BLOG ORLANDO TAMBOSI
Em ensaio publicado pelo Instituto Independiente, Ramón Audet analisa a relação dos estudantes universitários e a cosmovisão coletivista:
Este
breve ensayo tiene como objetivo realizar un análisis sucinto entre la
relación de los estudiantes universitarios y la cosmovisión colectivista
de inspiración marxista que impregna buena parte de las facultades de
letras1.
Así pues, sin más dilación entremos en materia. La palabra universidad
proviene del latín universitas y tiene algunas idiosincrasias
destacables, entre ellas su carácter general y universal (de facto posee
la misma etimología que universo y universal) (Col, 2007, pág. 599). Es
este “carácter” el que se pondrá en tela de juicio en las siguientes
líneas.
Las
academias contemporáneas están a las antípodas de ser lugares donde
impere la libertad. Pero, ¿cuál es el elemento galvanizador que ha
provocado que las universidades occidentales sean creadoras a mansalva
de activistas y no de profesionales del sector? Podría proceder de la
influencia de las facultades de la Europa Central y del Este bajo los
regímenes comunistas que dominaron los diversos países durante medio
siglo. A partir de 1948, la misión fue la expansión de la doctrina
marxista-leninista y se creó una especie de burocracia similar a las
estructuras del estado socialista. El homo sovieticus de Zinoviev se
trasladó a todas las instituciones, el objetivo era generar una “nueva
universidad” en contraposición a la universidad “tradicional”, tildada
de burguesa (Rüegg & Sadlak, 2011, págs. 86-87).
Mi foco de atención se dirige a los años 60-70’2
y a las organizaciones de izquierdas que imperaban en las facultades
occidentales. Fue en esa época cuando se produjo un aumento de estas
instituciones en Occidente, un claro ejemplo es Francia, que entre 1970 y
1974 crearon dos tercios del total de las universidades de las que
disponen en la actualidad (Neave, 2011, pág. 48). La segunda mitad del
s.XX experimentó un ferviente auge de las teorías políticas e
ideológicas, incluso reemplazando a las doctrinas marxistas, ya por
aquel entonces un tanto desacreditadas.
Llegó
la época de la posmodernidad y con ella la “revolución” de la
subjetividad. Esas ideas calaron hondo hasta en las ciencias duras,
aunque la investigación empírica las desplazó haciéndolas falsables a la
luz de la evidencia. Pero eso no evitó que se inmiscuyeran dentro de
las humanidades y de las ciencias sociales. El resultado se plasmó en
los currículums académicos, los cuales, ya llevaban el pedigrí de los
nuevos intelectuales que fueron realmente perspicaces a la hora de
transcender en el imaginario colectivo de muchas generaciones de
estudiantes. Me estoy refiriendo a los Sartre’s, Foucault, Derrida, De
Beauvoir, Althusser, Lacan y compañía.
El
profesor Rothblatt lo plasma de esta forma “the curriculum reflected
the new sensibilities, which included hypotheses about the place of
women in society (feminist theory), the treatment of minority and other
‘marginal’ populations, the imperial histories of European nations and
the role of past elites” (Rothblatt, 2011, pág. 264). El nuevo
pensamiento secular se había convertido en dogma, tanto es así que
incluso los teólogos se quejaron de la nueva intolerancia que había
entrado de lleno en las universidades. Se extendió una lozana ortodoxia
que proclamaba a los cuatro vientos su supuesta tolerancia, pero que en
el fondo tenía muy poca paciencia con las cuestiones relativas a la
religión y a sus valores. Esa nueva corrección dogmática fue algo
incluso revitalizador en términos culturales en su contexto.
Todo
esto se fundió con el nihilismo intrínseco de dichas corrientes
culturales que, llevadas al paroxismo conducen irremediablemente al
relativismo. Las nuevas ideas estuvieron nutridas de filosofías como el
Kantismo, Hegelianismo o el propio Marxismo. Lyorard, siempre con un
toque escéptico, postuló en su libro La condition postmoderne (1979) que
los metarrelatos habían acabado “La condition postmoderne est pourtant
étrangère au désenchantement, comme à la positivité aveugle de la
délégitimation. Où peut résider la légitimité, après les métarécits?”
