéndose en el más famoso defensor de la medicina holística y
natural.
“Sus
caminos se cruzaron en un momento y un lugar extraordinarios de la
historia de Estados Unidos”, escribe Don Lattin en El Club Psicodélico
de Harvard, el libro en el que este profesor de Berkeley y periodista
especializado en psicología, religión y espiritualidad recrea sus vidas,
explica las claves de su trabajo y traza las relaciones entre los
cuatro.
Aquel
momento y lugar decisivos fueron el invierno de 1960 a 1961 y la
Universidad de Harvard. “Su experiencia en un proyecto de investigación
con sustancias psicodélicas cambió no solo sus vidas sino también el
curso de la cultura contemporánea de las décadas de 1960 y 1970”, afirma
Lattin en la introducción de su libro. Casi nada.
Escrito
hace más de una década y recién publicado en español por la editorial
Errata Naturae con traducción de Inés Clavero, El club psicodélico de
Harvard es un ensayo con el pulso narrativo de una novela, en el que el
autor incluso recrea diálogos, supervisados en la mayoría de los casos
por alguno de los participantes en las conversaciones reales.
Los
capítulos del libro se subdividen en apartados dedicados a cada uno de
los cuatro protagonistas, a los que Lattin apoda “El Mago” (Leary), “El
Profesor” (Smith), “El Buscador” (Alpert) y “El Sanador” (Weil). El
autor bucea en sus infancias y sus historias familiares para que el
lector entienda de dónde surgen sus obsesiones, sus traumas y su interés
por los estados alterados de conciencia.
Casi
todos comparten en su adolescencia cierta rebeldía hacia los estrictos
códigos familiares y académicos con los que crecieron, que les llevaron a
no encajar e incluso ser malos estudiantes. Pero su brillantez les
hizo, contra todo pronóstico, ascender en el mundo académico hasta
acabar todos ellos en una institución tan prestigiosa como Harvard, en
el Centro de Estudios de la Personalidad.
Aunque
el grueso de esta historia transcurre en Harvard y el MIT (ambas en
Cambridge, Massachusetts, en la costa este), California, y más
concretamente la bahía de San Francisco, en la costa oeste, fue el gran
epicentro de la contracultura. La otra universidad importante de esta
historia es la Universidad de California en Berkeley (donde el propio
Lattin se graduó en Sociología y ha sido profesor de su Escuela de
Periodismo), y de hecho el libro está salpicado por las idas y venidas
entre los dos extremos del país.
Todo
comenzó en el verano de 1960 en Cuernavaca, México, el día que Leary
probó por primera vez los hongos alucinógenos. Una experiencia que
Lattin narra con detalle tomando como fuente la autobiografía de Leary,
Flashbacks (1983). “Fue la experiencia religiosa más profunda de mi
vida”, recordaba el investigador. Aquel viaje alucinatorio “resquebrajó
los cimientos de su filosofía vital”, afirma Lattin.
¿Héroe o villano?
Allen
Ginsberg, el célebre poeta beat que en aquella década de 1960 era “el
perejil de todas las salsas”, como señala Lattin en su libro, calificó a
Leary como “un héroe de la consciencia americana”. John Lennon compuso
“Tomorrow Never Knows”, acerca de un viaje lisérgico guiado por Leary, y
“Come Together” fue concebida como la canción de la campaña electoral
de Leary contra Reagan por el Gobierno de California. Grateful Dead,
Jefferson Airplane y los Moody Blues también le dedicaron canciones.
Grabando el disco 'Give Peace a Chance' en 1969. Timothy Leary al frente, al fondo John Lennon y Yoko Ono.
Otro
personaje importante en el libro es el famoso escritor Aldous Huxley,
autor de Un mundo feliz, que había sido una gran inspiración para Leary y
Weil. Huxley escribió Las puertas de la percepción, el primer ensayo
sobre la experiencia de tomar sustancias psicodélicas escrito por un
escritor anglosajón de renombre. En el centenario del MIT, Smith lo
invitó para dar una serie de conferencias por las que le pagaron miles
de dólares y que fueron un absoluto éxito, con un auditorio abarrotado
de investigadores y cientos de alumnos que, como no cabían en el patio
de butacas, fueron invitados por el propio Huxley a ocupar el escenario,
y hasta la policía tuvo que acudir a dirigir el tráfico en las
inmediaciones.
Pero
toda aquella aventura de la investigación de los efectos psicológicos
de estas sustancias acabó mal, con Leary y su principal acólito, Alpert,
expulsados de la universidad por sus experimentos y metodologías poco
ortodoxas y, en algún caso, poco éticas, ya que se presionó a los
alumnos para que tomaran alucinógenos y participaran en los
experimentos. Oficialmente, el motivo de expulsión de Leary fue que
había faltado a algunas clases y conferencias que tenía programadas.
