A anarquista de origem lituana, que se criou nos Estados Unidos, é reivindicada como grande ícone feminista um século e meio depois de seu nascimento. Mar Padilla para El País:
La estupefacción que tal vez sentiría Emma Goldman
si viera su cara estampada en camisetas y tazas que se venden en
internet sería grande. La circulación de frases suyas como “si no puedo
bailar no es mi revolución” —que no es exacta, pero bueno— o “prefiero
tener rosas en la mesa que diamantes en mi cuello” acompañadas de memes
quizás la abrumaría. Y una imagen de Twitter titulada Philosophers
ranked by their punk credentials (filósofos clasificados por sus
credenciales punk), que ubica en la escala más baja a Hobbes, Heidegger,
Confucio, Burke y Kant y sitúa en la cumbre a Goldman, solo flanqueada
por Marx y Diógenes, tal vez le haría reír.
Pero
este es un asunto serio. La presencia de Goldman en la iconografía
contemporánea es tan real como su huella en feministas tan dispares como
Virginie Despentes, bell hooks, Rosi Braidotti o Vivian Gornick.
Y su pensamiento está a la orden del día. Así lo demuestran
publicaciones como El anarquismo y otros ensayos. Emma Goldman (Alianza
Editorial, 2021), La prostitución (y las víctimas de la moralidad)
(Calumnia 2022), Fraternalmente, Emma (La Felguera, 2020) o Mother
Earth. La voz del anarquismo en América. Emma Goldman y Alexander
Berkman (editorial FAL, 2021).
¿Qué
es lo que hizo esta mujer nacida hace más de 150 años, en 1869, en una
ciudad lituana llamada Kaunas, y que llegó a Estados Unidos de
adolescente, para merecer una atención así? Romper la baraja y
cuestionar la idea perenne de los que mandan y los que obedecen. “Se
rebeló, de palabra y de acción, en su vida y en su obra, contra todo
tipo de autoridad, sea la paternal, familiar, religiosa, educacional,
estatal, legislativa o de costumbres”, reflexiona Ana Muiña,
historiadora experta en movimientos sociales.
En
una época en la que protestar te podía costar el pellejo, antes de 1900
y después, como activista, pensadora y agitadora, en cafés, en la
calle, en la fábrica o en la cárcel, en manifestaciones, artículos,
conferencias y debates, Goldman fue una dinamo de energía que, entre
otras luchas, combatió la represión de los movimientos obreros, la
sumisión del cuerpo y la perpetua vigilancia de los actos de la mujer,
los nacionalismos, la violencia política policial o estatal, y “el
negocio de la masacre”: la guerra.
Su
pensamiento fue vanguardista y la rabia fue su combustible. Se adelantó
a la idea de la democracia directa, participativa y horizontal,
defendió la libertad de palabra y de expresión y fue de las pocas voces
en alzarse públicamente contra la condena de su amigo Oscar Wilde
por homosexual. El carácter rompedor de Goldman alarmó incluso a su
mentor Piotr Kropotkin, el príncipe anarquista, por “ir demasiado
lejos”. En su defensa salió William M. Reedy, un periodista que escribió
que lo que sucedía es que Goldman “simplemente, estaba ocho mil años
adelantada a su época”.
En
un tiempo donde un juez podía acusar a un grupo de trabajadores de
poner una bomba sin prueba alguna y mandarlos a la horca, como ocurrió
en Chicago el 1 de mayo de 1886, en una época en la que 146 obreras
podían morir en un incendio en una fábrica, como pasó en Greenwich
Village, en Nueva York, el 8 de marzo de 1911 —ambas fechas señaladas
desde entonces—, o cuando la policía podía acribillar a balazos a 19
mineros en huelga, como pasó en Pensilvania en 1897, la antimilitarista
Goldman no hacía ascos a la violencia en caso de autodefensa. Quizás
porque desde niña vivió en su cuerpo lo que eso significaba. En su
autobiografía, Viviendo mi vida (Capitán Swing), explica que su padre le
daba puñetazos en la cabeza por desobediente y que su tío la tiró por
las escaleras de una patada por el mismo motivo.
Vivió
en precario, trabajó en fábricas textiles y se independizó rápido,
cosiendo en casa guantes durante 12 horas diarias. También ejerció de
comadrona y conoció de primera mano las terribles condiciones de los
barrios obreros de Nueva York y “la inerte y tediosa sumisión a su
suerte” de sus habitantes, según escribió. Allí daba asistencia a
mujeres que vivían “en un continuo terror de la concepción” que en los
momentos de dolor en el parto lanzaban “barbaridades” contra Dios y sus
maridos. “¡Sácalo de aquí, no dejes que esa bestia se acerque o lo
mato!”, le gritó una vez una paciente suya con ocho hijos.
Goldman
hizo eso y más. Alertó contra las esclavitudes del matrimonio, tuvo
amores y amantes y se mantuvo independiente de los hombres. Le gustaba
reír, bailar y beber, y hablaba de lo innombrable en la muy puritana
América: el placer femenino. Allí difundió métodos anticonceptivos y por
eso la encarcelaron. Una periodista llamada Margaret Anderson, que
siguió su caso, escribió en The Little Review: “Goldman fue enviada a
prisión por sostener que las mujeres no siempre deben mantener la boca
cerrada y su útero abierto”.
Su
pensamiento “tiene una vigencia bárbara porque toca todos los palos en
la emancipación de las personas”, apunta por teléfono Muiña. Además, su
figura personifica una idea muy actual: que las personas “estamos
constituidas por múltiples madejas, que somos sujetos abiertos —no
acabados, ni cerrados— activados por la relación con los otros”, según
la escritora Laura Vicente. También está la idea de construcción de uno
mismo como ser humano y de que hay que cambiar “ideas y valores,
transformar las relaciones básicas entre humanos y de estos con la
sociedad”, explica Vicente, autora de Emma Goldman. La unión apasionada
de pensamiento y vida (editorial Calumnia, 2022).
El
suyo era un activismo real, no de salón. Y tenía consecuencias. Sobre
la guerra, Goldman escribió: “Creo que el militarismo cesará cuando los
amantes de la libertad en todo el mundo digan a sus amos: ‘Vayan y
asesinen ustedes mismos. Nos hemos sacrificado nosotros y nuestros seres
queridos ya lo suficiente luchando en sus batallas”. En 1917 Goldman
jaleó protestas contra la primera contienda mundial, y fue encarcelada
por ello. J. Edgar Hoover
—futuro jefe del FBI, entonces en el Departamento de Justicia— la
definió como “una de las mujeres más peligrosas de América” y la expulsó
del país.
Más
allá de Estados Unidos, Goldman peleó allí donde fuera, explican
Theresa y Albert Moritz en su libro The World’s Most Dangerous Woman: A
New Biography of Emma Goldman (La mujer más peligrosa del mundo: una
nueva biografía de Emma Goldman). Sin ir más lejos, aquella expulsión de
Hoover la llevó a Rusia, donde esperaba mucho de la revolución, pero
tras vivir dos años entre bolcheviques y comprobar la brutal represión
escribió Mi desilusión con Rusia.
Esta
mujer que conversó, discutió y que dio tantas conferencias y mítines
—también en Barcelona, Valencia, Madrid y en el frente de Aragón durante
la guerra civil española— sufrió una apoplejía en invierno de 1939 que
la dejó sin habla. Murió en su casa de Vaughan Road, en Toronto
(Canadá), el 14 de mayo de 1940.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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