A atração hipnótica da pintura pré-rafaelita, os desumanizados trabalhadores de 'Metrópolis' ou os cadáveres dos contos de Poe: o sinistro não só tem estado muito presente, mas o fato é que somos incapazes de deixar de fitá-los. Esther Peñas para a revista Ethic:
La
primera acepción del Real Diccionario de la Lengua define lo siniestro,
en primera instancia, como «lo que está a mano izquierda». Después,
algo «avieso, malintencionado», cualidad de «infeliz, funesto o aciago»,
para terminar acotándolo en un «suceso que produce daño o pérdida
material considerables». Pero la palabra, aplicada a una experiencia
vital, «me ocurrió algo siniestro», o empleada para calificar un hecho,
«es siniestro», tiene implicaciones mucho más profundas.
Objetos
que cobran vida, muñecas que despiertan a lo humano, humanos que se
convierten en cadáveres, muertos que nos visitan, rostros que pierden
aquellos rasgos que los caracterizan, las figuras de cera, los
autómatas, cuerpos desmembrados, voces no distinguidas con precisión,
aquella persona que acabamos de conocer y que, aunque resulta afable,
nos inquieta instintivamente, pasos ajenos estando solos en una
estancia, un enterramiento prematuro, la figura del doble…
El
concepto se lo debemos a Freud, que lo acuñó en 1919, aunque el
filósofo romántico Shelling ya habló de algo muy parecido que describió
como «extrañeza inquietante». Freud lo inscribe con la palabra
Unheimlich, lo siniestro, como antónimo de Heimlich, que designa a
aquello que nos es familiar. Algo que nos fue familiar se transforma en
algo extraño, inquietante, espantoso. Lo siniestro sería el recuerdo
reprimido que regresa de manera tal que desestabiliza la identidad
unitaria, las normas estéticas y el orden social. Es el despertar de una
angustia infantil. El retorno de lo desterrado. Cuanto habíamos tenido
por fantástico se nos presenta como real. «Lo espantable, angustiante,
espeluznante», en el decir del psicoanalista austriaco. Una angustia de
la que somos presos y víctimas. Como cuando nos enamoramos de una
serpiente, como le sucede al estudiante Anselmo en el cuento La olla de
oro, escrito por Hoffman.
Precisamente
de E. T. A. Hoffmann, escritor y compositor romántico, toma Freud un
ejemplo para explicar lo siniestro: su relato El hombre de arena,
publicado en 1817. En este cuento, Nathanael vive aterrado por una
historia que le contó su niñera sobre un sombrío hombre que arrojaba
arena a los ojos de los niños traviesos para dejarlos ciegos y
llevárselos en un saco para alimentar a sus hijos. Ya adulto, Nathanael
cree reconocer en Coppelius al hombre de arena. Primer acontecimiento
siniestro. Su prometida, Clara, consigue convencerle de lo irracional de
su sospecha. Pasado el tiempo, vuelve a encontrarse con Coppelius,
quien le muestra, a través de unos binoculares, a Olimpia, una mujer
bellísima de la que Nathanael se enamora perdidamente. Cuando descubre
que Olimpia es una autómata (segundo trance siniestro), enloquece.
En
esta desasosegante narración se observa de forma explícita el concepto
de lo siniestro. Algo familiar (esa historia de la infancia que escucha
un niño) que se convierte en una amenaza (Coppelius, quien ha encarnado
en real algo que era ficticio), junto con el descubrimiento de que
aquello que creíamos vivo no era más que un objeto inanimado. Lo
familiar adquiere su dimensión más horrible.
Lo
siniestro es «lo que debía de haber quedado oculto, secreto, pero que
se ha manifestado», como formuló Shelling. Ese regreso de lo reprimido
genera una extrema ansiedad en quien lo experimenta, porque provoca una
falta de distinción entre lo real y lo imaginario, una confusión entre
lo animado e inanimado, y la usurpación de la realidad física por la
psíquica.
Cuenta el filósofo Kierkegaard
que su padre le relató una historia de un forajido muy violento, aunque
generoso con los más necesitados. Tiempo después, al mirarse en el
espejo, le sobrevino una crisis de angustia, porque vio, en el reflejo,
al delincuente que todos somos, vio la posibilidad de que él mismo
pudiera convertirse en aquel criminal. Lo que llevamos dentro.
«Produce, el sentimiento de lo siniestro, la realización de un deseo
escondido, íntimo y prohibido. Siniestro es un deseo entretenido en la
fantasía inconsciente que comparece en lo real; es la verificación de
una fantasía formulada como deseo, si bien temida». Palabra de Eugenio
Trías.
Lo
siniestro nos coloca en aquel territorio de nuestro yo que debiera
permanecer oculto, que no podemos ni debemos dejar que se asome. Surge
de donde menos lo esperamos, y nos aterra. La querencia de Poe por los
cadáveres femeninos. La atracción hipnótica de cuadros como Ofelia,
del prerrafaelita John Everett Millais. Los procesos de
deshumanización, como la que padece Neo, protagonista de Matrix,
sometido a una reprogramación que altera su naturaleza para convertirlo
en un híbrido de hombre y computadora. Cuando las personas se
transforman en masa indiferenciada, como los obreros a la salida del
trabajo en Metrópolis o de los estudiantes en el videoclip de Pink Floyd
Another Brick in the Wall, rodado por Alan Parker. Lo siniestro.
Unheimlich.
El
propio Freud comparte su experiencia. Cuenta que, una vez, caminando
por calles vacías, se percató de que se había adentrado en una zona
dedicada a la prostitución; al querer abandonarla, regresó sin querer al
mismo punto. Al volver a intentarlo, se encontró, una vez más, allí
donde pretendía alejarse. Para el padre del psicoanálisis, había algún
tipo de satisfacción inconsciente (reprimida) que se rebelaba contra ese
querer apartarse. Lo que provoca extrañeza y desasosiego es
desentenderse de ese deseo que emerge (quedarse en esa zona), como si
ese deseo reprimido no fuera nuestro. Lo siniestro, al fin y al cabo,
nos pertenece.
Postado há 1 week ago por Orlando Tambosi
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