As memórias do economista e filósofo são apaixonantes quando fala de sua Índia natal, mas se tornam rasas quando sai de seu país. Branko Milanovic para Letras Libres:
Ningún
economista famoso contemporáneo tiene intereses y conocimientos tan
amplios ni una experiencia vital tan diversa como Amartya Sen. No es de
extrañar que muchos esperasen con impaciencia la lectura del primer
volumen de sus memorias (Un hogar en el mundo: Memorias, Taurus, 2021).
Abarca desde su nacimiento en 1933 hasta los inicios de su carrera
académica en Estados Unidos a principios de los años sesenta. Ese mismo
término “los comienzos”, me di cuenta mientras lo escribía, es engañoso.
No para el 99% de los economistas ordinarios que a los treinta años
podríamos considerar principiantes académicos. Pero Sen, que obtuvo su
primer puesto de profesor a los 23 años, ¡a los treinta años era ya un
académico “experimentado”!
La
precocidad del joven Amartya es una de las dos cosas más llamativas del
libro. A los ocho años, se dedica a discutir sobre historia con su
padre y su abuelo. A los doce o trece años, está metido en el estudio
del sánscrito (su primera lengua es el bengalí) y en los fundamentos de
las matemáticas. No creo haber leído unas memorias en las que se
manifieste tal nivel de interés por temas muy abstractos en una persona
tan joven. Quizás John Stuart Mill sea el único competidor.
Lo
segundo que llama la atención es la pasión de Sen por la historia
intelectual de la India (como subcontinente), y su desprecio por el
exclusivismo étnico y religioso. Las tres primeras partes del libro, de
unas 250 páginas, que tratan de la India están escritas con una pasión
extraordinaria, y para muchos lectores (entre los que me incluyo) están
llenas de cosas nuevas que uno puede aprender, de las breves
discusiones sobre la herencia budista india a las diversas
interpretaciones del Ramayana y el Mahabharata o la elegancia del
sánscrito. Las explicaciones son breves –por necesidad, ya que se trata
de un libro de memorias, no de un tratado filosófico–, pero viniendo de
alguien tan conocedor como Sen, estos breves comentarios de una o dos
páginas inspiran confianza, y quizá lleven a algunos lectores a intentar
aprender más. Porque sabemos que se apoyan en muchas más pruebas de las
que se pueden presentar en este libro.
La
relación entre Amartya y su abuelo K. Mohan, erudito y recopilador de
poesía rural hindú, constituye la columna vertebral de la vida de
Amartya desde sus primeros años hasta la universidad. Otra persona
influyente fue Rabindranath Tagore, un amigo íntimo de la familia.
Amartya hizo sus estudios medios y superiores en una escuela organizada
según los principios de Tagore. En un capítulo titulado “Escuela sin
muros”, Sen describe la estimulante atmósfera de un lugar en el que los
estudiantes están motivados no por una combinación de incentivos y
castigos, sino porque se les permite seguir sus inclinaciones mientras
los ayudan profesores comprometidos. La idea es bastante extraordinaria,
aunque uno dude de que pueda extenderse a mayor escala. Pero para
estudiantes como Amartya era, como él escribe, el mejor modelo posible,
mucho mejor que el más ortodoxo y competitivo St. Gregory de Dhaka, al
que Amartya asistió solo brevemente, y que abandonó con gusto tras ser
clasificado…¡33º de 36 estudiantes!
A
continuación se nos traslada, en varios hermosos capítulos, a la
tumultuosa vida de Calcuta de principios de los años cuarenta, con el
comienzo de la Segunda Guerra Mundial, la invasión japonesa de Birmania,
la formación del Ejército Nacional Indio de Bose, la efervescencia
independentista entre la juventud de Calcuta y la propia familia de Sen
(con varios miembros recluidos en cárceles británicas), y la
trascendental división entre hindúes y musulmanes. La excitación
política, el miedo a la guerra (los japoneses han bombardeado el puerto
de Calcuta) y el inminente conflicto intracomunitario son el telón de
fondo –y quizá una condición indispensable– de la apasionante vida
intelectual que se desarrolla en los innumerables cafés y librerías de
Calcuta. Uno casi desearía haber estado allí en ese momento,
evidentemente con la certeza de que habría sobrevivido a todas las
convulsiones.
Mientras
leía esa parte de las memorias de Sen, pensé en dos libros
autobiográficos escritos por el compatriota bengalí de Sen Nirad
Chaudhuri, The autobiography of an unknown Indian (“La autobiografía de
un indio desconocido”) y Thy hand, great anarch! (“¡Tu mano, gran
anarca!”) quizá uno de los más bellos libros de reminiscencias políticas
de la historia. Solo en parte tocan la misma época (Nirad es mucho
mayor), pero transmiten al lector el mismo fervor intelectual de
Calcuta. Chaudhuri, que no siempre es del agrado de todos los indios,
creía que la mezcla de las culturas europea (es decir, británica) e
india (es decir, bengalí) producía una fusión euroasiática única. Me
pareció que, en un breve capítulo en el que Sen evalúa las
contribuciones del colonialismo británico –y los daños que causó (sobre
todo la hambruna bengalí de 1942)– respalda tácitamente, o está cerca de
estar de acuerdo, con parte de la visión de Chaudhuri.
