A família de Karl Marx teve uma vida extremamente difícil, vivendo de
favores do amigo Friedrich Engels e alguns ricos da época. Já Marx tinha
seus "lados obscuros", como escreve Israel Viana no site do Instituto Independiente:
Karl Marx es
el pensador que, posiblemente, más ha influido en la historia y la
política de los dos últimos siglos, imprescindible para configurar el
mundo tal y como lo conocemos hoy. Su obra es la responsable del
surgimiento de ideologías tan importantes como el comunismo y el
socialismo, que dio lugar a regímenes dominantes y longevos como la URSS
de Lenin y Stalin, la China de Mao Tse Tung, la Cuba de Fidel Castro,
la Camboya de Pol Pot, la Rumanía de Ceausescu o la Yugoslavia de Tito.
Desde su muerte, obviamente, se ha hablado y escrito mucho sobre sus ideas, pero no tanto sobre si estas han sido coherentes con la propia vida de su autor. Resulta chocante pensar que el hombre que se alzó contra los obreros esclavizados e
introdujo conceptos como la lucha de clases, la dictadura del
proletariado y la importancia del trabajo llevara una vida de burgués y
fuera, durante su juventud, un estudiante aficionado a los burdeles, las
borracheras y los suspensos. Esa otra parte de su vida la recogen
Malcolm Otero y Santi Giménez en «El club de los execrables» (Penguin
Random House, 2018), donde cuentan el lado oscuro de otros de los
personajes más idolatrados de la humanidad, como Churchill, Chaplin,
Picasso, Hitchcock o Einstein.
El de Marx tiene lo suyo. No hay más que ver dónde gastó su estancia
en la Universidad de Bonn, muy lejos de las aulas. Se unió al Club de la
Taberna de Tréveris, una asociación de bebedores de la que llegó a ser
su presidente. Allí malgastó sus primeros meses con unos compañeros de
batallas que, encima, le describían como un juerguista violento e
infiel, muy poco preocupado por su formación. La situación tocó fondo
cuando, en el primer semestre de 1836, las autoridades universitarias lo
expulsaron por «desorden nocturno en la vía pública y embriaguez».
La solución de la familia Marx, una familia de clase media acomodada,
fue matricularle en Derecho por la Universidad Humboldt de Berlín y
tampoco le fue muy bien. Sus estudios en leyes no le interesaron mucho
(o nada), pero allí por lo menos comenzó a desarrollar su querencia
hacia las ideas filosóficas de los jóvenes hegelianos. Finalmente se
doctoró en la Universidad de Jena —conocida en el ámbito académico como
un centro donde se conseguían títulos con relativa facilidad— con una
tesis sobre el materialismo de Demócrito y Epicuro.
«Más que los jóvenes millonarios»
Marx nunca llegó a sentar la cabeza del todo. Durante su estancia en
la Universidad de Berlín, donde pasó cuatro años y medio, fue
encarcelado por alboroto y embriaguez y, además, fue acusado de llevar
armas no permitidas. Llegó incluso a batirse en duelo y en el diploma
que se le extendió la institución constaba que había sido denunciado en
varias ocasiones por no saldar debidamente sus deudas económicas. En
aquella época fue frecuente que su padre le llamase la atención por el
mal uso que hacía del dinero que la familia le enviaba para su
manutención.
Prueba de ello es la carta que este le manda preguntándole por cómo
era posible que, durante el primer año en la capital alemana, se gastara
700 tárelos, tres o cuatro veces más que cualquier otro estudiante de
su edad. «Más que los jóvenes millonarios», le decía este. Era casi lo
que ganaba un concejal del ayuntamiento de Berlín. «A veces me hago a mí
mismo amargos reproches por haberte aflojado demasiado la bolsa y he
aquí el resultado: corre el cuarto mes del año judicial y tú ya has
gastado 280 táleros. Yo no he ganado todavía esa cantidad durante todo
el invierno», añadía su padre en otra carta recogida por Antonio Cruz en
« Sociología: una desmitificación» (Clie, 2002).
Después de aquello, Marx se volcó en el periodismo. Se trasladó a la
ciudad de Colonia en 1842 y comenzó a escribir para el periódico radical
«Gaceta Renana». Allí expresó libremente unas opiniones cada vez más
socialistas sobre la política, junto a unos compañeros de trabajo que le
describían como un hombre dominante, impetuoso, apasionado y con una
confianza sobredimensionada en sí mismo.
Matrimonio aristócrata
El pensador alemán ya se había casado con Jenny von Westphalen,
una baronesa de la clase dirigente prusiana que rompió su compromiso
con un joven alférez aristocrático para estar con él. Otra cosa es que
Marx le correspondiera con es debido. Lo primero que hizo este fue
pedirle que pagara las deudas que había contraído de sus de juergas y
afición a las prostitutas. Y ni aún así detuvo sus excesos. La dote de
su esposa se esfumó rápidamente. En la misma noche de bodas perdió una
buena parte del dinero que le había regalado su suegra.
