BLOG ORLANDO TAMBOSI
Uma exposição na Espanha reflete sobre a manipulação informativa, sua história, suas últimas variantes e as maneiras de detectá-la. Fernando Díaz de Quijano para El Cultural:
Con
su cínica y continua utilización de la expresión fake news, que usaba
contra cualquier noticia que perjudicara sus intereses, Donald Trump
popularizó durante su etapa como presidente de los Estados Unidos este
término que fue considerado por el Diccionario Oxford como la palabra
del año 2017.
En
realidad, el término alude a un fenómeno que se remonta, como mínimo,
al Imperio romano: la manipulación informativa, el bulo, la
desinformación o, como dice otro neologismo, “infoxicación”. Son maneras
distintas de hablar de algo tan antiguo como la mentira, aunque
aplicada a la comunicación de masas y con un matiz propio: son
contenidos pseudoperiodísticos que se difunden a través de medios de
comunicación tradicionales, portales de noticias o redes sociales con el
objetivo de desinformar a un público específico y manipular la opinión
pública.
Fíjense
si llevamos tiempo lidiando con la mentira que la palabra “diablo”,
etimológicamente, significa “calumniador”, “el que arroja mentiras”,
como recuerda el periodista Mario Tascón, comisario de la exposición
Fake News. La fábrica de mentiras. Organizada por la Fundación
Telefónica, la muestra reflexiona sobre el impacto de la desinformación
en nuestra sociedad y aporta herramientas para defendernos de ella, y
puede visitarse en la tercera planta del Espacio Fundación Telefónica,
en la Gran Vía madrileña, hasta el 19 de noviembre.
Frases de personajes célebres de la historia acerca de la manipulación informativa.
Según
Tascón, “uno puede escribir un libro o dar una conferencia, pero la
exposición es el elemento didáctico por antonomasia”. En esta
encontramos mayoritariamente texto y datos —dispuestos con un diseño
atractivo y numerosas infografías animadas—, acompañados de algunas
piezas de museo —originales y reproducciones— que se remontan a la
Antigua Roma y la Edad Media para mostrar la historia de la manipulación
informativa. También se presentan obras de artistas visuales y casos de
estudio reales.
La
desinformación se ha convertido en un fenómeno alarmante en los últimos
años precisamente por el continuo bombardeo de información y la
hipercomunicación que caracteriza al mundo contemporáneo. Aquí van
algunos datos que arroja la exposición y que demuestran que hoy
generamos y recibimos más información que nunca: cada segundo se
comparten en el mundo 740.000 mensajes de WhatsApp, 6.000 tuits y 700
publicaciones de Instagram. Esta velocidad nos mantiene más conectados
que nunca, pero también nos hace más vulnerables ante la manipulación
informativa.
Aunque
todos hemos escuchado la frase “no te fíes de la prensa” en boca de
aquellos que luego son los primeros en reenviar bulos cutres recibidos
por WhatsApp, parece que el auge de las fake news ha reforzado el papel
de los medios tradicionales para poner orden en medio del caos
informativo. El estudio “Desinformación científica en España”, elaborado
por FECYT en 2022, indica que los encuestados tienen la percepción de
que las redes sociales —como Facebook e Instagram— y las aplicaciones de
mensajería —como WhatsApp y Telegram— son los medios por los que más se
transmite la información falsa. El 61,7% y el 43,8% de la población,
respectivamente, dicen recibirla a través de ellos, seguidos por la
televisión, la prensa digital, otros medios digitales (blogs, foros,
pódcasts…) y, ya muy por detrás, la prensa escrita (21,9%) y la radio
(20,8%).
