BLOG ORLANDO TAMBOSI
A discussão sobre as fronteiras da ciência com outras disciplinas não é recente. No número 76 de Vuelta, publicado em março de 1983, o engenheiro Cina Lomnitz retomou a questão. Letras Libres oferece um resgate mensal do material publicado pela revista dirigida por Octavio Paz:
Es
ingenuo pensar que la ciencia no tiene límites, que lo abarca todo o
por lo menos que podría llegar a explicar todos los fenómenos
observables del universo. En un artículo el profesor V. F. Weisskopf del
MIT se explaya sobre el tema, sin dejar de pecar él mismo de
ingenuidad.
En
un país como México apenas hace falta recordar al ancho público que el
pensamiento científico representa un caso particularísimo de la
actividad mental humana. La mayor parte de cuanto escuchamos, leemos y
decimos no es solamente precientífico sino hasta prelógico. Basta
desmenuzar un poco cualquier discurso político para percatarse de ello.
La contaminación más seria que padecemos es la del ambiente intelectual.
Dicho
lo anterior, que a mí se me hace evidente, habría que agregar que
tampoco en Estados Unidos, y ni siquiera en el augusto recinto del MIT
ha llegado a primar el discurso científico sobre otras modalidades de
aproximación a la verdad. Lo admite el propio Weisskopf cuando dice que
“la experiencia humana abarca mucho más que lo que puede expresar
cualquier sistema de pensamiento dentro de su propio marco conceptual”. Y
agrega: “la ciencia misma tiene raíces y orígenes que se encuentran
fuera del territorio del pensamiento racional”. En otras palabras,
nuestra actividad científica se nutre de ideas, actitudes y experiencias
que provienen de la vida social en sus aspectos más variados. No nos
referimos solamente a las motivaciones de orden individual, como la
rivalidad, la ambición, el patriotismo o el amor. En esto, los
científicos no diferimos de otros se- res humanos. Pero la ciencia es
una actividad creadora que es extremadamente sensible a los cambios en
el ambiente político y social. Por eso encontramos siempre a los
científicos entre los más vigorosos defensores de las libertades
individuales y de los derechos civiles, en una larga tradición que va
desde Galileo hasta Sájarov.
La
libertad política es un ingrediente esencial del quehacer científico.
Pero hay enemigos más insidiosos que la tiranía: la desigualdad social,
la colonización cultural y el sometimiento de las supersticiones. Dice
Weisskopf: “la ciencia tiene que tener una base no científica: la
convicción de todo científico y de la sociedad en su conjunto de que la
verdad científica es pertinente y esencial”. Pero este planteamiento es
ingenuo: no basta el convencimiento de que algo es esencial para
descartar lo superfluo, lo retrógrado y lo nocivo.
La
cuestión estriba más bien en la justificación de la actividad
científica como tal, desde el punto de vista de las prioridades
nacionales, sociales y hasta individuales. ¿Podemos quedarnos sentados
en nuestros escritorios o proponer nuevos laboratorios y costosas
instalaciones, cuando en la calle hay injusticia, sufrimiento y miseria?
Es difícil trabajar tranquilos en medio del alboroto cruel de las
muchedumbres oprimidas por las necesidades humanas más elementales.
Menciono
todos estos problemas de nuestra ciencia porque son también fronteras y
límites de nuestra actividad, aunque el profesor Weisskopf no parece
tomarlos en cuenta. Es más, Weisskopf comparte la falacia de atribuir
una mayor realidad a los conceptos físicos o biológicos que a los
sociales. Dice, por ejemplo, en relación a la evolución de las
sociedades: “Los principios rectores no eran exclusivamente la
sobrevivencia de la especie sino también la sobrevivencia de lo que
podríamos llamar ideas.” Pero ¿qué es la “sobrevivencia de la especie”?
¿No es también una idea? En esta ingenua calificación se transparenta el
prejuicio del científico “exacto” contra todo aquello que podríamos
llamar ciencias sociales. Sé que Weisskopf va mucho más allá que otros
colegas al concederle importancia a aquellos modos de conocimiento que
rebasan el método científico: habla incluso de la “impresión inmediata y
directa” como pertinente al conocimiento de una obra de arte musical.
Sin embargo, no parece percatarse de la posibilidad de que las ciencias
sociales pudieran contribuir también a dilucidar las fronteras de las
ciencias físicas y matemáticas.
En
efecto, la contribución inversa (o sea, de la física y las matemáticas a
las ciencias sociales) ha sido profunda, y se acepta como natural e
inevitable. En cambio, existe sorpresa e incredulidad cuando se revela
que “la ciencia” (vale decir, las ciencias físicas) se inserta en la
realidad social y es comprensible solamente en función del marco social.
¡Científicos
sociales del mundo, uníos! Hay que enseñar los rudimentos de las
ciencias sociales a los físicos y a los matemáticos.
Postado há 6 hours ago por Orlando Tambosi

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