MEDIÇÃO DE TERRA

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quarta-feira, 28 de dezembro de 2022

Os 100 anos do 'Tractatus logico-philosophycus' de Wittgenstein

 

BLOG  ORLANDO  TAMBOSI

Lido a partir do presente, esta obra de Ludwig Wittgenstein se transforma em prognóstico, abrindo uma questão que só um leitor pouco atento pode ignorar. Jesùs Padilla Gálvez para Letras Libres:


En el último volumen de los Annalen der Naturphilosophie se publicaba por primera vez en alemán, en 1921, la Logisch-philosophische Abhandlung, de Ludwig Wittgenstein.. Un año más tarde sería traducido al inglés y aparecería la versión germano-inglesa bajo el título Tractatus logico-philosophicus. El proceso de redacción, traducción, corrección y edición de este libro fue muy complejo, como muestran las numerosas acotaciones realizadas al respecto. Esta obra sería reconocida como tesis doctoral en la Universidad de Cambridge. Sobre el origen de esta obra y los diferentes escritos y sus sucesivas correcciones se han publicado cuantiosos trabajos. Hay ciertas dudas, parcamente planteadas, entre las que se encuentra indagar el motivo por el que Wittgenstein escribe esta obra en su lengua materna, el alemán, a pesar de haber estudiado en la Universidad de Cambridge.

Una de las razones apenas reveladas es que el Tractatus se inscribe dentro de la denominada tradición de la filosofía estatal austriaca. El programa austriaco de la filosofía estatal se asienta en tres pilares bien definidos: primero, en el desarrollo de la filosofía científica inaugurada en 1837 por Bernard Bolzano con su monumental obra titulada Wissenschaftslehre y que no ha sido traducida al español. Se trata de un intento serio de combatir la filosofía kantiana. La filosofía científica, decididamente anti-idealista, desembocó en el empirocriticismo, con figuras tan relevantes como Richard Avenarius, Ernst Mach y Ludwig Boltzmann, citados expresamente en el Tractatus.

El segundo pilar se fundamenta alrededor del empirismo como es concebido por la propuesta de Franz Brentano en su obra Psicología desde el punto de vista empírico de 1874, que generaría una escuela importante e influiría decisivamente en la corriente fenomenológica y la psicología de Sigmund Freud. El concepto “empirismo” carece de las connotaciones actuales y centra su estudio a finales del siglo XIX es el estudio de los fenómenos, entendidos en un sentido amplio.


El tercer pilar se asienta en el análisis del lenguaje. En este apartado encontramos figuras tan relevantes como Fritz Mauthner, citado expressis verbis en la obra cuando afirma: “Toda filosofía es ‘crítica del lenguaje’ (si bien, no en el sentido de Mauthner)”. Sin embargo, en la obra tardía de Wittgenstein recogería el procedimiento aquí impugnado y lo perfeccionaría. Wittgenstein sostendría relaciones personales con los dos grandes filósofos del lenguaje y renovadores de la lógica moderna, Gottlob Frege y Bertrand Russell, con quienes mantenía cierta afinidad filosófica.

Wittgenstein se centra en examinar nuestras expresiones lingüísticas. Por esta razón pone especial atención en el contenido y estudia detalladamente cómo se referencia el objeto expresado. Recalca que sería disfuncional analizar exclusivamente el contenido referencial siguiendo las pautas tradicionales de que un término referencia exclusivamente un objeto. De hecho, el uso que hacen los hablantes de los términos altera el referente. No es el mismo referente si digo “el ratón tiene cuatro patas” o “mi ratón se ha estropeado”: el primero hace alusión a un animalito, el segundo, a un dispositivo informático. Wittgenstein recalca que el contenido del término “ratón” no depende de las representaciones mentales del hablante ni de sus estructuras subjetivas, sino que el término viene fijado mediante una estructura formal compleja y objetiva. La descripción de este andamiaje es el núcleo central de esta obrita.

Desde el inicio mismo de la publicación del Tractatus logico-philosophicus se desató un fenómeno muy peculiar, que la tradición alemana ha bautizado con el concepto de Deutungshoheit, es decir, mediante el proceso de “dominio interpretativo”. Este librito ha generado una disputa sobre quién impone un patrón interpretativo, ya que en sus páginas se rebaten diversas propuestas filosóficas, por lo que aquel que consiga descollar con su interpretación también podrá orientar –y hasta acotar– dichas refutaciones a su favor.