Obviamente, no se habló de estas cosas cuando, en mayo, un manuscrito del pensador alemán fue vendido por 523.000 dólares en una subasta celebrada en Pekín.
Más de 1.250 páginas de notas que el filósofo de Tréveris produjo en
Londres, entre septiembre de 1860 y agosto de 1863, como preparación
para su obra cumbre, « El Capital»,
base de la ideología comunista. Fue precisamente durante su estancia en
la capital británica, y mientras su propia familia sufría calamidades,
cuando se pulió su propia herencia a base de borracheras.
Durante esos años, Marx y su familia tuvieron que sobrevivir de las
pequeñas ayudas que les brindaba su suegra millonaria y sus amigos. El
propio Friedrich Engel, con quien el filósofo alemán escribió su famoso « Manifiesto comunista»
en 1848, tuvo que regalarles una casa. Y a pesar de ello, no consiguió
que llegara a su hogar la estabilidad económica que tanto ansiaban su
mujer y sus hijos. Él mismo lo confiesa en una carta a su amigo, en la
que reconoce que, a pesar de no tener que pagar ningún alquiler, sus
deudas no paran de crecer. Esto no impidió que Marx veraneara en los
mejores balnearios ni que mandara a sus hijas a estudiar piano, idiomas,
dibujo y clases de buenas maneras con los mejores profesores de
Londres. Todo ello, claro, pagado por Engels.
Un yerno de «mala» familia
Resulta sorprendente igualmente que el famoso pensador socialista,
promotor de la lucha de clases, llegara a escribir otra carta en la que
expresaba sus dudas sobre el marido de una de estas hijas. La razón: no
tenía claro que fuera de buena familia. Una actitud no muy propia de
alguien que pregonaba contra la opresión y defendía a las clases obreras
más desprotegidas y desfavorecidas.
Otra dato curioso es que, a pesar de las penurias económicas que
arrastró, el autor del «Manifiesto comunista» tuvo una criada trabajando
en su casa durante toda su vida. Su nombre era Helene Demuth y servía a
familias ricas desde los diez años. Después de pasar por varias
mansiones llegó a la de la baronesa Westphalen, la suegra de Marx.
Cuando la hija de esta se casó con el pensador, les regaló a su
sirvienta, que tuvo que seguir al matrimonio hasta París y Londres
aunque solo hablaba alemán.
Por su trabajo, Karl Marx no la pagaba ni un solo céntimo, a pesar
que se encargaba de las tareas domésticas, de cuidar a sus siete hijos y
de administrar los pocos recursos de la familia. Y por si no fuera
poco, el filósofo mantuvo con ella una relación extramatrimonial. En
1850 dejó embarazada a su mujer y, aprovechando un viaje de esta a
Holanda para conseguir fondos para la causa marxista, también a su
criada. Él no lo reconoció, hasta el mundo de que le dijo a su esposa
que el padre era su amigo Engels. Hasta le puso el nombre de su
colaborador.
A causa de esto, la mujer de Marx no podía ver a Engels. Marx mantuvo
la mentira durante un tiempo, pidiéndole a su esposa que no le
recriminara nada a su amigo, que no solo le regaló un piso, sino que
asumió una paternidad que no le correspondía. Y cuando la señora von
Westphalen por fin conoció la verdad, aquello se convirtió en una
especie de herida familiar silenciada para los restos. «No se hablaba
del asunto, en parte porque el hecho les parecía escandaloso a la luz de
la moral burguesa imperante en la época, y en parte porque no se
ajustaba a los rasgos heroicos e idílicos propios de un ídolo de las
masas. Se borraron, pues, todas las huellas de ese hijo y, sólo la
casualidad, preservó de la destrucción una carta que aclaraba el
asunto», escribió el filósofo alemán Hans Blumenberg, en «Karl Marx en
documentos propios y testimonios gráficos» (Salvat 1984).
Pero ahí no acabaron las andanzas del fundador del comunismo. Además
de su afición por los prostíbulos londinenses, cuentan Otero y Giménez
que, mientras su mujer estaba convaleciente con varicela, intentó abusar
de su sobrina. Todo ello mientras su familia sufría un revés tras otro.
De sus siete hijos, solo consiguieron sobrevivir tres hijas. Y de
estas, una murió de cáncer a los 38 años y las otras dos se suicidaron.
Una de ellas, Laura, lo hizo junto con a su marido, Paul Lafargue, uno
de los introductores del marxismo en España y autor del famoso «El
derecho a la pereza». Habían pactado hace años ya que se quitarían la
vida cuando su salud no les permitiera mantener su independencia vital y
lo cumplieron pasados los 60 años. La otra, Eleanor, se envenenó a los
43 al descubrir que su compañero, el socialista Edward Aveling, se había casado en secreto con una amante.
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