BLOG ORLANDO TAMBOSI
O famoso coletivo abecedário se comporta como uma seita política, como um grupo ensimesmado em uma alucinação auto-designada. Lucía Etchebarria para The Objective:
Ha
sucedido esta semana. Hoy, el día en el que escribo este artículo, 27
de junio, el Consejo de Ministras ha aprobado la ‘ley trans’. Anteayer
Jedet, una actriz y cantante transexual, ídolo de masas entre la
juventud juvenil, con cientos de miles de seguidores en Instagram,
criticaba en un programa de televisión a Irene Montero. Estaba previsto
que el viernes 1 de julio Jedet estuviera en Granada para dar el pregón.
Pero a partir de las manifestaciones de Jedet, el Ayuntamiento de
Granada comienza a eliminar toda publicidad en redes. Poco después Jedet
anuncia que no dará el pregón de Granada.
En fin, esto me lleva a reflexionar no sobre la infame ‘ley trans’, sobre la que ya he escrito un artículo, sino sobre la colectivización de los sentimientos y la conversión de un partido político en una secta.
Sectarismo político para ‘dummies’
Imaginen
que ustedes son los líderes de un partido de izquierdas, unos niñates
formados en la facultad de políticas, que apenas se han relacionado con
casi nadie fuera de su burbuja autocomplaciente y que han prometido que
en cuanto llegue al poder van a acabar con la casta, a traer la justicia
social al pueblo y a ayudar a los más desfavorecidos.
Ahora
le hablo a usted, lector. Imagine usted que llega al poder y resulta
que no tiene usted la más mínima experiencia en gestión, ni tampoco
mucha idea de economía, que además se empieza a descubrir que la casta
era usted, y que ni usted ni nadie en su corte de admiradores proviene
de clase obrera ni de nada remotamente parecido y que solo han visto
obreros dibujados en las portadas de sus manuales de sociología del
trabajo y sus ediciones argentinas de El Capital.
No se asuste.
Puede usted salvar los muebles, el carguito, la paguita y la poltrona.
Tan simple como poner en práctica las enseñanzas de la psicología social.
Repasemos
algunos de los experimentos más importantes que aparecían en su manual
de psicología social en la carrera de políticas.
El experimento de la cueva de los ladrones
(De Muzafer Sherif y Carolyn Sherif, año 1954)
Objetivo:
Detectar cómo se crean los prejuicios y cargas ideológicas. Muy útil
para usted pues le enseña a crear artificialmente una situación «ellos
contra nosotros».
Método:
Se seleccionó a dos grupos de niños (24 niños en total, 12 niños por
grupo) de entre 10 y 11 años de edad sin antecedentes de conflictividad,
provenientes de familias estables y con una infancia sin traumas.
Ninguno de los integrantes de ambos grupos se conocía entre sí, ni
siquiera se habían cruzado nunca. Se llevó a los niños a un campamento
en el Parque Natural de la Cueva de los Ladrones. Los tutores dividieron
de manera totalmente aleatoria a los niños en dos grupos, denominados
Grupo A y Grupo B.
En
la primera fase del experimento, se alentó el sentimiento de
pertenencia al grupo o sentimiento identitario mediante actividades
conjuntas que afianzaran las relaciones interpersonales: la natación, el
senderismo o la búsqueda de madera para las fogatas). Los grupos
eligieron nombres (las águilas y las serpientes de cascabel), y cada
grupo desarrolló sus propias normas y jerarquías grupales. Cada grupo
eligió un color de pañuelo y una bandera. Los grupos iban uniformados.
Los investigadores informaron a cada grupo de que en el campamento había
otro grupo, y les alertaron sobre ellos: eran desorganizados, eran
vagos, eran sucios.
En
la segunda etapa del experimento los profesores introducían elementos o
situaciones de fricción entre los dos grupos participantes: un torneo
competitivo entre los grupos, consistente en juegos como béisbol y tira y
afloja, en el que los ganadores recibirían premios y un trofeo. La
hostilidad entre los grupos se incrementó de tal manera que hubo que
frenar el experimento porque los grupos se atacaron entre sí.