(Lyotard, 1979, pág. 8). Estas ideas tenían un impacto importante dentro
de la generación que crecía en las democracias occidentales, como
articula C. Butler, “they were liberated to some degree from theology by
existentialism” (Butler, 2002, pág. 15), yo añadiría que la
substituyeron por este.
Otro
campo de batalla para la nueva tendencia fue la importancia otorgada al
poder de las palabras. El lenguaje pasó a tener una relevancia
fundamental, ya que apareció la concepción de que a través de este se
podía cambiar la realidad. Dicha noción irradia idealismo por doquier,
pero la encontramos muy candente en la actualidad. No sólo en el
discurso político, sino en las facultades de letras (con especial
mención a las de educación, sociología, historia, etc). La premisa de
fondo era que el lenguaje que era capaz de excluir a aquellos que
estaban fuera de la norma, aquí se incluían a: brujas (referencias
medievales), curanderos, homosexuales, mujeres, comunistas, anarquistas,
activistas, etc (Butler, 2002, pág. 45). Empezó así una escalada de
opresiones y taxonomías donde preponderaba la autopercepción del “yo”.
Sin
duda, unos de los que más énfasis pusieron en la relación entre el
discurso y el poder fue Foucault. En su visión, los discursos estaban
construidos para excluir y controlar a la gente, especialmente a
aquellos considerados enfermos o locos3.
El filósofo francés se posicionaba a favor de la víctima y analizaba el
poder de abajo a arriba y no simplemente como una conspiración de
intereses de clase. El punto era: ejercer poder dañaba el espíritu
igualitarista. Incluso atacaba a la Ilustración, cuyo pilar fundamental
era la razón. El autor se basaba en que esta tenía elementos incipientes
de totalitarismo que siempre excluirían a lo marginal, porque lo veía
como irracional. Según él, lo irracional abarcaría a las cuestiones del
deseo, la sexualidad, la feminidad, etc.
Grosso
modo este era el caldo de cultivo que impregnaba el imaginario
colectivo de buena parte de las izquierdas académicas en los años 60’ y
posteriores. Afirmar que la tendencia ha acabado sería absurdo. De
hecho, buena parte del discurso mainstream está impregnado de una fina
capa de aroma foucaultiano. Aun así, hay buenas razones para pensar que
el relato empieza a caer en descrédito. El profesor de literatura D.
Giglioli, en un reciente ensayo, sostiene que la víctima ha pasado a ser
el héroe de nuestro tiempo, este rol genera identidad y reconocimiento.
Para más inri, esta especie de autovictimización legitima sus opiniones
basándose en la ofensa y el sufrimiento. El libro está dedicado a las
víctimas reales que quieren dejar de serlo, “il dispositivo vittimario
ha dalla sua la forza della parola senza mediazioni, presente a se
stessa e non bisognosa di verifiche esterne” (Giglioli, 2014, pág. 29)
En
general, la categoría de autores postmodernos mencionados no son los
únicos que han tenido impacto dentro de las universidades. A mi juicio,
el elemento revolucionario que existía antaño cuando se reivindicaba a
la clase obrera se difumina con la postmodernidad, puesto que se incurre
en taxonomías muy estrechas de categorías personales creadas ad hoc, u
otras como la raza o el sexo que son fácilmente clasificables. Aun así,
tienden irremediablemente a su fragmentación. En otras palabras, por
ejemplo, en el campo del feminismo actual esta categorización se ve
reflejada en las diversas disputas entre las corrientes del mismo, son
célebres las discordancias entre las TERFS (feministas radicales
trans-excluyentes) y una parte del colectivo LGTBIQ+.
Más
allá de estas corrientes, otro elemento que ha constituido buena parte
del pensamiento hegemónico de las universidades es el marxismo
(¿cultural?). El problema quizás haya sido la mezcla de ambos y la
pérdida del sujeto histórico que reclamaban los padres del comunismo: el
proletariado. “Ante todo, el proletariado es presentado como la clase
revolucionaria, la única revolucionaria” (Marx & Engels, 2019, pág.
35). Quizás el remake de Marx y Engels fue Gramsci y su supina
insistencia en la cultura.
