BLOG ORLANDO TAMBOSI
O professor, escritor e diretor do Laboratório Internacional de Neurobiologia Vegetal defende que os seres humanos deveriam ter uma atitude mais respeitosa e humilde com os outros seres vivos que habitam o planeta: "Temos muito a aprender, não a ensinar". Entrevista a Eduardo Barba, do El País:
La
supuesta supremacía del ser humano como especie es un viejo cuento que
debería resultar tan obsoleto como tantas otras historias rancias que se
han desechado. Pero no. Se piensa que la humanidad es el culmen de la
creación, como si se quisieran negar las evidencias de un mundo mucho
más complejo y rico. Stefano Mancuso, profesor en la Universidad de Florencia y apasionado director del Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal, además de escritor de varios libros
de éxito sobre esta temática, aboga por repensar ese viejo axioma para
que las plantas se ganen nuestro respeto y admiración de una vez por
todas. Porque sin ellas no existiría nada.
PREGUNTA. Para usted, ¿qué es una planta?
RESPUESTA.
No es fácil definirlo. Normalmente, cuando preguntas a un científico
cuál es la principal característica de una planta, la define como algo
sin movimiento, un organismo vivo capaz de realizar fotosíntesis. Y esto
es verdad, pero prefiero definirlas en oposición a los animales.
Miramos al mundo con nuestros ojos, con nuestra mirada de animales, y
nos cuesta comprender a seres vivos tan distintos a nosotros como las plantas.
Ellas son lentas, nosotros rápidos. Las plantas son depredadas,
nosotros somos los depredadores. Pero la diferencia más importante para
mí es que los animales son seres que tienen una organización en la que
han concentrado funciones vitales en unos pocos órganos, y las plantas
tienen una organización descentralizada, donde apreciamos una estructura
modular y ninguna parte es del todo indispensable. Así, en pocas
palabras, podríamos decir que somos como un yin-yang de la vida, pero
con una diferencia: que todos los animales juntos representan el 0,3% de
la biomasa, una irrelevante parte de la realidad. Por el contrario, el
87% de la biomasa está constituida por las plantas. Así que, si me
preguntan por una definición en una sola frase, diría que son la vida de
nuestro planeta.
P. ¿Hay un lugar para la humanidad sin ellas?
R.
Es imposible imaginar la vida en nuestro planeta sin las plantas. Todos
los animales son dependientes de las plantas y ellas no dependen de los
animales. Si pudiéramos mirar a las plantas
y a los animales con objetividad, no habría duda de que ellas son las
auténticas reinas de nuestro planeta. Si desaparecieran mañana, todo el
mundo sabe que habría un problema con la comida. En unos pocos meses no
habría más alimento en el planeta. Pero una característica principal de
las plantas, y una de las menos comprendidas, es que son capaces de
fijar el dióxido de carbono. Así que, si las plantas murieran mañana y
liberaran todo el CO₂ a la atmósfera, el calentamiento global subiría a
niveles que, según modelos, sería incompatible con el estado líquido del
agua. Esta comenzaría a hervir y el planeta quedaría esterilizado por
completo, como Marte o Venus. De nuevo, vemos que son el motor de la
vida en nuestro planeta.
P. Un motor inteligente, por lo que nos enseñan con su comportamiento.
R.
Normalmente pensamos que somos los únicos seres inteligentes en el
planeta, o quizás no solo nosotros, pero solo unos pocos animales muy
cercanos a nosotros y nada más. Creo que esto es una manera muy ridícula
de mirar el mundo. Absurda y también presuntuosa. Si pudiéramos decir
que la inteligencia está ligada a poseer un cerebro, entonces solo un
0,3% de las formas vivas tienen cerebro. Así que, si la inteligencia
depende de la posesión de un cerebro, decimos que el 99,7% de la vida es
estúpida, una especie de máquina mecánica. Para mí, como biólogo e
investigador, esto es algo imposible de imaginar. Cada organismo
viviente necesita resolver problemas. La inteligencia es la capacidad
para resolver problemas. Incluso una bacteria o un virus necesitan resolver problemas, es imposible que no lo hagan, o se habrían extinguido inmediatamente.
P. ¿Y cómo es esa inteligencia vegetal?
R.
Las plantas son tan increíblemente distintas a nosotros… Se mueven y
actúan en una escala temporal muy diferente a la nuestra… Pero no hay
duda de que son inteligentes. De hecho, muchas veces digo que son más
inteligentes que los humanos. Con ello no quiero provocar a nadie, es
una verdad desde un punto de vista biológico. Nosotros los animales
utilizamos el movimiento como nuestra principal respuesta al entorno.