Las
sustancias psicodélicas acabaron siendo prohibidas en Estados Unidos y
en la mayoría de países. Entre los motivos que llevaron al Gobierno de
Estados Unidos a prohibir las investigaciones con LSD, muchos consideran
clave también una entrevista para Playboy, en 1966, en la que Leary
afirmó que aquella sustancia incitaba a hacer el amor durante horas con
Dios, con uno mismo y con una mujer; que no incitaba a la
homosexualidad, como sugería el periodista, sino que la curaba; que
provocaba “centenares” de orgasmos en las mujeres, y que había permitido
a sus propios hijos que consumieran sustancias alucinógenas (que él
llamaba “sacramentales”) “de acuerdo con su crecimiento espiritual y su
bienestar”.
La biografía de Leary (novelada recientemente, por cierto, en Una libertad luminosa, de T. C. Boyle)
es, sin duda, la más accidentada, rebelde, espectacular y canalla de
los cuatro protagonistas de El Club Psicodélico de Harvard. Toda su
familia había sufrido problemas de alcoholismo. Su primera mujer,
Marianne, que no consiguió sobrellevar su “relación abierta”, se suicidó
en 1955 con el humo del tubo de escape del coche, después de una
temporada atiborrándose de alcohol y tranquilizantes. Poco después,
Leary se marchó a Europa con sus dos hijos, alquiló una casa en la Costa
del Sol con el objetivo de escribir una novela, pero contrajo una
extraña enfermedad que le hinchó la cara. Cuando consiguió reponerse, se
marcharon a Florencia, y allí coincidió con un profesor que le ofreció
un puesto en Harvard.
Después
de ser expulsado de la universidad y que las sustancias psicodélicas
fueran consideradas oficialmente drogas, Leary siguió promoviendo su uso
y se convirtió en un icono de la contracultura. Fue detenido hasta 36
veces en las décadas de los sesenta y los setenta, y fue condenado
varias veces por posesión de drogas, llegando a pasar varios años en la
cárcel. Una de las veces en las que estuvo preso se fugó, después de
haber conseguido que lo destinaran a un ala de baja seguridad porque él
mismo había diseñado los tests para determinar la conducta de los presos
y los respondió de tal manera que hizo ver que era una persona
conformista y dócil.
En
1973, estando en busca y captura, viajó a Kabul porque Afganistán no
tenía acuerdo de extradición con Estados Unidos, pero lograron detenerlo
antes de que bajara del avión, donde regía la jurisdicción
estadounidense. Después de pasar varios años en la conocida prisión de
Folsom, donde coincidió con el asesino Charles Manson, un juez ordenó su
excarcelación, y continuó escribiendo libros, muchos de ellos
orientados a cuestiones esotéricas futuristas y relacionadas con el
espacio exterior.
En
1990, su hija Susan se suicidó en la cárcel, donde se encontraba por el
intento de asesinato de su novio. Aquel fue el último episodio trágico
de la turbulenta biografía de Leary, que murió en 1996 tras haber
recibido en su casa la visita de un montón de amigos y admiradores de
los que se despidió con una gran fiesta.
El legado del "club psicodélico de Harvard"
“En
las décadas de 1960 y 1970, millones de personas tomamos LSD y otras
sustancias psicoactivas y muchos seguimos aún tratando de encontrarles
el sentido a aquellas experiencias”, reconoce el autor del libro. Para
Lattin, aquellos cuatro hombres “nos ayudaron a encontrar el sentido a
este alucinante viaje colectivo. ¿Fue una locura? ¿Fue un gran
experimento místico? ¿Qué significó todo aquello? ¿Y qué tiene que ver
con cómo vivimos ahora nuestras vidas?”, se pregunta todavía el escritor
y periodista.
Sea
como fuere, en los últimos tiempos parece que está cambiando la actitud
hacia algunas sustancias psicoactivas perseguidas por la ley durante
décadas. Es el caso del camino hacia la legalización que ha recorrido la
marihuana en muchos estados de Estados Unidos, el país que emprendió la
“cruzada contra las drogas” en la era Nixon y continuadad por Reagan. Y
en los últimos años, la ciencia ha vuelto de nuevo su mirada hacia sustancias como el LSD y el MDMA
(éxtasis), y se están realizando ensayos clínicos que aseguran que, en
microdosis (un testimonio interesante en este sentido es el de Ayelet
Waldman en su libro Qué día más bueno, editado por Reservoir Books),
pueden combatir la depresión, el estrés postraumático, la adicción al
alcohol o la angustia ante la muerte en enfermos terminales. El propio
Lattin se ha ocupado de este renacimiento terapéutico en otro de sus
libros, La nueva medicina psicodélica. Todo parece indicar que estamos
ante el inicio de una nueva era en el estudio de estas sustancias y el
fin del estigma que pesa sobre ellas.
Postado há 1 week ago por Orlando Tambosi
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