BLOG ORLANDO TAMBOSI
A polarização nunca traz nada de bom porque se funda em uma contraposição maniqueísta entre bons e maus que carece de sentido, mas é um catalisador muito eficaz das paisões políticas. J. L. González Quirós para Disidentia:
Se
puede llamar polarización a un buen número de fenómenos distintos, pero
el verdadero desastre que la polarización política trae consigo solo se
alcanza cuando ese fenómeno produce una captura de voto que hace
posible lo que se suele conocer como partitocracia, el régimen en el que
los partidos subordinan los principios y exigencias de cualquier
democracia liberal a su entero beneficio.
Que
el voto tienda a orientarse hacia un sector liberal/conservador o hacia
políticas progresistas/colectivistas es casi una determinación natural
en las sociedades contemporáneas. Para que esa oposición no derive en
una auténtica guerra, que a nadie beneficiaría, los sistemas políticos
han inventado una serie de instituciones que se deben sustraer a esa
dialéctica y han de procurar que las propuestas de los dos sectores
confluyan en políticas públicas consistentes y de largo aliento: es lo
que se suele conocer como instituciones contramayoritarias cuya función
moderadora es esencial, tanto para evitar los extremismos como las
políticas electoralistas y de coyuntura.
En
España un ejemplo perfecto de esas instituciones lo constituye el
gobierno del poder judicial, y es muy obvio que los partidos se han
propuesto minimizar cuanto puedan su independencia con las más variadas
disculpas, pero sin que hayan podido evitar que se haga evidente que su
único interés estriba en evitar “por la puerta de atrás” la actividad de
los jueces, en especial en aquellos casos, por desgracia muy
frecuentes, en el que los políticos se han visto implicados.
Al
obrar de ese modo, los políticos hacen una demostración clara de que lo
único que les importa es proteger su imagen, no deteriorar las
motivaciones de los votantes a los que se intenta convencer, en este
caso, de que los procesos en que se han visto implicados son invenciones
de la prensa, maniobras de los jueces, ora progresistas, ora
conservadores, y para eso hay que estar ciertos de que, al final, el más
alto tribunal acabe con una sentencia a favor o enterrando el asunto en
una jerigonza incomprensible, lo que se supone que sirve para demostrar
la inocencia del político injustamente encausado al que, si las cosas
no ruedan del todo bien, siempre le quedará el amparo del indulto. Lo
que se ha conseguido es que los políticos queden al margen de cualquier
juicio, que sean aún más inimputables que el propio jefe del Estado.
La
polarización es el caldo en el que se cultiva la irresponsabilidad
política o, como a veces de dice, no sin descaro y con enorme
desparpajo, la desjudicialización de la política, es decir que cualquier
actuación que se pueda considerar política no pueda ser juzgada nada
más que por los electores, lo que supone que la justicia, que también
emana del pueblo, se reserve para el común de los mortales pero no
afecte a las triquiñuelas de los políticos, que son iguales que los
demás pero un poco más iguales que nosotros, como decían los cerdos
dirigentes retratados por Orwell en Animal Farm.
Se
trata de crear un espacio de privilegio del político respecto a las
leyes comunes que no tiene ningún sentido, pues ya hemos comprobado
hasta la saciedad cómo, en ejercicio de su cargo, los políticos pueden
robar, malversar, corromperse y traicionar de mil maneras a la misión
que les han encomendado los electores y la Constitución.
La
polarización nunca trae nada bueno porque se funda en una
contraposición maniquea entre buenos y malos que carece por completo de
sentido, pero es un catalizador muy eficaz de las pasiones políticas, en
especial frente a electorados que renuncian a ser razonables y críticos
o, más sencillamente, que creen que se puede entender todo sin
necesidad de sumar y restar. Los políticos que la impulsan saben muy
bien lo que buscan porque de ese modo consiguen refugiarse bajo un manto
de credulidad que hace que cualquier crítica que se les pueda hacer
pueda presentarse como un ataque despiadado y peligroso de los enemigos
del pueblo. Bien, pues por necio que sea el procedimiento, no cesamos de
comprobar que funciona.
