BLOG ORLANDO TAMBOSI
A escritora canadense está prestes a publicar uma coletânea de ensaios em que fala sobre feminismo, guerras culturais e denuncia a intolerância nas redes sociais. Entrevista a Iker Seisdedos, do El País:
La cita con Margaret Atwood
acabó siendo una cena el Día de San Valentín en el restaurante de un
hotel fino de Toronto cercano a su casa. Con un travieso hilo de voz que
apenas se distinguía entre tanta celebración del amor de las mesas
vecinas, la prolífica escritora canadiense no venía a hablar en calidad
de autora de una veintena de novelas en su mayoría proféticas, como El cuento de la criada
(1985), distopía feminista que la hizo mundialmente famosa. Tampoco
como poeta, autora infantil o cuentista, género al que está a punto de
regresar casi una década después con su próximo libro en
inglés. En realidad, Atwood, de 83 años, había acudido a la entrevista
como la perspicaz, divertida y convincente ensayista que también es.Más
información
En
español, publica el 16 de marzo su tercera colección de textos de no
ficción, Cuestiones candentes (Salamandra; traducción de David Paradela
López). Escritos entre 2004 y 2021, en ellos habla de feminismo, cambio
climático, literatura fantástica o del futuro. Durante la conversación, a
la que llegó sola, oculta bajo un sombrero de fieltro negro de ala
ancha, recordó su hábito de celebrar el 14 de febrero con su pareja de
siempre, el escritor Graeme Gibson, fallecido en 2019. Y lució la
curiosidad que demuestra en sus ensayos, así como esa inclinación que
conocen bien sus dos millones de seguidores en Twitter a no guardarse
sus opiniones informadas, no siempre cómodas. En las “cuestiones
candentes” que centraron la entrevista, exhibió también cierta habilidad
para evadir asuntos espinosos tirando de ironía.
Pregunta.
¿Qué le preocupa? Dado su talento para adelantar el futuro en sus
libros, a sus lectores les conviene saber de qué les tocará preocuparse
dentro de 10 años.
Respuesta.
El problema es que ya no me preocupa demasiado el futuro. Le dejo eso a
los jóvenes. Cuando tienes 20 años piensas que no vivirás hasta los 30 y
luego, de pronto, te ves en este restaurante con 83. A esta edad las
preocupaciones tienen fecha de caducidad. No está en la mano de mi
generación cambiar las cosas.
P. ¿Es su generación responsable del lío en el que estamos metidos?
R.
Esa cuenta habría que pasársela a los del baby boom. Nosotros fuimos
bastante frugales. No usamos plástico, ni tantos coches. Crecimos
durante la Segunda Guerra Mundial. Conocimos el racionamiento.
P. Como alguien que vivió la primera de principio a fin…, ¿diría que estamos viviendo una segunda Guerra Fría?
R.
Desde luego. Lo que la diferencia de la anterior es que no todos
quieren darse cuenta. Otra diferencia es que con la URSS todo estaba
bastante claro. Ahora nadie sabe bien cuáles son las ambiciones extraterritoriales de China.
P. En el libro dice que parte del problema es que tras la caída del muro de Berlín el mundo se fue de compras.
R.
Dijeron que había llegado el final de la historia, pero la historia no
acaba. Puede terminar una parte, pero no toda. Me recuerda a ese juego
en el que tiras un montón de palitos sobre una mesa y el reto es coger
uno sin desplazar los demás. Cuando mueves un palito, siempre acaba
moviéndose otro palito. Si desplazas uno tan grande [como la Unión
Soviética], esperar que nada va a suceder es muy naíf. Ahora vemos las
consecuencias geopolíticas de aquello.
P. ¿Hace Occidente lo correcto mandando armas a Ucrania sine die?
R.
Para evitar que Ucrania vuelva al bloque soviético, y que ese bloque
esté a las puertas de casa, hay que armar a Kiev. La única manera de
conseguir que Ucrania sea libre es mandando tanques y misiles.
P. Tal vez el adjetivo más aplicado a su trabajo sea “profético”. ¿Siente la presión del profeta?
R.
No soy una escritora profética. Soy una intérprete de la historia. La
memoria no se inventó para recordar lo que nos pasó, sino para anticipar
lo que viene.
La escritora Margaret Atwood posa leyendo un libro en una fotografía tomada en la década de los años setenta.
P. En el libro escribe: “El futuro ha dejado de ser un paseo por el parque. Más bien parece un chapoteo por el barro”.
R.
También digo que hablar del futuro es siempre hablar del presente. Y
por parafrasear a [el cuentista] Raymond Carver: ¿de qué hablamos cuando
hablamos del pasado? También del presente.
