Se são maiúsculas as dificuldades teóricas que encerra a nova forma de definir homens e mulheres, não são menores os problemas práticos que delas surgem. Javier Aguado Rebollo para a Revista de Libros:
1. Introducción
Uno
de los debates más enconados en las sociedades occidentales versa sobre
el criterio que debe usarse para saber quién es hombre y quién mujer:
¿hay que guiarse por el sexo o atender al género? En el pasado era
general la convicción de que el sexo era lo que había que tener en
cuenta, pero el interés por la transexualidad ha cambiado radicalmente
las cosas, de suerte que ahora mismo es la definición por el género la
que goza de un apoyo cada vez más amplio.
Este
fenómeno se debe, en última instancia, a que los transexuales se
definen de ese modo. Podrían haber optado por otro. Por ejemplo, por el
sexo que desean tener, un sexo que está en su mente pero no en su
cuerpo. Esta opción, sin embargo, ha quedado arrinconada. Cada vez más,
los transexuales, en vez de fijarse en el sexo que quieren tener, pero
no tienen, se identifican por el género. Piensan que es éste el que los
define. Ellos serían su género.
Y,
si ellos se definen por el género, es lógico que exijan a los demás
miembros de la sociedad que se definan por éste. Se entiende esta
exigencia. Sería absurdo que un hombre, o una mujer, piense que lo es, a
la vez que constata que los demás, cuando se identifican como hombres o
como mujeres, dan otro sentido a esas palabras. Para que el transexual
se sienta integrado en la sociedad, los otros miembros no deben
limitarse a admitir el derecho de éste a identificarse como hombre o
como mujer de la forma que él prefiera. Deben aplicársela a sí mismos.
No obrar de este modo se parecería mucho, desde el punto de vista del
transexual, a darle la razón como se le da a la persona que cree que es
Napoleón. El transexual necesita que los demás se identifiquen como
hombres o como mujeres siguiendo el mismo criterio que usa él consigo
mismo. Es la única forma de que se sienta admitido plenamente. Si yo soy
mi género, piensa, tú debes ser tu género; si yo soy el emperador
Napoleón, tú debes ser un emperador.
Muchas
personas se han puesto a ello. No quieren colocar a ningún transexual
en una situación tan frustrante para su propia identificación como sería
ver que los demás no se definen como se define él. La distinción entre
un hombre y una mujer que se está generalizando se basa en esa
experiencia transexual. Una experiencia equivocada, a mi juicio. No
quiero decir con ello que los transexuales crean erróneamente que lo
son. Lo son, evidentemente. Tampoco quiero decir que la transexualidad
sea algo parecido a una equivocación de la naturaleza, una desviación,
una aberración. Ese error, por último, tampoco es el que, según los
propios transexuales, se da en ellos. Como es sabido, su disforia va
mucho más allá del disgusto que, con mayor o menor intensidad, todos
sentimos ante las imperfecciones de nuestro cuerpo. Ellos creen que su
cuerpo se ha equivocado de persona. Yo digo que la forma que ha adoptado
esa creencia está equivocada.
2. Aporías de la definición mediante el género
Hay
dos clases de definición que recurren al género: la que se formula en
un lenguaje objetivo y la que apela a la subjetividad. La primera de
ellas recurre a la pertenencia a un género; la segunda, al sentimiento
de pertenecer a un género.
2.1. La definición por medio del género al que se pertenece
Antes
de nada, para entender la objeción que hago a este procedimiento,
conviene recordar una característica esencial del género del que
hablamos aquí. Lo que ahora recibe el nombre de «género» formó antes
parte del sexo. Determinados tipos de conducta, y la mentalidad a la que
obedecen, formaban con otros elementos -órganos sexuales, hormonas,
cromosomas- el bloque al que damos el nombre de «sexo». El género no ha
añadido nada al sexo, le ha restado. Es el resultado de separar del
bloque sexual todo lo relacionado con la conducta. La razón para hacerlo
fue la idea novedosa de que determinados tipos de conducta, y la
mentalidad de la que nacen, son un producto histórico, algo que cambia.
Podemos decir que la mudanza es consustancial al género.
