O que começou como uma revisão crítica de todas as grandes teorias do significado, a pós-modernidade, é agora um lento e inelutável projeto para subverter os fundamentos da nossa cultura. Cristina Casabón para The Objective:
La sumisión a las modas identitarias
amenazan el lenguaje culto, o el correcto uso de la lengua, que siempre
ha sido una manifestación de buena educación y de buen gusto. Pretenden
purgar a la lengua del sexismo añadiendo un punto y la terminación de
la palabra en femenino, en el caso del francés, produciendo discursos
inteligibles. ¿Qué sentido tiene problematizar el lenguaje? Por un lado,
es parte del imperativo ético que persiguen las modas identitarias de
deconstruir, desafiar y problematizar cualquier resquicio del pasado que
quede en pie y al mismo tiempo señalizar al interlocutor que no emplea
el lenguaje políticamente correcto según las normas de la doctrina woke.
Aquel que no se pliega a la nueva gramática es señalizado y marcado con
la letra ‘R’ de reaccionario. Algunos periódicos y editoriales de
libros tienen tanto miedo de no gustar a los nuevos arquitectos del
lenguaje que van adoptando progresivamente todas estas ocurrencias.
Por
otro lado, se busca modificar la realidad a través del lenguaje.
Foucault estaba especialmente interesado en el lenguaje o más
específicamente, el discurso, la producción del conocimiento y el poder y
la interrelación entre estos tres elementos. La influencia de Foucault
en la política identitaria se percibe en liderazgos de izquierdas que
pretenden que las palabras modifiquen la forma en la cual percibimos la
realidad y, en última instancia, la realidad misma. Estas teorías
esotéricas han ido invadiendo espacios como la educación o las
instituciones con una política de gestos que no se traduce en sociedades
más inclusivas, sino más fragmentadas en torno a las identidades, y
obsesionadas con el lenguaje, el conocimiento y el poder.
En
estas estábamos cuando Francia ha dado un nuevo portazo a las modas del
lenguaje identitario. Ya en 2017 se prohibió el uso administrativo del
lenguaje inclusivo y ahora en una circular publicada en el Boletín
Oficial, el ministro Jean-Michel Blanquer sostiene que «nuestra lengua
es un precioso tesoro que tenemos la vocación de compartir con todos
nuestros alumnos, en su belleza y fluidez, sin rencillas y sin
instrumentalizaciones». Queda así a buen recaudo la educación nacional
de la contaminación del lenguaje.
Un
conocido miembro de la Academia Francesa, Alain Finkielkraut, comentaba
en su último ensayo, En primera persona, como ha ido evolucionando este
debate en Francia: «A pesar de nuestros esfuerzos de redención, los
humoristas del servicio público como la vanguardia de lo.a.s
profesore.a.s de filosofía seguirían encontrando risible que nosotros
hagamos tan poco, tan tarde. En vez de interiorizar esta hilaridad y dar
pruebas de honestidad de una manera febril, tenemos el deber de salir
en socorro de la lengua que las correctoras y los correctores de la
palabra ponen en peligro (¿se me permitirá esta licencia?) porque ya no
son capaces de o irla y se han olvidado de amarla».
«Una
lengua procede de una combinación centenaria de historia y práctica,
que Lévi-Strauss y Dumézil definieron como ‘un equilibrio sutil nacido
del uso’. Al abogar por una reforma inmediata y global de la ortografía,
los promotores de la escritura inclusiva violan los ritmos del
desarrollo del lenguaje según un mandato brutal, arbitrario y
descoordinado, que ignora la ecología del verbo», publicaban Hélène
Carrère d’Encausse, secretaria perpetua de la Academia Francesa y Marc
Lambron, actual director de la Academia Francesa en el Boletín Oficial.
Que
Francia, cuna de la Ilustración, se oponga a que mangoneen la lengua de
Marcel Proust no deja de ser un acto de justicia poética. ¡Menudos son
los franceses! Nos llevan ventaja a los españoles en eso de amar y
defender su cultura, y se animan a decir en voz alta lo que cada vez más
ciudadanos pensamos, que la política identitaria se dedica a
deconstruir, desafiar, problematizar, detectar y exagerar todos los usos
y costumbres sociales, todo el legado cultural humanista. Todo esto
rellena tiempo y espacio en los medios de comunicación, crea una
polémica nueva cada día. Vemos personas con una conciencia social
hiperdesarrollada a la hora de detectar pequeños agravios identitarios,
dejando de lado un esfuerzo más serio para entender y apelar al conjunto
de nuestras sociedades. El lenguaje inclusivo es un intento de
inspeccionar la lengua de arriba a abajo que responde a una línea
militante, no a una evolución natural del lenguaje. Llegados a este
punto, el ciudadano común siente que ya no puede expresarse sin cometer
una injusticia. Se oprime la libertad de expresión que, como decía
Ortega, «ha significado siempre en Europa autenticidad y franqueza para
ser auténticamente quienes somos».
Lo
que comenzó como una revisión crítica de todas las grandes teorías del
significado, la posmodernidad, es ahora un lento pero imparable proyecto
para subvertir los fundamentos de nuestra cultura. La cultura woke va
desacreditando la creación de arte, la literatura, el humor o el
lenguaje que no se adecua a los limitados estándares de los nuevos
diletantes. La cultura se va asociando con una militancia, un
adoctrinamiento sutil, una forma de falso progresismo. Nada es más
dañino para el espíritu de la cultura que su sometimiento a una causa,
su administración, control y dirección.
El
mito, la ideologización y la irracionalidad se han incorporado a la
política, a las columnas de opinión, los movimientos sociales, las aulas
y las instituciones. Todo se ha contaminado de un cierto aire de
militancia identitaria. Pero también ocurre que se manifiesta una brecha
cada vez más visible entre la opinión publicada que es fiel a todas las
modas de la policía cultural y la opinión pública que es fiel a la
cultura. De momento, en Francia y ante la inminente llegada de unas
elecciones generales, algunos empiezan a considerar salvar el lenguaje.
Postado há 3 weeks ago por Orlando Tambosi
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