El ataque llevado a cabo por los detractores del programa austriaco difiere según la estrategia desplegada y la táctica adaptada. Como podemos observar, el campo de batalla filosófico se extiende entre dos polos opuestos que comienzan dilucidando adecuadamente el programa empírico desarrollado en la Viena fin-de-siècle. Este programa encierra en sí dos compromisos ontológicos opuestos que se despliegan en base a la semántica presupuesta: por un lado, una teoría referencial monolítica asentada en la tradición anglosajona; y, por otro, una propuesta dualista que distingue dos polos: el estudio del contenido referencial de los términos y su sentido.

Sin embargo, el frente de batalla es más amplio: con respecto a la tradición germana, se despliegan refutaciones muy sutiles contra el idealismo kantiano y hegeliano. Por esta razón, el contraataque ha intentado asentar una lectura schopenhauriana. Algunos más sagaces proponen una lectura kantiana del programa antikantiano desplegado en el Tractatus: hecho el juego, rien ne va plus.

Igualmente, otro frente se lleva a cabo contra el empirismo de la tradición anglosajona; los empiristas contraatacan generando confusión terminológica. Asimismo, se critica la psicología behaviorista: el behaviorismo contrataca juntando “vivencia” y “experiencia” y traduciendo todo mediante “comportamiento”. También se presenta refutaciones contra el pragmatismo; los pragmatistas confunden el contenido de “uso” de carácter normativo regido por reglas con uso instrumental o intencional. Los hay más perspicaces que confunden interesadamente “creencia” con “fe” y hacen una interpretación teológica.

No debemos perder de vista que los límites del pensamiento son los límites de la expresión del pensamiento, suponiendo que no haya restricciones internas o externas. Esto significa que tiene sentido atribuir los pensamientos a un ser humano siempre y cuando se limiten a aquellas expresiones que se expresan mediante el lenguaje o la acción –tanto expresivamente, como intencionalmente–. Para Wittgenstein, este punto de vista es un postulado desarrollado a dos niveles complementarios: conceptualmente y empíricamente, como fue descrito en el programa de Brentano. El Tractatus describe una relación interna entre posibilidades y realidades. Por ello muestra la estructura subyacente en ambos planos desde un punto de vista formal. Se trata de explicitar la expresión de una regla formal que sustenta el mundo y su representación y que dilucida a su vez una descripción de lo que expresamos proposicionalmente.

En la recepción se ha llevado a cabo algo así como una “guerra de guerrillas” en la que todo está permitido. El fin ha sido conseguir un dominio interpretativo de la obra para poderla tergiversar a sus anchas. Las refutaciones vertidas por Wittgenstein mediante la estrategia de aclarar la terminología es contrarrestada mediante la táctica de la confusión semántica de los términos involucrados, lo que en la recepción ha generado, y sigue generando, desconcierto y un asombroso galimatías debido al desconocimiento de la lengua germana que ha dificultado el acceso a la tradición filosófica austriaca.

Cien años no son nada. El Tractatus leído desde nuestro presente se transforma en pronóstico, abriendo irremediablemente una pregunta que solo un lector poco atento puede ignorar. Si no cuidamos nuestro lenguaje podemos caer en los viejos errores a los que nos condujeron el idealismo, el empirismo, el pragmatismo y –la amenaza en su momento– un behaviorismo que se ha ido transformando pero que sigue dando respuestas incorrectas a preguntas inquietantes. Lo que muestra además es que después de un siglo seguimos sin encontrar la salida del laberinto al que los filósofos de su tiempo habían llevado la filosofía. Se equivocaba Wittgenstein, desde luego, cuando dijo que su librito solucionaba todos los problemas. De hecho, él mismo volvió un decenio más tarde a la escena filosófica y presentó soluciones novedosas, corrigiendo los errores que el libro contenía. Había calculado a la baja. Hoy, 101 años después, el panorama que él describe para 1921 o 1922 sigue siendo lamentablemente el nuestro. ~

Jesús Padilla Gálvez es filósofo. Ha traducido el Tractatus logico-philosophicus y las Investigaciones filosóficas del alemán al español.
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