Gramsci,
según Anderson, no fue un filósofo stricto sensu, sino el único teórico
que era político. Su obra está en deuda con Maquiavelo, concretamente
en los Quaderni dal carcere (1935) donde el partido revolucionario se
convierte en una especie de versión moderna del Principe, cuyo poder
unitario exaltó el filósofo florentino (Anderson, 2017, pág. 85). Una de
las aportaciones más interesantes que hizo Gramsci fue su concepto de
Hegemonía4.
Esa idea la transformó refiriéndose ahora a la dominación burguesa en
Occidente, la cual había impedido la repetición de una revolución como
en Rusia (Anderson, 2017, pág. 99). Esta premisa basada en el poder (se
podría trazar el paralelismo con el discurso de Foucault) era definida
en función del grado de consenso que tenía entre las masas populares,
las cuales, estaban dominadas (muy en la línea la noción marxiana de
Alienación).
Así
pues, dentro de la mezcolanza de diversas cuerdas ideológicas, la
universidad se ha encargado de formar a activistas sociales (lo que
Peterson llama los social justice warriors) y, a mi juicio, la
producción académica ha ido mermando en términos de calidad a medida que
la politización se ha hecho más acuciante. El coste de oportunidad de
dedicarte al activismo político lo pagas con menos tiempo para
investigar.
Para
ir finalizando, una de las cuestiones que más me fascina es el
“autoodio” de buena parte de la intelligentsia y de los estudiantes
hacia Occidente y en este caso, hacia Europa. Paradójicamente, esa
institución nacida en el seno de nuestra civilización, ha engendrado las
semillas de su propia destrucción (espero que solo en términos
culturales). Durante mi periplo universitario he asistido, primero como
partícipe, y luego como antagonista, a todas las miríadas de corrientes
ideológicas que pululaban por las facultades. A pesar de la exaltación
de diferencias de las mismas (ínfimas), es fácil identificar patrones
comunes, como, por ejemplo: odio exacerbado hacia el capitalismo
(también emplean términos auxiliares del tipo “neoliberalismo” palabra
que la mayoría no sabría cómo definir), idealización del comunismo,
categorías de oprimidos y opresores (quizás de ahí la influencia del
marxismo), subjetividad extrema, corrección política y, a fin de
cuentas, lo que vendría a ser el “rebelde sin causa”.
Caprichos
del destino, etimológicamente la palabra nihilismo proviene del latín
nihil que se traduce como “nada”. En cambio, “utopía” aparece por
primera vez en la novela de ficción de Moro y literalmente significa ou
“no” y topos “lugar”, es decir, el no lugar. La negación de lugar es la
afirmación de la nada. Pero, ¡hasta la nada tiene sus consecuencias!
Como plantea Mumford “it is dangerous to remain in the utopia […], for
it is an enchanted island, and to remain there is to lose one’s capacity
for dealing with things as they are” (Mumford, 2011, pág. 16). Ergo,
corremos el riesgo de caer en lo que en los galimatías económicos se
conoce como la economía normativa, es decir, aquella que explica la
realidad en términos condicionales (cómo deberían ser las cosas) y la
economía positiva (la que explica la realidad tal como es).
En
cualquier caso, dilucidar responsabilidades exclusivamente en el
estudiantado me parece envalentonarse. Se trata de una cuestión
sistémica con variables endógenas y exógenas. El postmodernismo aplicado
se centra especialmente en la analogía con la economía normativa,
puesto que se enfoca en lo que debe ser y no en lo que es. Los sectores
académicos del postcolonial studies¸ queer theory, critical race theory,
gender studies, ableism, etc, han colmado las facultades y han
provocado que la ideología desplace al conocimiento. Me refiero
especialmente a lo que en el mundo anglosajón se conoce como el
Grievance studies affair, en el cual, una serie de académicos se dedicó a
enviar papers falsos a revistas académicas relativas a los campos
mencionados. El resultado fue que muchas de esas “investigaciones”
fueron publicadas. Algunas de las fake que colaron fueron: las
reacciones humanas a la cultura de la violación y performatividad queer
en los parques urbanos para perros en Portland5, una defensa de los culturistas gordos6,
la superación de la transfobia en los heteros a través de juguetes
penetradores (las palabras literales son Going in Through Back Door)7.
