Em artigo publicado pelo Instituto Independiente, Manuel
P. Vilatoro relembra os 70 anos da tomada de Berlim pelo Exército
Vermelho e os retoques aplicados na famosa fotografia do soldado
erguendo a bandeira da URSS sobre o Reichstag (sede do parlamento
alemão). Em vez da realidade, a farsa em nome da ideologia comunista:
Finales de abril de 1945. Berlín es sólo una sombra de la ciudad que
un día fue durante el Tercer Reich. En las calles donde antes paseaban
orgullosas a paso de ganso las tropas de Adolf Hitler,
ahora se lucha encarnizadamente por impedir inútilmente que los aliados
avancen. Repentinamente, en la azotea del Reichstag (la sede del
parlamento alemán), un soldado soviético avanza hasta el punto más alto
del edificio e iza una bandera roja ataviada con la hoz y el martillo.
El acto significa la derrota de los nazis en la Segunda Guerra Mundial
y, debido a su importancia y su simbolismo, es capturado por un atrevido
y suertudo fotógrafo. Esta es la versión oficial que se explicó al
mundo desde la U.R.S.S. en relación a una de las instantáneas más
famosas de la contienda, unos sucesos que nada tienen que ver con la
realidad.
Y es que, esta instantánea no fue fruto del azar ni se produjo
durante la contienda, sino que fue realizada en una curiosa sesión
fotográfica varios días después de que los combates hubieran cesado.
Todo ello, por orden de un avispado reportero con ganas de ganarse un
hueco en la Historia. No contento con eso, el «artista» realizó además
varios retoques en la imagen una vez que fue revelada para que causase
el mayor impacto posible entre la población e, incluso, con el objetivo
de que escondiera algunas vergüenzas del «glorioso Ejército Rojo».
Esta gran mentira logró convencer a la población hasta la caída de la
U.R.S.S. (momento en que la verdad sobre esta operación de propaganda
salió a la luz).
Esta historia es un claro ejemplo de como, a pesar de que se suele
afirmar que una imagen vale más que mil palabras, en ocasiones la
realidad puede ser tergiversada mediante el simple «click» de un cámara.
Una afirmación que quedó corroborada hace apenas una semana tras la muerte del protagonista de «The kiss»,
la famosa instantánea que marcó el fin de la Segunda Guerra Mundial (y
en la que se podía ver a un marinero dando un beso a una joven en mitad
de Times Square). Y es que, a pesar de lo cuentan la leyenda, la
realidad es que no fue un acto de amor debido a que la pareja no se conocía previamente.
En todo caso, esta curiosa mentira de Stalin es una de las tantas que se pueden leer en «Las 100 mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial»,
la tercera reedición de la famosa obra del historiador y periodista
Jesús Hernández. Este libro, concretamente, fue con el que este experto
en la Segunda Guerra Mundial se dio a conocer en el ámbito editorial en
2003. «Hoy muchos lectores saben de mi gracias a obras como “Enigmas y misterios de la Segunda Guerra Mundial” o“Breve Historia de la Segunda Guerra Mundial”,
pero no tienen en su poder el libro con el que me di a conocer. Por eso
lo he reescrito, he actualizado todos los datos y he añadido
información que me ha parecido interesante para completarlo», afirma el
autor en declaraciones a ABC.
La toma del Reichstag
Para entender la importancia de esta instantánea (conocida a la
postre como «Alzando una bandera sobre el Reichstag», tal y como
corroboran expertos como Gregorio Doval) es necesario viajar en el
tiempo hasta el 16 de abril de 1945. Y es que, fue exactamente ese día
cuando comenzó la Batalla de Berlín. Es decir, la última defensa a
ultranza de la capital del Reich por parte de las escasas tropas
alemanas que aún rendían culto a Hitler. En aquella época ya no era
ningún misterio que los aliados (especialmente los soviéticos, quienes
disponían de más de dos millones y medio de soldados y 6.000 carros de
combate) avanzaban con el cuchillo entre los dientes hacia el último
reducto del «Führer».
