Alberto Benegas Lynch
(h), em justa crítica: numa sociedade aberta, a única imposição é a
não-imposição - algo contrário ao conjunto de crenças que sustenta os
promotores da contracultura:
Por cultura se quiere
significar valores, principios y virtudes en dos planos, en primer
lugar el autoperfeccionamiento en cuanto a la relación intraindividual
y, en segundo lugar, el respeto irrestricto a los modos en que se
conduce el prójimo siempre y cuando no lesione igual derecho de
terceros, es decir lo interindividual. Lo primero es íntimo y solo
responde a la conciencia de cada uno, es el ethos, mientras que lo
segundo hace a las relaciones sociales, alude a la moral. Por esto ha
dicho bien primero Jeremy Bentham y luego Georg Jellinek que el derecho
es un “minimumde ética” ya que esta abarca un campo más amplio pero los
marcos institucionales se limitan a pronunciarse por aquella parte que
nos vincula con otros y no hace referencia a nuestros actos que se
refieren a la intimidad de nuestras personas y a las consentidas entre
adultos.
Siempre ha habido
quejas sobre lo que ocurre en el tiempo presente. Afortunadamente,
puesto que es el modo de enderezar las cosas. En modo alguno puede
generalizarse y concluir que “todo tiempo anterior fue mejor”, siempre
hay mezclas en todas las etapas de bueno, regular y malo. En los tiempos
que corren, sin embargo, hay signos que nos deben poner en guardia de
posibles decadencias.
Por el momento —más
abajo abundaremos en datos sobre otros campos— mencionemos dos de esos
síntomas. Primero, el extendido vocabulario soez en reuniones sociales y
hasta en los medios de comunicación. Las palabras remiten a conceptos
que sirven para pensar y para trasmitir ideas. Las denominadas malas
palabras naturalmente aluden a groserías y vulgaridades cuando no a
inmundicias y quienes no las usan en público no es que carezcan de
imaginación, se apartan de la ordinariez, es que muestran educación y
respeto. El lenguaje de la cloaca transforma todo en colaca. Segundo, la
desintegración de la familia como una señal de peligro si es que se
considera que el eje central de nuestros problemas pasados y presentes
se deben a falta de formación en los antedichos valores, principios y
virtudes por lo que el ámbito familiar (los padres y las madres)
constituye el mejor medio para formar almas.
En una sociedad
abierta solo se impone la no imposición, es decir, no se permite la
lesión de derechos de otros, todo lo demás es permitido, de lo que se
trata es de razonar juntos al efecto de ver las conveniencias de todos.
Ahora abramos un poco
el espectro con la intención de fijar una mirada más amplia acerca de
las posibles causas de esta avalancha de contracultura, a saber,
creencias contrarias a esos valores, principios y virtudes compatibles
con la civilización. Un aspecto de la contracultura está dado por el
espíritu militarista y por consiguiente nacionalista, xenófobo y
patriotero.
En nuestro mundo
contemporáneo esto parió en la Primera Guerra Mundial, al decir de
Stefan Sweig “una guerra civil” debido a las estrechas vinculaciones
entre familias europeas. Tal vez el historiador de mayor peso en los
estudios contrafactuales sea Niall Ferguson quien en sus seiscientas
páginas de The Pety of War concluye que si su país, Inglaterra, no
hubiera intervenido con el Kaiser, Hitler no hubiera pasado de ser un
pintor mediocre y Lenin no hubiera pasado de ser un vagabundo en Zurich
esperando para siempre el colapso del capitalismo, con lo cual nos
hubiéramos salvado de las dos pestes del siglo xx: el régimen nazi y el
comunismo (primos hermanos como apunta Jean-François Revel).
Conviene a esta
altura precisar que la historia contrafactual se basa en una minuciosa
documentación al efecto de razonablemente probar lo que hubiera ocurrido
si las decisiones del momento hubieran sido otras. Es lo que
técnicamente se dice el subjuntivo condicional: lo que habría sido si
tal o cual camino se hubiera seguido (el modo subjuntivo une dos
verbos).
