MEDIÇÃO DE TERRA

MEDIÇÃO DE TERRA
MEDIÇÃO DE TERRAS

sábado, 1 de março de 2025

Trump e os Estados Unidos

 


Queramos o no, nos está tocando vivir una época interesante después de varias décadas de paz europea y tras las ensoñaciones que, tras el derribo del muro en 1989, predijeron un fin de la historia y un triunfo definitivo de la libertad. J.L. González Quirós para Disidentia:


Si algo caracteriza a las grandes naciones es la continuidad histórica, la existencia de unas metas y principios compartidos por todos. Cuando un país se divide, cuando olvida los compromisos adquiridos con su historia, su posible grandeza está en el aire. Cabe temer que eso es lo que esté pasando con las acciones de Trump en su segunda presidencia de los Estados Unidos, que lejos de apuntar los objetivos teóricos del movimiento MAGA lleven, por desgracia, a un descrédito creciente del prestigio de esa gran nación.

Trump parece guiarse por un principio absolutamente absurdo y por completo inmoral: si Biden y los demócratas defendieron algo yo debo defender exactamente lo contrario. En ese principio se basa, o se ampara, porque hay otras razones, aunque también burdas, la sarta de puntapiés que le ha prodigado a Zelenski que, no conviene olvidarlo, podría echar buena parte de la responsabilidad histórica en la guerra que está padeciendo y no ha iniciado a las andanzas de la diplomacia americana.

Los EEUU, un país al que profeso una admiración total por sus muchas virtudes, llevan corriendo delante de las armas ajenas casi desde 1945, con muy escasas excepciones. Es lógico que aspiren a dejar de ser quienes ponen los muertos en cualquier conflicto, pero en esa presencia militar también se ha basado siempre la superioridad del dólar, el éxito tecnológico y el predominio cultural. Lo que no es muy lógico es lo que parece pretender Trump: “ahí te quedas con tu guerra, que yo me retiro, pero eso sí, vas a tener que seguir haciendo lo que yo te diga”.

Antes de su enorme zafiedad en los asuntos exteriores se podía confiar en que las políticas internas de Trump tuvieran otro cariz, que consiguiese desinflar la ruinosa administración pública y poner coto a la legendaria burocracia del sistema. Claro es que eso habría de hacerse, pero hay que respetar las leyes y los equilibrios que definen un modelo ejemplar de poder compartido por las tres ramas del gobierno, como se dice en los EEUU. Si con la excusa de podar la administración, empeño loable, lo que se poda son las garantías legales, el negocio puede ser ruinoso.

Es verdad que si se respetan los cauces se corre el riesgo de la lentitud y del fracaso, pero es que el precio público que se paga por saltarse las leyes puede ser mucho mayor. Que hay agencias y departamentos inútiles no cabe duda, pero se han construido de manera legal y del mismo modo tendrían que ser reformados o extinguidos. La motosierra puede ser una buena metáfora, pero no se puede cortar brazos y piernas por aplicarla sin prudencia.

Cabe esperar que el país, empezando por sus minorías dirigentes, militares, jueces, diplomáticos, no se deje llevar por esta turbulencia presidencial y que empiece a reclamar la presencia de orden y verdad. No sé si es casualidad, pero la serie de Robert de Niro, Cero Day, recién estrenada en Netflix, aunque ideada hace ya tres años, termina reclamando patriotismo y verdad frente a una crisis interior instrumentada por tecnólogos multimillonarios pero apoyada por políticos radicales, es decir nada que recuerde a los hechos alternativos o a la mentira que se apoya en el turbión de noticias que hace que se pierda memoria del engaño.

La victoria de Trump, a la que el peculiar sistema norteamericano dotó de una apariencia aplastante, fue de apenas 1,5 puntos en votos populares es decir que los EEUU no se han vuelto trumpistas de repente, y puede que pronto su popularidad se derrumbe a base de espectáculos tan lamentables como el trato dado al presidente ucraniano o de propuestas tan chungas como el video que imagina un resort en Gaza con una estatua de oro gigante del pacifista Trump, un personaje que presume de ganar las batallas en las que otros matan y mueren sin bajarse del autobús.

Hay un riesgo evidente de deterioro de la, hasta ahora, ejemplar democracia norteamericana si las instituciones encargadas de impedir la dictadura no se aprestan a ejercer a fondo el sistema de check and balances que ha garantizado hasta la fecha la compatibilidad entre un régimen republicano y una realidad cuasi-imperial. Según cuenta la historia hubo entre los padres fundadores quienes quisieron dotar de solemnidad monárquica al presidente de los EEUU pero, afortunadamente, otros más sensatos cortaron por lo sano esas pretensiones de apariencia protocolaria pero de indudable riesgo político. No consta que Trump pretenda coronarse ni lucir capa de armiño, pero anda muy cerca de confundirse si actúa como si su poder fuese ilimitado.

Queramos o no, nos está tocando vivir una época interesante después de varias décadas de paz europea y tras las ensoñaciones que, tras el derribo del muro en 1989, predijeron un fin de la historia y un triunfo definitivo de la libertad. Da la sensación de que a Trump lo de las libertades de otro le da un poco de risa, que solo concibe el dominio de los ricos o de los poderosos que pueden hacer un mundo a la medida de sus deseos, pero el mundo nunca ha sido así ni lo va a ser ahora por mucho que algunos milmillonarios amigos de Trump sueñen con singularidades o con revoluciones tecnológicas de diseño y fantasía que les darían un control absoluto de las conductas ajenas.

Por supuesto que el mundo seguirá progresando, tal vez indefinidamente, pero no cabrá ver ningún progreso en quienes pretendan decidir por todos nosotros en qué mundo queremos vivir, quienes quieran modelar un mercado a medida de sus intereses y entendederas o pretendan cambiar las reglas del comercio internacional sin sufrir castigo por las supuestas ventajas que tratan de imponer al resto.

Los optimistas abrigábamos la esperanza de que Trump pudiera haber aprendido de su experiencia anterior, pero, por desgracia, ahora mismo da la sensación de que se ha convertido en un vengador apresurado. Siempre cabe la esperanza de que se corrija a tiempo y que sus baladronadas sean las típicas de un agente inmobiliario que se siente seguro de poseer las mejores opciones para hacer un negocio. Por desgracia para él, la política es algo muy distinto del negocio inmobiliario y, desde luego, exige un respeto al resto de protagonistas que, hasta ahora, está lejos de mostrar.

Trump no ha preguntado todavía, como al parecer hizo Stalin, cuántas divisiones tiene el Papa, pero parece pensar que lo mismo que puede cambiar (¿?) el nombre al golfo de Méjico podrá conseguir que el mundo haga lo que a él y su colega Putin les convenga y que así se chinche China, y, por supuesto, Europa. Por cierto, eso es lo que dijo, “que se “j” la UE”, la famosa representante de los EEUU cuando empezaron los problemas en Ucrania y Trump se dedicaba todavía a los shows en TV y al negocio del ladrillo. Muy mal asunto, pero hay que temer que no solo para el mundo sino, sobre todo, para los propios EEUU.

Nenhum comentário:

Postar um comentário