En su contra, el que fuera uno de los líderes más poderosos de la
primera mitad del siglo XX apenas pudo interponer 800.000 combatientes. Y
la mayoría de ellos, además, no eran más que unos pobres niños
reclutados de las «Juventudes Hitlerianas» con falsas promesas de gloria
y un futuro imperio alemán comandado por un Hitler que, según se decía,
resurgiría de sus cenizas. Mentiras. Estos pequeños soldados estaban
acompañados, a su vez, de miles de ancianos armados y entrenados a la
carrera por los restos de las escasas unidades que habían logrado
sobrevivir a los continuos combates los aliados en media Europa. Eran,
en definitiva, los estertores de muerte de un Reich que trataba de tomar
sus últimas bocanadas de aire aún a sabiendas de que la suerte estaba
más que echada.
Con el paso de los días, la situación se recrudeció todavía más para
los defensores, quienes –a pesar de todo- estaban resueltos a defender
al «Führer». Un líder que, para muchos, ya había perdido la cabeza hacía
semanas. «El 23 de abril, el general Weidling, comandante de la batalla
de Berlín, informó a Hitler de que solo quedaba munición para dos días
de combate. No obstante, afirmó que defendería sus posiciones mientras
el cerco soviético se cernía sobre la ciudad, a escasas manzanas del búnker donde Hitler se sumía en sus delirios.
El 30 de abril, Berlín era un infierno encarnizado en el que los rusos
tenían un objetivo primordial: capturar el simbólico Reichstag,
defendido con vigor por su guarnición», explica Chriss Mann en su obra «
Las Grandes Batallas de la Segunda Guerra Mundial».
La misión de los soviéticos no era sencilla, pues entre los muros del
edificio gubernamental se defendían nada menos que 5.000 miembros de
las tristemente famosas Waffen-SS, las tropas más ideologizadas de toda
Alemania. «El Reichstag se convirtió en una auténtica fortaleza. Para
ello se minaron todas las calles que conducían al edificio, se colocaron
barricadas y se cavaron trincheras y fosas antitanque. Los alemanes
dispusieron varias piezas de artillería en el exterior y se hicieron
fuertes en los sótanos, reforzados con vigas de hormigón y acero»,
determina Hernández en su obra «Las 100 mejores anécdotas de la Segunda
Guerra Mundial».
A pesar de la defensa a ultranza del Reichstag, los soviéticos sabían
del golpe moral que supondría para sus enemigos perder este edificio.
Por ello, los rusos cargaron sus fusiles Mosin-Nagant y sus subfusiles
PPSh para, a finales de abril, tomarlo al precio que costara. Y es que,
como es mundialmente conocido gracias a la «Orden 227»,
Stalin no tenía problema en anteponer los objetivos a la vida de miles
de sus soldados. A los militares del Ejército Rojo no les quedó más,
finalmente, que combatir por cada una de las habitaciones del enclave
para expulsar de él a los soldados de las SS.
La gran mentira
En medio de aquel caos, en medio de toda aquella vorágine de muerte,
la versión oficial del gabinete de Stalin afirma que el 30 de abril
(cuando todavía no se había tomado totalmente el Reichstag y aún
resistían varios cientos de alemanes en varias de sus salas) un soldado
soviético logró llegar hasta el tejado del edificio. Una vez allí,
descolgó la bandera con la esvástica e hizo ondear el paño soviético con
la hoz y el martillo simbolizando así la toma de Berlín.Aquel momento
–según lo que contó la U.R.S.S.- fue tan impactante que un fotógrafo lo
inmortalizó para la posteridad con su cámara, dando lugar a una de las
instantáneas más conocidas de toda la Segunda Guerra Mundial. La verdad
es bien diferente, pues la imagen fue un montaje que se realizó el día 2
de mayo en base a lo que, según algunos combatientes, había sucedido
varias jornadas antes, pero había sido imposible de inmortalizar.