Conclusiones:
Los profesores quedaron abrumados ante la facilidad con la que los
grupos llegaron a crear un sentimiento de odio hacia el otro grupo, y la
rapidez con la que se llegó al enfrentamiento físico. ¿Y cómo se había
conseguido esto? Un nombre diferente, una bandera y un uniforme para
cada grupo. Actividades comunes para inculcar el sentimiento de
pertenencia. Hábleles mal del grupo contrario. Póngales a competir por
un premio y.… ¡voila!: la bronca está asegurada.
El experimento de Milgram
(Stanley Milgram 1961)
Objetivo:
Medir la disposición de un participante para obedecer las órdenes de
una autoridad, incluso cuando estas órdenes pudieran o suponer un
conflicto con su sistema de valores y su conciencia.
Método:
Milgram reclutó a un total de 40 sujetos a través anuncio en el
periódico en el cual se les invitaba a formar parte de un experimento
sobre «memoria y aprendizaje» Se les aseguró a los participantes que se
les pagaría una suma de dinero asegurándole que conservaran el pago
«independientemente de lo que pasará después de su llegada». Se les hizo
saber que para el experimento hacían falta tres personas: el
investigador, el maestro y el alumno. A los voluntarios siempre se les
asignaba mediante un falso sorteo el papel de maestro. Tanto maestro
como alumno actuaban en habitaciones diferentes pero conjuntas.
Al
alumno se le ataba a una silla y se le colocaban electrodos. Al maestro
se le colocaba frente a un generador de descarga eléctrica con treinta
interruptores que regulaban la intensidad de la descarga. Había unas
etiquetas que indicaban la intensidad de la descarga (moderado, fuerte,
peligro, descarga grave y peligro de muerte). Al sujeto reclutado o
maestro se le pedía que enseñara pares de palabras al aprendiz. Se le
decía que el alumno debía ser castigado si se equivocaba aplicándole una
descarga eléctrica, que sería 15 voltios más potente tras cada error.
Cuando el alumno recibía la descarga, gritaba lastimosamente, gritos que
se incrementaban y se hacían más quejumbrosos si la descarga aumentaba.
Si el maestro se negaba a aplicar la descarga el investigador le
respondía: «el experimento necesita que usted siga», «es absolutamente
esencial que continúe», «usted no tiene otra opción, debe continuar». Y
en caso de que el sujeto preguntara quién era responsable si algo le
pasaba al alumno, el experimentador se limitaba a contestar que él – el
investigador- era el responsable.
Los
cuarenta sujetos obedecieron hasta los 300 voltios mientras que 25 de
los 40 sujetos siguieron aplicando descargas hasta el nivel máximo de
450 voltios. Esto revela que el 65% de los sujetos llegó hasta el final,
inclusive cuando en algunas grabaciones el sujeto se quejaba de tener
problemas cardíacos. Es decir, si las descargas hubieran sido reales, el
65% de los sujetos hubieran matado a otra persona, solo porque
obedecían a una autoridad. En realidad, las descargas eran falsas, y los
alaridos eran grabaciones. El «aprendiz» era un cómplice del
investigador.
Ninguno
de los participantes que se negaron a administrar las descargas
eléctricas finales solicitaron que acabara el experimento ni acudieron
al otro cuarto a revisar el estado de salud del estudiante. Nadie, nadie
ayudó a la victima.
Conclusiones:
A)
Cuando el sujeto obedece los dictados de la autoridad, su conciencia
deja de trabajar y se desencadena una abdicación de la responsabilidad.
B) Los sujetos son más obedientes cuanto menos conocen a la víctima.
C)
El concepto de obediencia debida. El 65% de nosotros obedecemos
ciegamente a lo que entendemos por autoridad, y no cuestionamos las
decisiones que vienen de arriba.
El experimento de la cárcel de Stanford
(Philip Zimbardo, 1971)
Objetivo:
Similar al de Milgram. Averiguar hasta qué punto una persona normal y
corriente puede cambiar su comportamiento en una situación extrema.
Método:
Mediante un anuncio en un periódico local solicitaba voluntarios para
un estudio sobre los efectos psicológicos de la vida en prisión. Se
reclutan a 24 hombres todo ellos estudiantes universitarios. Muy
importante es resaltar que se seleccionó a individuos que respondieron
en un cuestionario «sí» a la pregunta «¿se siente usted pacifista?». Se
lanzó una moneda al aire para dividir al grupo entre carceleros y
reclusos. Nada más llegar a la cárcel, se desnudó a los presos, se les
vistió con un uniforme, y se le puso una correa al tobillo, como la
antigua bola de los presidiarios.