Otro
estudio de Science indica que las noticias falseadas (término que la
Fundación del Español Urgente, Fundéu, recomendó para evitar el uso del
innecesario anglicismo fake news, aunque sin éxito) tienen un 70% más de
probabilidades de ser compartidas que las noticias verdaderas, y según
un estudio del MIT, la mentira viaja en Twitter seis veces más rápido
que la verdad. Todos estos datos se visualizan en la exposición con
infografías animadas realizadas por Maldita, el medio digital
especializado en el rastreo y desmentido de bulos. En la exposición se
afirma, además, que los bulos relacionados con la política son los que
alcanzan mayor difusión, por encima incluso de cuestiones relacionadas
con terrorismo, desastres naturales, economía o leyendas urbanas.
Sección de la exposición en la que se explican los sesgos cognitivos que favorecen la aceptación de información falsa.
La
sección de la exposición titulada “Nuestro cerebro nos engaña” enumera,
explica y ejemplifica los sesgos cognitivos que favorecen que nos
creamos noticias falsas e incluso las difundamos sin querer. Entre ellos
se encuentran el de confirmación (nos gusta confirmar nuestras
creencias), el de autoridad (nos fiamos de aquellos que tienen cierta
autoridad, sin cuestionar sus objetivos o métodos), el falso consenso
(pensamos que nuestras creencias son las más habituales) o el efecto
marco (que determinan nuestra respuesta según cómo se nos presente la
información).
Otra
infografía animada proyectada sobre una plataforma circular presenta el
índice de verosimilitud de un contenido, determinada por dos factores:
la emoción y la calidad. Si la información que se presenta impacta
emocionalmente y coincide con nuestras ideas, es altamente probable que
se considere verdadera, aunque su confección sea burda. Por tanto, si
ambos factores, calidad y emoción, coinciden, lo más seguro es que
interpretemos la información como cierta.
Alfabetización digital
“No
hay herramienta democrática capaz de luchar contra la desinformación”,
dice el comisario de la exposición. Por eso, la mejor forma de
combatirla es fomentando la alfabetización digital e informativa de la
ciudadanía, mejorando nuestra capacidad para distinguir las fuentes
fiables de las que no lo son y los detalles que pueden hacernos
sospechar que una información no es cierta. “Esto debemos enseñarlo en
la escuela pero debemos seguir formándonos al respecto a lo largo de
nuestra vida, y esto es ya una responsabilidad individual”, opina Pablo
Gonzalo, director del Área de Cultura Digital de la Fundación
Telefónica. Por su parte, María Brancós, responsable de exposiciones de
la institución, elogia el ejemplo de Finlandia, “que ha emprendido un
programa de alfabetización mediática transversal en las escuelas”.
Hay
datos que muestran la importancia de mejorar la alfabetización
informativa de la gente: según el estudio Media & News Survey de la
Unión Europea en 2022, solo el 14% de los españoles confía mucho en ser
capaz de reconocer la desinformación cuando se la encuentra. El 52%
confía algo, el 26% no confía demasiado y el 4% no confía nada en saber
distinguirla. Unas cifras prácticamente iguales a la media de la UE.
El
propósito de Fundación Telefónica es contribuir en esta tarea
pedagógica, por lo que en torno a la exposición ha preparado un programa
complementario de actividades presenciales y online que incluye 12
charlas y mesas redondas con expertos sobre el tema.
Casos históricos
Fake
News. La fábrica de las mentiras muestra ejemplos históricos de
manipulación histórica de todas las épocas, empezando por la antigua
Roma, de la que somos herederos incluso en esto. Entre los bulos y
difamaciones de aquella época que han persistido hasta hoy, la
exposición menciona el gran incendio de Roma supuestamente provocado por
Nerón o que Livia planeara el asesinato de todos sus herederos al
trono.
Sala de la exposición donde se muestran bustos de personajes de la antigua Roma.