Sea
como fuere veo una correlación evidente entre la decadencia de
Occidente y la de las universidades, eso no quiere decir que sea la
causa. El nuevo macartismo dentro y fuera de las aulas es contra todo
aquel que se atreva a señalar la conversión de la universidad en
escuelas de cuadros ideológicos que tienen como función crear activistas
antisistema que creen haber descubierto la sopa de ajo con sus
postulados, cuando estos no son más que las continuidades de hace 60
años. Nihil novi sub sole.
Como
broche final, mi interpretación es que se ha pasado de la lucha de
clases a la lucha de las opresiones. Quizás lo más pedante de todo esto
sea que realmente consideran estar marginados por el sistema cuando, en
realidad, las tendencias postmodernas impregnan buena parte del mundo
exterior a la academia. Solo hace faltar ver cómo las grandes
plataformas se suben al carro de todos estos movimientos y ofrecen sus
productos con perspectiva de género, toques emancipadores, “rompiendo”
roles de femeninos, etc. Es hora de decirles que, ni son originales, ni
son antisistema, sino que son el sistema.
1
Nota Bene: cada vez que me refiera a “universidades”, estaré remitiendo
a las facultades de humanidades y ciencias sociales, puesto que suelen
estar asociadas al tema que se aborda en este artículo.
2
Hay que entender que el contexto de los 60’ estaba marcado por el Civil
Rights Movement, la Guerra del Vietnam (el enfrentamiento bélico con
más contenido visual hasta la fecha), el movimiento de los hippies, el
mayo del 68’, el descrédito de la URSS y los partidos comunistas, la
aparición del posestructuralismo, la generación baby boomer, la
revolución sexual, la aparición de la píldora anticonceptiva (en USA en
1960, en la RFA en 1961, en Inglaterra en 1961, en Francia se aprobó con
la Ley Neuwirth en 1967) que significó un cambio radical en la
concepción entre hombre-mujer, etc.
3
Estos argumentos los desarrolló de la siguiente manera: Historically,
the process by which the bourgeoisie became in the course of the
eighteenth century the politically dominant class was masked by the
establishment of an explicit, coded and formally egalitarian juridical
framework, made possible by the organization of a parliamentary,
representative régime. But the development and generalization of
disciplinary mechanisms constituted the other, dark side of these
processes. The general juridical form that guaranteed a system of rights
that were egalitarian in principle was supported by these tiny,
everyday, physical mechanisms, by all those systems of micro-power that
are essentially non-egalitarian and asymmetrical that we call the
disciplines […]. The ‘Enlightenment’, which discovered the liberties,
also invented the disciplines (Foucault, 2019, pág. 209).
4
Término que provenía del socialismo ruso y en concreto, de Plejánov y
Axelrod respecto a la dirección de la clase obrera durante la Revolución
Rusa.
5 Puede consultarse aquí: https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/0966369X.2018.1475346.
Bibliografía
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Asztalos,
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University in Europe: Universities in the Middle Ages (Vol. I, págs.
409-441). Cambridge: Cambridge University Press.
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Col, J. J. (2007). Diccionario auxiliar español-latino. Buenos Aires: Instituto Superior Juan XXIII.
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Giglioli, D. (2014). Critica della vittima. Un esperimento con l’etica. Roma: Nottetempo.
Lyotard, J.-F. (1979). La Condition Postmoderne. Rapport sur le savoir. Paris: Les Éditions de Minuit.
Marx, K., & Engels, F. (2019). Manifiesto Comunista. Madrid : Alianza Editorial.
Mumford, L. (2011). The Stories of Utopias. New York: Barnes & Noble.
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Rothblatt,
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238-318). Cambridge: Cambridge University Press.
Rüegg, W. (1992). A History of the University in Europe. Cambridge: Cambridge University Press.
Rüegg,
W., & Sadlak, J. (2011). Relations with authority. En W. Rüegg, A
History of the University in Europe. Universities since 1945 (Vol. IV,
págs. 73-123). Cambridge: Cambridge University Press.
Postado há 1 week ago por Orlando Tambosi
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