Em artigo escrito para The Objective, Ricardo Cayuela Gally comenta o filme de Christopher Nolan e lembra o livro de Leonardo Sciascia sobre o físico italiano Majorana, que desapareceu depois de trabalhar com Enrico Fermi:
La película de Christopher Nolan sobre J. Robert Oppenheimer
se ha comentado por sus virtudes o defectos cinematográficos, pero no
ha suscitado el debate que debería en torno a la relación de causalidad
entre ciencia, tecnología y política. Y aunque Oppenheimer se
arrepintiera de ser el líder científico del Proyecto Manhattan y
responsable en última instancia de la bomba atómica, la verdad es que el
6 de agosto de 1945, cuando la bomba fue lanzada sobre la inerte ciudad de Hiroshima,
la humanidad dio el primer paso hacia el camino sin retorno de su
propia destrucción. Es curioso también que el debate moral sobre el uso
de las bombas atómicas no existiera en la época en que se utilizó. Los
seis años de muerte y destrucción habían embotado la sensibilidad humana
al punto de que se vivió como un alivio que ponía fin a la guerra.
En
cualquier caso, quien sí lo vio a tiempo y actuó en consecuencia fue el
físico italiano Ettore Majorana, al menos esa es la hipótesis de
Leonardo Sciascia en su obra maestra La desaparición de Majorana. Para
Sciascia, Majorana, no se suicidó por desórdenes de genio loco, sino que
fingió su muerte al darse cuenta, antes que nadie, de que la
consecuencia inevitable de los avances en física nuclear era la bomba
atómica. Para Sciascia, el anverso moral de Oppenheimer es Ettore
Majorana.
El
libro de Sciascia se publicó primero por entregas en el diario turinés
La Stampa en el verano de 1975 y tuvo tal impacto que es el responsable
de rescatar del olvido a Majorana, apenas un capítulo en la historia de
la ciencia, hasta convertirlo en un mito de la cultura popular italiana.
La seducción de Sciascia por el impulso moral de Majorana tiene algo de
espejo de su propia vida. Sciascia, igual que Majorana, era siciliano y
era también un rebelde moral.
La
obra de Sciascia puede leerse como un alegato contra la sublimación
artística de la violencia criminal. Su obra es un grito en la plaza
pública contra la omertá o ley del silencio. Y una muestra que, desde la
literatura, para colmo de género, se puede comprender el fondo de un
asunto social delicado, y tomar una postura ética ante el mal de su
tiempo. Sciascia, desde luego, no limitó su lucha a las novelas
policiacas, sino que la llevó a las páginas de los diarios, con
reportajes de investigación, y a la tribuna del congreso, con denuncias e
iniciativas de toda índole. Y todo, desde esa especie de serenidad del
que ha convivido con el siroco de cerca durante lustros. Sciascia fue un
rígido impugnador de la corrupción política italiana y de esa dejadez,
casi de orgullo idiosincrático italiano, de hacer las cosas sin cuidado,
desde los trenes que salen tarde hasta los asesinatos que no se
resuelven. Cose nostre, dicen los italianos, exculpándose de los
pequeños desastres, «nuestras cosas», sin darse cuenta la afinidad
semántica con cosa nostra.
Sciascia trabajaba todo el año en Roma.
Primero como periodista, luego como político (después del Partido
Comunista, fue diputado independiente por el Partido Radical), pero
nunca perdonaba el largo verano en su tierra natal. Y ahí, encerrado
tras los gruesos muros de su casa familiar en Racalmunto, se encerraba a
escribir, a redactar, la historia que había trabajado, en apuntes e
investigación, a lo largo del año. Libros condensados, inteligentes,
pero de fácil lectura, hijos de la luz del Mediterráneo. Una obra
amplia, de muchos libros breves, escritos en su mayoría en la madurez,
pura condensación de sabiduría vital, como su paisano Andrea Camilleri.
Majorana
como científico fue precoz, pero tímido y retraído. Participaba casi
contra su voluntad. Su formación fue de ingeniero. Fueron sus colegas
los que le sugirieron que se sumarse al equipo de investigación que
estaba creando Enrico Fermi en Roma por su talento inhumano para las
matemáticas. En dos años obtuvo el doctorado en física. Y comprendió la
naturaleza del átomo mejor que los grandes científicos del siglo que
llevaban toda una vida estudiándolo, como Bohr. De hecho, Majorana sólo
aceptó trabajar con Fermi tras comprobar, en un día, con cálculos
propios, que la hipótesis de Fermi –de la que hablaron en su primera
entrevista– era correcta. Es decir, redujo la vida de investigación del
futuro premio Nobel italiano a unas comprobaciones domésticas. En
palabras del propio Fermi. «Hay varias clases de científicos; están los
de segundo o tercer orden, que hacen lo que buenamente pueden y no pasan
de ahí; están los científicos de primer orden, que hacen
descubrimientos de gran importancia, fundamentales para el progreso de
la ciencia. Y luego están los genios, como Galileo
y Newton. Pues bien, Ettore Majorana era uno de ellos». Sciascia
investiga la trayectoria de Majorana y cómo se adelantó a Heisenberg en
sus descubrimientos de la naturaleza del átomo sin molestarse a publicar
sus resultados; feliz de darle todo el crédito al alemán cuando éste
llegó a las mismas conclusiones de manera trabajosa y paulatina. Así era
la cabeza de Majorana.