A
la mañana del segundo día se produjo una rebelión entre los reclusos,
que hicieron barricadas en las celdas colocando las camas contra la
puerta. Los reclusos se despojaron de los gorros y el uniforme, pero no
pudieron quitarse la bola.
Los
carceleros usaron todo tipo de estrategias para hacerse con el control
de la situación: rociaron a los prisioneros con un extintor, castigaron a
los cabecillas de la rebelión desnudándolos y quitándoles la comida, se
comportaron como auténticos sádicos. Al quinto día hubo que cancelar el
experimento porque se temía por la vida de alguno de los presos.
Zimbardo reconoció que algunos guardias trataron de cambiar el sistema.
Posteriormente, él investigó el tema de los «héroes», aquellos que no
sucumben al sistema
Conclusiones:
El poder corrompe. Aunque no a todos. Y las personalidades
individuales se diluyen cuando se crea una situación «nosotros contra
ellos. Algo que ya sabíamos.
Experimentos del Paradigma de grupo
A
48 jóvenes se les pide que elijan entre dos cuadros cuál es su
favorito. Los psicólogos los reparten en dos grupos y le dicen a cada
uno que están en el grupo que coincide con su preferencia estética. Esto
es completamente falso, se les ha mezclado de forma aleatoria. En otros
experimentos se hace de forma similar. Los sujetos se dividían de
manera arbitraria en dos grupos en base a criterios irrelevantes y sin
que los miembros de los grupos se conocieran entre sí. Por ejemplo, se
les divide según les guste el azul o el verde.
Conclusiones.
En los experimentos se observó que el simple hecho de ser parte de un
grupo, aunque el grupo se hubiera formado de forma aleatoria y
arbitraria, resultó ser suficiente para que los sujetos dieran
recompensas a los de su propio grupo y en perjuicio de los miembros del
otro grupo. Si alguien se identifica con un grupo, apoyará a su grupo, y
nunca al que siente como contrario. Creará un prejuicio respecto a
cualquier persona que le presenten como «ellos»
Este
refuerzo del prejuicio se relaciona con la autoestima: si tienes en
gran estima a tu grupo, de alguna manera estás incrementando tu propia
autoestima. Por eso, a mayor prejuicio, mayor incremento de la
autoestima en personas que no la tienen.
Y ¿de dónde vienen estos comportamientos?
¿De
dónde viene nuestra tendencia a favorecer al grupo, a odiar al grupo
contrario, a abusar del poder y a obedecer ciegamente a la autoridad?
Está inscrito en nuestros genes
Los
humanos descendemos de los simios. En cierto modo, todos somos simios
un poquito evolucionados. Y los primates funcionan en grupos. En esos
grupos siempre hay un líder al que se le debe obediencia. Esto es una
estrategia de supervivencia porque si se acerca un león o un cazador hay
más posibilidades de que el grupo sobreviva si no se dispersa; por lo
tanto, hay que seguir siempre a un líder. La supervivencia depende
también de la pertenencia al grupo: un primate no sobrevive solo. Y de
la defensa de un territorio frente a cualquier grupo rival de primates
que intente ocuparlo.
Por
eso los primates se enfrentan en peleas entre grupos reales que ponen
en riesgo su integridad y hasta su propia vida. Todo indica que el
carácter cooperativo que muestran los primates de una comunidad cuando
es imprescindible defender su territorio de invasores o agresores es el
germen de nuestra tendencia innata (repito: innata) a reaccionar
defendiendo al grupo que entendemos como nuestro frente al grupo que
entendemos como ajeno, y el de nuestra tendencia también innata (repito:
innata) a obedecer a quien entendemos como autoridad o a abusar de la
autoridad si nos la conceden de forma arbitraria.
Instrucciones para crear una secta
Recordemos
que es usted un líder que se ve incapaz de cumplir las promesas que
hizo a su electorado, pero que no quiere perder ni su sueldo ni su
poltrona ni su posición de poder. Pongamos pues en práctica las
enseñanzas de los psicólogos sociales: Colectivice, interseccionalice,
amplíe el sujeto de la causa y exija obediencia debida.
