O que não se pode pretender seriamente é ser liberal-conservador, justo o que Meloni postula para si e para a Itália, escreve José García Domínguez em The Objective:
Ocurrirá
justo dentro de un mes y el acontecimiento estará llamado a provocar
que el establishment europeo entre de nuevo en otro de sus ya habituales
periodos de súbita conmoción espasmódica acompañada del no menos
recurrente rosario de alarmismo apocalíptico. Y es que, por primera vez
desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945, una formación
política que se presenta en sociedad como heredera directa de los padres biológicos del fascismo,
Fratelli d’Italia, va a ganar las elecciones en un país miembro de la
Unión Europea; y no en uno cualquiera, por cierto, sino en el Estado
fundador que alumbró en su día el Mercado Común Europeo, junto con
Francia, la República Federal de Alemania, Bélgica, los Países Bajos y
Luxemburgo. Si bien el fascismo no constituyó más que un pecado de
juventud en el caso de Giorgia Meloni,
su hipermediática líder e inminente primera ministra de Italia. Al
cabo, lo único mussoliniano que queda hoy en esa mujer es cierto regusto
muy teatral por el histrionismo escénico, algo que se pudo comprobar
aquí cuando su vociferante incursión en la campaña andaluza de Vox.
Pero,
más allá de ese sesgo hacia la excesiva estridencia gestual, lo que en
verdad encarna Meloni está mucho menos emparentado con sus propios
orígenes intelectuales, las derechas autoritarias de los años veinte del
siglo pasado, que con la radical contradicción irresoluble que siempre
latió en el fondo de la revolución conservadora de Margaret Thatcher en
los ochenta. Una contradicción que, entonces igual que ahora, remite a
la definitiva imposibilidad de que un orden económico fiel a los
principios doctrinales de la derecha liberal pueda coexistir con una
cultura y unos valores compartidos que no sean de izquierdas, de
izquierdas en el muy particular sentido libertario sesentayochista, en
este momento el único y excluyente dentro del ámbito progresista a ambas
orillas del Atlántico. Porque, en nuestra novísima modernidad líquida,
se puede ser liberal o se puede ser conservador, pero lo que no se puede
pretender en serio es ser liberal-conservador, justo lo que Meloni
postula tanto para sí como para la Italia que viene.
Meloni
pretende encarnar el libre mercado más la cruz. Una contradictio in
terminis. Y un muro contra el que se siguen empeñando en chocar una y
otra vez cuantos en Europa insisten en definirse como
liberal-conservadores, incapaces en su miopía aguda de comprender que el
desarrollo y la extensión a cada vez más ámbitos de los mercados libres
opera como eficaz catalizador de la rápida erosión de los viejos
valores tradicionales, los que constituyen la propia razón de ser de la
cosmovisión de los que se quieren conservadores. Es la misma
incompatibilidad que existe entre el afán por defender la vigencia de
las fronteras del Estado-nación junto a los rasgos de la identidad
colectiva que moldeó su existencia a lo largo del tiempo y, a la vez,
tratar de congraciarse con ese principio básico en la filosofía liberal,
el que sostiene que cualquier comunidad territorial formada por seres
humanos no puede suponer otra cosa que la simple suma algebraica de los
individuos aislados que circunstancialmente han decidido formar parte de
ella en el ejercicio de su inviolable soberanía individual, única y
exclusivamente eso.
Igual
que Thatcher en su momento, los exponentes del intento contemporáneo de
alumbrar una tercera vía de derechas, eso que representan actores
políticos como Meloni, no acaban nunca de mostrarse conscientes de que
la desregulación y desintervención permanente de la esfera económica,
reducida en el extremo ideal a su absoluta autorregulación autónoma a
través de contratos mercantiles privados, conlleva de modo inevitable el
paralelo debilitamiento de instituciones sociales como, por ejemplo, la
familia tradicional. Cuando el mercado se transforma en la figura
jerárquicamente superior del orden colectivo, cualquier otra institución
ajena en su funcionamiento a la lógica de lo mercantil y a su
corolario, el principio de la maximización de la utilidad hedonista
individual, comienza a ver cuestionada su propia existencia. Algunos
querrán ver en Meloni la reencarnación de Clara Petacci, pero solo es la
última lectora de Roger Scruton que quedaba en Italia. Llega, pues, el
conservadurismo utópico.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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