Os fanáticos de hoje disfarçam seu adestramento sob fina capa de normalidade democrática, quando, no fundo, não passam de lixo político de ontem. Carlos Mayoral para The Objective:
Tranquilícese,
amigo lector. Ha vuelto con el estío. Como las cigüeñas a sus nidos,
como el Real Madrid al trono de Europa, como la sonrisa de Hepburn en
Vacaciones en Roma a las pantallas de La 2. Vuelve, como con cada ley
educativa, la polémica sobre los libros de texto. Ahí se deshojan, en
cada pupitre, frente a la inocencia intocable de los niños, esas páginas
de mala calidad, esa tinta que no dura más de dos años. Uno, veterano
en decepciones, observa ya los libros de texto como quien se defiende de
una pesadilla recurrente. Una vez más, despliegan todo el arsenal
ideológico de turno: fotos del líder, Pedro Sánchez, rodeado de leyes
aprobadas en su mandato.
Los
chavales se enfrentan a sintagmas como «ley de eutanasia» o
«resignificación del Valle de los Caídos» minutos después de haber
intercambiado cromos de Luka Doncic y Charmander en el patio, extrañados
ante la inminente llegada de un mundo donde todo estará politizado.
Pronto Geronimo Stilton dejará de ser un héroe para ser un ratón
cisgénero, Harry Potter será un pagano anticatólico, la hamburguesa de
los cumples una traición a la mater natura, y Bob Esponja un franquista
de nuevo cuño. Apuran los últimos coletazos de una candidez política tan
sana como fugaz entre esos libros de texto que ya amenazan con fotos de
Greta Thunberg y pronombres que desafían la gramática latina.
Aun
con esto, no se engañen. Como ya adelantan estos párrafos en su fase
liminar, la ideologización de los libros de texto no es un fenómeno
exclusivo de este gobierno. Vuelve con cada ley educativa como el dolor
de espalda a esta cerviz decadente. Adoctrinamiento hortera, panfleto
cutre, clásicos de nuestra democracia. Al menos, aquellos curas iban de
cara al abofetear a Unamuno en la escuela de Fuerteventura cuando éste
instaba a los niños a pensar «en primera del singular».
Estos,
los fanáticos de hoy, disfrazan su adiestramiento bajo una fina capa de
normalidad democrática, cuando en el fondo es la misma basura política
de entonces, más chusca y vil si cabe. Y luego las guerras de poder.
Ahora el ministerio cesa al número dos, mientras culpabiliza a los
editores. Los editores comentan, con razón, que el argumentario viene de
arriba, de la propia ley. Todo, insisto a lo Michi Panero, en un baile
vergonzoso entre horteras. Lo único que me consuela es que, con la
siguiente ley, promulgada por el siguiente gobierno, veremos equilibrar
la balanza de la democracia vulgar, con otras fotos, quizá del Cid o de
Feijóo (de Núñez, no del fraile ilustrado), pero con los mismos
objetivos electorales.
En
fin, ¿qué hacer? Por lo pronto, confiar en los profesores que resisten,
esos que libremente salen cada mañana a pasear por el Barrio de Las
Letras con los críos, señalando la placa de Cervantes como quien se
agarra a un bote salvavidas; esos que mueven cielo y tierra para llevar a
sus chicos al Museo de Ciencias y dejan que la curiosidad se dispare
entre mamíferos y artrópodos. Confiar en aquellos que, como Unamuno en
Fuerteventura, instan a buscar la libertad individual en la mente de
cada niño. Confiar en los pocos que sujetan la maqueta de Ptolomeo
mientras los fanáticos arrasan Alejandría.
Y,
por último, confiar en la intimidad de una biblioteca propia. Que sea
el hogar de cada uno quien imponga los dicterios de unas conciencias que
mal lo tienen si se dejan arrastrar por lo que verán afuera. Que les
desmonten prejuicios, que les hagan dudar al calor de una buena librería
Billy con baldas repletas de genios intelectualmente autónomos. Y que
los designios de esta falsa libertad educativa repartan suerte. Eso
también.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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