BLOG ORLANDO TAMBOSI
Existe um estranho consenso de que ler livros é uma atividade intrinsecamente positiva e aberta a todos os públicos - uma unanimidade suspeita. Para alguns autores, as coisas não são tão claras. Sergio Fanjul para El País:
Hay
cosas impepinables: que la sonrisa de un niño no tiene precio, que el
agua de Madrid es excelente y, sobre todo, que leer es bueno. Son
tiempos raros en los que muchos ponen en cuestión hasta la esfericidad de la Tierra, pero casi nadie es tan audaz como para poner en cuestión las bondades de la lectura. Sobre todo, entre los que leen.
La llegada del Día del Libro y la celebración de Sant Jordi
es una buena ocasión para reflexionar sobre su buena fama. Hasta el
oráculo de nuestro tiempo, ChatGPT, está de acuerdo: “Sí, leer puede ser
tan bueno como se dice. La lectura tiene muchos beneficios para nuestra
salud mental y emocional, así como para nuestro desarrollo
intelectual”, explica la inteligencia artificial. Pero veamos qué opinan
los humanos, sobre todo aquellos que han escrito recientemente ensayos
que tratan sobre los libros y la lectura: libros autorreferenciales,
metalibros. ¿Es leer tan bueno?
Nazis y estudiantes queman libros en una gran hoguera de literatura 'antialemana' en la Opernplatz, Berlín.
“El
humanismo siempre ha creído, un tanto ingenuamente, que la lectura es
el instrumento humanizador por antonomasia, el que nos hace más
empáticos y bondadosos, más inteligentes y racionales, pero la historia
se empeña en demostrarnos que eso no es así, que los usos que se han
hecho de la lectura pueden ser tan perversos como benévolos”, explica
Joaquín Rodríguez, autor de los ensayos La furia de la lectura (Tusquets) y Lectocracia: una utopía cívica (Gedisa).
No en vano, muchos de los jerarcas nazis,
perpetradores de masacres inhumanas, eran refinados lectores, y no
pocos poetas han sido necesarios para mantener vivas las llamas de las
guerras. Los dictadores, según explica Rodríguez, entienden
perfectamente el valor de los libros, “por eso prohíben la mayoría y
permiten solamente aquel o aquellos que garanticen la asimilación y
acatamiento de un credo y una consigna. Se lucha siempre por la
imposición de un libro único y de una única lectura legítima de ese
libro”. En algunos de sus capítulos este autor muestra cómo regímenes
totalitarios, dictatoriales, eclesiásticos, etcétera, han utilizado la
lectura para sus propios fines. Y, sobre todo, sugiere que reflexionemos
sobre cómo leemos, y también sobre por qué no leen los que no leen,
que, contra el dogma extendido, también es cosa muy respetable. “No hay
nada digno o respetable de manera intrínseca en el acto de leer en sí”,
confirma Mikita Brottman en Contra la lectura (Blackie Books).
Los fétidos lodos de la lectura
La lectura, tampoco nos pongamos tan tremendos, puede ser una actividad edificante y maravillosa,
y lo es casi siempre. Sus ventajas son innumerables: entretiene, pone a
hervir la imaginación, nos permite entrar en las mentes de los que
vivieron hace cientos de años. Transmite el conocimiento, alienta el
espíritu crítico, enriquece el lenguaje, estimula la empatía. Te hace
vivir muchas vidas en una, comprender el mundo de manera algo más
nítida, pensar y sentir. Además, es barata y aporta cierta distinción
(cada vez menos).
Pero
a pesar de todas estas ventajas, la ciudadanía no parece ser tan adicta
a la lectura como a otros vicios. Es que la lectura requiere atención y
esfuerzo. En su libro Sobre el arte de leer. Diez tesis sobre la educación y la lectura
(Plataforma Editorial), el pedagogo Gregorio Luri explica cómo, si bien
el habla es una habilidad natural, que adquirimos sin querer, como
absorbida del entorno, la lectura no es tan natural. No hemos nacido con
una predisposición, aprendemos con mucho esfuerzo y luego cuesta otro
tanto ejercitarla: leer es un arte. Rodríguez coincide en que ese
carácter adquirido hace fútiles las campañas de fomento de la lectura
basadas en la publicidad de ciertas mejoras intangibles, sobre todo
ahora que la oferta cultural está fragmentada y es tan abrumadora. “La
unanimidad en torno a la bondad de la lectura puede resultar hasta
sospechosa”, dice Luri, “lo peor que podemos hacer es convertir la
lectura en un ejercicio beato. Depende de qué leas: hay libros
malísimos”.
Ilustración de Don Quijote estudiando un manuscrito medieval. Herman Bacharach
Cuenta el pedagogo la anécdota en la que Jorge Luis Borges visitó Barcelona y Luri fue a su charla “como si fuera un semidiós”. El maestro argentino, aficionado a picotear de la Enciclopedia Britannica,
dijo: “No se preocupen, ni todos los libros están hechos para ustedes,
ni ustedes están hechos para todos los libros”. Qué alivio. Hay libros,
además, que se han considerado poco recomendables por inmorales y
perniciosos. Así lo hacía el maestro jesuita del siglo XVII Francesco
Sacchini en Sobre el provecho y los peligros de la lectura
(Prensas de la Universidad de Zaragoza): “En modo alguno es necesaria
para un joven la lectura de libros tan terribles para la virtud, que es
absolutamente perniciosa, sencillamente ignominiosa para un hombre
cristiano”. Se refería, entre otros, a los “fétidos lodos” de Catulo,
Tibulo y Propercio, de Juvenal y Plauto.