1. Colectivice
En
primer lugar, busque una causa para intentar un «nosotros contra
ellos». Busque una causa en la que más o menos todo el mundo esté de
acuerdo.
Este…
a ver, por ejemplo… ¿Los derechos de los homosexuales y las lesbianas?
Sí, ILGA, la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales,
Trans e Intersex) nos avisa de que España es uno de los países más gay
friendly del mundo y en los que los ciudadanos respetan más a las personas con orientaciones sexuales diversas.
Fantástico, me viene bien, la causa está de moda y ya sería difícil
encontrar a alguien que se oponga, cuando hasta Rocío Monasterio se hace
vídeos paseando por Chueca de charleta con un chico gay muy mono.
Recuerde
que se llaman a sí mismos «colectivo» porque colectivizan los
sentimientos. Insista en que se mencione la palabra «colectivo» en
cualquier discurso.
2. Interseccionalice
Pero
los homosexuales y lesbianas apenas representan al 10% de la población,
así que necesita usted ampliar el sujeto de la causa.
Sáquese
entonces de la chistera la palabra interseccionalidad. «La
interseccionalidad es un enfoque que subraya que el sexo, el género, la
etnia, la clase o la orientación sexual, como otras categorías, están
interrelacionadas», o eso le dice la Wikipedia. Ya tiene usted la
oportunidad de juntar en un mismo saco a todas las causas de los
oprimidos. Perdón, oprimides.
Así
que para usted el feminismo y la causa gay están íntimamente
relacionados. No vale que las feministas de toda la vida le adviertan de
que las luchas de los derechos homosexuales y las de los derechos de
las mujeres, por bien que puedan coincidir en algunos puntos, son
diferentes. Usted lo mezcla todo: antirracismo, feminismo, derechos de
los homosexuales y lesbianas, veganismo y especismo.
3. Amplíe usted aún más el sujeto de la causa
Pero
es que eso de los derechos de los homosexuales y lesbianas también se
le queda corto, así que …. Ya no será el «orgullo gay» sino el orgullo
LGTBIQ+.
Pero, ¿qué coño significa LGTBIQ+?
Seguro que usted sabe lo que significan las siglas LGBTIQ+. Lesbianas gays bisexuales transexuales Pero… ¿El resto?
¿La
I? La I se refiere a la intersexualidad, una condición genética que
solo padecen el 0,0018% de las personas en el mundo, (vamos, nadie que
usted conozca, en realidad) pero usted va a intentar ampliar esa
historia y meter a más gente. Usted va a decir que hay más intersexuales
que pelirrojos. Dato falso, por cierto.
Pero ya dijo un propagandista muy famoso de cuyo nombre no queremos
acordarnos que cualquier mentira repetida acaba por convertirse en
verdad. Usted va a meter en el saco de la heterosexualidad a condiciones
como la microsomía, por ejemplo, que nada tienen que ver con la
intersexualidad. Total, las personas a las que se dirige usted
prácticamente no leen, poco menos van a estar versados en genética.
¿La
Q? La q significa queer. Veamos que nos dicen dos sociólogos mexicanos ,
Carlos Fonseca Hernández y María Luisa Quintero Soto : «La Teoría
Queer es la elaboración teórica de la disidencia sexual y la
de-construcción de las identidades estigmatizadas, que a través de la
resignificación del insulto consigue reafirmar que la opción sexual
distinta es un derecho humano. Las sexualidades periféricas son todas
aquellas que se alejan del círculo imaginario de la sexualidad «normal» y
que ejercen su derecho a proclamar su existencia».
Es
decir, que ser queer es ser disidente sexual. Este término es tan
amplio como para que uno piense que Fernando Sánchez Dragó o Antonio
Escohotado podrían ser queers. Y sí, podrían serlo perfectamente porque
su sexualidad ha transcurrido siempre en los márgenes de lo que se
considera la sexualidad normativamente aceptable. Sánchez Dragó nos
cuenta historias de tríos con menores y poliamor. De Escohotado hay
tantas historias que no me cabrían en un artículo y la gente ya se queja
de que mis artículos son largos así que confíen en mi palabra: Sí,
Escohotado era queer.
