A política identitarista apaga os atributos reais de cada indivíduo, fazendo com que não lhe pertençam, e prepara uma sociedade de grupos sociais sem vontade própria, pois é o poder que lhes designa quem são e que papel jogam frente ao poder. José Carlos Rodríguez para Disidentia:
Es
difícil entender todas las extrañas criaturas con las que convivimos si
no sabemos de dónde proceden. Con el ceño fruncido, elevado el tono de
voz, adusto el gesto, nos dicen que hombres y mujeres somos especies
distintas, con los primeros en la posición de parásitos. O aquellos que,
sin renunciar a estas ideas y con sañudo sacrificio de la lógica, dicen
que hombres y mujeres no existen, y que hay decenas, cientos de
opciones sexuales diferentes, todas válidas salvo quizás la de los
hombres heterosexuales. O que hay una diferencia esencial entre los
blancos y el resto, aquéllos que no tienen nuestra piel y por tanto
están racializados; y a eso se le llama antirracismo. ¿De dónde vienen?
¿Qué hacen en nuestro planeta y cuál es su misión?
Por
supuesto, ellos son nosotros mismos, si bien bajo el influjo de lo que
podríamos llamar marxismo postmoderno, a falta quizás de un término
mejor. Tan post y tan moderno, que apenas es posible reconocer en él al
parásito barbudo que ha subyugado el mundo con sus teorías. El marxismo
exponía un mundo movido por fuerzas que se escapan a la voluntad del
hombre, que responden a una lógica aprehensible, pero inmutable, que se
despliega inexorable en la historia, y ante la cual sólo nos queda
esperar dónde nos coloca el maremoto marxista, entre la vanguardia de la
historia y el gulag.
Eran
fuerzas, además, materiales: caían del lado tonto de la dualidad
alma-materia. La de Marx es literalmente una economía desalmada, y por
eso nunca tuvo la oportunidad de entender nada ni llevar al hombre a
algo distinto de la opresión y la miseria. Pues pretende que son
materiales el valor, los precios, el dinero, el capital… todas ellas
creaciones del alma humana encaminadas a satisfacer nuestras
necesidades. Sí, tenemos un cuerpo que atender, pero Marx no tuvo en
cuenta la observación de Smith de que el estómago humano es en verdad
pequeño. Y sí, es la materia la que transformamos. Pero lo hacemos con
ideas, y son éstas las que le otorgan vida. Economista y materialista
son términos antagónicos.
Será
por las contradicciones internas, o por lo inhumano de su pensamiento y
de su praxis, pero el marxismo ha fracasado en todos los ámbitos de la
vida social, salvo en el averno del poder. Y aún ahí remite.
Mucho
antes del fracaso histórico del socialismo marxista en 1989, dentro de
su grey se produjo una reacción para salvar los muebles. Por un lado,
ante la constatación en los años 60 de que las economías socialistas no
podían acercarse a la prosperidad capitalista, se produjo una feroz
crítica al crecimiento, en cuanto reconocieron que ese fruto sólo
maduraba en libertad. Por otro, se transformó el marxismo para eliminar
algunos de sus elementos y mantener otros.
El
cambio principal fue eliminar el materialismo. La economía, que Marx
supuso material, lo determinaba todo: la evolución social, por esa vía
la histórica, y asimismo la cultura. Al eliminar la economía como motor,
cayeron las leyes de la mecánica social descritas por Marx. Y con ellas
desaparecieron dos elementos: el profético, que había fracasado en su
contraste con la historia, y la paradoja de querer hacer una historia
que sigue sus propias leyes sin intervención de la voluntad humana.
Antonio
Gramsci, y con él otros autores, le dieron la vuelta a la situación. La
cultura no es la superestructura, no es el subproducto de la maquinaria
económica. Es una malla tendida por la burguesía sobre la sociedad,
para evitar cualquier revolución. Lo que hay que hacer, dice Gramsci, es
sustituir la hegemonía cultural burguesa por otra marxista. Sus ideas
explican el grueso de lo ocurrido en política desde los años 60.
Gramsci
se desembaraza de Marx, le da sentido a una acción revolucionaria,
permite asumir los reveses políticos, y ofrece la posibilidad de que
haya un programa de acción, tanto colectivo como individual, y una
esperanza de victoria. Pero falta ofrecer ese programa. Y ahí entran las
otras ideas a las que me refiero.
Estas
ideas tienen varios elementos del viejo marxismo. Divide a la sociedad
en opresores y oprimidos, aunque sea sobre otras bases (blancos-resto de
razas, hombre-mujer, etc). Busca anegar la sociedad en disolvente
universal para construir el socialismo desde el vacío. Por eso la
Iglesia sigue siendo un poderoso rival, aunque ya la han tomado como
hicieron con las Universidades y los medios de comunicación. Y, en
tercer lugar, sigue siendo necesario eliminar al elemento esencial: el
individuo.
El
viejo marxismo eliminaba al hombre separando las consecuencias de su
acción de su voluntad, convirtiéndole en sujeto de un devenir social
mecánico, sobre el que no tiene control alguno. Y encerrándole en las
paredes de una clase social de nuevo al margen de su voluntad y de sus
acciones.
El
nuevo elimina la individualidad. La política de las identidades borra
los atributos reales de cada individuo, hace que no le pertenezcan, y
prepara una sociedad de grupos sociales de nuevo sin voluntad propia,
pues es el poder quien les asigna quiénes son y qué papel juegan frente
al poder. El individuo; la persona. Este es hoy, como siempre, el objeto
de demolición del marxismo.
Postado há 3 weeks ago por Orlando Tambosi
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