La lectura no ha sido siempre publicitada como un bien universal y supremo. Entre los filósofos de la Antigua Grecia,
como se ve en algún diálogo de Platón (como el Fedro), la lectura y la
escritura eran fuente de controversia: se veían como una traición a la
virtuosa tradición oral que generaba y transmitía el conocimiento a
través del teatro o de la charla (tal y como dialogaba Sócrates con sus
conciudadanos, que luego lo mataron). No servían para alcanzar una
sabiduría completa. En ocasiones hay quien ha considerado la lectura
como una actividad demasiado abstracta y absorbente que aleja de la
acción real y hasta Alonso Quijano se convirtió en Don Quijote porque
“del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro”, expuesto a
demasiadas novelas de caballería.
William Morris, pionero del movimiento Arts & Crafts británico,
y a la sazón escritor y editor, desdeñaba el papel de la lectura a la
hora de crear una utopía socialista: quizás era mejor aprender de los
otros humanos, en juiciosa fraternidad, que aprender de los libros.
También hay libros objetivamente malvados: en la realidad, así se
considera el Mein Kampf, de Adolf Hitler; en la ficción, el lovecraftiano Necronomicón, escrito por el árabe loco Adbul Al-Hazred, que expone al que lo lee a horrores cósmicos inenarrables.
El libro mágico y el aprendiz de brujo
“Lo
cierto es que es difícil encontrarle defectos a la lectura… pero,
podríamos pensar, algo malo tendrá si todo el mundo la bendice”, opina
el filósofo Fernando Castro, autor de A pie de página. Placeres en el desierto de la lectura
(La Caja Books), donde traza una pequeña autobiografía como lector
voraz y practicante del “citacionismo”, la pasión por la cita, por la
nota a pie de página, como una forma de rendir honores a las fuentes y
ser transparente en cuanto a la obtención de la información. “Algunos me
dicen que es por pedantería, algo de eso también hay”, bromea. En
cuanto a la lectura, “es como el amor al campo: todo el mundo la alaba,
pero no tantos la practican”, dice, y recuerda aquella imagen,
sospechosa y legendaria, en la que Marilyn Monroe posaba con un ejemplar
del Ulises de James Joyce. Según el último Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España, elaborado por la Federación de Gremios de Editores con datos de 2022, un 35,2% de la población no lee nunca o casi nunca. Se puede ver el vaso medio lleno o medio vacío.
“Para mí el mayor problema que surge en torno a la lectura es la lectura obligatoria:
le tengo poco cariño a algunos de los libros que me obligaron a leer de
niño. Por ejemplo, El Quijote, con el que tengo una relación de
amor-odio”, dice Castro. Borges, una vez más, decía que la lectura
obligatoria es una contradicción en los términos. Pero, ojo, si uno lee
por placer, uno de los máximos placeres que existen, puede dar incluso
en el vicio de la bibliofrenia, la obsesión patológica por los libros,
que tampoco es muy recomendable y puede llevar hasta la muerte, como
recoge Joaquín Rodríguez en otro de sus libros, Bibliofrenia (Melusina).
Coinciden
varios expertos, como Luri y Castro, en que existe una ausencia en la
reivindicación de la lectura: la reivindicación, también, de la
escritura y de la retórica. Existe una conexión entre leer bien y hablar
y escribir bien, y aunque es habitual que nos conminen a leer con
fruición, no tanto a que escribamos o hablemos con cierta pericia y
devoción. De hecho, la calidad de la expresión oral se ha deteriorado en
el espacio público, basten como ejemplo el Congreso de los Diputados o
las tertulias televisivas. Por otro lado, es posible que la comunicación
en internet, a través de Twitch o YouTube, haga que las nuevas
generaciones pongan un poco más de cuidado en expresarse con corrección,
más allá de los tradicionales cursos y libros sobre cómo hablar en
público.
Hay
un relato que se repite de forma similar en diferentes tradiciones del
mundo: un libro mágico, normalmente custodiado por un sabio, cae en
manos de un no iniciado (un aprendiz, un criado, una niña) que convoca
por error a un genio maligno, con todas sus consecuencias no deseadas.
Lo relata Emma Smith en su libro Magia portátil. Una historia alternativa de los libros y sus lectores
(Ariel): el folclorista Stith Thompson lo ha encontrado (catalogado
como “libro mágico invoca genio”) en diferentes lenguas europeas, de
Islandia a Lituania. “El cuento refleja un temor generalizado según el
cual los libros, en malas manos, son poderosos y peligrosos”, escribe
Smith.
El
relato diferencia entre el que sabe manejar el libro y el que no sabe,
ese que, si algún día aprende, obtendrá un estatus que ahora no tiene.
El libro, visto así, no es tanto democratizador o inocente propagador de
la cultura como “potencial agente disruptivo de las jerarquías
sociales”. Según Smith, los libros, para bien o para mal, tienen
capacidad de acción en el mundo real. Es un punto de vista que, al
principio, sembraba Rodríguez, y en el que insiste: “Necesitamos
comprender que la lectura es intrínsecamente ambivalente, que se ofrece
para lo mejor y para lo peor, y que solamente insistiendo en su
dimensión cívica y política, podemos desambiguar su sentido y su
orientación”.
Nenhum comentário:
Postar um comentário