A publicação de uma parte do arquivo vaticano do período nazista, ordenada por Francisco neste semana, e um novo livro reabrem o debate sobre o polêmico silêncio de um pontífice que negociou com o Terceiro Reich e não condenou o Holocausto. Daniel Verdú para El País:
La legendaria diplomacia vaticana
ha edificado su relato oficial sobre una historia de austeridad en el
lenguaje y una cierta ambigüedad que permitiese tender puentes en
situaciones complicadas. Los silencios de un Papa en momentos de
conflicto son una norma en la historia del Vaticano
que asoma incluso en el momento actual. La versión menos benévola
hablaría también de una ilusión de neutralidad interesada para desplegar
una exitosa estrategia de supervivencia de 2.000 años. El caso de Pío
XII, apodado por algunos el Papa de Hitler y considerado por otros un
santo que hizo todo lo que pudo en el endiablado momento que le tocó
vivir, es el mejor ejemplo. La publicación online de los archivos
secretos del Vaticano relativos a ese periodo, ordenada por el Papa esta
semana, y la aparición de un nuevo libro del historiador David I. Kertzer reabren ahora el debate sobre su silencio durante los horrores del nazismo.
Un
Papa en guerra, que se editará en España a finales de año y es ya un
bestseller en EE UU, no ha entusiasmado a la Santa Sede. L’Osservatore
romano, su diario oficial, publicó una página completa esta semana
asegurando que las novedades que Kertzer presenta, especialmente una
larga y secreta negociación entre Hitler
y Pío XII para alcanzar un acuerdo de no agresión, eran ya conocidas.
“La reacción del Vaticano ha sido negativa, por desgracia. También hace
dos años, cuando publiqué la primera pieza sobre los archivos.
Representan de modo erróneo lo que yo digo. No es verdad, por ejemplo,
que estuviera contado o se conociese la negociación entre Hitler y el
príncipe. Encontré actas de cosas increíbles, nunca conocidas. Es triste
que no puedan afrontar esta historia y solo sepan negarla. Nada ha
cambiado, pero esperaba del papa Francisco otro acercamiento a este tema. No le interesa. Tiene otras batallas que le mantienen ocupado”, apunta Kertzer al teléfono.
El
Vaticano, en la misma línea defensiva, ha publicado esta semana de
forma online una parte de los archivos del periodo de Pío XII —que ya se
abrieron hace dos años— que pretenden demostrar que sí ayudó a judíos
durante su pontificado. Hay casi 2.700 peticiones de ayuda entre 1939 y
1948 de familias y grupos judíos, muchos de ellos bautizados católicos,
que forman parte de los 170 volúmenes de los archivos reservados del
pontificado de Pío XII.
Los
nuevos documentos, unos 40.000 archivos digitales, atestiguan como
“entre los pasillos de la institución al servicio del Pontífice se
trabajaba sin parar para ayudar a los judíos de forma concreta”, aseguró
el jueves el secretario para las Relaciones con los Estados, Paul
Richard Gallagher, ministro de Exteriores de la Santa Sede. Se pierde el
rastro de la correspondencia que se mantuvo. Pero muchos de ellos —la
mayoría fueron judíos convertidos al catolicismo— sobrevivieron y la
Santa Sede da a entender que fue por la intervención vaticana.

