Em 'Breve história da Igreja católica na Espanha', Joseba Louzao resume a crônica de 20 séculos de catolicismo espanhol. Guzmán Urrero para The Objective:
En
su Diccionario de la sinceridad (1953), Pitigrilli recoge esta
sentencia: «La historia de la humanidad es una laicización progresiva».
Los últimos 60 años de la vida de España dan la razón al escritor
italiano. Como si aquí nunca hubiese existido la religión como elemento
identitario, están desapareciendo de nuestro paisaje cultural los
códigos y las costumbres propios del catolicismo. Década tras década, su
presencia se ha ido reduciendo del mismo modo que lo ha hecho en los
países cercanos. La excepción, por supuesto, son todos esos ritos
tradicionales que aún nos recuerdan el pasado de una tierra
abrumadoramente católica.
Al
parecer, el cristianismo ha sido deslocalizado rumbo a otras latitudes.
En la España actual, la religión solo cumple con los servicios mínimos,
limitada a ciertas fechas, a una moral difusa y a emociones privadas.
Sin una pizca de esa atracción vibrante que, en otro tiempo, animaba a
creadores, ideólogos e intelectuales a identificarse como católicos. En
pleno siglo XXI, no cabe hablar del futuro de la Iglesia sin
este margen de incertidumbre. «El porvenir de la religión ‒escribe
Valentí Puig en Cien días del milenio‒ puede transformarse en la
constatación de la advertencia de Chesterton: dejar de creer en Dios
para no creer en nada y acabar creyendo en cualquier cosa. ¿Un retorno
al politeísmo, a los dioses tribales, a un dios para cada lugar, cada
tiempo y cada cosa?».
Antes
de que este proceso secularizador acabe de decir la última palabra ‒o
confirme la ley del péndulo, quién sabe‒ , vale la pena comprender qué
ocurrió antes de llegar a esta encrucijada. De ello se ocupa el nuevo
libro de Joseba Louzao, Breve historia de la Iglesia católica en España.
El
autor nos propone un itinerario que comienza en la época romana y
concluye en nuestros días. En este relato, los senderos parten de
figuras monumentales (Osio de Córdoba, Isidoro de Sevilla, el cardenal
Cisneros, Bartolomé de las Casas, Francisco de Vitoria e Ignacio de
Loyola, entre otros) para vagar en los recovecos de distintas épocas (el
Concilio de Trento, la evangelización de América, el declive de la
Iglesia del Antiguo Régimen, los conflictos religiosos en el XIX y el
XX) hasta desvanecerse en el momento actual.
El
desenlace llama la atención. De las misas abarrotadas hemos pasado a
una estadística que, ciñéndonos al cristianismo, invita a reflexionar:
conviven en España una mayoría de católicos no practicantes, un número
creciente de evangélicos
y un porcentaje variable de escépticos en quienes se despierta, solo de
cuando en cuando, el convencimiento de que hay un Más Allá.
Santa Teresa de Jesús, de Rubens.
Mitos y malentendidos
Uno
de los atractivos de Breve historia de la Iglesia católica en España es
el modo en que Louzao, al abrir esta puerta al pasado, desmiente
algunos mitos. Así lo hace, por ejemplo, cuando señala el impacto que
tuvo en el imaginario colectivo la Historia de la decadencia y caída del
Imperio romano (1776-1789), del historiador británico Edward Gibbon.
Esa obra descomunal convenció a Occidente de que el cristianismo era un
elemento clave para entender el ocaso de Roma.
Pregunto
a Louzao si considera que, a nivel popular, ya es evidente que este
tipo de procesos son multifactoriales y bastante más complejos de lo que
se creía en tiempos de Gibbon. «Evidentemente, hemos avanzado mucho en
el conocimiento histórico desde la aportación de Gibbon», responde a THE OBJECTIVE.
«Ya sea en obras académicas o divulgativas, los factores que se
presentan para explicar esa decadencia del Imperio son variados. Sin
embargo, de tanto contarnos estas historias terminamos por mantener
algunos giros gramaticales –si se me permite utilizar esta idea– que
descansan en los mitos de antaño. ¡Que tire la primera piedra quien este
libre de culpa! Seguramente, muchas páginas de esta síntesis caen en
esa misma tentación. Hoy en día, se lee este tiempo de la Antigüedad
tardía más como un momento de profundas transformaciones entre crisis y
bonanzas. El cristianismo nos ayuda a entender, evidentemente, todos los
procesos que se pusieron en marcha durante este período».