Pues
bien, veremos en primer lugar cómo la definición de los hombres y de
las mujeres mediante el género no cuadra con la naturaleza cambiante de
éste. Es imposible que cuadre. No puede entrar en la definición de una
cosa algo cuyo cambio no cambiaría la definición de esa cosa. El color
verde no forma parte de la definición de «botella» y por eso puede haber
botellas de otro color Si formara parte de la definición de «botella»,
una botella que perdiera el color verde, pero siguiera siendo una
botella, sería algo tan absurdo como un círculo sin su circunferencia.
Dejemos
las botellas y veamos por qué la propia idea de género impide
utilizarlo para definir qué es un hombre o una mujer. En virtud de esta
definición, cualquier persona que tenga una conducta tipificada como
femenina será una mujer, y será un hombre cualquier persona cuya
conducta esté tipificada como masculina. Ahora bien, forma parte de la
idea de género que éste es un invento social, por lo que nada impide que
haya hombres con una conducta femenina y mujeres con una conducta
masculina. Según esta idea, el rol masculino no agota lo que puede hacer
un hombre, no define al hombre, y el rol femenino no agota lo que puede
hacer una mujer, no define a la mujer. Si no es el género masculino lo
que define al hombre, ni el femenino lo que define a la mujer, si
hombres y mujeres pueden guiar su conducta por géneros diferentes sin
dejar de ser hombres los que se guíen por el femenino, ni mujeres las
que se guíen por el masculino, habrá que buscar en otro sitio aquello
que sirva para definir «hombre» y «mujer». ¿En el sexo quizá?
Hay
otra razón para descartar la definición mediante el género, y ésta
interesa particularmente a los transexuales. Definiéndose por el género,
su transexualidad se esfuma. Para que se dé la incongruencia, que creen
sentir los transexuales, entre su género y su cuerpo, tiene que haber
géneros propios de un tipo de cuerpo y, consiguientemente, géneros
impropios del mismo. Pero la doctrina sobre el género, sin la que no
hubiera surgido la forma de identificarse como hombres o como mujeres
que han adoptado los transexuales, sostiene que cualquier tipo de género
puede unirse a cualquier tipo de cuerpo. Un cuerpo masculino puede
llevar falda, sin dejar por ello de ser masculino, y un cuerpo femenino
puede boxear, manteniendo a pesar de ello su calidad femenina. Esto
convierte en absurda, tal como debe reconocer el propio transexual, la
idea de una incongruencia entre el género y el cuerpo.
Plantearé
ahora una posibilidad. Descartado el recurso a un solo género en la
definición del hombre y en la de la mujer, porque se puede cambiar de
género sin dejar de ser hombre o de ser mujer, ¿podrían ser definidos
ambos por la capacidad de tener un número, más o menos elevado, de
géneros? Creo que no. Según la propia ideología de género, los mismos
géneros podrían ser elegidos por un hombre y por una mujer. Eso quiere
decir que, con la capacidad de tenerlos, no estaríamos definiendo ni a
uno ni a otra, como pretendíamos, sino algo común a los dos: la
humanidad.
2.2. El sentimiento de lo que uno es
Este
sentimiento puede ser entendido de dos formas: como la conciencia que
uno tiene de ser de una determinada manera -una manera de ser que sería
la misma aunque uno no tuviera conciencia de ella- o como lo que hace
que uno sea de esa manera. Una cosa es sentir que te comportas de un
modo que la sociedad considera propio del hombre, o de la mujer, y otra,
hacer de ese sentimiento el hecho de que seas un hombre, o una mujer.
En el primer caso no coinciden el ser y el sentimiento de ser. Porque no
son la misma cosa, cabe el error. Puedes creer que eres lo que no eres.
Seguramente hay expertos en asuntos de género que son capaces de
detectar esa clase de errores y que están dispuestos a hacerlo.
Pero
muchos transexuales no están dispuestos a admitir la posibilidad de que
exista alguien que pueda corregirles. Más aún, no están dispuestos a
admitir siquiera que tenga sentido, en lo relacionado con su sentimiento
de ser hombres, o mujeres, hablar de corrección o de incorrección. La
estrategia que han encontrado es muy sencilla: fundir su ser y su
sentir. De este modo, lo que era un efecto de tener una determinada
forma de ser -esto es, su sentimiento de ser así- se ha convertido en el
elemento constitutivo de esa forma de ser. Ahora el sentimiento agota
la definición de lo que se es.