El
libro está escrito con un estilo sencillo y atractivo. Es diferente al
utilizado por Sen en sus escritos económicos y filosóficos. Estos
últimos, en la medida en que los entiendo, me parecen escritos en un
estilo a veces innecesariamente oscuro. Pero aquí tuve la impresión
contraria: quería seguir leyendo y pensaba que ojalá los recuerdos y
debates de Sen sobre cuestiones políticas e ideológicas fueran más
extensos. Por ejemplo, habla de la diferencia en la percepción de Tagore
en la India y en Europa. Para Sen, Tagore era un pensador racionalista
mientras que en Europa era alabado y promovido por Yeats y Ezra Pound
como un místico. Yeats y Pound parecían haber visto en Tagore lo que
querían ver y Tagore se convirtió en un prisionero de esa falsa imagen
creada en Occidente.
El
último tercio del libro, cuando Sen se traslada, temporalmente, a
Occidente, primero a Cambridge, Inglaterra, y luego (mencionado muy
brevemente al final del libro) al MIT de Boston, es mucho más
“problemático”. Mientras que la juventud de Sen se describe de forma
convincente y absorbente tanto en sus aspectos políticos como personales
(por ejemplo, el combate de Sen contra el cáncer), la parte europea se
desarrolla en un vacío social. No hay casi nada que Sen nos cuente sobre
el entorno político y social de Europa en los años cincuenta y sesenta.
Y lo que es más sorprendente, apenas hay observaciones, salvo las
triviales, sobre el encuentro entre Oriente y Occidente que debió
impresionar a una mente tan brillante y precoz como la de Sen. Incluso
los viajes europeos de Sen se leen como un cuaderno de viaje de los
lugares que ha visitado sin ofrecer muchas ideas: sí, todos sabemos que
el David de Miguel Ángel es impresionante, ¿merece la pena repetirlo en
unas memorias? El único recuerdo de Varsovia en 1956 es una mención de
una sola frase sobre una conversación política en un baño.
La
vida en Europa parece transcurrir en los campus y en medio de
estudiantes, profesores y filósofos. Ahora bien, esto sería interesante
en sí mismo, ya que Sen tuvo la oportunidad de estudiar, discutir y
observar a algunas de las mentes más brillantes de la época: Piero
Sraffa, Dennis Robertson, Joan Robinson, Maurice Dobb, James Meade. Por
desgracia, para muchos de ellos, al igual que para las ciudades europeas
que visitó, Sen enumera los nombres con una o dos frases de elogio
genérico. (Las únicas excepciones son Sraffa y tal vez Maurice Dobb;
véase más adelante.) Parece que la mención omnipresente de todos los que
se han cruzado con Sen puede haberse hecho para que nadie pueda
sentirse menospreciado o excluido. Abundan los adjetivos elogiosos
(“originalísimo”, “encantador”, “amigo íntimo”, “espléndido economista”,
“magnífico matemático”, “asombroso talento”). Este lector algo
escéptico no puede creer que los cientos de personas que ha conocido Sen
sean todos extraordinariamente eruditos y los seres humanos más amables
del mundo.
Tratar
de ser amable con todo el mundo es un enfoque erróneo en las memorias
de uno de los intelectuales más destacados de nuestro tiempo. Unas
memorias no son una carta de recomendación que uno escribe para sus
amigos. Ni a nosotros, ni a los futuros lectores, nos interesan los
nombres de las multitudes que han conocido a Sen. A nosotros, y a ellos,
nos interesan los comentarios que hace Sen sobre la época y las
personas importantes. Hay, como ya he mencionado, algunas viñetas, por
desgracia demasiado breves: sobre Dennis Robertson, Joan Robinson,
Sraffa y Dobb. Según sus propias palabras, Sen pasó horas y horas
conversando con Sraffa y Dobb. Pero Sen dice mucho menos de
personalidades como Tagore y de gente a la que conoció en su juventud.
De
forma bastante inesperada, entre las pocas personas a las que se
critica abiertamente (aunque sea de forma leve) está Joan Robinson por
su “dogmatismo” y su desprecio por las opiniones contrarias a la suya.
Samuel Huntington es criticado en dos ocasiones, de forma muy indirecta,
por su tesis del “choque de civilizaciones”, que Sen desacredita de
forma bastante convincente a través de su propia experiencia. Se censura
a Aung San Suu Kyi, la presidenta birmana, que fue amiga de Sen, y cuya
transformación de mártir prodemocrática a partidaria de facto de la
limpieza étnica resulta inquietante e incomprensible.
La
parte no india del libro parece más bien plana, y hay menos ideas
originales que en las reflexiones sobre la India y su vida allí. Quizá
el propio Sen, al ser no solo economista, sino historiador y filósofo,
sea “culpable” de habernos hecho esperar un nivel de perspicacia
constantemente alto. Pero incluso con estos pequeños defectos, Un hogar
en el mundo es un libro extraordinario escrito por una persona
extraordinaria.
Traducción de Ricardo Dudda.
Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente es Capitalism, alone (Harvard University Press, 2019).
BLOG ORLANDO TAMBOSI

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