«El
marco cristiano ‒añade‒ supuso cambios importantes a nivel político,
social y cultural. Pero lo fue de manera paulatina. Y no hubo una grieta
entre tiempos, ni mucho menos. Los historiadores nos dedicamos a
comprender los cambios y las continuidades. Habitualmente, los primeros
son más llamativos y, por esa razón, cargamos las tintas sobre ellos.
Con todo, las continuidades siempre son las costuras del pasado».
Uno de los tramos más interesantes del libro se refiere a la historia del Camino de Santiago
y al interés de distintos monarcas a la hora de potenciar las
peregrinaciones. En este sentido, la incorporación a la mitología
hispánica de la devoción por el Apóstol parte del fervor popular, pero
también hallamos condicionantes político-militares de mucho peso. «No
podemos entender el Camino de Santiago solamente desde factores
políticos y militares, como tampoco podemos obviarlos para entender sus
orígenes», aclara Louzao. «Los intereses de los monarcas eran evidentes,
pero la fuerza de la devoción atravesó fronteras y culturas. En el
fondo, Santiago juega con esa tensión que existe dentro del catolicismo
entre lo universal y lo local -o nacional, en este caso-. Un historiador
británico ya fallecido, Adrian Hastings, remarcaba el potencial que el
cristianismo tenía a partir de la mezcla de una concepción
encarnacionista y otra universalista. Desde el descubrimiento del
sepulcro en tiempos de Alfonso II el Casto, Compostela se convirtió en
un faro político, religioso y cultural. Para España y para Europa. Las
tres cosas a la vez, por lo que es complicado despegar algunas de estas
dimensiones sin perder fuerza explicativa».
De
ahí en adelante, el carácter poliédrico del catolicismo en España se
percibe en el relato de Louzao, que adquiere fuerza durante el apogeo de
la Monarquía Hispánica. De forma inevitable, el autor también ha de
lidiar con la leyenda negra, sobre todo cuando entra en escena la
Inquisición. «Creo que es muy fácil caer en la leyenda negra o en la
rosa», señala Louzao. «Cuando un aspecto del pasado está tan polarizado,
la tentación está ahí. Los especialistas han ido afinando la realidad
del Santo Oficio. Claro que hubo torturas, pero es cierto que era una
medida excepcional dentro del proceso. E, incluso, todas las confesiones
conseguidas a través de la tortura necesitaban de una confirmación
posterior por parte del acusado. Por esa razón, salvo en momentos
históricos concretos, estos procedimientos eran más la excepción que la
norma. Entiendo que esa no es la imagen más divulgada, pese al consenso
historiográfico».
‘Expulsión
de los judíos de España (año de 1492)’. el cuadro de Emilio Sala y
Francés con el que este pintor se presentó a la Exposición Universal de
París de 1889.
En
este punto, la ficción cinematográfica y la literatura han consolidado
una realidad paralela, difícil de extirpar. «Cada cierto tiempo sale el
enésimo artículo sobre los instrumentos de la tortura de la Inquisición,
cargado de muchos mitos. En el libro intento dar cuenta de que, más
allá de los estereotipos, la Inquisición generó todo un sistema de
delación y de control social que marcó durante siglos la forma de pensar
la realidad en los territorios de los Austrias. No es tan vistoso como
la tortura, pero fue mucho más efectivo para los intereses de la Corona y
de parte de la Iglesia. Y digo esto porque también sirvió para
solventar conflictos eclesiales. Hubo obispos, algunos de ellos muy bien
situados, que terminaron ante un tribunal para dirimir si eran herejes o
no».
Otro
mito que recoge el autor es el de la Ilustración como movimiento
descristianizador. ¿Por qué, entonces, identificamos hoy a los
ilustrados como adversarios del clero y de los creyentes tradicionales
de aquel periodo? «Dentro de la Ilustración hay muchas ilustraciones»,
explica. «Hay diferencias de acento en cuestiones religiosas, culturales
y políticas. Habitualmente pensamos en la Ilustración radical de origen
francés por su papel en la Revolución, pero también hubo una
Ilustración más moderada, sobre todo como la escocesa y la alemana. En
el caso español, podríamos discutir sobre si realmente hubo una
Ilustración católica o si hubo católicos que fueron a su vez ilustrados.