Este
paso lo ha dado el movimiento transexual. Muchos transexuales se niegan
a admitir la posibilidad de que otra persona pueda examinar si
efectivamente son eso que sienten ser. Y, de paso, se alejan de lo que
pudiera tener de conservadora la experiencia transexual, pues no puede
pasarles desapercibido el hecho de que la persona que piensa, por poner
un ejemplo, que la posesión de un pene no le impide ser una mujer se
atiene a lo que la sociedad entiende que es la conducta de una mujer. Si
la sociedad no hubiera dicho qué comportamientos son propios de una
mujer, esa persona no habría pensado, fijándose en su conducta, que es
una mujer. Sin el estereotipo de mujer no podría pensar, vista su
conducta, que es una mujer aunque tenga el cuerpo de un hombre. Su
transexualidad necesita el estereotipo.
O,
mejor dicho, lo necesitó hasta que se le ocurrió pensar, habiendo oído
que hay muchas formas de ser mujer, que tiene que haber muchas maneras
de sentirse mujer. Ayudado por este pensamiento, ahora se cree capaz de
sentir que es una mujer sin necesidad de definir qué es, objetivamente,
una mujer. No existe, según él, tal mujer objetiva, existe un
sentimiento de ser lo que uno quiera sentir que es una mujer. Lo único
que se necesita saber es que se tiene un sentimiento, un sentimiento de
no se sabe qué. Se puede ser cualquier cosa, se sienta lo que se sienta.
En la noche de la libertad que se avecina todos los gatos serán pardos.
Lo que cada uno sea no lo sabrá nadie; tampoco, el que lo sienta, pues
sólo sentirá que siente.
Ésa
será la consecuencia de haber querido definir sin definir. Antes de que
se produjera la fusión del sentimiento y del ser, «hombre» era definido
mediante locuciones como «jugar con pistolas y balones», «no ceder ante
nadie ni ante nada», «disfrutar con el dibujo lineal»… y «mujer», por
medio de expresiones como «jugar con muñecas y cocinas», «tener el
armario lleno de faldas», «formular juicios morales sobre la base de las
emociones»… El resultado eran los estereotipos de hombre y de mujer.
Esas sustituciones verbales eran verdaderas definiciones de «hombre» y
«mujer». A partir de la fusión, la definición del hombre es: quien se
siente hombre; la de la mujer: quien se siente mujer. Estas definiciones
no definen nada, ya que en ellas se ha introducido lo que debe ser
definido en aquello con lo que debe ser definido.
3. La opinión del feminismo transexcluyente
Me
gustaría aclarar que las objeciones anteriores tienen poco que ver con
las formuladas por las feministas, claramente tradicionales, que niegan
que sea una mujer la persona que ha nacido con órganos sexuales
masculinos. Como se verá inmediatamente, los argumentos que esgrimen son
falaces. Ellas se oponen a una definición de «mujer» basada en el
sentimiento de serlo porque pone en peligro derechos muy importantes de
quienes, pidiendo el principio, ellas han definido como mujeres.
Una
de las razones que alegan contra la auto-asignación de la condición de
mujer es que admitir tal cosa serviría de coladero para toda clase de
fraudes. Un hombre podría recibir los beneficios que la ley concede a
las mujeres con sólo decir que siente que es mujer. Aunque mintiera,
nadie podría probarlo.
Para
pensar que una persona puede cometer un fraude como el señalado, las
feministas tradicionales dan por probada la tesis que deberían probar, a
saber: que no es necesariamente una mujer la persona que siente que lo
es. Ahora bien, mientras no lo prueben y se quiera admitir la definición
mediante el sentimiento de pertenencia a un determinado género, no debe
decirse, como esas feministas, que no podría demostrarse un posible
fraude. Debe decirse que no puede haberlo. Al haber quedado reducido el
ser al sentimiento de ser, se ha perdido todo término de referencia para
saber si el sentimiento es verdadero o falso. El sentimiento se prueba
por el sentimiento.