¿El
signo +? Se refiere a asexuales y pansexuales. Asexual todo el mundo
entiende lo que es. Pansexualidad es » la atracción sexual, romántica o
emocional hacia otras personas independientemente de su sexo o identidad
de género».
En
fin… que es casi imposible que usted no se pueda identificar en alguna
de las siglas LGTBIQ+ excepto que se haya casado usted con su novia del
instituto, le haya sido profundamente fiel, y nunca, en ninguna ocasión,
haya fantaseado con un trío, o con mantener una historia con alguien de
su mismo sexo, ni tampoco haya sentido atracción emocional hacia un
amigo o una amiga íntima.
Tras
esta sucinta explicación de lo que significan las siglas entenderán
ustedes la razón de que en el último orgullo gay al que asistí me
encontré con muchos más heterosexuales que lesbianas.
4. Exija obediencia debida.
Es
decir, tiene usted que dar órdenes arbitrarias y probar que sus
acólitos le obedecerán ciegamente. Si han leído ustedes mi anterior
artículo sobre el pensamiento sectario ya sabrán que una de las características de las sectas es la de ofrecer una visión deformada de la realidad.
Esto es importante porque las sectas tienen que atacar lo que en psicología llamamos el core belief.
Vamos a explicar esto.
Imaginemos
que Carlos conoce a Clara y se enamoran profundamente. Carlos es ateo y
Clara es devotamente religiosa y católica. Carlos le dice que eso no
importa, que él nunca se va a inmiscuir en su religión. Ella solo le
pide que si se casan pueden educar en la religión católica a sus hijos.
Se casan, tienen hijos. Una vez él está seguro de que Clara no se puede
divorciar, puesto que es católica, Carlos empieza a atacar a su creencia
central. Su core belief. Su creencia central es el catolicismo y la
familia. Cada día, cada hora, Carlos va minando las creencias de Clara,
como la gotita que acaba por horadar la piedra en la que cae. Cada día
hay un nuevo ataque sutil contra la religión católica, y contra la
familia de Clara. Aquí pueden suceder dos cosas: la primera es que
Clara le deje y la segunda que Clara acabe renegando de su religión y de
su familia. Sí sucede lo segundo, Clara habrá perdido su centro, su
sentido del yo, y su apoyo emocional de forma que será mucho más
dependiente de Carlos.
A
gran escala esto se hace en la secta cuando se le pide a los fieles que
den por hecho una verdad que choca con su sentido de la realidad. A los
fundamentalistas de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días se les
exige que acepten la poligamia y por ejemplo concertados por el
profeta. En realidad, la Iglesia de Santos de los últimos Días no acepta
la poligamia ni los matrimonios impuestos, por eso los fundamentalistas
son una escisión, una secta).
Para
algún tipo de secta fundamentalista católica implicaba usar el cilicio,
aunque la iglesia católica nunca haya pedido a sus fieles que lo usen.
En conclusión: cada secta te pedirá que aceptes una verdad difícil de
aceptar y que renuncies a tus propias creencias centrales.
Por
eso «secta» y «sectarismo» son palabras que empleamos para referirnos a
políticas teóricamente revolucionarias pero transidas por utopías
exageradas e ideas delirantes. Ideas que atacan al core belief, al
conjunto de ideas centrales de sus fieles.
La
secta LGTBIQ+ te exige que renuncies a la idea de que el sexo es
binario, y al hecho científico de que las células tienen sexo y de que
el sexo es inmutable. Ya puestos, te exigirá también que creas que hay
lesbianas con pene. Cualquier disidencia respecto a esta creencia te
puede acarrear un castigo. Y, por supuesto, la expulsión de la secta.
Así que ya lo tiene.
Ya tiene usted montado un «nosotros» contra ellos.
En
este caso «nosotros» serán el colectivo LGTBIQ+ (en adelante, y para
entendernos, el colectivo abecedario) y ellos serán «la ultraderecha».
Y, ¿qué es la ultraderecha?
Pues, como diría Bécquer… ¡la ultraderecha eres tú!
