Em artigo publicado pelo Instituto Cato, Alberto Benegas Lynch (h) destaca o individualismo do grande escritor argentino Jorge Luís Borges:
Dado
que el 24 del mes pasado se cumplieron 122 años del nacimiento de este
insigne pensador, es la oportunidad de reiterar recuerdos que conservo
de su presencia en tan vastos territorios y andariveles.
Cuando
era rector de la Escuela Superior de Economía y Administración de
Empresas los alumnos me pidieron tenerlo a Borges entre los invitados.
Intenté el cometido por varios caminos indirectos sin éxito, incluso
almorcé en su momento con mi pariente Adolfo Bioy Casares con quien en
aquel entonces éramos miembros de la Comisión de Cultura del Jockey Club
de Buenos Aires. Finalmente decidí llamarla por teléfono a Fanny
(Epifanía Uveda de Robledo) quien actuaba como ama de llaves en la casa
de Borges desde hacía más de un cuarto de siglo. Ella me facilitó todo
para que Borges pudiera pronunciar la mencionada conferencia.
La
velada fue muy estimulante y repleta de ironías y ocurrencias
típicamente borgeanas todo lo cual se encuentra en la filmación de ese
día en los archivos de esa casa de estudios, acto al que también nos
acompañó por unos instantes Bioy antes de ir a su sesión de masajes para
aliviar su dolor de espalda. Cuando nos dirigíamos al aula Borges me
preguntó “¿Dónde estamos?” y cuando le informé que en el ascensor me
dijo “¿por qué ascensor y no descensor?”.
Cuando
lo dejé en su departamento en la calle Maipú me invitó a pasar y nos
quedamos conversando un buen rato atendidos por Fanny que nos sirvió una
tasa de té que al rato repitió con la mejor buena voluntad. Hablamos de
los esfuerzos para difundir las ideas liberales y las dificultades para
lograr los objetivos de la necesaria comprensión de la sociedad
abierta.
María
Kodama me invitó a exponer en el primer homenaje a Borges que le rindió
la Fundación que lleva su nombre junto al sustancioso y extrovertido
español José María Álvarez y a otros escritores. Mi tema fue “Spencer y
el poder: una preocupación borgeana” lo cual fue muy publicitado en los
medios locales (a veces anunciado equivocadamente como Spenser, por
Edmund, el poeta del siglo xvi, en lugar de aludir a Herbert Spencer el
filósofo decimonónico anti-estatista por excelencia).
Son
muchas las cosas de Borges que me atraen. Sus elucubraciones en torno a
silogismos dilemáticos me fascinan, por ejemplo, aquel examen de un
candidato a mago que se le pide que adivine si será aprobado y a partir
de allí como el consiguiente embrollo que se desata no tiene solución.
Por ejemplo, su cita de Josiah Royce sobre la imposibilidad de construir
un mapa completo de Inglaterra ya que debe incluir a quien lo fabrica
con su mapa y así sucesivamente al infinito. He recurrido muchas veces a
Borges para ilustrar la falacia ad hominem, es decir quien pretende
argumentar aludiendo a una característica personal de su contendiente en
lugar de contestar el razonamiento. En este sentido, Borges cuenta en
“Arte de injuriar” que “A un caballero, en una discusión teleológica o
literaria, le arrojaron en la cara un vaso de vino. El agredido no se
inmutó y dijo al ofensor: esto señor, es una digresión; espero su
argumento”.
A
mis alumnos les he citado frecuentemente el cuento borgeano de “Funes
el memorioso” para destacar la devastadora costumbre de estudiar de
memoria y la incapacidad de conceptualizar y de relacionar ideas.
Recordemos que Funes, con su memoria colosal después del accidente, no
entendía porque se le decía perro tanto a un can de frente a las cuatro
de la tarde como a ese animal a las tres y de perfil.
Las
anécdotas son múltiples: en una ocasión, al morir su madre, una
persona, en el velorio, exclamó que había sido una lástima que no
hubiera llegado a los cien años que estuvo cerca de cumplir, a lo que
Borges respondió “se nota señora que usted es una gran partidaria del
sistema decimal”.
A
poco de finiquitada la inaudita guerra de las Malvinas, Borges publicó
un conmovedor poema donde tiene lugar un diálogo entre un soldado inglés
y uno argentino que pone de manifiesto la insensatez de aquél episodio.
Tantas
personas perdieron el juicio en esa oportunidad: un colega de la
Academia Nacional de Ciencias Económicas de nuestro país sugirió se lo
expulsara al premio Nobel en Economía F. A. Hayek como miembro
correspondiente de la corporación debido a que declaró con gran
prudencia que “si todos los gobiernos invaden territorios que estiman
les pertenecen, el globo terráqueo se convertirá en un incendio mayor
del que ya es” …afortunadamente aquella absurda moción no prosperó.
Borges
tenía una especial aversión por todas las manifestaciones de los abusos
del poder político por eso, en el caso argentino, sostuvo en reiteradas
ocasiones (reproducido en El diccionario de Borges compilado por Carlos
R. Storni): “Pienso en Perón con horror, como pienso en Rosas con
horror” y por eso escribió en “Nuestro pobre individualismo” que “El más
urgente de los problemas de nuestra época (ya denunciado con profética
lucidez por el casi olvidado Spencer) es la gradual intromisión del
Estado en los actos del individuo” y en el mismo ensayo concluye que “el
Estado es una inconcebible abstracción”.
Pronostica
Borges (lo cual queda consignado en el antedicho diccionario) que
“Vendrán otros tiempos en que seremos ciudadanos del mundo como decían
los estoicos y desaparecerán las fronteras como algo absurdo”. En
“Utopía de un hombre que estaba cansado” se pregunta y responde “¿Qué
sucedió con los gobiernos? Según la tradición fueron cayendo
gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras,
imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían
imponer censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de
publicar sus colaboraciones y efigies. Los políticos tuvieron que buscar
oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos”.
Borges
nos arranca la angustia del absurdo perfeccionismo al intentar la
administración de la pluma en el oficio de escribir cuando al citarlo a
Alfonso Reyes dice que “como no hay texto perfecto, si no publicamos nos
pasaríamos la vida corrigiendo borradores” ya que un texto terminado
“es fruto del mero cansancio o de la religión”.
Y
para los figurones siempre vacíos que buscan afanosamente la foto,
escribió Borges en El hacedor: “Ya se había adiestrado en el hábito de
simular que era alguien para que no se descubriera su condición de
nadie” y también, en otro tramo de esa colección, subrayaba la
trascendencia de la teoría al sostener que “La práctica deficiente
importa menos que la sana teoría”. Se solía mofar de la xenofobia y los
nacionalismos, así definió al germanófilo en la segunda guerra, no aquel
que había abordado a Immanuel Kant ni había estudiado a Höelderin o a
Schopenhauer sino quien simplemente era “anglófobo” que “ignora con
perfección a Alemania, pero se resigna al entusiasmo por un país que
combate a Inglaterra” y, para colmo de males, era antisemita.
Sus
muy conocidos símbolos revelan distintas facetas del mundo interior.
Los laberintos ponen de manifiesto el importante sentido de la
perplejidad y el asombro como condición necesaria para el conocimiento y
el sentido indispensable de humildad frente a la propia ignorancia.
Ante todo, Borges se caracterizó por su independencia de criterio y su
coraje para navegar contra la corriente de la opinión dominante y
detestaba “al hombre ladino que anhela estar de parte de los que
vencen”.
Este artículo fue publicado originalmente en La Nación (Argentina) el 21 de septiembre de 2021.

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