A América Latina poderia se veneficiar da nova guerra fria, mas, como de hábito, se empenha em desperdiçar a oportunidade. Artigo do professor Fernando Fernández para The Objective:
Andamos
los europeos muy preocupados con la inflación, y no es para menos. Los
datos del mes de mayo confirman los temidos efectos de segundo orden. La
inflación subyacente seguirá subiendo. Analistas públicos y privados
revisan una vez más al alza sus previsiones de precios y a la baja las
de crecimiento. Los bancos centrales reconocen su error y anuncian
unánimemente subidas graduales pero sostenidas de tipos de interés hasta
alcanzar niveles restrictivos. Se anima la discusión académica sobre
cuál es el nivel del tipo neutral en el nuevo escenario post invasión de
Ucrania de expectativas adaptativas, demandas insatisfechas,
globalización regionalizada y transición energética. Algunos gobiernos,
particularmente el nuestro pero no es el caso del alemán, siguen sin
enterarse y sin corregir sus innecesarias y contraproducentes
expansiones fiscales. Sentados en el maná de los extraordinarios
ingresos impositivos que acompañan siempre inicialmente a todo proceso
inflacionista, alimentan el gasto recurrente y aumentan el déficit
estructural con fines claramente electorales. La triste sombra de Zapatero se extiende por Moncloa y Ferraz.
Mientras
la inflación es la preocupación de los países OCDE, la hambruna empieza
a ser el tema dominante en los foros internacionales; la hambruna y las
inevitables reestructuraciones de deudas pública y privada.
Especialmente grave es el panorama para los países emergentes que no
sean exportadores de materias primas. La conjunción de dólar fuerte,
petróleo caro y escasez y carestía de alimentos complica la financiación
externa y amenaza recesión y ruina. La incertidumbre, inseguridad y
miedo inherentes al mundo post Covid se extienden más allá de la guerra
en Europa. Sus tremendas consecuencias agravan la polarización y el
enfrentamiento interno y externo y dibujan algo muy parecido a una doble
guerra fría. Un choque de ideas y valores donde la libertad y la
economía de mercado parecen estar en retroceso. Si en la lucha contra la
pandemia se cercenaron libertades fundamentales en el altar de la
seguridad sanitaria, en la que ya parece inevitablemente larga guerra de
Ucrania, se corre el riesgo de perpetuar restricciones injustificadas a
las libertades económicas y de multiplicar el intervencionismo. Con la
excusa de una «economía de guerra», se extienden las prohibiciones a la
exportación de productos básicos, se limita la inversión extranjera,
proliferan los sectores estratégicos y se utiliza el comercio
internacional como arma de guerra. Se amplifican así, con decisiones
políticas discrecionales y equivocadas, los efectos de la reducción de
la oferta mundial y se acerca y magnifica la recesión global.
El
panorama político internacional se deteriora por momentos. Hoy quiero
escribir sobre América Latina, un continente que más allá de su cercanía
humana y cultural, ha sido largamente y sigue siendo hoy determinante
en nuestro devenir económico. Si España tiene empresas multinacionales,
si en algún momento y lugar pudieron crecer, ganar experiencia y
aprender gestión fue gracias al triunfo del consenso de Washington en
ese continente, a su apuesta decidida por la economía de mercado, la
apertura exterior y la privatización, y a la visión de algunos
empresarios españoles, con nombre y apellidos concretos. Todo ello está
hoy en peligro y la región parece condenada una vez más a elegir entre
caudillos tradicionales o bolivarianos, entre populistas y demagogos de
izquierda o derecha. Pero demagogos e irresponsables al fin. También
aquí, y para su desgracia, la influencia de zapateristas y trumpistas es
creciente y ha arrinconado otras influencias ideológicas más
aconsejables.