Como
hizo en el caso Aldo Moro, Sciascia estudia las cartas que dejó
Majorana antes de desparecer en 1938. Y llega conclusiones diferentes de
las de la policía. Recordemos que su desaparición fue un escándalo en
su momento y que el propio Mussolini ordenó que se investigara el caso.
Al final, la policía concluyó que Majorana se había suicidado al
lanzarse del barco que lo transportaba de Palermo a Nápoles y que su
cuerpo no había aparecido por las corrientes marinas. Sciascia, casi
cuarenta años después, sin otros documentos que el informe policial,
algún testimonio aislado y las cartas de despedida de Majorana a la
universidad y su familia, llega a una conclusión diferente: Majorana se
retiró a un convento napolitano incapaz de frenar el avance científico
que desembocaría en la bomba, pero sobre todo incapaz de evitar que lo
obligaran a trabajar en esa dirección. Lo vio todo. Incluida la lucha
fascista y nazi por hacerse con una tecnología que les daría el triunfo
en una guerra que aún no estallaba. Para Sciascia, Majorana fingió su
muerte con tal precisión que fuera imposible descubrir la verdad y, al
mismo tiempo, revelaba en clave las razones de su falsa desaparición.
Oppenheimer
no fue un moderno Prometeo, que roba el fuego a los dioses para el
disfrute de la humanidad. Fue un cómplice voluntario del dios Ares. Y la
mejor forma de ver la película de moda es con el libro de Sciacia bajo
el brazo.
Postado há 3 weeks ago por Orlando Tambosi
Em artigo escrito para The Objective, Ricardo Cayuela Gally comenta o filme de Christopher Nolan e lembra o livro de Leonardo Sciascia sobre o físico italiano Majorana, que desapareceu depois de trabalhar com Enrico Fermi:
Majorana, em vez de Oppenheimer.
Em artigo escrito para The Objective, Ricardo Cayuela Gally comenta o filme de Christopher Nolan e lembra o livro de Leonardo Sciascia sobre o físico italiano Majorana, que desapareceu depois de trabalhar com Enrico Fermi:
La película de Christopher Nolan sobre J. Robert Oppenheimer
se ha comentado por sus virtudes o defectos cinematográficos, pero no
ha suscitado el debate que debería en torno a la relación de causalidad
entre ciencia, tecnología y política. Y aunque Oppenheimer se
arrepintiera de ser el líder científico del Proyecto Manhattan y
responsable en última instancia de la bomba atómica, la verdad es que el
6 de agosto de 1945, cuando la bomba fue lanzada sobre la inerte ciudad de Hiroshima,
la humanidad dio el primer paso hacia el camino sin retorno de su
propia destrucción. Es curioso también que el debate moral sobre el uso
de las bombas atómicas no existiera en la época en que se utilizó. Los
seis años de muerte y destrucción habían embotado la sensibilidad humana
al punto de que se vivió como un alivio que ponía fin a la guerra.
En
cualquier caso, quien sí lo vio a tiempo y actuó en consecuencia fue el
físico italiano Ettore Majorana, al menos esa es la hipótesis de
Leonardo Sciascia en su obra maestra La desaparición de Majorana. Para
Sciascia, Majorana, no se suicidó por desórdenes de genio loco, sino que
fingió su muerte al darse cuenta, antes que nadie, de que la
consecuencia inevitable de los avances en física nuclear era la bomba
atómica. Para Sciascia, el anverso moral de Oppenheimer es Ettore
Majorana.
El
libro de Sciascia se publicó primero por entregas en el diario turinés
La Stampa en el verano de 1975 y tuvo tal impacto que es el responsable
de rescatar del olvido a Majorana, apenas un capítulo en la historia de
la ciencia, hasta convertirlo en un mito de la cultura popular italiana.
La seducción de Sciascia por el impulso moral de Majorana tiene algo de
espejo de su propia vida. Sciascia, igual que Majorana, era siciliano y
era también un rebelde moral.