Partisanos católicos durante la liberación de Roma, el 4 de junio de 1944, con una imagen del papa Pío XII.
Eugenio
Pacelli llegó al papado después de haber sido el secretario de Estado
de Pío XI, un pontífice incómodo para el fascismo y temido por Hitler.
En los últimos años de su predecesor se publicaron distintos artículos
en el Osservatore romano criticando la persecución de los católicos por
el nazismo y sembró la discordia en Alemania, donde un tercio del Tercer
Reich pertenecía a esa confesión. Y poco antes de morir, recuerda
Kertzer en el libro, estaba dispuesto a denunciar también públicamente
la alianza entre los dictadores italianos y alemán. Pero Pío XII, que
recibió un telegrama de Hitler cuando fue nombrado el 2 de marzo de 1939
felicitándole, quiso poner fin a esas tensiones desde el comienzo. Dio
orden de terminar con los artículos críticos y de comenzar un proceso de
desescalada que encontraría su apogeo con la negociación que Hitler
mantuvo con el Papa a través de un enviado, justo cuando tenía ya listos
los planes para invadir Polonia.
El
elegido fue un tipo con un inmejorable pedigrí: el príncipe Philipp von
Hessen, yerno del rey Vittorio Emanuele III y nieto del emperador
Federico III. “La mitad de los ciudadanos del Tercer Reich eran
católicos. El Papa tenía mucha influencia en Alemania, pero también en
Polonia o Checoslovaquia, que formaban parte ya de ese territorio
político. Lo que quería entonces el Papa era un trato mejor a la Iglesia
en todas esas tierras. Hitler veía dos problemas en un acuerdo. Primero
la política racial, pero eso para el Papa no era un problema: nunca
dijo que fuera un obstáculo. Y el segundo era la implicación del clero
alemán en la política, la crítica por parte del clero de la política
nazi. El Papa dijo que el clero que no se inmiscuiría. ‘Dígame casos y
puedo frenarlos’, le transmitió”, asegura Kertzer.
Las
leyes raciales en Italia, promulgadas por Mussolini en 1938, habían ya
echado a andar. Y El Vaticano no se había hecho oír en ese sentido.
Tampoco lo hizo Pacelli públicamente cuando el 16 de octubre de 1943 el
Ejército de ocupación nazi se llevó a 1.038 judíos del gueto de Roma al campo de exterminio de Auschwitz,
pese a que antes de deportarlos estuvieron presos durante 30 horas en
el Palazzo Salviati, a medio kilómetro del Vaticano. ”Hay que entender
que las leyes raciales funcionaban desde antes de la guerra. Y se
justificaban, en parte, diciendo que hacían lo que habían hecho los
papas durante siglos para evitar el contagio de los judíos. Los nazis
usaron luego esa justificación durante años. Y en la Shoah, quienes
asesinaban a pequeños judíos, eran cristianos. No eran paganos. Por eso
el Papa tenía una responsabilidad para hablar claro”, critica Kertzel.
Pío
XII nunca fue filonazi. Todo lo contrario. Consideraba que el nazismo
era un movimiento político de raíz pagana y que maltrataba a los
católicos. Tampoco fue El Papa de Hitler que pintó John Cornwell en su
libro de 1999. Pero nunca habló claro en este tema para no ofender al
genocida alemán, insiste Kertzer. “Con las leyes raciales no protestó
porque no era contrario a ellas. Él no quería que hubiera aquel
exterminio, por supuesto. Pero tampoco lo denunció, porque era tomar
parte en la guerra. El Vaticano poseía en otoño de 1942 gran cantidad de
información de los asesinatos en masa, como sabemos ahora por sus
archivos. Pero cuando Roosevelt le preguntó en esas fechas al Papa si
tenía alguna confirmación, decidieron que hubiera sido darle
instrumentos para hacer propaganda contra Hitler. Y no querían. Como
historiador entiendo su lógica. Pero presentar a este Papa como un líder
moral es incompatible con aquel comportamiento”.
El
relato histórico sobre Pío XII es tan ambiguo como su gestión en este
asunto. Las críticas contra su postura llegaron en gran medida desde la
propaganda rusa. Pero también desde filósofos como Emmanuel Mounier,
como recordaba hace algún tiempo en un excelente artículo el historiador
y exdirector de L’Osservatore Romano, Giovanni Maria Vian. Muchos
insisten en que Pío XII ayudó a tantos judíos como pudo promoviendo su
acogida en distintos recintos católicos, como el historiador Enzo
Forcella en La resistencia en el convento (Einaudi, 1999). También
sabemos ahora, gracias a la publicación onlline del archivo, que la
Secretaría de Estado destinó a un diplomático, Angelo Dell’Acqua, para
ocuparse de estas peticiones que llegaban desde toda Europa con el
objetivo de “dar toda la ayuda posible”. Pero su silencio fue demasiado
atronador.

El papa Pío XII recibe en audiencia a una delegación de militares franquistas en junio de 1939.
Benedicto
XVI frenó su beatificación, además de pedir que se esperase a la
apertura de los archivos para avanzar en ese proceso, dejándolo en un
simple “venerable”. La Iglesia, durante el pontificado de Juan Pablo II,
emitió una reflexión sobre el Holocausto en 1998 que tituló Nosotros
recordamos. Pero la denuncia histórica, especialmente por parte del
mundo hebreo, subrayó la falta de una autocrítica clara y sin
apostillas. El silencio de Pío XII fue retratado en abundantes obras,
como El Vicario (Grijalbo, 1977), de Rolf Hochhuth. Hannah Arendt la
reseñó en su ensayo de 1964 El vicario: ¿Culpable por su silencio?
(Paidos, 2007); y Costa Gavras la utilizó para rodar Amén (2002).
Kertzer
cree que el problema tiene raíces profundas. “Después de Juan XXIII no
hay ningún cambio en estos enfoques. Nosotros recordamos fue una
negación total de la historia del antisemitismo de la Iglesia, del
antisemitismo moderno. Y del hecho de que los nazis y los fascistas la
usasen para justificar lo que hicieron. Es una historia incómoda que
algunos, como el episcopado alemán o francés, sí han afrontado. Y para
mí tiene que ver con una negación más amplia de la historia de la II
Guerra Mundial. Italia misma no afronta su historia. Tengo la impresión
de que los italianos piensan que fueron parte de los aliados de la II
Guerra Mundial, y no de Hitler. No hay ni siquiera un instituto de
historia del fascismo. Y la curia en esa época era toda italiana”,
apunta.
El
estilo del Vaticano nunca han sido las condenas públicas solemnes a un
bando u otro en determinados conflictos. Tampoco hoy es fácil
encontrarlas, como muchos sectores han criticado a Francisco. “Los
invasores esta vez no son católicos, aunque utilicen la iglesia
cristiana para justificar la invasión. Pero lo que es peligroso es
cuando el Papa señala a la OTAN como corresponsable de la guerra. En
Rusia, donde los medios están controlados por el Gobierno, le citan ya
para decir que apoya la guerra. Como Pío XII, ha querido decir cosas que
los dos lados podían citar. Es fácil acabar siendo objeto de
propaganda”. La apertura futura de los archivos del periodo actual,
quién sabe, quizá aporte también todos los datos sobre este momento.
BLOG ORLANDO TAMBOSI

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