P. Cuando el Supremo estadounidense tumbó el año pasado el derecho federal al aborto,
centenares de personas acudieron a su sede para gritar su enfado. En
una esquina había una mujer callada. Vestía como uno de los personajes
de El cuento de la criada. Llevaba un cartel que decía: “Esto no es
ficción”.
R. Esa mujer sabía que la primera medida de un régimen totalitario es ir contra los derechos de las mujeres.
P. ¿Ve o ha visto trazas totalitarias en Estados Unidos?
R.
Una de las señales es cuando el poder ejecutivo y el judicial se
funden. Cuando quienes crean las leyes, las hacen cumplir y las
interpretan son los mismos. Así, nadie hace responsable al tirano. Ahora
lo sabemos: Donald Trump estaba intentando hacer eso con el
Departamento de Justicia.
P. ¿Compra el discurso de que el país vecino podría estar asomándose a una guerra civil?
R.
No de momento, pero no lo descarto: lo han hecho antes. No será un
conflicto tan claramente separado como el primero. No será Sur contra
Norte. La democracia americana está en peligro.
P. Es curioso que cuando habla de política lo hace por defecto de la estadounidense…
R.
Los canadienses somos así. Miramos a través de ese espejo
unidireccional que nos separa. Nosotros los podemos ver a ellos, pero
ellos a nosotros, no. A menudo me pregunto: son la primera potencia del
mundo, tienen poder e influencia, son muy ricos, ¿cómo puede ser que se
estén desmoronando?
P. ¿Qué se responde?
R.
Uno de los problemas es su sistema bipartidista. El discurso está muy
enconado. Nosotros tenemos seis partidos. Las cosas son menos intensas y
venenosas.
P. Escribió El cuento de la criada en la era Reagan. ¿Empezó a fraguarse entonces la decisión del Supremo?
R.
En los años ochenta se generalizó el uso de la religión como un arma
política. Los republicanos se dieron cuenta de que podían aglutinar a la
gente en torno a un asunto polarizador. La novela solo cuenta lo que
sucedería si esa gente tuviera el poder. Lo único que hice fue
inventarme los trajes [risas]. Son ideas muy antiguas.
P.
¿Y tienen futuro? Una lectura de la evolución demográfica indica que
Estados Unidos está dejando lentamente de ser una nación blanca y
cristiana.
R. Tomarán diferentes formas. Esa gente está obsesionada con forzar a la gente a tener hijos.
P. Un tema central del libro es el cambio climático…
R. Esa obsesión viene de hace mucho, de mi padre, era biólogo.
P. Siete décadas después, ¿ha cedido a eso que llaman “ecopesimismo” algunos de los que acaban de estrenar esas preocupaciones?
R.
Estamos a tiempo de salvar el planeta. El problema es que la gente no
reacciona hasta que no ve cómo la crecida se lleva su casa por delante.
Los seres humanos somos pensadores a muy corto plazo. Ese ha sido hasta
ahora uno de los secretos de nuestra supervivencia.
P. En uno de los ensayos recuerda las luchas internas de la segunda ola del feminismo.
R.
Dentro del feminismo siempre hay peleas. Porque son seres humanos. No
son todas iguales. Tenemos diferentes opiniones. Podemos estar de
acuerdo en algunas cosas, pero no necesariamente en todas.
P. Los derechos de las personas trans es uno de esos asuntos…
R.
La gente debería ser más sensible, pero no lo es. Toda biología es como
una campana de Gauss [dibuja con el dedo la forma de una suave colina].
Hay una pequeña parte de gente en cada extremo. Y en el centro está la
media. Pero no puedes descartar lo que pasa en los extremos porque ahí
es donde típicamente se produce la evolución. La idea de que todo sucede
en dos compartimentos estancos es biológicamente errónea, además de
falsa.
P. ¿Cuál es su postura en ese debate?
R. Las personas trans son seres humanos. Deberían disfrutar de los mismos derechos humanos que el resto.
P. Hábleme del formato de la carta abierta como vía para opinar…
R.
¿De qué carta abierta quiere que hablemos? Esta parte de la charla
podría titularse Cómo meterte en problemas en un sencillo paso.
Atwood es veterana en pisar charcos por correspondencia. En 2020, firmó una famosa misiva sobre la cultura de la cancelación
publicada por la revista Harper’s que denunciaba la “intolerancia” del
activismo progresista en el debate público estadounidense. Tres meses
después, se sumó a otra en apoyo a las personas no binarias y trans,
escrita como respuesta a un artículo de J. K. Rowling en el que la
autora de la saga de Harry Potter se posicionaba en el debate sobre la identidad de género,
una toma de partido que le ha valido desde entonces airadas críticas
por su “transfobia”. La participación de Atwood en ambas cartas la llevó
a los titulares de prensa, el mismo lugar en el que acabó al tuitear un
artículo titulado ¿Por qué ya no podemos usar la palabra mujer?, que
aparentemente contradecía lo anterior.