Hace
ya muchos meses que salimos de una pandemia horrorosa y mortífera y
ahora vemos cómo los políticos, en lugar de analizar con serenidad
alguna de los miles de cosas que se han hecho mal, por el Gobierno de
Sánchez y por los de las autonomías de uno y otro color, solo intentan
agitar el espantajo de los errores más sensacionales para atizarse los
muertos unos a otros, sin la menor consideración hacia los sentimientos
de víctimas y familiares que ven cómo su sufrimiento se mercantiliza con
toda desvergüenza en el mercado electoral. Por lo visto somos un país
condenado a no detectar los errores que nos han llevado a la cabeza de
la mala gestión en este asunto, de manera que los repetiremos la próxima
vez, corregidos y ampliados. No importa lo que se hizo mal y se podría
hacer mejor, sino el miserable uso político de las víctimas.
Otro
caso sangrante. Hace ya mucho que estamos ante una crisis energética
brutal, en parte causada por políticas biempensantes pero ilusas, que
está en la base de la espiral inflacionaria que nos puede conducir a
situaciones incontrolables. Pues ante un asunto de tanta gravedad el
Gobierno ha decidido abrir el frasco de las esencias morales e
ideológicas y culpar a los ricos, a las empresas y a las derechas de un
mal que es universal y que no sabe ni siquiera cómo afrontar, pero
entretanto procura arrimar la ascua a su sardina: ideología en vena y
que los nuestros no decaigan en su entusiasmo hacia este gobierno de la
gente, se necesita mucha jeta, pero es bien que no escasea en los
almacenes políticos.
En
lugar de convocar a unos y a otros para analizar a fondo la crisis y
tratar de formular unas políticas de largo alcance y con el mayor apoyo
posible el Gobierno de Sánchez pretende seguir ejerciendo de ilusionista
y sacar conejos de su chistera semana tras semana: que no pare la
fiesta ni las dádivas del gobierno para hacer como que se socorre a los
más necesitados, aunque sea al precio de que todos nos despeñemos. Ya se
buscará el culpable del descalabro y si la cosa le sale mal a Sánchez
tiempo habrá de endosar a otros la factura de tanta chapuza
irresponsable y necia.
La
razón de esta conducta está en el análisis electoral que hace el PSOE y
que, por desgracia, podría no ser del todo estúpido. Se trata de
aprovechar el malestar económico y social para cargarlo de forma
maniquea sobre las espaldas del enemigo al que se pone en permanente
contraste con las mejores y más piadosas intenciones del Gobierno. El
discurso sentimental y rencoroso de pobres contra ricos es el disfraz
que más parece convenir en una crisis que ni se sabe ni se quiere atajar
porque se confía en que su balance pueda beneficiar a los que se tienen
por progresistas. Es como si el Gobierno tratase de recuperar el
lenguaje de la lucha de clases consciente de que la apelación a los
discursos identitarios y a las reivindicaciones de género y similares
empiezan a perder capacidad de movilización en un escenario dominado por
perspectivas más duras.
Pues
por obvio que sea el disparate hay gentes en la derecha que parecen
dispuestas a aceptar su carné en el baile y que han decidido hacer lo
mismo que su contrario, solo que en sentido inverso. Es de temer que no
se hayan parado a pensar en cosas muy simples como, por ejemplo, cuál es
la cultura política y cuáles son los escenarios que más favorecen el
predominio de una izquierda extremada. El precio que se ha de pagar por
la polarización les parece pequeño si se consigue que los propios
funcionen con una lógica electoral similar a la que se remite la
izquierda, una manera más de hacer patente la profunda advertencia de
Dalmacio Negro de que, al menos en muchas ocasiones, la derecha se
limita a ser una izquierda envejecida…, y así nos va.
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