Es entonces el
espíritu militarista, nacionalista, xenófobo y patriotero al que nos
referimos uno de los factores más contundentes que generan la
contracultura. Es el grito histérico de quienes se lanzan contra los que
pertenecen a otro país como señala Fernando Savater en Contra las
patrias, o la incomprensión que la cultura se forma de una serie
infinita de recibos y donaciones como destaca Mario Vargas Llosa en “El
elefante y la cultura”.
Veamos solamente el disfrute de quienes leen y asisten a producciones cinematográficas de guerra como un síntoma de lo dicho.
Por su parte Jorge
Luis Borges ha consignado en distintas ocasiones que “vendrán otros
tiempos en los que desaparecerán las fronteras como algo absurdo y
seremos cosmopolitas como decían los estoicos”. En verdad, en esta
instancia de la evolución cultural, las naciones son al solo efecto de
evitar la concentración de poder en un gobierno universal. El
nacionalismo hoy corroe a Europa y ahora también a Estados Unidos, para
no decir nada de algunas ocurrencias nefastas en Sudamérica.
Como un par de
ilustraciones más contra el militarismo, el general George Washington ha
escrito en 1795 que “Mi ardiente deseo es, y siempre ha sido, cumplir
estrictamente con todos nuestros compromisos en el exterior y en lo
doméstico, pero mantener a Estados Unidos fuera de toda conexión
política con otros países”. Y en 1821 John Quincy Adams consignó que
“América [del Norte] no va al extranjero en busca de monstruos para
destruir […] Desea la libertad y la independencia de todos. Recomienda
esa causa general por el contenido de su voz y por la simpatía benigna
de su ejemplo. Sabe bien que alistándose bajo otras banderas que no son
la suya se involucrará más allá de la posibilidad de salir de problemas
[…] Podrá ser la directriz del mundo pero ya no será más la directriz de
su propio espíritu”.
Para finiquitar este
aspecto crucial, tal vez debamos puntualizar la insensatez de la guerra
de Vietnam que duró veinte años (1955-1975) y que comenzó contra Vietnam
del Norte comunista y terminó en un fiasco en el que todo se unificó en
el comunismo el 2 de julio de 1976 con la República Socialista de
Vietnam, con un saldo de seis millones de muertos y tantos desvalidos,
drogadictos, sin trabajo y con familias destruidas. Esta hipocresía
superlativa basada en la esclavitud transitoria conocida como “servicio
militar” condujo a movimientos rebeldes de jóvenes que se extendieron
por doquier como antisistema en muy diversas manifestaciones.
Entre otros, Allan
Bloom en The Closing of the American Mind , Thomas Sowell en Inside
American Education y Charles Kors y Harvey Silverglate en The Shadow
University llevan a cabo pormenorizados estudios sobre la declinación
de buena parte de las más destacadas universidades estadounidenses donde
muestran la parcialidad y cerrazón de lo que debiera ser, como su
nombre lo indica, la universalidad donde debe resaltarse la necesaria
apertura mental y el claro propósito de las investigaciones. Sostienen
que la introducción de lenguaje de lo que se estima es lo “políticamente
correcto” y el activismo político han desviado la naturaleza de muchas
de esas casas de estudio al dejar de lado valiosas tradiciones de
pensamiento y abandonado el indispensable debate abierto. La degradación
del lenguaje naturalmente dificulta la comunicación.
Como es bien sabido,
estos problemas no se circunscriben a Estados Unidos, sino que se
suceden en muy diversos lares y como la educación es el microcosmos
donde se mira el futuro, aquellos desvíos repercuten en la alimentación
de la contracultura.
