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Menos gastos, menos impostos e muito mais liberdade econômica. Em definitivo, o oposto ao ruinoso socialismo de Perón e ao gradualismo de Macri. Manuel LLamas, do Instituto Juan de Mariana, para The Objective:
Ultraderechista»,
«fascista», «radical»… Son muchas y variadas las acepciones que se han
usado para calificar al economista Javier Milei, líder de la plataforma
La Libertad Avanza y flamante ganador de las elecciones primarias para
presidir Argentina celebradas el pasado domingo. Sin embargo, tales
adjetivos, fruto del profundo desconocimiento del personaje y la
maniquea manipulación de sus opositores para tratar de desprestigiarlo,
nada tienen que ver con la realidad.
El
término que mejor define el pensamiento político de Milei es liberal y,
más concretamente, libertario. En teoría, se autoproclama como
«anarcocapitalista» – defiende la existencia de una sociedad sin Estado,
capaz de autoorganizarse y de proteger la soberanía del individuo
mediante la propiedad privada y el mercado libre-, pero, en la práctica,
apuesta por el «minarquismo», que no es otra cosa que la implantación
de un Estado mínimo, limitado a una serie de funciones básicas, como la
defensa o la justicia, donde la intervención de los políticos en la vida
y economía de las personas se reduce a la mínima expresión.
Basta
observar cómo arrancan las bases de su programa electoral para
identificar claramente su filosofía y proyecto de país. «El liberalismo
es el proyecto irrestricto del proyecto de vida del prójimo basado en el
principio de no agresión y en la defensa del derecho a la vida, la
libertad y la propiedad privada. Sus instituciones fundamentales son los
mercados libres de intervención del Estado, la libre competencia, la
división del trabajo y la cooperación social». Este principio básico es
la antítesis del fascismo, el nazismo, el comunismo y el resto de
totalitarismos que, de una u otra forma, abogan por un control total de
la sociedad a manos del poder político.
De
hecho, el primer y más importante objetivo que se ha marcado Milei en
caso de llegar a la presidencia de Argentina consiste, precisamente, en
derrocar el peronismo, un movimiento nacido del sindicalismo socialista
de principios del pasado siglo e inspirado en la Italia fascista de
Mussolini, cuyo fundador fue el general Juan Domingo Perón. El
peronismo, en mayor o menor grado, ha marcado el devenir de Argentina
desde mediados de los años 40 y su última expresión es el kirchnerismo
que acaba de salir derrotado en las urnas. Una suerte de Estado
paternalista que, tras casi 80 años de feroz intervencionismo, ha
terminado por hundir la economía argentina, otrora una de las más ricas
del mundo, en la pobreza y la más absoluta desesperanza.
Milei
pretende llevar a cabo una revolución liberal, dividida en tres fases
sucesivas, que guarda muchas semejanzas con las exitosas reformas
económicas aplicadas por Chile en los años 70. En primer lugar, aboga
por un «fuerte recorte del gasto público» mediante la eliminación de los
«gastos improductivos del Estado», la «optimización y achicamiento» de
sus funciones y la «privatización de las empresas públicas
deficitarias».
Entre
otras medidas, bajaría de 25 a 8 el número de ministerios, reduciría y
eliminaría todo tipo de subsidios económicos y reformaría el sistema de
obra pública para que las grandes infraestructuras sean licitadas y
realizadas por empresas privadas a cambio de tasas y peajes que serían
sufragados por el usuario final de las mismas, y no por el
contribuyente. Asimismo, pondría en marcha una sustancial rebaja de
impuestos, con especial incidencia sobre los costes laborales y los
numerosos y elevados tributos que asfixian a los sectores productivos
del país, como es el caso de la industria agroalimentaria. Pero
primando, en todo caso, el necesario equilibrio presupuestario.
También
aprobaría una ambiciosa reforma laboral, consistente en flexibilizar la
contratación, sustituir las gravosas indemnizaciones por despido
improcedente por seguros de desempleo, promover la libertad de
afiliación sindical y reducir el abultado empleo público. Y abriría la
economía al comercio internacional, lo cual supone acabar con los
aranceles, los cepos cambiarios y las cuotas para exportar e importar,
facilitando, además, la llegada de inversión extranjera y eliminando
trabas y regulaciones.
En
una segunda fase, una vez que la economía empezase a crear riqueza y
empleo con fuerza, Milei propone privatizar las pensiones mediante un
sistema de capitalización, a imagen y semejanza de Chile y otros países,
así como reducir los amplios programas asistenciales que, desde hace
lustros, mantienen a buena parte de la población argentina bajo un
perverso régimen clientelar de paguitas públicas, costeadas por empresas
y trabajadores, cuyo único fruto ha sido la consolidación de la
pobreza.
Mientras
que la tercera generación de reformas consistiría en reformar la
sanidad y educación públicas para externalizar servicios, fomentar la
competencia entre centros, dar entrada a la empresa privada y
posibilitar la libertad de elección de los individuos mediante cheques,
tal y como sucede en varios países de Europa, por ejemplo. En esta fase
se incluiría también la supresión del Banco Central y la consiguiente
dolarización de la economía argentina para acabar con sus con sus
recurrentes etapas hiperinflacionarias.
Lo
que vende y defiende Milei a nivel económico, por tanto, es liberalismo
puro y duro, en un sentido amplio. Menos gasto, menos impuestos y mucha
más libertad económica y monetaria para que Argentina vuelva a ser la
gran potencia que fue hace ahora un siglo. Nada tiene que ver esto con
el «fascismo» ni el «radicalismo» que afirman sus detractores y sí mucho
con la libertad que lleva por nombre su partido. Milei es, en
definitiva, lo opuesto al ruinoso socialismo de Perón y el acomplejado
gradualismo de Macri. Y el verdadero milagro es que haya vencido en las
urnas con semejante programa en medio de una sociedad y una clase
política profundamente estatistas.
Postado há 3 weeks ago por Orlando Tambosi
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