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| José Ortega y Gasset por Ignacio Zuloaga |
Em ensaio publicado por El Confidencial, Francisco Massó Cantarero recorda a obra centenária de Ortega y Gasset, "Espanha Invertebrada":
Se
cumple este año el centenario de las dos primeras ediciones del libro
de Ortega, titulado “España invertebrada”. Pudiera parecer que España
sigue más invertebrada que hace cien años, porque nuestra circunstancia
mantiene con ahínco fratricida nuestra tendencia decadente.
Sin
embargo, hay apariencias que engañan, mientras otras han incrementado y
mantienen su valor diagnóstico como vectores de disolución. La Nación
ha prosperado en muchos ámbitos, alejándonos de la crisis que atravesaba
en 1922, hasta situarnos en sus antípodas; en cambio, otras áreas nos
mantienen incólumes al borde del precipicio.
Entonces,
el analfabetismo rondaba entre el 65 y el 70%, si consideramos el
analfabetismo funcional; la educación que no era eclesiástica…, a pesar
de la ley Moyano, estaba en manos de maestros fanegueros, designados a
dedo por los alcaldes; las carreteras eran de herradura y algunas,
pocas, de adoquines; el ferrocarril se extendía unos cuantos kilómetros;
la sociedad era de índole rural y agrícola y se sostenía gracias a una
economía de supervivencia, cuando no de trueque en las profundidades; el
raquitismo era una lacra imputable a la alimentación menos que
deficitaria; la esperanza de vida era de 38 años para los varones y 41
las mujeres; como no había mercado, no surgían nuevos ricos, solo nuevos
pobres en multitudes; ya andábamos enfrascados en guerra con Marruecos,
a las puertas del desastre de Annual y estábamos de espaldas a Europa.
El cuadro era espeluznante en todos los órdenes.
Afortunadamente,
tras cien años, cuarenta y cinco ocupados en dictaduras varias, la
mejoría material es evidente; el desarrollo de infraestructuras está a
la vista; en el campo intelectual la población universitaria, con
independencia de la calidad media de los títulos, pulula por doquier; el
desarrollo tecnológico es obvio; nuestra inclusión europea y en el
tratado del Atlántico Norte son dos logros muy estimables. De ser fuente
de emigración hacia Europa y América, nos encontramos siendo polo de
atracción para multitud de amerindios; y Europa, ahora, nos envía a
muchos ciudadanos a convivir con nosotros, en sus segundas residencias
de nuestras costas. Nuestros mejores universitarios son demandados y
apreciados en centros de investigación avanzada. La Escuela de
Ingenieros de Caminos de Madrid, por su prestigio y solvencia
científica, es la cuarta en el ordenamiento mundial. Y nuestra calidad
de vida nos inserta en el primer mundo desarrollado. Hay muchísimas
connotaciones que no sólo nos enorgullecen, sino que atestiguan que las
generaciones que nos preceden han aprovechado muy bien el tiempo.
No
obstante, la fragmentación del país es un riesgo constante, más agudo
que el existente en 1922. Entonces, Sabino Arana apenas llevaba
enterrado 19 años y Lerroux y Cambó no eran Rufián y el fugitivo. Es
decir, el nacionalismo, si no un fenómeno emergente, era entonces un
dato para diagnosticar la descomposición del país. Hoy es la
descomposición misma, como atestigua la deslealtad de la Generalitat
catalana, conspirando con Rusia para romper la Nación española, mientras
se sabe dependiente de ésta. Esta locura catalana de asociarse a
dictaduras extranjeras no es nueva; ya estuvieron seis años adscritos al
centralismo de Richelieu; volvieron humillados, pero obtuvieron
privilegios del Conde-duque de Olivares. Como ahora.
En
1922, y ahora más, es necesario un proyecto sugestivo de vida en común,
dicho sea en términos orteguianos, que convenza, que atraiga sin
imposiciones, ni exclusiones. Y también, es precisa la consciencia de
pertenencia de cada parte respecto al todo, teniendo en cuenta los
límites propios y los beneficios del conjunto. La experiencia inglesa de
su brexit es una enseñanza a tener en consideración, por sus costes
económicos y políticos.
Si
el todo es ahora la Nación, y en el futuro la Unión Europea, cada
región, cada comarca, cada pueblo son partes cuyos intereses están
entrelazados en una suerte de solidaridad necesaria, bien porque unas
partes aportan materias primas a otras, bien porque otras comercializan
sus manufacturas con las anteriores. Esa interdependencia material es
necesario conocerla para evitar el sentido umbilical de aldea. Somos lo
que somos y no lo que nuestro delirio nos hace creer. Nuestras
necesidades son perentorias, nos guste o no asumirlo y eso nos hace
interdependientes.
La
autarquía de la Nación fue una pretensión dislocada del régimen de
Franco, que logró vencer Ullastres, desde el Opus. Actualmente, menos
aún que la Nación, en un mundo globalizado, ninguna región española
podría ser autárquica. Esto lo comprende hasta Puigdemont, el fugitivo,
que había negociado con Putin convertir Cataluña en un protectorado, o
colonia rusa.
Cuando
España ingresó en la Comunidad Europea, se benefició de una serie de
fondos que nos equipararon al resto de países de la Comunidad. ¡Qué
palabra tan especial!