Gertrude Himmelfarb
tanto en Looking into the Abyss como en The De-Moralization of Society
entiende que uno de los orígenes de la contracultura radica en las ideas
de Friedrich Nietzsche respecto al relativismo epistemológico que en la
práctica dice la autora se traduce en “la muerte de la verdad”.
Relativismo que además de incurrir en la conocida contradicción en el
sentido que esa misma postura sería relativa, no permite acercarse a la
concordancia entre el objeto juzgado y el respectivo juicio, aun en la
necesaria percepción que el conocimiento conlleva la característica de
la provisionalidad sujeto a refutaciones.
Por su parte, Jorge
Bosch en Cultura y contracultura explica que aberraciones como “la raza
superior”, “la entelequia del ser nacional” o los “revolucionarios de la
liberación” han terminado “en países- cárceles como Cuba, la Unión
Soviética o la Alemania nazi”. En esta obra Bosch subraya como la
degradación de la cultura en distintas manifestaciones de conceptos
atrabiliarios convertidos en paradigmas terminan por traducirse en
“contrajusticia” y, en último análisis, en “contrademocracia”, muchas
veces producto del puro snobismo que contribuye a negar la propia
condición humana.
Según Robert Bork en
Slouching Towards Gomorrah la mania del igualitarismo, es decir, la
guillotina horizontal, es una de las causas fundamentales de la
contracultura promovidas por la envidia y la incomprensión sobre los
procesos económicos que en libertad permiten que la gente asigne el
fruto de sus trabajos hacia los sectores de su preferencia. En este
sentido hace referencia al error de tratar la riqueza en el contexto de
la suma cero en lugar de percibirla como un proceso dinámico.
Finalmente para tocar
telegráficamente un tema que sin duda obliga a tratarse más allá de una
nota periodística que solo hace de introducción, señalemos que de
manera muy didáctica Patrick Burke en No Harm. Ethical Principles for a
Free Market pone de relieve que toda la lucha intelectual por una
sociedad abierta se resume en el principio de no dañar al prójimo. Que
todo lo que no lesione derechos de terceros debe ser tolerado en una
sociedad libre.
En esta misma línea
argumental, tal como han puesto de manifiesto tantos autores, ocurre en
no pocos países los códigos parecen promulgados para favorecer a los
victimarios y relegar y acosar a las víctimas, con lo que se tiende a
establecer una comunidad caníbal que no solo no protege los derechos de
propiedad sino que no protege el derecho a la vida, situación que queda
corta la descripción como contracultura sino más bien abiertamente como
procrímen.
Para permitir la
convivencia civilizada es absolutamente necesario tolerar todas las
conductas y proyectos de vida que no lesionen derechos y cuanto más
discrepemos con nuestro prójimo en cuanto a como conducen sus vidas y
haciendas, más razón para respetarlos lo cual, claro está, no quiere
decir compartir esas conductas y esos proyectos. De lo contrario la
convivencia se torna insoportable. En definitiva, la contracultura es la
falta de respeto, es la pretensión de imponer modos de vida a otros en
lugar de vivir en libertad donde, por definición, los espacios privados
son sagrados. En resumen, la contracultura es la decadencia moral.
Debe notarse que en
política las izquierdas apuntan a lo que estiman mejor, mientras los que
no son de izquierda habitualmente se conforman con el menos malo con lo
que los primeros corren el eje del debate lo cual obliga a los segundos
a conformarse cada vez con menos. Esta es una de las razones del éxito
de la contracultura.
Son extraordinarios
los progresos tecnológicos pero tengamos en cuenta que si la moral le va
a la saga, tarde o temprano esos instrumentos se utilizarán para
perseguir y jaquear al individuo. Es indispensable opinar claro y alto
para mostrar los riesgos de la contracultura tal como hace todo liberal
que se precie de tal puesto que la libertad no es susceptible de
cortarse en tajos con miradas miopes en lugar de abarcar todos los
aspectos relevantes de la conducta humana en su relación con el prójimo.
(Instituto Cato).
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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