Uno
de los grandes maestros de la propaganda política y la manipulación
informativa fue el emperador César Augusto. En la exposición se muestran
dos monedas que dan cuenta de ello. Una muestra la leyenda Ob civis
servatos (“por la salvación de los ciudadanos”), ya que se jactaba de
haber salvado a la moribunda República cuando lo que hizo fue acabar con
ella y fundar el Imperio, gobernado de manera unipersonal. Otro denario
de plata que se muestra al lado fue acuñado por Marco Antonio para
pagar a sus tropas. Cuando cayó Marco Antonio, Octavio (aún no había
tomado el nombre de César Augusto) se hizo con sus monedas para paliar
su crisis financiera, pero hizo creer que estas monedas habían empezado a
circular entre sus tropas porque los soldados de Marco Antonio estaban
cambiándose de bando en masa.
Entre
los ejemplos de la Edad Media encontramos libelos de sangre: alegatos
antisemitas basados en falsas acusaciones de que los judíos mataban
niños cristianos para beberse su sangre. Una ilustración muestra una
acusación dirigida contra el duque de Alba, al que se ve comiendo niños.
Ya
en la Edad Moderna, otro dibujo muestra un supuesto monstruo —una arpía
devoradora de hombres y ganado— que apareció en la laguna de Tagua
Tagua, en Chile. Se decía que el monstruo había sido enviado a Cádiz
para que lo viera el rey de España. Los impresores de la época
reprodujeron y difundieron la imagen y, con ella, la falsa noticia, que
circuló por toda Europa.
Reproducción
de un grabado en el que se muestra la supuesta arpía capturada en Chile
y enviada a Cádiz para que la viera el rey de España. 1784.
Otro
bulo famoso es el que propagó el diario neoyorquino The Sun en 1835,
según el cual el astrónomo John Herschel había observado vida
inteligente en la Luna gracias a su potente telescopio.
Por
su parte, el magnate de la prensa William Randolph Hearst es recordado
por difundir en 1898 una de las primeras noticias falsas a través de la
prensa, que tuvo graves consecuencias para España. Su periódico, The New
York Journal, publicó que los españoles habían provocado el hundimiento
del acorazado Maine en el puerto de La Habana. Como consecuencia de la
indignación que aquella mentira generó en la opinión pública, el
gobierno de Estados Unidos declaró la guerra a España.
Tampoco
podían faltar la célebre transmisión radiofónica que Orson Welles hizo
en 1938 de La guerra de los mundos de G. H. Wells y que fue replicada en
Quito en 1949 generando una reacción enfurecida de radioyentes que
prendieron fuego a la emisora, donde murieron cinco personas, según
explica el comisario de la exposición.
Imágenes trucadas
La
guinda de toda información falsa es una imagen manipulada. La
exposición muestra ejemplos de esta práctica desde la invención de la
fotografía hasta nuestros días, como un retrato oficial de Lincoln cuya
cabeza fue pegada sobre un cuerpo más estético que el suyo —y que
pertenecía, irónicamente, a un esclavista—, imágenes de la Primera
Guerra Mundial creadas a partir de la combinación de varias fotos para
aumentar la épica de la composición, las famosas fotografías retocadas
por Stalin para hacer desaparecer personas que habían caído en
desgracia, una foto de Obama visitando un laboratorio estadounidense que
se hizo pasar por chino para difundir el bulo de que Estados Unidos
había tenido algo que ver con la pandemia de Covid, o el reciente fake
realizado con la inteligencia artificial Midjourney que mostraba al papa
Francisco con un desproporcionado abrigo blanco de plumas que le hacía
parecer una estrella de la música urbana.
Imagen falsa del papa Francisco generada por Pablo Xavier usando la inteligencia artificial Midjourney
Hay
fotógrafos y artistas visuales que llevan décadas tratado de
arrancarnos la inocencia con respecto a la veracidad que otorgamos a las
fotografías. Uno de los pioneros en este campo es el español Joan
Fontcuberta, de quien se expone una pequeña muestra de su proyecto
Sputnik, un falso documental de 1997 sobre un cosmonauta soviético
perdido en el espacio cuyo accidente había sido encubierto supuestamente
por la URSS. El proyecto al completo, que no ha dejado de exponerse
desde entonces —y que precisamente se estrenó en la Fundación
Telefónica— puede verse hasta el 25 de junio en el Museo Ruso de Málaga.
