A Argentina requeria, quando Mauricio Macri assumiu a presidência, uma
grande cirurgia. Como ele entendia que só havia analgésicos primitivos
para a operação de desmontar o Estado populista, evitou a cirurgia. Está
pagando caro. Artigo de Álvaro Vargas Llosa, publicado pelo Instituto Independiente:
La humanidad tuvo que experimentar mucho, desde que los asirios
aplicaban una presión con los dedos sobre las carótidas del paciente
hasta que el éter y el cloroformo hicieron su aparición en el siglo XIX,
para dar con la fórmula civilizada de la anestesia.
Mitigar el dolor es algo que, en el mundo de la ciencia, progresó en
base al ensayo y el error. En el campo político, no ha habido progreso
en la búsqueda de la anestesia. Los gobiernos que quieren liquidar una
herencia populista o comunista no tienen más remedio que recurrir a
analgésicos primitivos, como la presión en las carótidas, para hacer
algo menos dolorosa la cirugía. La recompensa, tras el desagradabilísimo
pero transitorio dolor, como lo demuestran algunos casos de Europa
central, el Báltico y América Latina, es el éxito.
Argentina requería, cuando Mauricio Macri asumió el Gobierno, cirugía
mayor. Como él entendía que no hay éter ni cloroformo sino analgésicos
primitivos para desmontar un Estado populista, evitó la cirugía. Lo
atormentaba la idea de salir de la Casa Rosada huyendo de la turba en
helicóptero, como lo había hecho Fernando de la Rúa, el último de esos
gobernantes no peronistas que nunca terminan sus mandatos. Al haber
ganado las elecciones por un pelo y sin mayoría en el Congreso, sentía
que carecía de legitimidad para hachar el gasto público, embridar la
emisión monetaria, despedir a los ciento de miles de empleados públicos
que el kirchnerismo había incrustado en el Estado majaderamente, cortar
las amarras de la actividad privada y reducir a la mitad la carga
tributaria.
Se concentró en cosas menos traumáticas y de rápido efecto benéfico,
como levantar los controles de cambio y capitales, invitar a los
inversores a apostar por la Argentina, volver a los mercados
internacionales, devolverle decencia a la vida pública y ecuanimidad a
las instituciones. Esto bastaría, pensaba, para atraer cuantiosas
inversiones, lo que permitiría encauzar las finanzas del Estado
gradualmente. Los peronistas sensatos (oxímoron donde los haya) se
plegarían a Macri y se rompería el maleficio por el cual ningún Gobierno
no peronista sobrevive.
No me atrevo a decir si Macri se equivocó en el cálculo político: no
descarto que si hubiese aplicado alta cirugía su Gobierno habría
sucumbido y los culpables originales del desastre estarían regresando al
poder (en ese país la frase de Mark Twain según la cual sólo la muerte y
los impuestos son inevitables queda trunca: allí son inevitables la
muerte, los impuestos y el peronismo). Pero sí sé que no atacar de
manera rápida e integral la herencia populista ha ayudado a incubar la
crisis que se ha desatado: la moneda ha perdido más de la mitad de su
valor en pocos meses, la inflación superará, según informes oficiales
internos, el 40 por ciento, la deuda ha crecido 30 por ciento en un año,
la economía está en recesión y el Gobierno ha tenido que elevar los
impuestos y volver a tocar la puerta del FMI.
Macri tiene tiempo todavía para lograr la reelección en octubre de
2019 y felizmente la miliunanochesca corrupción de Cristina Kirchner de
la que dan cuenta las cotidianas revelaciones lo ayuda mucho,
recordándole a la gente que el pecado original no es suyo. Pero, con
apenas 30 por ciento de respaldo y una clase media bastante encabritada,
es demasiado arriesgado creer que la reelección está asegurada por
contraste con el pasado reciente. Quizá ha llegado la hora de soltar el
tigre a la calle apostando por reformas drásticas y dando la batalla de
su vida para convencer al país de que le renueve la confianza.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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