Nada do que nos resultou especialmente valioso foi iluminado pelas multidões. J. L. González Quirós para Disidentia:
La
gran justificación de cualquier colectivismo es la justicia, mejor
dicho, la igualdad, que, en realidad, es solo un trampantojo de un ideal
tan exigente. Su gran trampa consiste en olvidar que es imposible
conseguir algo empleando medios contradictorios, y el colectivismo cree,
menos ingenuamente de lo que parece, que la fuerza puede acabar con la
opresión, con cualquier diferencia. Una paradoja de ese tipo es posible
porque en el seno de los colectivismos la primera víctima es la razón,
que, por cierto, tiene nombre de mujer, como la sabiduría y la libertad,
como casi todo lo abstracto y superior.
La
razón desaparece desde el momento mismo en que empieza a imperar el
principio de unanimidad que es el que da fuerza al colectivo porque
sirve para excluir al que no pertenece, al traidor y a la culpable. Se
trata de una regla (no hay reglos) que no admite excepciones, cualquier
disidencia es perniciosa, criminal, y por eso hemos podido leer, no sin
asombro, que el liberalismo, pertinaz como diría el desaparecido Forges,
es el responsable de la postergación femenina, es decir que a las
mujeres que se arriman a este rebaño les parece que sus congéneres les
va mejor en la Persia de los ayatolás, en la Cuba castrista, o en el
Partido Comunista chino, sistemas en los que, casualmente, nunca ha
habido una sola mujer en el comité supremo.
Como
consecuencia de la expulsión del sentido crítico, el colectivismo es
una herramienta para eximir de la responsabilidad, puesto que, por
definición, es un mecanismo para externalizar las culpas y para halagar a
los supuestamente oprimidos liberándolos de cualquier deber propio, de
todo compromiso personal ajeno al colectivo: toda la responsabilidad se
reduce a ponerse a las órdenes de quien mande (él o ella).
Nietzsche
quiso ver en el resentimiento el origen de la moral, y acertó al
considerar que la transmutación de los valores superiores sería
frecuentemente el objetivo de las masas que se sienten oprimidas; no es
necesario ser un genio para ver el riesgo implícito en asentir a
planteamientos tan simples, pero tampoco es demasiado inteligente
prescindir de esa clase de pesquisas cuando tratemos de entender los
instrumentos que usa el colectivismo, sea cual sea el tótem a cuya
sombra se arracime.
La
sociedad contemporánea abunda en multitudes de todos los géneros y son
muchos los negocios, políticos, pero no solo políticos, que se pueden
fundar en la explotación de esa cualidad que todavía no sabemos manejar
con pericia. Si miramos hacia atrás, lo que es seguro es que podremos
constatar que nada de lo que nos resulta especialmente valioso ha sido
alumbrado por las muchedumbres, que esa fuerza puede servir para casi
todo, menos para encontrar siquiera un adarme de verdad liberadora. La
creatividad no surge de la masa, tampoco del mito del genio, sino de la
colaboración inteligente, algo que solo se puede articular en grupos en
los que sea posible la conversación, en los que no haya consignas ni
ortodoxia que valga.
Es
algo que debería darnos que pensar. Tenemos la necesidad de encontrar
las formas de evitar que el colectivismo, con su ímpetu uniformador y
ordenancista, arruine valores esenciales del mundo libre, como la
disidencia, el pluralismo y la verdadera extravagancia, un derecho a la
diferencia que no se puede confundir con el refugio en colectivismos
minoritarios, estoy pensando en lo poco extravagante que puede acabar
siendo una drag queen, grupos que se suelen edificar para obtener la
clase de privilegios que nadie reclamaría a pecho descubierto, en plan
realmente extravagante, porque el verdadero extravagante ya tiene su
propio premio en poder serlo y en hacer lo que le pluguiere.
La
sociedad tecnológica nos brinda muchos medios para vivir algo menos
atados por el medio de lo que ha sido tradicional, pero ya abundan los
que quieren poner puertas al campo, los que aspiran a protegernos de lo
que, supuestamente, nos idiotiza, o nos causa no se sabe que enormes
perjuicios, desde el cáncer a la oligofrenia.
Cada
cual puede apuntarse a lo que quiera, pero pedir a golpe de masas la
liberación o la libertad es bastante contradictorio, porque lo único que
las masas pueden hacer, lo único que han hecho desde siempre, es
apretar los controles, imponer los uniformes para lograr que creamos
aquello que se decía en época de los nazis: ahora somos más libres que
nunca, ya no tenemos que elegir.
Postado há 6 days ago por Orlando Tambosi
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