Cambios realizados en la fotografía. |
«La apertura de los archivos secretos de la Unión Soviética tras su
disolución desmintió que la imagen fuera de aquel día. El fotógrafo de
guerra Yevgeni Jaldéi (1917-1997), de la agencia de prensa TASS, preparó
la escena el 2 de mayo, cuando el Reichstag estaba ya asegurado. Para
ello pidió a varios soldados que posasen de esa manera, colocando la
bandera en la parte más alta del edificio. De las numerosas fotos
resultantes de la sesión, escogió la que luego se haría mundialmente
conocida», explica Hernández en su obra. Al parecer, lo único que
pretendían los soviéticos era hacer una instantánea igual de impactante
que la de los americanos en Iwo Jima.
Retoques
Con todo, esa no fue la única «trampa» que protagonizaron los
soviéticos con dicha fotografía. Y es que, una vez que la instantánea
llegó a Moscú, los mandamases de la época decidieron que no era todo lo
que heroica que debía ser y que necesitaba algún que otro retoque para
quedar perfecta. El primero de ellos fue eliminar uno de los dos relojes
que el soldado del Ejército Rojo que portaba la bandera tenía en una de
sus muñecas.
Puede parecer algo absurdo, pero la razón es bastante sencilla: lo
había obtenido saqueando los cadáveres de los soldados alemanes
asesinados por sus compañeros aquel día. No se podía tolerar que el
resto de los mortales supieran ese dato, así que fue eliminado. A su
vez, y tal y como señala Hernández en su obra, fueron añadidas dos
columnas de humo en el fondo de la imagen para que la situación de
Berlín pareciese más dramática.
Montado el teatro, ya sólo quedaba difundir la fotografía y esperar a
que se hiciese famosa. «La histórica instantánea sería publicada por
primera vez el 13 de mayo en la revista ilustrada Ogonyok; a partir de
entonces sería ampliamente reproducida en todas las publicaciones
soviéticas e, incluso, en sellos de correos», explica el historiador en
su libro. Finalmente, la prensa hizo el resto del trabajo y «Alzando una
bandera sobre el Reichstag» se convirtió pronto en todo un símbolo de
la victoria de la U.R.S.S. sobre Adolf Hitler y sobre el nazismo.
Acababa una guerra, pero comenzaba una leyenda… falsa.
Con todo, a día de hoy se desconoce quién fue el artífice de esta
operación aunque, como en todo, no faltan las teorías. Hernández, tras
llevar a cabo las pertinentes investigaciones, apunta directamente al
«camarada Stalin», aunque explica que es imposible corroborarlo: «Se ha
especulado con que fue el propio Stalin el que animó al Departamento de
Propaganda a conseguir esta histórica fotografía al contemplar con
envidia la gran difusión que estaba teniendo la imagen de los soldados
norteamericanos izando la bandera de las barras y estrellas en Iwo Jima.
Por lo tanto, según esta hipótesis, el dictador soviético decidió
contrarrestarla con una escena similar».
¿Quién puso la bandera?
Además de esta operación secreta de propaganda, los soviéticos
también mintieron en torno a quien fue el encargado de izar la bandera
sobre el Reichstag. En principio, se consideró que el responsable fue un
sargento georgiano llamado Meliton Kantaria (el cual fue condecorado
como héroe de la Unión Soviética). Sin embargo, con el paso de los años y
las sucesivas investigaciones históricas el honor fue pasando de
soldado en soldado.
«En realidad, ese honor debía corresponder al hombre que realmente
colocó por primera vez la bandera roja en el emblemático edificio, a
las22:40 del 30 de abril de 1945: el ruso Mijail Petrovich Minin. Cuando
todavía se estaba combatiendo en las salas y pasillos del Reichstag,
Minin y otros tres hombres se ofrecieron para subir a la azotea y
plantar allí la bandera, con la promesa de sus superiores de que, si lo
conseguían, serían nombrados héroes de la Unión Sovíetica», explica
Hernández. No obstante, la operación de propaganda hizo que no
recibieran tal honor hasta 1995.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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