En
trayéndote la vaquilla, corre a por la soguilla, dice Sancho Panza,
haciendo alarde de pragmatismo. La Unión Europea, la Nación, que
también es una comunidad, y cada región traen su vaquilla, ninguna
desdeñable y todas oportunas y necesarias. El trenzado de las soguillas
consigue la cohesión y congruencia interiores de cada comunidad.
Más
allá del entrelazado de intereses y conveniencias, cesiones recíprocas y
compensaciones mutuas, vivir en comunidad es más que un destino, es una
filosofía de vida que nos lleva a contar con los demás necesariamente,
siendo conscientes de nuestros propios rasgos de identidad, positivos y
negativos y de las obligaciones que impone la lealtad.
La
cultura a la que pertenecemos engendra una comunión espiritual: la
Ética y la Estética que nos identifican y el proceso de humanización que
arranca de la cueva de Altamira, dicho sea por poner un nombre, acumula
un estilo de vida, unos ideales, unas creencias sublimes, ideas,
aspiraciones, un modo de organización social, como dijera Chillida de su
obra, siempre-nunca idéntico, y nunca-siempre diferente en cada país,
en cada región geográfica y en cada etapa histórica.
Descendiendo
a lo concreto para buscar el proyecto sugestivo de vida en común, ¿por
qué consentimos que el paro juvenil llegue al 40% y el estructural de
la población general esté en el 13%?, ¿hemos de quedar impasibles ante
el hecho de que la emancipación de los jóvenes sea posterior a los 30
años?, ¿ante ese hecho, sólo cabe donar 400€ para que los jóvenes los
gasten en francachelas?. ¿Es que la pandemia no ha detectado cuáles son
nuestros agujeros en el terreno textil, industrial y farmacéutico?.
¿Acaso la crisis energética posterior no está denunciando carencias
importantes?. ¿No estamos viendo que nuestra creatividad tiene un área
de expansión posible en el ámbito del diseño, la moda y la tecnología
digital?. ¿A cuenta de qué hemos de aspirar todos a tener carrera
universitaria, mientras hay profesiones dignas, que pueden estar muy
bien remuneradas, y no encuentran profesionales que se ocupen de ellas?.
¿Por qué duerme en el limbo el Plan Hidrológico Nacional, mientras el
Ebro sigue anegando cosechas anualmente y evacuando al mar lo que podría
ser riqueza de las vegas del Turia, del Júcar, del Segura y hasta de la
huerta de Almería?, ¿alguien está haciendo algo para convencer a los
payeses del Delta de que el bien común de muchos exige generosidad de
algunos pocos?. ¿Alguien está pensando cómo rescatar a los dañados por
la globalización, capaces de trabajar artesanalmente?. ¿Está todo hecho
en el terreno del cambio climático?.
El
Rey de España peregrina a la toma de posesión de cada presidente
americano. Es una acción encomiable, humilde, de servicio al presente
nacional; pero, la acción pública (política, intelectual y educativa) no
puede ser ejercida por un individuo por sí solo, por muy rey que sea;
necesita ser acompañado por la energía social; ¿a cuento de qué hemos de
soportar que se cisquen en nuestro pasado personajes ramplones como
López Obrador, el aprendiz de dictador Pedro Castillo y el dictador
Maduro?, ¿no es posible un proyecto de restablecimiento del respeto a la
Historia?, ¿la comunidad hispana no admite ser articulada más allá de
la retórica barroca de los criollos, o de los intereses particulares de
las empresas privadas nacionales?, ¿el día de la Hispanidad puede ser
algo más que un día de jotas aragonesas ante el Pilar de Zaragoza?.
¿Nadie está pensando cómo hacer más justa y equitativa la Ley
Electoral?. La esperanza de unión política europea también reclama
pensamiento, esfuerzos, planes de integración, ¿o no?.
El
tópico dice la unión hace la fuerza. De hecho, la Psicología Social ha
comprobado que 2+2>4, porque a la fuerza individual de cada uno hay
que agregar la energía social que los otros depositan en él. En el
ámbito de los países, ocurre igual: Alemania tiene adherido a sus
valores un plus de reconocimiento, que los otros países proyectamos
sobre ella. Pateando por dentro Alemania, podemos apreciar que comparte
también defectos y deficiencias, en las que los españoles podríamos
reconocernos. Pero la proyección positiva de poder social es necesaria
para construir liderazgos.
La
persona humana, los grupos y los pueblos se juntan para vivir del
futuro; vivimos de nuestras pretensiones. El afán de mejora, las
aspiraciones legítimas y honestas dan razón de ser al esfuerzo y
sacrificios que hay que realizar en el presente. Sin la ambición por
conseguir, todo empeño queda en baldío, al tiempo que se desaprovechan
las energías que puede articular un proyecto de futuro.
Es
preciso que el proyecto sugestivo de vida en común haya de dar culto a
la excelencia, mal que le pese a la señora Verstringe, a sabiendas que
no hay una aristocracia rancia del deber ser, sino una aristocracia
inmediata del saber hacer y que los mejores son los más competentes,
sean vascos o andaluces, provengan del Este o del Oeste, del Norte o del
Sur, de aquende o de allende los mares. El proyecto señala
aspiraciones y acrecienta el orgullo de pertenencia.
BLOG ORLANDO TAMBOSI

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