Uno
de los ensayos más interesantes de Cuestiones candentes se titula ‘¿Soy
una mala feminista?’. Surge de las críticas recibidas por apoyar otra
carta abierta en la que un grupo de escritores criticaba a una
universidad canadiense que canceló en 2016 a un profesor acusado de
“conducta sexual indebida” y al que una juez después absolvió después de
las acusaciones. “El movimiento #MeToo es un síntoma de las
deficiencias del sistema jurídico”, escribió Atwood dos años después.
“Con demasiada frecuencia, las instituciones no tratan con justicia a
las mujeres y personas en general que denuncian abusos sexuales, por lo
que estas han terminado recurriendo a una nueva herramienta: internet.
(…) Si el sistema jurídico se obvia porque se considera ineficaz, ¿qué
ocupará su lugar? Las Malas Feministas como yo, desde luego, no. No
somos aceptables ni para la derecha ni para la izquierda. En épocas de
extremos ganan los extremistas”. Atwood siempre deja claro que no es
purista en su ideología y que, más que los partidos, le interesan la
verdad y la justicia. En la entrevista dirá que no cree que exista “eso
que llaman la izquierda”. “Hay muchas izquierdas: los nuevos utopistas,
los viejos estalinistas, los progresistas… Progresista es una palabra
que no me gusta”.
P. ¿Por qué?
R. Muchas de las cosas que se han hecho en el nombre del progresismo fueron bastante terribles. Como la eugenesia,
la esterilización de mujeres contra su propia voluntad. No creo en el
progreso inevitable. No todo tiene un principio y un final. Tampoco
existe el futuro insalvable. No es verdad, sencillamente.
P. ¿Por qué parecen algunas aspiraciones progresistas tan fáciles de ridiculizar a sus críticos?
R.
Porque están contradiciendo sus propias narrativas históricas. Es la
izquierda la que peleó por la libertad de expresión…, parecen haberlo
olvidado. Si no puedes debatir algo... Cancelar las discusiones sobre lo
que no te gusta es propio de dictadores…
P. ¿Eso es lo que la izquierda hace?
R.
Algunos en la izquierda. También algunos en la derecha. En la carta de
Harper’s solo pedíamos la posibilidad de un debate razonable. Muchos se
escandalizaron. Son los mismos que ahora lo reclaman ante la prohibición
de libros. Confío en que prefieran el debate a la censura total.
P.
El cuento de la criada sigue siendo uno de los títulos más prohibidos
en ciertos lugares de Estados Unidos. Incluso encargó usted una versión
ignífuga…
R.
Lo hicimos con fines benéficos. No fue fácil: es fácil fabricar un
libro que no arda, no tanto uno que aguante el ataque de un lanzallamas
[Risas]. Me gustaría puntualizar que la prohibición real de un libro
llega cuando no puedes conseguir un ejemplar de ninguna manera. Estas
prohibiciones tienen que ver con lo que los alumnos pueden leer en
clase, con lo que pueden sacar de las bibliotecas. No suelen funcionar.
Si quieres que un adolescente lea un libro, no hay como prohibírselo,
sobre todo si le dices que es porque tiene mucho sexo. En realidad, no
hay mucho sexo en El cuento de la criada. Creo que lo prohíben más bien
porque lo consideran anticristiano. No creo que lo sea, pero tampoco
comparto su nterpretación del cristianismo.
P. Siempre ha dicho que el Génesis la inspiró a escribirlo.
R.
Hay mucha violencia y sexo en la Biblia, motivo por el que
probablemente sigue siendo un libro tan interesante. Volviendo al
cristianismo: para mí solo lo es si los que lo profesan colocan en el
centro el amor al prójimo.
P. ¿Cómo relaciona la censura de libros con la cultura de la cancelación?
R.
Si inventas un arma, tarde o temprano la usarán contra ti. Con la
cultura de la cancelación, la izquierda está probando su propia
medicina. Veían bien la cancelación, la prohibición, la
deplataformización cuando solo salía de ellos. Ahora que también lo
hacen otros prohibiendo libros, no les gusta tanto.
P. En el léxico de la guerra cultural todo se ha vuelto súbitamente bidireccional. Woke abandonó
su sentido original, que era definir a aquellos despiertos en la
denuncia de la injusticia, para convertirse en el insulto conservador de
moda.
R.