Algunos de ellos eran sacerdotes y religiosos que buscaban una reforma
de su fe. Lo que tenemos claro es que la Ilustración fue un movimiento
muy plural y no necesariamente ni descristianizador ni antirreligioso».
Altar con la Virgen del Rocío en El Rocío, Almonte, España.
La
frase que Azaña pronunció en 1931, «España ha dejado de ser católica»,
anticipa el proceso de descristianización de nuestra sociedad a partir
de los años 60. Como ya decíamos al principio de este artículo, el
vuelco, en términos sociológicos, resulta sorprendente: el país más
identificado con la tradición católica parece ser hoy el exponente de lo
contrario. Este cambio sociológico deja abiertas varias incógnitas. ¿Ha
dejado atrás España su inspiración cristiana? ¿Qué ha de cambiar en la
Iglesia para que pueda sobreponerse a las corrientes laicistas, a la
secularización generalizada y a la pujanza de otras confesiones?
«Como
siempre jugamos con el mito», responde Louzao. «España es uno de los
países más identificados, pero no diría que el que más. Ahí están
Italia, Polonia o Irlanda para jugar en esta particular liga de
catolicismos. Las causas son muchas y diversas. Contra lo que a veces se
piensa, creo que están más fuera que dentro. También he defendido en
muchos lugares que la modernidad recompone la religión. No creo que
modernidad sea el agua que apaga el fuego religioso. Más bien nos
encontramos inmersos en un proceso, que no ha terminado, de
recomposición religiosa. En el fondo, comparto con algunos especialistas
la idea de que los cambios se producen en el ámbito de la oferta,
mientras que la demanda se mantiene bastante estable en el tiempo. Si
miramos el proceso de secularización con una mirada histórica amplia,
pienso que es determinante la construcción de sociedades abiertas, que
valoran positivamente la diferencia y la pluralidad, y la conformación
de un sujeto religioso moderno, más dispuesto a vivir una experiencia no
marcada por las instituciones tradicionales, más subjetiva y asentada
en una especie de bricolaje religioso (donde se entremezclan creencias
de diferentes tradiciones religiosas sin conflicto); y el fenómeno de la
desinstitucionalización, que no solo afecta a las religiones y que
multiplica las posibles ofertas de sentido».
«Además
‒añade‒, el caso europeo se convierte en una excepción. La última
reflexión del más importante sociólogo de la religión de nuestro tiempo,
Peter L. Berger, fue su libro Los numerosos altares de la modernidad.
El título era una respuesta irónica a Nietzsche, quien auguró un futuro
con altares vacíos. La constatación estadística de que tres cuartas
partes de los habitantes del planeta considera que la religión es
importante en su vida cotidiana evidencia aquel error profético. Por
ello, el pluralismo puede ser muy beneficioso para las religiones».
Casi
nadie duda del factor que marcará este devenir del catolicismo en
España: su competencia con otras confesiones religiosas. «En el caso
español», nos dice Louzao, «tenemos un pasado marcado por la reciente
experiencia del nacionalcatolicismo, y pesa tanto en creyentes como no
creyentes. Tanto es así que incluso cuando hablamos de estos temas,
parece como que la Iglesia católica fuera la única religión posible. Y
creo que es una tentación en la que caen más los laicistas que los
propios católicos. Es importante ser consciente de ello porque, como
bien señalas, hay una creciente pluralidad también en materia religiosa.
Esto va a seguir alimentando conflictos, y no lo veo como algo
negativo. No se pueden apaciguar los conflictos de valores en sociedades
plurales como las nuestras. El proceso de aprendizaje pasa por
ayudarnos a conciliar la diversidad. Más que valores en común
necesitamos instituciones comunes para coexistir desde la diferencia. Lo
que sirve para ideologías, religiones o lo que se quiera. Ahí es donde
la Iglesia católica tiene que jugar su papel. Soñar con volver a un
pasado idealizado sería un gran error. Porque ¿a cuál hay que volver?
¿Al de las primeras comunidades, al de las grandes persecuciones o al de
la Cristiandad obligatoria?».
Postado há 6 days ago por Orlando Tambosi
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