Para nosotros, el movimiento lo es todo. Para un animal es imposible
imaginar encontrar comida sin ese movimiento o escapar de un depredador.
Pero los animales no resuelven los problemas, más bien los evitan. En el caso de las plantas, esto no es posible, necesita resolver el problema.
P. ¿Las plantas tienen consciencia de sí mismas?
R.
No sabemos qué es la consciencia exactamente, incluso para los humanos.
Es muy difícil. Lo único que podemos decir es si se es consciente de
uno mismo, pero ya no se puede saber de la consciencia de la otra
persona que tenemos enfrente. Para mí, es la habilidad para vivir.
Podemos imaginarla como la habilidad para detectarte a ti mismo en
relación con el medio en el que vivimos. Así, las plantas son
extremadamente sensibles al medio en el que viven, porque son más
sensibles que nosotros a todo lo que las rodea. Ese es el problema que
tenemos a la hora de juzgar a las plantas: son muy diferentes a nosotros. Pero por supuesto que son conscientes de sí mismas.
P. ¿Qué son capaces de analizar las plantas de su entorno?
R. Esto habla sobre sensibilidad y los sentidos de las plantas.
Como no pueden huir, necesitan sentir cada pequeño cambio para adaptar
su fisiología a lo que va a ocurrir, por eso son increíblemente
sensibles a cosas para las que nosotros somos completamente ciegos, como
los gradientes químicos o los campos electromagnéticos. También son
capaces de detectar sonidos, como una determinada frecuencia de unos 200
hercios, que es muy importante para las plantas. Cuando producimos esa
frecuencia con un altavoz, todas las raíces crecen hacia el origen de
ese sonido: es el mismo sonido del fluir del agua. Es por eso por lo que
las plantas se sienten atraídas por las tuberías subterráneas, porque
sienten el sonido del agua corriendo.
P. ¿Deberíamos cambiar nuestra ética a la hora de tratar a las plantas?
R.
Sí, tenemos que cambiar nuestra posición a la hora de comparar a todos
los organismos vivos. Pensamos que nosotros, los humanos, somos los más
bellos, que no hay nada como nosotros porque tenemos un gran cerebro que
nos permite hacer cosas que los demás seres vivos no pueden. Si
preguntamos a un millón de personas no encontrarás a nadie que diga que
no somos mejores que una vaca o un manzano. Sentimos que somos mejores,
profundamente convencidos de que somos mejores. Y eso es un error
increíble. Porque, primero, ¿qué significa ser mejor? Eso es una idea
humana. Se mesura todo: si corres esa distancia más rápido, eres mejor.
Pero, en la vida, ¿qué significa ser mejor? El objetivo real de la vida,
de cualquier organismo, es sobrevivir. Y las plantas llevan viviendo muchos más años que nosotros sobre la faz de la Tierra,
así que tenemos mucho que aprender, no que enseñar. Deberíamos tener
una actitud más respetuosa y humilde con los otros seres vivos.
P. ¿Y qué se le podría enseñar a un niño para que se quedara fascinado el resto de su vida por las plantas y las respetara?
R.
Lo primero, cada niño está más interesado en las plantas de lo que
pensamos habitualmente. Si les contamos lo que ocurre en un jardín,
cualquier niño se quedará muy interesado por la vida asombrosa de ese
jardín. Debemos ser capaces de transmitir que las plantas son seres vivos,
y, desde ese punto de vista, cuidar de ellas. Siempre recomiendo hacer
un experimento muy sencillo: coger dos macetas idénticas y sembrar una
judía en cada una, proporcionándoles la misma cantidad de agua, de luz…
manteniendo una maceta al lado de la otra. Una vez que germinen, y
durante solo 30 segundos cada día, tocamos muy delicadamente a una de
las plantas, pero no a la otra, y observamos lo que ocurre. Después de
dos semanas, veremos que la planta que está siendo tocada es más pequeña
que la otra, porque no les gusta ser tocadas (ríe), sienten ese tacto
como una especie de agresión de un predador. Otro experimento, menos
científico, es coger a una de ellas y decirle cosas bonitas y adorables
durante un minuto, y a la otra solo cosas feas. Lo hicimos en el
laboratorio, y cada una cambió su forma de crecer. No es por algo
fantástico o esotérico. Es solo porque son muy sensibles, y sienten si
somos un animal bueno o malo para ellas. Así de sencillo.
Postado há Yesterday por Orlando Tambosi
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