Ni
siquiera haría un uso fraudulento de la definición sentimental la
persona que dijera, en un alarde de cinismo, que siente que es una mujer
pensando en los beneficios que la ley concede a las mujeres. Sería
verdaderamente una mujer, pues esa persona, en virtud de la libertad de
sentir qué se quiere sentir, puede sentir que su forma de ser mujer
consiste en desear esos privilegios. Sería mujer, no hace falta decirlo,
siempre que se acepte la definición que se centra en sentir, como uno
quiere sentirla, la condición de mujer.
No
terminan ahí las objeciones de las feministas tradicionales. También
sacan a relucir las situaciones embarazosas que se producirán en los
aseos, la competencia desleal en el deporte, las violaciones en las
cárceles… Peor que todo eso, la definición basada en el sentimiento
desdibuja, hasta borrarlo, el perfil del colectivo femenino que
históricamente ha sido oprimido y del que cabe esperar una revolución de
la que se beneficiará toda la sociedad. Si no se tiene en cuenta el
sexo, dicen, el sujeto histórico encargado de hacer la revolución
feminista desaparece de la conciencia de las propias mujeres, con lo
cual queda eliminada de raíz la posibilidad de dicha revolución.
La
estrechez de miras que se pone de manifiesto en esta queja es evidente
para cualquiera que haya perdido la fe en la idea de un colectivo
revolucionario cuyos intereses particulares serían al mismo tiempo
universales. Hay mucha desmesura en hacer del grupo al que se pertenece,
por muy amplio que sea éste, la medida de todas las cosas. La medida de
todas las cosas no es la mujer, es la razón.
4. Guerra de sentimientos
Este
artículo no pasaría de ser un juego con el concepto de género, un
entretenimiento ontológico sobre qué son los hombres, o las mujeres, si
no fuera por las consecuencias prácticas que tiene el asunto abordado en
él. Podemos ver, por ejemplo, cómo la definición mediante el
sentimiento da lugar a dos conflictos cuya solución, si la hay,
corresponde a la política.
Uno
de ellos tiene lugar entre el derecho de una persona a ser nombrada
atendiendo a lo que siente que es y el derecho de otras a nombrarla
tomando como guía lo que sienten que es.
Puede
que a un transexual le ofenda no ser tratado como lo que él siente que
es, puede que realmente sea ofensivo no tener en cuenta su deseo; pero
ese carácter ofensivo del trato que recibe sin desearlo no justifica su
prohibición, máxime si se tiene en cuenta que la libertad de expresión
que está en juego no es una libertad de expresión cualquiera, sino la
libertad de expresar algo que se piensa que es verdad; por ejemplo, que
es verdad que los hombres tienen pene y las mujeres vagina. Porque está
en juego lo que se piensa que es verdad, la norma que obligase a tratar a
alguien como si fuera lo que él piensa que es, aunque no lo piense el
que tiene que tratarlo, convertiría en obligatoria la mentira.
El
otro conflicto se da entre la persona que se siente un hombre aun
teniendo el cuerpo de una mujer (o una mujer aun teniendo el de un
hombre) y la persona que se siente un hombre porque tiene el cuerpo de
un hombre (o una mujer porque tiene el de una mujer).
Podría
ocurrir que sea imposible que se pongan de acuerdo esas personas sobre
lo que entienden por ser un hombre y por ser una mujer. Entonces no
podremos hacer caso a una si no es renunciando a hacérselo a la otra. La
nueva izquierda, llevada por una compasión hipertrofiada, y en
consecuencia, perversa, ha decidido apoyar incondicionalmente el
sentimiento de la que se encuentra en una situación más débil y prohibir
a la otra persona que diga de sí misma, y menos lo escriba en un
autobús, que es un hombre, o una mujer, por lo que siente que se es
hombre, o mujer: por haber nacido con un pene, o por haber nacido con
una vagina. Si son mayúsculas las dificultades teóricas que encierra la
nueva forma de definir a los hombres y a las mujeres, no son menores los
problemas prácticos que nacen de ellas.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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