Es un arma que se emplea en la lucha cotidiana entre derecha e
izquierda. Se usa demasiado para demasiadas cosas: como comunista,
cristiano o, incluso, feminista. La gente que lo usa como un insulto
desearía cancelar cualquier cosa que implique un avance en términos de
igualdad, aproximadamente desde hace 80 años. No creo que les vaya a
funcionar. Pasó con el término fascista. La gente se dedicó a arrojarlo
sin ton ni son.
P. ¿Está la educación superior en Norteamérica carcomida por la corrección política?
R.
Creo que la crisis real es que se da demasiado dinero a sus gestores y
demasiado poco a los docentes. A esos gestores solo les interesa que la
imagen de las universidades no se vea dañada y están siempre temerosos
por eso. Las universidades no solían comportarse como gatos asustadizos.
¿Qué sentido tiene que las sigamos financiando si no hacen justicia a
lo que dijo George Orwell? Dijo: “Si la libertad significa algo, es el
derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.
P.
No es una máxima que parezca guiar el debate público últimamente. En su
discurso de aceptación del Premio Christopher Hitchens, dijo que ambos
estarían de acuerdo al menos en una cosa: los sentimientos son
irrelevantes como argumentos…
R.
Creo que todo tiene que ver con el miedo. Yo soy autónoma. No trabajo
para nadie. Si eres empleado de una universidad, de un banco, de un
periódico o de un gobierno, corres el riesgo de que te despidan. Estás
en una situación vulnerable. Te expones a ataques que pueden tener
consecuencias reales: perder tu trabajo.
P. ¿Exacerban eso las redes sociales?
R.
Sin duda. Cada vez que ha entrado en escena una nueva forma de
comunicación, ha resultado tremendamente desestabilizadora. La imprenta
de Gutenberg permitió que pudieran circular copias baratas de textos,
incluida la Biblia: eso dio origen al luteranismo, el calvinismo, a los
baptistas, a los anabaptistas, prebisterianos… ¿Qué habría sido de
Hitler sin la radio? Con Internet todos caímos fascinados con sus
posibilidades. Ahora son las redes sociales.
P. Como una de las usuarias más famosas de Twitter, ¿qué opina de su nuevo propietario, Elon Musk?
R.
Todos nos hemos puesto cerca de la puerta. Esperando a ver qué pasa. He
probado con otras, pero creo que para seguir la actualidad sigue siendo
la mejor plataforma.
Una
vez terminada la entrevista, la escritora se volvió a ocultar bajo el
sombrero y se fue a casa andando. “Voy a todos sitios caminando”, dijo,
mientras el botones del hotel preguntaba con un susurro: “¿Es esa mujer
la famosa Margaret Atwood?”.
Días
después, esta accedió a completar la charla respondiendo a dos
preguntas más por correo electrónico. La primera estaba destinada a una
de las grandes contadoras de historias de nuestro tiempo. ¿Cree que la inteligencia artificial de ChatGPT
hará redundante el trabajo del escritor o, ya puestos, el del
periodista? “Este ha sido un tema de la ciencia ficción desde [la obra
teatral de Karel Čapek] RUR (los robots pueden ser humanos) y
Metrópolis. Por no hablar de [el ordenador de 2001: Odisea en el
espacio] HAL (la inteligencia artificial se vuelve maliciosa), o de
1984, en la que se fabrican novelas basura para las masas. Claro que
ciertos tipos de arte pueden ser producidos artificialmente y ciertos
tipos de ‘periodismo’ pueden cortarse, pegarse y amalgamarse. Pero,
¿puede la inteligencia artificial realizar reportajes y entrevistas de
primera línea? Es muy improbable. Pueden falsificarse, como todo lo
humano, pero no originarse. La Inteligencia artificial se está
demostrando, eso sí, una fuente inagotable para los periodistas
humanos”.
La
segunda pregunta buscaba una reacción al debate sobre la avanzada edad
de parte de la clase política estadounidense y la propuesta de la aspirante republicana a la Casa Blanca Nikki Haley
(51 años) de examinar las capacidades de los candidatos mayores de 75
(es decir, de Trump y Joe Biden). Atwood la respondió con más ironía e
incluso un emoticono. “¡Oh, Nikki Haley! ¡Qué buena manera de perder
votantes republicanos mayores de 75 años! ¿Y quién realizará estas
pruebas? ¿Será Haley? ¿Les pedirán que dibujen un reloj [sencillo test
para diagnosticar la demencia]. En ese caso, ¿por qué no aplicarlo a
todos los políticos? ¿Y a todos los votantes? Me interesará conocer el
plan completo, además de una actualización sobre las estafas que
implican declarar incompetentes a los ancianos como forma de hacerse con
los ahorros de toda una vida. También sería instructivo un repaso a la
literatura sobre los manicomios de los siglos XIX y XX, quiénes fueron
internados en ellos y por qué :)”.
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