“La
idea se me ocurrió en 1990. Un año antes se había desplomado el Muro de
Berlín y había aparecido PHotoShop”, explica el artista durante la
presentación de la exposición. El desmoronamiento de la Unión Soviética y
el surgimiento del revolucionario software de retoque fotográfico
fueron dos acontecimientos fueron determinantes en la creación de este
proyecto inspirado en las imágenes manipuladas del estalinismo y que
llegó a generar airadas protestas del embajador ruso en Madrid.
El
propósito de Joan Fontcuberta era “mostrar lo engañoso de las imágenes y
cómo el marco en el que se muestra algo influye en su recepción. Si
presentamos algo en el contexto de un museo, adquiere una autoridad y
una fuerza de convicción mucho mayor”.
En
Fake News. La fábrica de mentiras también puede verse el proyecto The
Book of Veles, del fotógrafo noruego Jonas Bendiksen, de la agencia
Magnum. Durante la pandemia del Coronavirus fotografió las calles vacías
de la localidad macedonia de Veles, que durante la campaña electoral
entre Hillary Clinton y Donald Trump en 2016, se convirtió en un
importante polo desde el que se difundieron noticias falsas. Luego editó
las imágenes añadiendo figuras humanas diseñadas por ordenador y las
complementó con relatos generados por un robot. "El resultado fue un
engaño que fascinó a la escena fotográfica internacional y que se llegó a
aceptar como verdadero", se explica en la exposición.
También
participa en la muestra el colectivo Domestic Data Streamers con la
instalación audiovisual Data Heartbreak, sobre el consumo incesante de
información al que nos sometemos voluntariamente a diario. En esta
pieza, concebida originalmente para el festival Llum de Barcelona,
abordan el fenómeno de la economía de la atención, en la que muchos
actores compiten por captar nuestra atención el mayor tiempo posible, y
nos lanzan preguntas incómodas que revelan hasta qué punto la culpa es
de los propios usuarios.
Vista de la instalación 'Data Heartbreak', de Domestic Data Streamers.
La amenaza de lo “ultrafalso”
La
última parte de la exposición está dedicada a la forma más sofisticada y
peligrosa de manipulación de imágenes: el deepfake (de nuevo la Fundéu
propone una alternativa en español, “ultrafalso”), que consigue trucar
los vídeos de manera que resulta, en los casos de mayor calidad,
prácticamente imposible distinguir si algo es real o no. Muchos de estos
vídeos trucados muestran a personajes famosos en situaciones que nunca
han ocurrido o diciendo cosas que nunca han salido de sus labios, y en
la exposición vemos ejemplos realmente conseguidos de Morgan Freeman,
Donald Trump, Kim Kardashian y Mark Zuckerberg, que forman parte del
proyecto Big Dada / Public Faces, de Daniel Howe y Bill Posters, que en
2019 dio la vuelta al mundo y abrió el debate sobre la falta de
políticas relacionadas con el control de este tipo de tecnologías.
Justo
a continuación, el visitante podrá situarse delante una cámara y elegir
un famoso (de Leonardo di Caprio a Michelle Obama), que usurpará su
rostro, generando su propio deepfake. Un divertimento que seguramente
generará alguna aglomeración de público, ya que solo hay dos pantallas
para probar la herramienta.
Ya
en la última sala, se muestran ejemplos de deepfakes con los que se
enseña cómo detectarlos a partir de sus fallos, como cambios en la
coloración de la piel o incongruencias en la perspectiva de las
facciones, y se remata la experiencia con cuatro pupitres donde,
aquellos que lo deseen, pasarán un examen para comprobar si, tras lo
aprendido, son capaces de distinguir una noticia falsa de una verdadera.
Postado há 1 week ago por Orlando Tambosi
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