La
izquierda europea siempre ha visto en el continente latinoamericano a
ese buen salvaje que hay que liberar del yugo imperialista yankee y en
el que ensayar todo nuevo delirio ideológico. El último, el que se
extiende como una verdadera pandemia, el fin de la meritocracia y el
triunfo del identitarismo indigenista. «Mis padres por suerte nunca han
creído mucho en la meritocracia», sintetiza con cierta genialidad una
novel novelista. En eso consiste el populismo, en poder afirmar
orgullosamente esa estupidez sin que nadie le pregunte inmediatamente
cómo justifica entonces las razones de su éxito literario. ¿Porque ha
sido tocada por la mano de Dios, porque los poderes fácticos de la
cultura han visto en ella la identidad sociodemográfica ideal, porque se
ha sabido rodear de las amistades oportunas, o simplemente porque es
divina de la muerte?
América
Latina tiene todas las papeletas para ser la principal beneficiaria de
la nueva guerra fría y de la regionalización política del comercio
internacional. Como gran exportadora de materias primas se puede
beneficiar de un shock de términos de intercambio brutal y duradero. Es
el sustituto natural del granero ucraniano, de las minas rusas y
bielorrusas y la reserva global de energía. Pero está empeñada en
desperdiciar su oportunidad. Una vez más. Recordemos que en los años 40,
una desconocida ciudad del interior argentino como Rosario tenía la
renta per cápita de Chicago. Desgraciadamente sigue fascinada con sus
caudillos populistas. AMLO ha arruinado las posibilidades mexicanas con su contrarreforma renacionalizadora de la energía. Pedro Castillo
en su absoluta ignorancia y sectarismo promete devolver las minas al
pueblo peruano, o sea imitar a la Venezuela chavista y conseguir que la
producción y la exportación hoy sea el 18% de su nivel en el año 2000. Gabriel Boric,
seguidor confeso y emocionado de Monedero y Ada Colau, promete acabar
con el modelo chileno de economía abierta y exportadora, y subido al
carro de la reforma constitucional ha abierto la caja de Pandora con el
resultado de que la inversión está paralizada y el crecimiento en
mínimos a pesar de «los beneficios caídos del cielo» en forma de precio
del cobre que ha subido más de 50% desde principios de 2020. Y en
Colombia, la segunda vuelta se dirimirá entre un viejo caudillo que
parece salido de una novela de García Márquez y un guerrillero
reconvertido en bolivariano. En Brasil, país salvado y condenado por el
tamaño de su mercado interior, el debate electoral continua entre dos
viejos fracasados, Lula y Bolsonaro. De la Argentina, mejor no hablar
hasta que alguien sea capaz de explicarme el delirio peronista, ese
Movimiento Nacional que tanto me recuerda la reunificación franquista de
la Falange, los requetés, los nacionalsindicalistas y los monárquicos.
El
fracaso de las élites latinoamericanas es clamoroso. Pero también la
responsabilidad de los líderes políticos e intelectuales europeos y
norteamericanos que allí han sembrado y creado escuela. Y la complicidad
de muchos de ellos con el actual estado de cosas. La condena del
llamado consenso de Washington al olvido y su sustitución por el
buenismo identitario en el ideario reformista de las organizaciones
internacionales con llegada en la región, desde el Fondo Monetario
Internacional hasta el BID, la CAF o la CEPAL. Su rendición a la
emergencia de China como un financiador benevolente pero insaciable en
sus ansias de dominio mercantilista de los recursos naturales. El
abandono de los europeos, y notablemente de España, contentos con
ejercer un papel testimonial y reducir la presencia norteamericana en la
región. Todo ello, y singularmente la miopía de sus clases dirigentes,
ha conspirado para dejar la región en manos de lideres mesiánicos,
iluminados y totalitarios. Líderes que no creen en la democracia liberal
aunque la utilicen, que no respetan la economía de mercado más que
cuando se benefician de ella, que conciben el Estado como una inmensa
máquina de extracción de rentas. ¡Y nos preocupamos por la inflación
cuando está en juego nuestro modelo de sociedad!
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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