Ultraderecha
es cualquiera que no nos baile el agua. Ultraderecha implica a
comunistas como el Frente Obrero de Valencia, a socialistas como Elena
Valenciano, a feministas de toda la vida como Juana gallego, Paula
Fraga, Laura redondo, Amelia Valcárcel, o yo misma. A todos nos llaman
ultraderecha. Obvia decir que también a PP y a Ciudadanos. Y a Vox, por
supuesto. Ultraderecha se aplica a cualquiera que no se acerque a lo que
usted piense.
Pero
si eso no le vale, también puede utilizar la palabra «terfa». Esa es la
dirige usted exclusivamente a las mujeres que no comulgan con su
discurso.
Felicidades: ¡ha creado usted una secta!
Por
lo tanto, el famoso colectivo abecedario se comporta como una secta
política, como un grupo ensimismado en una alucinación auto-designada,
convencides de que la misión en la vida es la salvación de los
oprimides. La misma misión, casualmente, que acometió Jesucristo, solo
que Jesucristo no usaba lenguaje inclusivo. ¡Que no se diga que no
apuntan alto!
El
arcano de la secta/colectivo está plagado de afirmaciones uniformes e
inmodificables, eximidas de refutación por la argumentación o la
realidad.
Por ejemplo:
–
«El sexo se asigna al nacer» (pero el sexo se conoce desde el primer
día de la concepción del embrión y por eso en las fecundaciones in vitro
se sabe cuántos embriones hembra y cuántos embriones varones se han
concebido, horas después de la fecundación)
–
«Hay lesbianas con pene» (pero la orientación sexual se define por el
sexo y las lesbianas son mujeres atraídas por otras mujeres de su mismo
sexo)
–
«Si me siento mujer soy una mujer» (pero la realidad material existe y
el hecho de que yo me sienta mucho más joven de lo que soy no me
convierte inmediatamente en una chica de 40 años, tampoco el sentirse
mujer te convierte de facto en una)
–
«Mi identidad no está sujeta a debate» (pero utilizaremos este axioma
para negarnos a debatir sobre la ‘ley trans’ y cargarnos de un plumazo
el principio de que en España cualquier ley es susceptible de debate o
alegaciones).
Enarbolando
su una identidad inmaculada, la secta encuentra sus enemigos declarados
en los grupos ideológicos más próximos: en este caso su enemigo es
cualquiera que no esté dentro de la secta y que pasa a considerarse
inmediatamente «terf» o «ultraderecha». No importa si se caen en
contradicciones flagrantes cómo llamar homófoba a una lesbiana como
Ángeles Álvarez (ex diputada socialista) o tránsfoba a una mujer
transexual como Jedet. Se odia mucho más al disidente que al opresor.
Esta
dialéctica de la diferenciación está muy bien retratada en la película
de Monty Python La vida de Brian (1979), en la que una organización
compuesta por cuatro militantes, el Frente del Pueblo de Judea, reprocha
a uno de sus ex militantes el haberse separado del grupo para fundar el
unipersonal Frente Popular de Judea. Cuando Brian quiere unirse a algún
grupo para luchar contra la opresión romana, los activistas del Frente
del Pueblo de Judea le advierten «Nosotros somos el Frente del Pueblo de
Judea. (…) A los únicos que odiamos más que a los romanos es al puto
Frente Popular de Judea». Es por ello que la secta LGTBIQ+ no se suele
manifestar en las sedes de Vox, por ejemplo, sino que acuden a reventar
las manifestaciones de las feministas que fueron hasta hace poco sus
aliadas.
De
la misma manera en la película hay un hombre que se quiere proclamar
mujer. En 1979 los Monty Python ya sabían perfectamente lo que iba a
pasar.
Vean el vídeo:
En
fin, es por esto que nos hemos encontrado con delirios como que Jedet
no haya podido dar el pregón del orgullo en Granada porque de repente se
ha considerado que una mujer transexual como Jedet es una tránsfoba. Y
es que en las sectas el grupo deviene especulativo, y basa su posición
en la ostentación de sapiencia teórica de la que se derivan imposiciones
completamente deliradas. Es decir, te comen la cabeza con una teoría
incomprensible que acaba derivando en despropósitos como la ‘ley trans’
de Montero. Y no podemos quejarnos porque en los grupos sectarios no hay
debate. El discutidor es un traidor. Un disidente, un hereje. Por eso,
la ley prevé sanciones para cualquiera que discuta sus términos.
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