BLOG ORLANDO TAMBOSI
| Sartre, Glucksmann e Aron (1970). |
O Ópio dos Intelectuais é uma das obras fundamentais do pensador francês, a quem o tempo parece ter dado razão. Manuel Giraldo para ABC Cultural:
«Al
tratar de explicar la actitud de los intelectuales, despiadados con las
debilidades de las democracias, indulgentes con los mayores crímenes,
siempre y cuando estos se cometan en nombre de las doctrinas correctas,
me encontré en primer lugar con las palabras sagradas: izquierda,
revolución, proletariado». Es el segundo párrafo del prefacio en este
extraordinario libro de Raymond Aron.
Fue publicado en 1955. ¿Ha perdido actualidad? Podríamos decir que, por
el contrario, la ha ganado. Cuando se publicó iba tres o cuatro décadas
por delante de su tiempo, mientras Sartre y la troupe de la izquierda
divina que le acompañaba envejecían a toda velocidad.
En
los años posteriores a la caída del muro de Berlín en 1989 y la
presidencia de Bill Clinton en Estados Unidos, alguno pudo pensar que
Aron había pasado de moda para siempre.
Invocado en el final de la historia de Francis Fukuyama,
el brillante y efímero consenso de la postguerra fría de los años
noventa, le habría otorgado al menos parte de razón. Fueron unos meses
de esperanza, sociedad abierta y democratización, frente a la pesada
eternidad del autoritarismo y las dictaduras comunistas, convertidas en
monarquías hereditarias. Aron falleció en 1983. El retorno de la
política de bloques más o menos disimulada, otorga a sus reflexiones una
frescura y pertinencia cívica indiscutibles.Mientras Sartre y la
«troupe» de la izquierda envejecía, Aron iba por delante de su tiempo
La
obra se divide en tres partes. La primera revisa los mitos políticos de
la izquierda, la revolución y el proletariado, «réplicas tardías de los
grandes mitos que animaban antaño al optimismo político: progreso,
razón, pueblo». La aplicación de estos principios suscita tantos
problemas como -se supone- resuelven. Los privilegios de los nobles dan
paso a los del dinero. ¿Estamos mejor? «Doscientos funcionarios ocupan
el lugar de las doscientas familias». El poder central del Estado
sustituye a la ciudad y las masas «se inclinan ante el sable del líder».
En la segunda parte, «Idolatría de la historia», Aron afronta el asunto
tan poco políticamente correcto de la conexión entre las religiones
«antiguas», basadas en las formas de divinidad, y las «nuevas»,
organizadas en el culto a partidos, líderes, juicios y el «dominio de la
historia».
Cuando
recuerda su experiencia en la Alemania de 1930, señala: «Qué difícil
vivir el hundimiento». Lo fundamental es la constatación, necesaria
entonces y ahora, de la imposibilidad del determinismo. Este es una
forma de pánico cultural, atentatorio siempre contra la libertad: «La
política no ha descubierto todavía el secreto para evitar la violencia.
Pero dicha violencia resulta aún más inhumana cuando se la considera al
servicio de una verdad a la vez histórica y absoluta». La tercera parte,
«Alienación de los intelectuales», explora modelos de intelligentsia e
intelectualidad en India, Japón, Francia o Gran Bretaña. Aron ajusta
cuentas con el gremio. Concluye con una nota prodigiosa e individualista
«El hombre que no espera cambios milagrosos de una revolución, no está
obligado a resignarse a lo injustificable. Apelemos pues al advenimiento
de los escépticos».
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