Em artigo publicado pelo Instituto Independiente,
Carlos Alberto Montaner afirma que Bernie Sanders - o provável
candidato democrata à presidência - e seus seguidores têm cérebro, mas
foram "abduzidos pela síndrome do progre":
“Quien no es socialista a los 20 años no tiene corazón. Quien lo
sigue siendo a los 40 no tiene cerebro”. La frase nunca la dijo
Churchill, pero se le atribuye tercamente. No es verdad. Esos personajes
tienen cerebro, pero han sido abducidos por el “síndrome del progre”.
La palabra “progre”, con cierta carga peyorativa, surgió en España.
El “síndrome del progre” consiste en la relativización enfermiza del
juicio crítico cuando se juzga algún fenómeno social en el que quepa una
visión socialistoide.
Los “progres” saben de la existencia de los gulags pero los
justifican con el argumento de que siempre hay personas inconformes con
las causas más nobles. Esconden la represión bajo el manto de las buenas
intenciones. Desean que se les juzgue por lo que pretenden, no por lo
que logran.
Es lo que hace Pablo Iglesias en España. No ignora que el Irán de los
ayatolás es una teocracia asesina y la Venezuela de Chávez y Maduro una
corrupta tiranía manejada desde Cuba, pero les sirven para su juego
político y como fuente de financiamiento y olvida la esencia del asunto.
También los “progres’ saben que Israel es la única democracia del
Medio Oriente, y el único país de la región en el que respetan a las
mujeres árabes, pero como las señas de identidad de la izquierda
“iliberal” hoy en día incluyen el antisemitismo, en 58 municipios en los
que mandan en España Podemos, el PSOE o Izquierda Unida, han dictado
bandos francamente antijudíos.
El problema de Bernie Sanders no es que se hubiera entusiasmado con
la revolución cubana en 1959. (El que no estuvo feliz con la derrota de
Batista que tire la primera piedra). El problema es su equivalencia
moral entre los miles de presos políticos y fusilados, y las campañas de
alfabetización y la extensión de la sanidad para el conjunto de la
sociedad.
Como Sanders padece el síndrome, no le importa el infeliz destino de
una revolución que se hizo en procura de la libertad, pero desde el
comienzo fue una tiranía militarizada que vive de vender su expertise
represivo a Venezuela, o de negociar a los “esclavos de bata blanca”,
médicos a los que les confiscan prácticamente el 90% de los salarios con
la complicidad de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
Veinte años después de su enamoramiento con la revolución cubana, en
1979, le tocó el turno a la pasión nicaragüense. Ocurrió lo mismo:
todos, los nicas y los no-nicas aplaudimos el derrocamiento de Somoza,
pero muy pronto se vio el sesgo totalitario del sandinismo.
Con maestros como “los cubanos” enseguida llegó la barbarie, la
represión, la escasez y la inflación. Era inevitable. A mediados de la
década de los 80 ya eran 4,000 los presos políticos. A Sanders no le
importaba. Era alcalde de Burlington (Vermont). Fue el único funcionario
estadounidense en Managua en contemplar un desfile militar sandinista.
Se cantó el himno. Una de las estrofas decía: “Los hijos de Sandino /
ni se venden si se rinden / luchamos contra el yankee / enemigo de la
humanidad”. La música y la letra habían sido compuestas por Carlos Mejía
Godoy. Bernie Sanders ideológica y humanamente estaba mucho más cerca
de Daniel Ortega que de Ronald Reagan, el presidente de su país. Reagan
no era un adversario político. Era un enemigo de clase.
A las dos décadas Sanders reincidió en el amor revolucionario. Parece
que se le revuelven las tripas cada 20 años y entra en celo. Sin
cancelar sus devociones primeras con Cuba y Nicaragua, se encandiló con
Hugo Chávez, padre político y maestro de Nicolás Maduro. Era 1999 y el
coronel, gobernado desde La Habana por Fidel Castro, su titiritero,
comenzaba su mandato.
Es probable que el “síndrome del progre” no tenga cura. El Bernie
Sanders que hoy es el precandidato demócrata es el mismo de siempre. El
de 1959 en La Habana. El de 1979 en Managua. El de 1999 en Caracas. No
cambia. Donald Trump se frota las manos.
BLOG ORLANDO TAMBOSI

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