La
obra de Sciascia puede leerse como un alegato contra la sublimación
artística de la violencia criminal. Su obra es un grito en la plaza
pública contra la omertá o ley del silencio. Y una muestra que, desde la
literatura, para colmo de género, se puede comprender el fondo de un
asunto social delicado, y tomar una postura ética ante el mal de su
tiempo. Sciascia, desde luego, no limitó su lucha a las novelas
policiacas, sino que la llevó a las páginas de los diarios, con
reportajes de investigación, y a la tribuna del congreso, con denuncias e
iniciativas de toda índole. Y todo, desde esa especie de serenidad del
que ha convivido con el siroco de cerca durante lustros. Sciascia fue un
rígido impugnador de la corrupción política italiana y de esa dejadez,
casi de orgullo idiosincrático italiano, de hacer las cosas sin cuidado,
desde los trenes que salen tarde hasta los asesinatos que no se
resuelven. Cose nostre, dicen los italianos, exculpándose de los
pequeños desastres, «nuestras cosas», sin darse cuenta la afinidad
semántica con cosa nostra.
Sciascia trabajaba todo el año en Roma.
Primero como periodista, luego como político (después del Partido
Comunista, fue diputado independiente por el Partido Radical), pero
nunca perdonaba el largo verano en su tierra natal. Y ahí, encerrado
tras los gruesos muros de su casa familiar en Racalmunto, se encerraba a
escribir, a redactar, la historia que había trabajado, en apuntes e
investigación, a lo largo del año. Libros condensados, inteligentes,
pero de fácil lectura, hijos de la luz del Mediterráneo. Una obra
amplia, de muchos libros breves, escritos en su mayoría en la madurez,
pura condensación de sabiduría vital, como su paisano Andrea Camilleri.
Majorana
como científico fue precoz, pero tímido y retraído. Participaba casi
contra su voluntad. Su formación fue de ingeniero. Fueron sus colegas
los que le sugirieron que se sumarse al equipo de investigación que
estaba creando Enrico Fermi en Roma por su talento inhumano para las
matemáticas. En dos años obtuvo el doctorado en física. Y comprendió la
naturaleza del átomo mejor que los grandes científicos del siglo que
llevaban toda una vida estudiándolo, como Bohr. De hecho, Majorana sólo
aceptó trabajar con Fermi tras comprobar, en un día, con cálculos
propios, que la hipótesis de Fermi –de la que hablaron en su primera
entrevista– era correcta. Es decir, redujo la vida de investigación del
futuro premio Nobel italiano a unas comprobaciones domésticas. En
palabras del propio Fermi. «Hay varias clases de científicos; están los
de segundo o tercer orden, que hacen lo que buenamente pueden y no pasan
de ahí; están los científicos de primer orden, que hacen
descubrimientos de gran importancia, fundamentales para el progreso de
la ciencia. Y luego están los genios, como Galileo
y Newton. Pues bien, Ettore Majorana era uno de ellos». Sciascia
investiga la trayectoria de Majorana y cómo se adelantó a Heisenberg en
sus descubrimientos de la naturaleza del átomo sin molestarse a publicar
sus resultados; feliz de darle todo el crédito al alemán cuando éste
llegó a las mismas conclusiones de manera trabajosa y paulatina. Así era
la cabeza de Majorana.
Como
hizo en el caso Aldo Moro, Sciascia estudia las cartas que dejó
Majorana antes de desparecer en 1938. Y llega conclusiones diferentes de
las de la policía. Recordemos que su desaparición fue un escándalo en
su momento y que el propio Mussolini ordenó que se investigara el caso.
Al final, la policía concluyó que Majorana se había suicidado al
lanzarse del barco que lo transportaba de Palermo a Nápoles y que su
cuerpo no había aparecido por las corrientes marinas. Sciascia, casi
cuarenta años después, sin otros documentos que el informe policial,
algún testimonio aislado y las cartas de despedida de Majorana a la
universidad y su familia, llega a una conclusión diferente: Majorana se
retiró a un convento napolitano incapaz de frenar el avance científico
que desembocaría en la bomba, pero sobre todo incapaz de evitar que lo
obligaran a trabajar en esa dirección. Lo vio todo. Incluida la lucha
fascista y nazi por hacerse con una tecnología que les daría el triunfo
en una guerra que aún no estallaba. Para Sciascia, Majorana fingió su
muerte con tal precisión que fuera imposible descubrir la verdad y, al
mismo tiempo, revelaba en clave las razones de su falsa desaparición.
Oppenheimer
no fue un moderno Prometeo, que roba el fuego a los dioses para el
disfrute de la humanidad. Fue un cómplice voluntario del dios Ares. Y la
mejor forma de ver la película de moda es con el libro de Sciacia bajo
el brazo.
Postado há 3 weeks ago por Orlando Tambosi
Nenhum comentário:
Postar um comentário