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O material de construção romano é melhor que o atual. Depois de décadas de estudo, várias universidades descobriram que, graças à cal viva, ele é capaz de reparar suas próprias rachaduras. Francisco Pastor para El País:
Si hoy mismo golpeáramos con un pico las juntas de hormigón del Coliseo romano,
la punta rebotaría y no se desprendería ni un poco de grava. Si
insistiéramos mucho, y tras un sinfín de embates se creara una grieta,
llegaría lo más sorprendente: esa brecha tardaría menos de dos semanas
en cerrarse de nuevo. Ella sola. El cemento, al entrar en contacto con
el aire, restauraría sus propios poros. Aunque el hormigón romano se
llevaba estudiando desde los años sesenta, esta última cualidad tan
curiosa se ha logrado explicar hace apenas unos días.Más información
A
principios de enero, universidades de Italia, Suiza y Estados Unidos
publicaron una última propuesta científica sobre los secretos del
cemento romano. Hasta ahora, se intuía que este debía su fortaleza a las
rocas puzolanas, de naturaleza volcánica y encontradas junto al pequeño
pueblo de Pozzuoli, a las faldas del Vesubio (Nápoles). Pero hoy
sabemos más. Los grandes edificios romanos han sobrevivido a milenios de
historia no solo por la pureza de sus materiales, sino gracias a un
elemento concreto: la cal viva. Toda una paradoja: los romanos creaban
arquitectura con la misma sustancia que conocemos por lo contrario, por
corroer la materia.
Tradicionalmente, el hormigón
resulta de mezclar dos ingredientes distintos. Uno es el armazón, esto
es: el sólido, la grava que supondrá el grueso del compuesto. Esto es
parte del éxito del cemento romano porque encontraban esa materia,
siempre pura, en Pozzuoli, y desde allí viajaba hasta el resto de Roma.
El
giro llega en el segundo componente: el ligante o pegamento, una
sustancia que ayuda a mantener la grava unida. Hasta ahora, se sabía que
los romanos elegían la cal, pero siempre fría, apagada con agua. “El
mismo Vitrubio, conocido por sus tratados de arquitectura, recomienda
hidratar la cal durante al menos seis meses”, recuerda Pablo Guerra,
arqueólogo y profesor en la Universidad de Castilla-La Mancha. Su tesis
doctoral trató sobre los materiales de construcción romanos. Como
explica, la mezcla de grava y cal apagada provoca esa reacción química
que logra aglutinar el hormigón que todos conocemos.
¿Qué
han descubierto, entonces, las universidades que han estudiado juntas,
desde diferentes rincones del mundo, el hormigón de Roma? Pues que al
preparado tradicional, compuesto de grava y cal apagada, los romanos
agregaban durante la mezcla también cal viva, recién salida del horno y
aun ardiendo. Gracias a esto, las grandes construcciones de Roma no solo
han llegado hasta nuestros días. Tardaban mucho menos en levantarse.
“La
cal viva acelera el endurecimiento del hormigón y lo vuelve más
resistente, siempre que se agregue durante la misma mezcla de los
materiales. Además, gracias a ella, el material reacciona muy bien al
contacto con el aire. Los poros del hormigón se cierran solos al
mezclarse con el carbono del ambiente”, explica Guerra. Por este motivo,
siglos después, cualquier grieta en una construcción romana apenas
requerirá unos días para cerrarse sola. También es la razón por la que
el hormigón del Coliseo, o del Panteón de Agripa, jamás se ha reforzado
con otros materiales. Este cemento se podía emplear no solo para
soportar grandísimas construcciones, sino mosaicos muy finos. Guerra
menciona los presentes en la villa romana de Noheda,
en Cuenca. Cuando la grava del compuesto es especialmente pequeña, y la
mezcla puede colarse entre huecos más estrechos, esta se denomina
mortero.
Mejores que ahora
“El
cemento romano es el mejor. Ninguna civilización histórica, tampoco la
actual, ha creado un hormigón tan duradero. Hasta ahora, esto siempre se
había atribuido a la arena puzolana. Pero esta investigación promete
revolver también la construcción de nuestro tiempo”, sentencia Carmen
Martínez. Esta doctoranda investiga la arqueología romana en Cartagena,
donde trabaja desde hace 12 años. Y prosigue: “Aún recuerdo una
excavación en la que tuvimos que retirar un trozo de hormigón romano.
Fue tremendo. No había manera, por mucho que picáramos, y no recuerdo
ningún otro material con el que pasara algo así”.
Habrá
quien se pregunte cómo es posible que hoy, a pesar de todos los avances
tecnológicos que nos acompañan, los hormigones sean más endebles que en
los tiempos de Roma. “Aunque pueda sorprendernos, los romanos no
conocían la química de los materiales. Funcionaban por tanteo, ensayo y
error. Tras probar unos ingredientes y otros, eran muy hábiles a la hora
de elegirlos y utilizarlos”, afirma Guerra. Al igual que Martínez, él
sostiene que los cementos romanos son los más resistentes, y que los
últimos descubrimientos sobre ellos pueden la arquitectura actual.
Pasajes
subterráneos del anfiteatro de Flavio, en Pozzuoli (Nápoles), el pueblo
en el que los romanos extraían la grava para el cemento.
Ahora, el hormigón romano
también era excepcional por motivos políticos, de sentido del Estado y
la producción. “A diferencia de lo que hacemos nosotros, los romanos
nunca levantaron 15.000 viviendas de golpe. ¿Para qué iban a hacerlo?
Ellos creaban mucho, pero de una forma equilibrada”, sostiene Guerra.
Cuando realiza alguna restauración, él prepara su propio compuesto, en
lugar de comprarlo en sacos, y sigue la receta de Vitrubio: deja la cal
en remojo al menos medio año. También tamiza él mismo la grava para
elegir la mejor, como hacían los romanos. Según cuenta, así se logra un
hormigón no solo más resistente, sino respetuoso con el planeta. De
hecho, la entrada de la Wikipedia define a la puzolana como un
ecomaterial.
Porque
no solo los historiadores alaban el cemento romano y entienden que este
supera al actual. Alfonso Barrón, arquitecto contemporáneo y experto en
materiales, comparte esta idea: “Además de reparar sus propias grietas,
la cal del hormigón romano va adquiriendo dureza con los años. Según
pasa el tiempo, recupera las propiedades de la caliza, la roca original
de la que se extrajo. Es más joven cada día. Mientras tanto, el cemento Portland,
el que utilizamos desde el siglo XIX, realiza el camino opuesto:
envejece y se deteriora”. Como intuyen los arqueólogos consultados,
ninguna de las torres de Chamartín sobrevivirá al Coliseo.
Postado há 23 hours ago por Orlando Tambosi
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